El Día Que Las Estrellas Caig...

By kathycoleck

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Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... More

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 11 : Soledad
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 14 : Madera y menta
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 20 : Declaración
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 37 : Culpable
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 40 : Charla de despedida
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Epílogo
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Capítulo 3 : La loca

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By kathycoleck


DAVEN


Cuando abrí la puerta que daba a la oficina de la consejera escolar, mi corazón se detuvo por varios segundos antes de prorrumpir en latidos enloquecidos. La señorita Meyers, esa mujer de cejas horriblemente tatuadas, falso cabello rubio y uñas pintadas de rojo, levantó la vista desde detrás de su escritorio para examinarme de arriba a abajo. Joder, como odiaba la forma en que me miraba. Era como si atravesara carne, hueso y todo lo demás y decidiera que no había nada dentro que pudiera salvarse. Un chico complicado. Un caso perdido. Alguien destinado a pasarse la vida buscando problemas y, tal vez, drogándose en el proceso.

Habría pasado su inspección sin sentirme inquieto si papá no se hubiera hallado sentado frente a ella. Pero, allí estaba. Con los pantalones manchados de grasa de auto y esa vieja camisa de cuadros que le había pedido no volver a ponerse por estar repleta de parches. Juré, en aquel momento, que tiraría la estúpida prenda a la basura a la primera oportunidad. No podía ir por allí luciendo como un indigente. ¿Cuántas veces más tenía que repetírselo?

―Ainsworth, no se quede en la puerta. Entre de una vez, ¿quiere?

No tenía opción, así que obedecí a la bruja asegurándome de mantener una expresión de fastidio todo el tiempo. Entonces me dejé caer en el asiento junto a mi padre sin soltar la mochila. Esto no podía durar más de un par de minutos; conocía el procedimiento tan bien como conocía aquel lugar.

Siempre me había parecido que el espacio era demasiado grande para tratarse de la oficina de una simple consejera. Había una enorme ventana que daba al pasillo interior del segundo piso y que les permitía a los estudiantes de paso lanzar miradas entrometidas hacia el interior. Olía a una mala imitación de perfume y las paredes estaban repletas de esos títulos enmarcados de los que a Meyers le encantaba presumir, como si su formación académica debiera ser del interés de la gente.

―Creo que conoce la razón por la que llamé a su padre.

Me encogí de hombros con indiferencia.

―La actitud de adolescente rebelde no le servirá de nada. ―dijo Meyers entrecerrando los ojos con enojo. ―Más vale que lo vaya entendiendo si es que quiere ser alguien en la vida. ―se enderezó en la silla y forzó una expresión impasible. Lo único que pensé es que ella tenía que relajarse. ―Señor Ainsworth, ―añadió hacia mi padre en un tono menos duro. ―como consejera escolar, mi trabajo es guiar a los jóvenes de esta escuela y asegurarme de su bienestar. Sé que Daven está atravesando un momento difícil. A su edad todos tratamos de decidir qué es lo que queremos ser o hacer en el futuro.

Ahora hablaba como si yo no estuviera. Increíble.

―Sin embargo, ―prosiguió. ―me temo que su conducta está saliéndose de control. El año apenas comienza y ya ha estado involucrado en dos peleas. Dos. Sólo mire los moretones en su cara.

―Y eso que no ha visto al idiota que me buscó pelea. ―solté sin ninguna vergüenza.

Los ojos azules de la mujer destellaron con desprecio.

―He visto a un chico que se niega salir de casa por vergüenza a que le miren el rostro destrozado.

―Es un marica.

―No empeore la situación usando ese lenguaje en mi oficina. ―advirtió. ―Esto no es un juego. Acaba de cumplir dieciocho años. Tuvo suerte de que los padres de Miller no presentaran cargos.

Fruncí el ceño. El gesto me produjo cierto dolor en la ceja izquierda, donde tenía un corte que había tardado en parar de sangrar y que, seguramente, dejaría cicatriz.

―A decir verdad, no es raro que los estudiantes peleen de vez en cuando. ―continuó la mujer. ―Hay diferencias, como es natural, e infortunados episodios de violencia. Pero, no tantos y menos tan seguidos.

―Sucedió fuera de la escuela. ―repliqué, hastiado. ―No tiene nada que ver con ustedes.

―Y dígame, Ainsworth, ¿no ha pasado la mitad de su vida en esta escuela?

―Por desgracia.

No lo dije porque odiara estudiar, sino porque me hubiera gustado hacerlo en otra escuela. Como era de esperar, Meyers lo interpretó de la manera equivocada.

―Esa afirmación habla mucho de su poca disposición a mejorar y de la vida miserable que le espera. ―se inclinó un poco sobre el escritorio. ―Todos en esta escuela saben que no es el más brillante de los estudiantes, pero algunos profesores parecen creer que merece la pena esforzarse con usted, llevarlo por el buen camino. Lástima que yo no opine lo mismo.

Y allí estaba la víbora. Sonreí para demostrarle que sus palabras no me afectaban.

―Señor Ainsworth, ―comenzó mirando de nuevo a papá, quien se había mantenido inmóvil y en silencio todo el tiempo. ―Quiero que entienda lo importante que es que su hijo cambie de actitud a partir de ahora. Este año es decisivo para su educación... y su futuro. ―si es que lo tiene. No lo dijo, pero pude ver que lo pensó. ―Ahora mismo, se encuentra en una situación complicada. Sus notas son un desastre y si no mejoran es probable que nunca entre a la universidad.

―Puedo darme cuenta de la gravedad de la situación. ―expresó mi padre hablando por primera vez. ―Escuche, hago lo que puedo con lo que tengo.

Puse los ojos en blanco.

―Entiendo su postura, sé que ha sido difícil para los tres. ―la bruja suavizó su tono. Mi padre solía tener ese efecto en las mujeres cuando ponía cara de conejo lastimado. ―Pero debe comprender que las acciones de su hijo merecen un castigo. Lamento informarle que quedará suspendido por tres días.

―Tengo práctica de fútbol mañana. ―salté de inmediato. ―No puede suspender al quaterback del equipo.

―El equipo se quedará sin un miembro si no deja de llevar a puños cualquier disputa. ―la expresión severa estaba de regreso. ―Puede que ni siquiera lo dejen participar en las interescolares.

Apreté las manos alrededor de la mochila. No podía estar hablando en serio.

―No pueden hacerme eso. Soy el mejor jugador de la escuela. El entrenador Davis dijo que podía entrar al programa de becas deportivas. Y para entrar necesito jugar.

―Y para jugar necesita mejorar su comportamiento y encontrar el modo de subir esas notas. ―me cortó. ―Si no lo hace a lo largo de este año, no importará lo bueno que crea ser o lo bien que sepa jugar. Tres días de suspensión. Es todo.

Estaba a punto de protestar cuando añadió:

―No lo arruine abriendo la boca. Créame, ha sido afortunado.

Minutos más tarde, salía hecho una furia de la oficina. Mi padre caminaba detrás de mí mientras un montón de estudiantes nos observaban con ojos curiosos o condescendientes. En el trayecto al estacionamiento, me topé con dos chicos del equipo, pero estaba demasiado enojado para explicarles por qué no podía asistir a la práctica del día siguiente. Así que, sólo les di la noticia esperando que fuera suficiente para calmar los chismorreos. No me preocupé en hablar con el entrenador. A esas alturas, ya debía estar enterado.

―No puedes seguir haciendo esto, Daven. ―dijo mi padre en cuanto se subió a la camioneta. ―Está mal.

―No sabía que iban a suspenderme. ―repliqué entre dientes. ―Hace tiempo que no lo hacían.

―Es porque estabas de vacaciones de verano.

―Sí, pero nunca me habían suspendido de las prácticas.

Permanecimos en silencio contemplando la silueta de la escuela a través del parabrisas.

―Tampoco sabía que podían rechazar mi solicitud para una beca deportiva por mi promedio de notas.

―Sólo deja de pelear con otros chicos. No puedo salir del taller cada vez que cometas una falta. Este trabajo es lo que paga las cuentas, ¿lo entiendes? ―se giró hacia mí. ―Mírame.

Obedecí.

―¿Lo entiendes?

Estuve a punto de decirle que, si estaba tan preocupado por el dinero, bien podía dejar de gastárselo en el bar. Pero entonces vi la expresión cansada, en combinación con esos ojos hundidos por el dolor, y supe que debía cerrar el pico. Parecía como si hubiera olvidado peinarse esa mañana, o ducharse, para el caso. Llevaba mucho tiempo sin afeitarse y la barba le había crecido bastante. Las ojeras sólo acentuaban todo lo malo que estaba con él.

―¿Lo entiendes? ―insistió por tercera vez.

―Sí, pa.

―Bien.

―¿No vas a castigarme o darme una charla motivacional?

―Nunca te castigo. ―respondió encendiendo la camioneta. ―Y en cuanto la charla... te la daré luego.

Pero era mentira.

Jamás había charla. Jamás había nada.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Pasé los días siguientes sintiéndome tan inquieto como un animal a punto de ser sacrificado. Las únicas cosas que me calmaron fueron las noches en el tejado y Devan, mi hermano menor. Jason, Evan, Spencer y Zac, compañeros de equipo y amigos de manada, también hicieron lo suyo en un intento de subirme el ánimo. O sea arrastrarme al lago para tomar cerveza, fumar un poco y disfrutar de la dulce compañía de las de tercero. Debo admitir que me entretuve con la vista que ofrecían, pero, como no me gustaban las inexpertas, terminé follando a la chica que había sido mi novia por un tiempo: Verónica. 

Los ratos en el lago siempre eran divertidos. No obstante, ahora que estaba metido en un lío del tamaño de Oregon, apenas eran suficientes para despejarme la mente. Devan y yo intentábamos encontrarle una solución a mi deficiente promedio escolar, de preferencia una que no incluyera recurrir a alguno de los nerds de la escuela, porque todos eran simplemente raros. La mala noticia era que seguía sin ocurrírsenos algo.

Necesitaba ayuda. Pagar por clases parecía ser la salida más fácil, todo el mundo sabía que era la manera en que algunos profesores hacían dinero extra. Pero no tenía plata para perder en esas cosas. Lo que ganaba en Mochee's constituía nuestra única fuente de ingresos destinada a cubrir emergencias, como ropa, útiles escolares y, a veces, comida. El excedente, si es que sobraban dólares, iba a nuestro fondo de la universidad. Uno bastante pequeño.

Tratar de hablar con papá fue una pérdida de tiempo. Borracho como estaba, no pareció entender ni una maldita palabra de lo que dije. Era su modo de escapar de los problemas, y un par de hijos adolescentes le daban mucha lata.

Me sentía enojado, pero más que nada, preocupado. El fútbol era mi única vía de escape para salir del pueblo, para deshacerme de las miradas acusadoras y, sí, para no volver a ser alguien que debía comprar comestibles en descuento. Era bueno jugando. Habíamos ganado las interescolares gracias a mí y ese año me convertiría en capitán. El entrenador Davis le mencionó a mi padre una vez, antes de las vacaciones, que conocía a un par de cazatalentos a los que les gustaría observarme jugar. No podía perder la oportunidad de que me vieran en acción. Incluso si Meyers opinaba lo contrario, yo sí tenía un futuro y estaba en el fútbol.

―¿Aún no has pensado en algo? ―preguntó Devan.

Gruñí una respuesta negativa.

Estábamos sentados en una mesa aislada de Mochee's. Devan devoraba una hamburguesa mientras yo me mordía las uñas mirando por la ventana. Era entrada la noche, el lugar estaba vacío y mi turno ya casi terminaba. Me había encargado de limpiarlo todo y recoger las mesas, tal como Big Mike, mi jefe, me había ordenado. Ahora sólo esperaba que dieran las once mientras mi hermano me hacía compañía hincándole el diente a la última ración de papas y hamburguesa que se había cocinado en el local. 

Aquella era una cafetería sólo en teoría, porque lo cierto es que se servía de todo a todas horas. A Big Mike se le había metido en la cabeza que debíamos mantenerla abierta las veinticuatro horas. Yo mencioné que podría ayudarlo si la paga era buena. Eso hizo que se lo pensara mejor y decidiera que el horario actual era el indicado para el negocio. Yo seguía deseando que cambiara de opinión. El dinero me habría servido de mucho, incluso si terminaba convirtiéndome en un zombi por no descansar.

―¿Escuchas lo que te digo? ―inquirió Devan interrumpiendo el flujo de mis pensamientos.

―No. Y deja de hablar con la boca llena.

Él no me hizo caso.

―Tienes que prestarme atención cuando trato de decirte algo importante.

Lo miré. Todavía engullía. Tenía los dedos engrasados y la boca manchada de salsa en las esquinas. Devan ni se inmutó por la expresión ceñuda que le dirigí. Se apartó el pelo de la frente con el antebrazo, ya que no podía hacerlo con las manos, y le dio un nuevo bocado a su comida. Compartíamos el mismo pelo negro y los mismos ojos claros de papá. Pero, allí donde mi hermano era fornido como una mole, yo era más estilizado. Donde él era un puerco que dejaba calcetines sucios por todos lados, yo era notablemente aseado.

―No me mires como si te diera asco. ―masculló.

―Das asco. ―cogí un puñado de servilletas y se las arrojé. ―Límpiate de una vez, por todos los cielos.

Él soltó una risotada, pero tuvo la decencia de limpiarse.

―Relájate. Pareces una nenita lloriqueando cada vez que ves algo medianamente asqueroso. Estás volviéndote obsesivo.

―No tiene nada de malo. ―fue todo lo que dije para defenderme. ―Como sea, ¿qué es lo que estabas diciendo?

Bebió un sorbo de su malteada antes de responder:

―Que hay varios chicos inteligentes en mi clase. Tal vez podría pedirle a alguno que se apiade de ti.

―Ya hablamos de esto. No creo que otro estudiante tenga la paciencia para ayudarme. Y necesitaré ayuda durante todo el año. ―puntualicé.

Devan chasqueó la lengua.

―Pues no es como si tuvieras muchas opciones. ¿Al menos has intentado hablar con alguno de esos chicos del comité estudiantil o el periódico escolar?

―Me suspendieron, ¿recuerdas?

―Cierto. ―se encorvó en la mesa como si estuviéramos conspirando. ―De acuerdo, entonces... intentaremos conseguir a alguien mañana. Cualquiera servirá. Tal vez podrías considerar a Phineas.

―¿El sujeto con los granos enormes que tiene fama de haberse masturbado en el auditorio? No gracias, tengo una reputación que cuidar.

―Tu reputación se irá al diablo de todos modos. ―cogió la última porción de hamburguesa que le quedaba y se lo llevó a la boca.

―Phineas y todos los de su tipo son un caso perdido. ―rezongué.

―Vaya, quién diría que en una escuela tan pequeña habría tanto clasismo.

Hice una mueca.

―Me gustaría recibir ayuda de una persona normal. Es todo.

―Deja de ser tan idiota y enfócate en solucionar el problema. ―su mirada se volvió seria, cosa que era rara en él. ―Si fracasas en esto estarás fuera.

Gruñí y empecé a morderme las uñas de nuevo.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Después de un fin de semana de no saber qué demonios haría, finalmente estaba de vuelta recorriendo los pasillos de la escuela como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Parte de mi encanto se concentraba en la sonrisa fácil y la actitud desenfadada. También en la rapidez con la que eso podía esfumarse para convertirme en alguien más amenazante, alguien que casi siempre terminaba siendo el centro de todas las peleas. A las chicas parecía gustarles esa mezcla, ni siquiera les molestaba los moretones que eran el resultado de mi manía por meterme en problemas. En cuanto a los chicos... bueno, servía para intimidarlos. Todos sabían que rara vez perdía.

―El lobo está de vuelta en la Manada. ―dijo Mitch en cuanto me vio cruzar el comedor a la hora del almuerzo. Era uno de mis mejores amigos y el único de todo Hampton High que conocía mi realidad en casa. Su padre ganaba buen dinero y más de una vez me había salvado trasero con un par de préstamos. ―Fueron días de mierda ¿eh? ―preguntó dándome una palmada en el hombro.

―Días de mierda. ―asentí.

―¿Hablaste con el entrenador?

―Vengo de allí. Dice que no puede hacer nada por mí hasta que trabaje en las calificaciones.

―Hombre, eso es jodido. ¿Quieres que te preste dinero? ―inquirió en un susurro, su voz perdiéndose en el bullicio del comedor. ―Así podrás pagar algunas clases, ya sabes. Mamá es amiga de la profesora Jensen, ella me ayuda de vez en cuando. Podría intervenir, seguramente te daría un precio razonable por...

―Te lo agradezco, pero no eres un cajero automático, Mitch. Acabo de pagarte lo que te debía.

―Eso no me importa. Sabes que el dinero es la última de mis preocupaciones.

―No. Lo resolveré de alguna manera.

―A veces eres demasiado orgulloso para tu propio bienestar.

Me encogí de hombros.

―Bien, puede que te lo esté ofreciendo porque aún me siento culpable. ―añadió. ―Fui yo quien comenzó esa maldita pelea. Por mí, terminaron suspendiéndote.

En parte tenía razón. Había un par de moretones destacando contra la piel morena de su rostro que demostraban que había estado allí. Pero, a diferencia de Mitch, yo no tenía un padre con el poder de interferir a mi favor cada vez que se me ocurría meter la pata.

―Miller y su pandilla de matones se lo merecían. ―eché un vistazo a la mesa del fondo. ―Míralos. Primero tratan de atacarnos al mismo tiempo y ahora ni siquiera pueden vernos a la cara. Me alegro de haberle pateado el trasero a ese idiota.

―Sabes que no lo olvidará, ¿cierto?

―Espero que intente acercarse de nuevo. Lo haré correr como cobarde otra vez.

―¿Te das cuenta de que el dinero cubriría los daños por adelantado?

―Ya te dije que no.

―Como quieras. Ven, vamos a comer. ―agregó sonriente. ―Te daremos una bienvenida de papas aquí y una de pechos desnudos en el lago.

Me carcajeé.

―Skyler te arrancará la cabeza.

―Di que fue tu idea.

Me complació la atención que recibí una vez que llegué a la mesa. Todos parecían tener algo que contarme. Mientras tanto, yo decidía qué historias quería escuchar. Hubo burlas, bromas, pullas, coqueteos con un par de chicas nuevas, charlas de fútbol y ninguna mención de los deberes en los que, silenciosamente, yo no podía dejar de pensar. Lo único que me ocupaba la cabeza era la beca deportiva y la posibilidad de no lograr entrar al programa. En cierto modo, estaba fuera de mi elemento, porque lo mío nunca había sido preocuparme demasiado. Pero eso había ido cambiando desde hacía un año: primero en casa y ahora en la escuela.

Estaba tan distraído pensando en cómo diablos lo resolvería, que olvidé el libro de texto en el casillero y tuve que pedirle permiso al profesor de cálculo para ir a buscarlo, ya que lo necesitaríamos para un ejercicio final del que no tenía idea. Una vez que lo conseguí, crucé el solitario pasillo de regreso al aula y me topé con Devan, quien salía del corredor de baños.

―Oye. ―se acercó con una enorme sonrisa el rostro. ―Estaba a punto de ir a buscarte.

―¿No deberías estar en clase? ―pregunté en tono autoritario.

―Cálmate, papá. ―me pasó el brazo por encima de los hombros llevándonos en dirección opuesta, de nuevo hacia los casilleros. ―Adivina quién encontró a alguien lo suficientemente demente para ayudarte durante todo el año. Vamos, pregunta.

Rodé los ojos.

―¿Quién?

―Yo. ―alzó una ceja en gesto de superioridad. ―¿Y a quién deberás agradecerle por el resto de tu vida?

―Vamos, Dev. ¿De quién estás hablando?

Su expresión se tornó extraña, la expresión de alguien que intenta contener una risa. Mi hermano jamás contenía una risa.

―Se me está acabando la paciencia, así que dime de una vez.

―Escucha, ―comentó enfrentándome. ―esto puede parecer una mala broma pero, debes creerme cuando te digo que ella fue la única que estuvo dispuesta. Tienes mala fama entre los nerds, sobre todo porque tus grandes amigos no dejan de meterse con ellos.

―¿Quién es ella? ―ahora estaba preocupado.

―Sólo tienes que... oh, allí está.

Mis ojos se agrandaron cuando la vi. En un movimiento, cogí la sudadera de Devan y nos arrastré lejos de la vista de la chica que acababa de aparecer por el pasillo.

―¿La loca? ¿Me estás jodiendo? ―dije en un susurro airado.

―Era eso o nada. ―me devolvió el susurro encogiendo un hombro. ―¿Qué preferías?

―"Nada" suena bien para mí.

―No hay nada mal con ella, Daven. ―replicó más serio. ―Estás siendo exagerado. Es sólo una chica. Una chica extraña, pero inteligente.

―Su padre es policía.

―¿Y qué? ¿Acaso eres traficante?

Me froté la frente con los dedos.

―¿Qué clase de pregunta es esa?

―Es sólo una chica. ―repitió. ―Y es muy amable, divertida y ruda en un modo diferente. Nadie tiene el suficiente valor de decirle a la cara que está loca porque entonces se enojaría y... bueno, enojada sí que da miedo.

―Mierda.

―Ya le hablé sobre ti y parecía encantada de ayudar. Ahora sólo espera saber lo que necesitas.

―Es un bicho raro.

―Es la presidenta del comité estudiantil y es inteligente, ya te lo dije. ―aseveró. ―Ha ayudado a otros chicos con sus notas.

―¿Esta es tu forma de protesta contra el clasismo?

―¿Qué? Claro que no. Sólo busco sacar a mi hermano del lío en el que está metido. ¿Ya olvidaste lo que está en juego?

―No, pero...

―¿Qué tiene de malo, entonces?

―Lo sabes.

―No. No lo sé.

―Sólo mírala. ―señalé el pasillo a mi espalda.

―Lo hago todo el tiempo. Es mi compañera de clases.

―Sólo mírala. ―repetí.

Ambos asomamos la cabeza por la esquina del pasillo. Lo primero que vi fueron sus zapatos. ¿Qué mierda era lo que llevaba puesto? Parecía como si un unicornio hubiera vomitado en sus pies. Esas cosas tenían color por todos lados, hechos de un material iridescente que daba la impresión de cambiar de tono con cada pequeño movimiento que hacía. Había tantas estrellas y corazones y... ¿esos eran pines de caritas felices? Oh, cielos.

Mis ojos continuaron el ascenso desde sus tobillos, donde los zapatos terminaban, hacia sus rodillas, apenas cubiertas por el vestido estampado que simplemente no encajaba en la ecuación. Una densa melena castaña se derramaba por sus hombros y espalda en un enredo ondulado que le ocultaba parcialmente el rostro, pero no las gafas. Nada hubiera logrado esconderlas, eran lo bastante enormes para no pasar inadvertidas ni a diez kilómetros de distancia.

La chica loca luchaba para meter un extraño artilugio en su casillero. Parecía concentrada en la tarea de hacer que la puertecilla cerrara. ¿No se daba cuenta de que empujando como demente y lanzando resoplidos furiosos jamás lo conseguiría? Sólo debía desarmar la maldita cosa y guardarla por partes. ¿Dónde estaba su inteligencia en ese momento?

―Allí tienes una excusa para hablarle. ―me dio una mirada fugaz antes de volver a observarla. ―Puede que ese libro de cálculo te haga lucir más interesante. 

―¿Sabes que por algo le decimos la loca, cierto?

―Sólo acércate y habla con ella.

―No voy a...

Con un fuerte empujón, Devan me arrojó al pasillo. Trastabillé sin perder de vista a la chica, quien continuaba absorta en su inútil tarea. Aún no había reparado en mí, así que consideré volver a esconderme. Sin embargo, la expresión de mi hermano dejó claro que estaba dispuesto a arrastrar mi culo hasta ella en cuanto intentara escapar.

Puse los ojos en blanco y comencé a caminar.

―¿Necesitas ayuda? ―pregunté cuando estuve lo suficientemente cerca.

Ella dio un salto, y el resultado fue que el extraño aparato terminó estrellándose contra el suelo.

―Mierda. ―murmuró al tiempo que se agachaba para recogerlo.

―Creí que me habías escuchado. ―me incliné para tomar una pieza de metal que se había soltado.

―No, descuida. Agh, qué porquería. ―expresó incorporándose con la cosa en brazos. ―No tú, por supuesto. Jamás llamaría a alguien de ese modo. Es esta cosa. Dios, se supone que debe plegarse y desplegarse todas las veces que necesite. Yo misma verifiqué el prototipo un montón de veces y funcionó. Pero, ahora resulta que no quiere servir para nada. El profesor Beckett me puso una B porque la idea fue buena, cuando en realidad debí haber obtenido una A. Al menos tengo una oportunidad para modificarlo y hacer la presentación de nuevo.

―¿Quieres que te ayude? ―ofrecí de nuevo porque no tenía idea de lo que hablaba. Además, las enormes gafas me distraían. Hacían que sus ojos marrones lucieran desconcertantemente grandes.

―Bueno, ya que estás aquí... ―se encogió de hombros. ―Necesito meterlo en el casillero porque tengo que trabajar en él mañana y el laboratorio está lleno de cachivaches.

―¿Hay alguna forma de desarmarlo?

Ella abrió mucho los ojos.

―Oh, no lo había pensado. Eres brillante.

La ayudé, escuchándola parlotear todo el tiempo sobre las funciones de su invento (algo sobre que podía tener múltiples usos de los que no entendí nada). Una a una, guardamos las piezas en el casillero y, cuando le regresé el trozo de metal que había recogido, sus ojos se iluminaron. Al parecer, era la única pieza que estaba defectuosa y que parecía resolver todo el misterio de por qué el artefacto no funcionaba bien.

―Eres el hermano de Dev, ¿cierto? ―dijo cerrando el casillero. ―Lo digo por los ojos. No creas que estoy coqueteando o algo raro, pero quiero que sepas son impresionantes. Hacen que casi pase por alto ese montón de cardenales en tu rostro.

―¿Gracias? ―pronuncié lentamente.

―Por nada. ―declaró pareciendo satisfecha consigo misma. ―He visto a tu padre por ahí, él también los tiene del mismo color. Buenos genes heredados, debo confesar. Ahora que recuerdo, me dijo que necesitabas ayuda.

―¿Mi padre?

―Tu hermano, Devan. ―aclaró con paciencia. ―Mencionó que estabas en un aprieto con tus notas y que no te dejarían entrar al programa de becas si no mejorabas. Yo le dije que estaba dispuesta a ayudarte, siempre que no tuviéramos que estudiar en un lugar recóndito. Es que... bueno, la gente habla y no me gustaría que dijeran que ando con uno de la manada. No es que esté mal besuquearse con los del equipo, lo he hecho un par de veces. Pero, considerando que pasaremos bastante tiempo juntos, creo que lo mejor será estudiar durante los recesos de la escuela. No hay manera de que vaya a tu casa o tú a la mía. ¿Estarías de acuerdo?

De todo lo que dijo, sólo una cosa se había quedado en mi cabeza.

―¿Con quién te has besado?

Ella pestañeó antes de fruncir el entrecejo.

―Esa es una pregunta personal.

―Tienes razón. No es asunto mío.

Ahora sentía curiosidad por saber quién de los chicos había besado a la loca.

―Bien, ―comenzó. ―sólo hay que encontrarnos en los momentos en los que no tengamos clases y, si nos falta tiempo... bueno, ya lo resolveremos luego. Por ahora, necesitaré una lista de las asignaturas donde necesitas más ayuda y las áreas de esas asignaturas que te causan más problemas. Soy buena tutora, te ayudaré y podrás entrar al programa. Ya lo verás.

Sonrió y un par hoyuelos se marcaron en sus mejillas.

―¿Por qué haces esto? ―me descubrí preguntando. ―No me conoces.

―Sí que te conozco. Todo el mundo en la escuela sabe quién eres.

―Eso no puede ser bueno.

―Oye, he lidiado con matones antes. Tú no eres especial.

―No soy un matón.

―¿"Chico con tendencia a la violencia" suena mejor para ti?

―¿Se supone que debo reírme? ―porque no era gracioso.

―Tal vez, si no te importa reírte de ti mismo. ―hizo un gesto de indiferencia. ―Aunque no tienes nada de qué avergonzarte. He atravesado episodios de violencia que casi han terminado en tragedia. Como esa vez en la que Nat tuvo la pésima idea de teñirnos el pelo de verde y resultó que el tinte que utilizó era permanente, no temporal. Juro que casi lo pierdo.

Se me hizo imposible mantener el rostro serio, así que sonreí a medias. No podía imaginar a esta chica, cuya cabeza apenas llegaba a mi pecho, enfureciéndose hasta el punto de perder el control. 

―Entonces, ¿estás de acuerdo? ―inquirió de pronto.

―¿A qué te refieres?

―A estudiar, por supuesto.

¿Así que, iba a tener que estudiar con ella dentro de la escuela? El pensamiento hizo que mi humor se desvaneciera. La examiné sin estar completamente seguro del asunto. La gente se burlaba de ella todo el tiempo. Era demasiado llamativa, demasiado extravagante. No quería que me tacharan de chiflado por pasar tiempo con la loca.

Me removí, incómodo, sopesando el libro en mi palma. 

―Yo...

El segundo que me llevó titubear fue el mismo en el que sonó el timbre. En un impulso, cogí la mano de la chica y la conduje rápidamente al interior del cuarto de servicio del fondo, donde se almacenaban todo tipo de utensilios de limpieza. Ella no puso resistencia e imaginé que se debía al impacto del momento.

―Okay, esta es la parte donde explicas qué hacemos en un cuarto oscuro.

―Soy Daven. ―pronuncié, reticente. ―No creo habértelo dicho.

Me incliné observando por las rejillas de la puerta al montón de estudiantes que se aglomeraban afuera.

―Ya te dije que lo sé. Pero si quieres que te siga la corriente, entonces soy Willow. Ahora ¿puedes decirme de qué estamos escondiéndonos y por qué hablamos en murmullos? ¿Tiene algo que ver con los chicos que te lastimaron?

―No exactamente. La verdad creí que la privacidad ayudaría con nuestra negociación. ―mientras lo decía distinguí a Mitch, Spencer, Verónica y Zac al otro lado del pasillo.

Maldición.

―Umm no me gusta la privacidad en estas condiciones. Sólo te lo dejaré pasar porque esto te hace lucir más extraño que a mí. Además, entiendo que seas un chico con problemas. ―se inclinó un poco hacia mi rostro buscando la atención que yo tenía puesta en el exterior. ―¿Estás bien?

Me enderecé.

―Claro.

―¿Entonces estás de acuerdo, con que estudiemos en la escuela y todo eso?

No lo estaba. Pero, encontraría el modo de arreglármelas.

―Sí.

―Pues es un alivio. No te ofendas, pero no quiero extender esta charla más de lo necesario. Hace calor aquí adentro y estamos casi completamente a oscuras. Es un lugar horrible para negociar. ―volvió a sonreír. ―Búscame mañana en el laboratorio. Oh, y no olvides la lista de asignaturas.

Extendió el brazo para coger el pomo de la puerta.

―Aguarda. Deberíamos esperar a que todos se marchen, ¿no crees?

Supe, en ese instante, que había cometido un error pronunciando la frase. La luz que entraba por las rejillas me permitió vislumbrar la expresión desconcertada en el rostro de Willow, justo antes de que la rabia la sustituyera. Oh, demonios. Esa mirada apuñalaba. Devan tenía razón. Ella daba miedo cuando se enojaba. Ni siquiera había dicho algo y ya podía sentir un escalofrío recorriéndome.

―¿Crees que soy tonta? ―inquirió. ―Claro que sí. ―respondió antes de que yo pudiera hacerlo. ―Hay personas que te toman por estúpida sólo porque muestras amabilidad. Tú eres una de ellas.

―No sé a qué viene eso.

―No estamos escondiéndonos de alguien. Ni siquiera tiene que ver con esa ridícula negociación. Nos metiste en este lugar porque no quieres que la gente te vea con la loca.

Más que una pregunta, era un hecho expuesto. La chica graciosa de voz cantarina se había esfumado.

―Estás malinterpretando las cosas. ―me pasé las manos por el pelo. ―Sólo espera a que todos se marchen y podremos hablar.

―En privado. ―añadió en tono sarcástico.

―En privado. ¿Qué demonios tiene de malo? ―resoplé, frustrado. ―Es decir, mírate y mírame.

Fue lo menos inteligente para decir. Los ojos de Willow llamearon con furia y una pizca de dolor. Pero, más que nada, furia.

―¿Hablas en serio?

No contesté. No pude.

―El problema no soy yo ¿sabes? ―expresó con vehemencia. ―El problema es la gente que se acostumbra a una vida gris. Ven un poco de color y señalan a la chica que lo lleva sólo porque no soportan lo diferente. Tendría que haber imaginado que eras igual.

―No quise decir...

―Realmente quería ayudar. Me gusta ayudar

―Deja que te explique...

―Espero que alguno de ellos evite que tu promedio siga cayendo en picada. ―me interrumpió. Entonces cogió el pomo. ―Por cierto, eres un imbécil.

Entonces se marchó.

A través de la rejilla, observé su figura perderse entre la masa de gente. La voz desprovista de emoción se quedó grabada al rojo en mi cabeza y terminé sintiéndome exactamente como ella me había llamado.

Como un imbécil.

___________________________

Nota de Autor: Ya conocen el inicio de todo, pero ¿qué pasó después? ¿Qué provocó que los dos se convirtieran en personas diferentes a las que planearon? ¿Cómo terminaron uniéndose? ¿Cómo terminaron separándose? Y, ¿qué queda ahora?

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