La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 94. Un día chachi.

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By TomorrowJuana

<Natalia.Lacunza ha añadido una nueva publicación>

El cuadro del atardecer recién colgado junto al dibujo que un día le hizo Alba con Queen encima mientras las dos gatitas dormían en su sofá. Una frase muy pequeñita: mis bebés. 


Alba le dio like. Se quedó pensando si no era una estupidez, a esas alturas, tener una cuenta paralela. Cerró sesión, entró con la verdadera, quitó la silenciación de sus historias y sus publicaciones y volvió a darle like. 


Natalia, a apenas un kilómetro de allí, recibió ese like desde la cuenta personal e intransferible de Alba Reche como un certificado, como un sello de calidad que validaba su restablecida relación. 

Una pena que no se le pudiera dar like a un like. 




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- Yo iba detrás y conducía Ici, que en aquella época era la mitad de pequeña que yo y tenía unos bracitos como alambres. Cuesta abajo, sin casco y pobres de frenos. El manillar de la moto que empieza a vibrar, a girar de un lado al otro cada vez más fuerte e Ici que no se hacía con el control -imitaba los gestos con las manos y las demás reían-, hasta que la rueda se puso en perpendicular y las dos saltamos por encima. Bien de suelo que comimos, joder, qué hostia nos pegamos. 

- Deberías hacer anuncios sobre seguridad vial contando esa anécdota en la que TODO ESTÁ MAL -comentó Sabela con una sonrisa. 

- Teníamos trece o catorce años. Me pasa ahora y me rompo la cadera -rió por la nariz-. Y esa, queridas amigas, es la historia de esta cicatriz -se tocó la frente. 

- Eres la niña que sobrevivió -le dijo Alba con sorna. 

- Que hagas referencias a Harry Potter me hace tan feliz... -se puso Natalia una mano en el pecho y cerró los ojos. 

- Soy una Slytherin -y sacó bola. 

- Tía, ¿de los malos? -preguntó Julia. 

- ¿Los malos? ¿Qué tiene de malo ser inteligente y ambicioso? Es que flipo. 

- Nos olvidamos de lo de los sangre sucia, ¿no? -repuso Afri. 

- ¡ESOS SOLO ERAN UNOS CUANTOS RADICALES! 

- Alba Reche habla pársel -canturreó Marta. 

- Que os follen. Sois todas unas Hufflepuff. 

- OYE, OYE, TE RELAJAS -levantó las manos Julia. 

- PELEA, PELEA -aplaudía la Mari. 


Natalia observaba el intercambio friki, que estaba derivando en un jaleo monumental, con una sonrisa de oreja a oreja. Sus chavalas, joder. 


- ¿Y tú de qué te ríes? -le espetó Alba. 

- De esta fantasía de conversación -se reclinó en su asiento y pasó el brazo por el respaldo de la silla de Marta para poder mirar a la rubia por detrás de su espalda. 

- Si no fuera por ti estaría muy perdida -admitió. 

- Mi mejor obra. 

- Pues tienes una entre manos bastante gorda -dijo, refiriéndose a la fábrica. 

- Para que veas. 




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El lanzamiento iba a ser a las seis de la tarde. Natalia tenía una cena de la que no se había podido escapar, por lo que iba a perderse el viernes de karaoke, que ya no lo era porque hacía mucho que no pasaban por allí. 

Estaba que se comía las falanges. Un tema que nada tenía que ver con su estilo, por mucho que le gustara escucharlo y bailarlo, con el artista del momento a nivel mundial. Podía ser un éxito o un desastre total. Quería aparentar que no le importaba mucho, y ella estaba encantada con el resultado, pero si a la gente no le gustaba no iba a haber persona sobre la faz de la Tierra que no escuchara esa maldita canción. Tampoco era plan de dejar una pésima impresión en el gran, colosal público. 

Diez minutos antes de la hora prevista para el lanzamiento le llegó un mensaje de Bad Bunny, Benito para los amigos, diciéndole que había sido un placer trabajar con ella, que estuviera tranquila porque iban a partirlo y que esperaba su llamada cuando se pusiera a componer su siguiente disco. 


Qué majo es


Llegó la hora. A las 18:05 ya tenía el teléfono gritando MAY DAY, MAY DAY, FUSIÓN DE NÚCLEO, DESASTRE CATASTRÓFICO. Recibió felicitaciones de amigos, familiares, colegas de profesión, gente del mundo discográfico, y fans, cientos de miles de millones de fans de todo el mundo queriendo saber más sobre Natalia Lacunza. Su fama era grande, pero no tanto como para que no hubiera gente que no la conociera. Ese tema terminaba por ponerla en el panorama mundial de una manera definitiva. 

Los seguidores empezaron a subirle como la espuma en todas las redes sociales y casi se pone a llorar cuando Rihanna subió una historia bailando la canción en su casa. 

La recogieron para la cena y tuvo que dejar de prestar atención al teléfono y contestar llamadas. Tendría que haberse reservado esa noche para ella, aunque parecía que, tras el impulso inicial, la mayor parte de su círculo personal ya le había hecho llegar sus felicitaciones y parecía que el móvil podría sobrevivir. 

La cena transcurrió demasiado lenta para su gusto, pero por fin pudo liberarse y marcharse a casa. Pensó en unirse a las chicas, pero estaba tan agotada mentalmente que prefirió dejarlo para otra ocasión. 

Sacó el teléfono por primera vez en dos horas. 


<Alba.Reche ha añadido contenido a su historia>

En ella aparecían las pencas de sus amigas, con la rubia en primer plano, moviendo la cabeza al ritmo de su nueva canción. El tema estaba cortado en una de las partes en las que ella cantaba: 


que yo ya no quiero un millón, Bunny

yo lo que quiero es una fisio pa' mi corazón, pa mí

y unas curitas, unos besitos, una vida así no, mami

sin ti fundo mis dos Grammys. 


En una esquina un la madre que te parió. Y, por si no le quedaba claro, la mencionaba. A ELLA. 

La sonrisa de Natalia Lacunza podía verse desde la Estación Espacial Internacional. 




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- ¡Pero chocho, que yo pensaba que ya la habrías escuchado! -le dijo Julia. 

- ¡¿Cómo la voy a escuchar si he salido del curro a las ocho y Marta no me ha dejado casi ni cambiarme?! 

- TE VA A PUTO ENCANTAR, YO LA TENGO EN BUCLE -efectivamente, África tenía, en ese momento, el teléfono en la oreja-. ESTÁ EN TODAS LAS STORIES DE LA GENTE A LA QUE SIGO. 

- ES QUE CÓMO RAPEA LA HIJA DE PUTA -asintió la Mari, dando una fuerte palmada en la mesa. 

- Vaya voz de cachonda que pone, ¿eh? -añadió Sabela, arrimando la oreja al teléfono de Afri-. Así, tan grave. 

- ¡Venga, coño, escúchala de una vez! -concluyó Marta. 


Alba sacó hasta los auriculares. Ella ya sabía que la canción le iba a megaflipar, ya no solo porque todo lo que Lacunza tocaba lo hacía oro para sus oídos, sino que encima iba a cantar con el rey. Estaba convencida de que la canción iba a reventar récords. 

Sacó el teléfono y vio que tenía bastantes notificaciones. Twitter, Instagram, Whatsapp... ¿Qué coño...? En todas hacían mención a la canción. No se le habría ocurrido a la cabrona de Lacunza liársela parda, ¿no? 

Decidió que lo mejor era escucharla de una maldita vez. Brutal. El bajo. El beat. Todo bien. Cuando llegó a la parte en la que Natalia cantaba a solas casi se atraganta con la cerveza. Pero, ¿esta persona? Se le quedó la sonrisa pintada con rotulador permanente. 


- Ya veo que no te has mosqueado -la Mari hizo como que se quitaba el sudor de la frente y lo tiraba al suelo. 

- Solo dice que necesita una fisio pa' su corazón. Tiene gracia -se encogió de hombros. 

- Menos mal que ha salido el tema cuando habéis hecho las paces, porque hace un mes poco menos y la denuncias. 

- Ninguna mentira -soltó una risotada-. Qué cabrona, qué bien se le da esto también, de verdad, qué hartura. 

- Deberíamos expulsarla del grupo, se ha llevado todos los talentos -asintió Afri, convencida. 

- ¿De verdad no te molesta? -insistió la representante. 

- Palabra -levantó el índice y el corazón-. Natalia es que si no es extra se muere, terminas por acostumbrarte. 

- Amén, hermana -levantó el botellín y todas brindaron por su amiga. 




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Marco


Cuando Alba se levantó a eso de las doce del mediodía con una resaca ligera y el pelo de punta jamás hubiera imaginado que encontraría de buena mañana ese tuit de la cantante. ¿Qué quería? Se lavó la cara y encendió la cafetera. En realidad le gustaba mucho que aún le pidiera permiso para escribirle. Al principio Natalia había difuminado mucho los límites entre la perseverancia y lo indecoroso, pero había encontrado, a base de ensayo-error, el punto medio óptimo. Ni sí, ni no. Estando sin imponerse. Eso, sumado a otro montón de cosas sin clasificar, había desembocado en una comodidad asentada que las llevaba, como si fuera un meandro perezoso, hasta la relación algo más que simplemente cordial que mantenían. 

Se sentía muy bien, puesto que a ella no le exigía más de lo que hacía. Solo tenía que dejarse llevar lo que su personalidad le permitiese y dejar que fuera la cantante la que moviera las fichas. Tenía que reconocer que era una auténtica estratega. Alba controlaba el juego, que transcurría ante sus ojos. Natalia movía apenas sus peones sin ningún peligro, y, ahora que echaba de nuevo un vistazo general al tablero, se daba cuenta de que estaba a punto de comerle la reina. ¿Cómo coño lo había hecho? No salía de su asombro. 

Se tomó el café, mirando ese Marco en la pantalla del móvil y preguntándose qué carajo querría de ella. Se puso nerviosa. Decidió darse una ducha antes de contestar. Porque iba a contestar, ¿no? 


Obviamente. 


Se secó con parsimonia, se vistió con un chándal, pidió comida y se tiró en el sofá. 


<Alba.Reche ha publicado un tuit>

Polo


El corazón de Natalia se disparó. Estaba más o menos convencida de que iba a contestarle. Las aguas habían dejado de estar revueltas entre ellas, pero eso no quitaba las dudas y el salto al vacío que había supuesto para su ritmo cardíaco ver su respuesta brillando en sus notificaciones. Entró en los mensajes directos. 


<Natalia.Lacunza> 

Marco


Alba dio un respingo con la vibración. Ahí venía. Se sentía como cuando estaba esperando una nota importante en la universidad. 


<Alba.Reche> 

Polo 


<Natalia.Lacunza> 

Buenos días, rubia 

Mucha resaca? 


<Alba.Reche> 

Ya sabes que no

Súperpoder antirresaca, nena 💅🏻


<Natalia.Lacunza> 

Mejor, porque resulta que necesito tu ayuda 


<Alba.Reche> 

Cuéntame


<Natalia.Lacunza> 

Te acuerdas de mi terraza triste? 

Ahora que voy a estar mucho tiempo en casa quiero darle vida

Y tu terraza es una fantasía


<Alba.Reche> 

Experta paisajista soy jajajajajaja

Quieres consejo? 


<Natalia.Lacunza> 

Bueno, en realidad había pensado que me acompañaras a un vivero

Si quieres y no tienes ningún otro plan, claro

Tú eres mi gurú de terrazas chachis


<Alba.Reche> 

Eres una copias 

Cuándo quieres ir? 


<Natalia.Lacunza> 

Haces algo esta tarde? 




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Unos vaqueros sueltos de talle alto y una sudadera blanca gigante con capucha. El pelo hacia un lado y una bola incandescente en la boca del estómago que nada tenía que ver con el alcohol de la noche anterior, que tampoco había sido mucho. Se había dejado secar el pelo a su aire, siendo como era una radical de los domingos, no permitiéndose arreglarse demasiado. Le había quedado ondulado y el maquillase ultraligero. 


<Natalia.Lacunza> 

Ya estoy


Bajó tranquilamente por el ascensor, dejando que el ritmo ragatanga de su pulso se acomodara a esa realidad de haber quedado con la cantante después de casi medio año. 


Mira, nene, esto es lo que hay, así que o te relajas o nos morimos de un infarto. Tú verás. 

Joder, es que hacía mucho que no quedábamos los tres a solas. 

Ha estado tres semanas viniendo a la clínica. 

No es lo mismo, y lo sabes. 

Bueno, vale, pero te calmas. 

¿Tú no estás nerviosa? 

Pues sí, pero ella no tiene por qué saberlo. Huele el miedo. 


Nada más abrir la puerta del portal vio su enorme camioneta de leñador. Por la cara de susto que puso la morena nada más verla supo que estaba, al menos, tan nerviosa como ella, sino más. Eso calmó su propia inquietud y hasta le sonrió. Natalia le devolvió el gesto, obnubilada con su belleza natural. No era el día que más guapa la había visto, pero, aún sin haberse acercado a ella, podía notar en sus fosas nasales su olor a recién duchada. 

Entró en el coche un poco ruborizada y le dio un beso en la mejilla. Ni siquiera lo pensó, simplemente lo hizo, dejando a cuadros a la navarra y a su atontado corazón. 

Natalia amplió la sonrisa hasta que los mofletes le achinaron los ojos y arrancó. Lo sabía: huele a a manzana ácida


- Así que quieres una selva en la terraza, ¿no? 

- Ya sabes que nunca he tenido plantas porque pasaba mucho tiempo fuera y tampoco era cuestión de que se me muriesen, pero ahora no pienso alejarme de Madrid en una larga temporada, así que... -dijo sin mirarla y se incorporó al tráfico. 

- Me parece bien, tu terraza está muy pobre -la miraba de perfil y no podía creerse que pudiera ser todavía más guapa mientras se concentraba para conducir. Esto no es justo

- Y para eso la he contratado, señorita Reche. Va a ser mi coordinadora de geranios y potos. 

- Qué poco glamour, sinceramente. 

- Pensaremos algo mejor -apartó un segundo los ojos de la carretera para sonreír a la rubia a su lado. Estaba en una nube. 


Guardaron silencio mientras se alejaban del centro. Natalia miraba de reojo de vez en cuando, y Alba dispersaba su mirada por el paisaje urbano que se vertía al otro lado de la ventana. Quiso cogerle la mano, hablarle de la inseguridad que le daba su nuevo proyecto, preguntarle qué quería desayunar al día siguiente. Tendría que esperar para eso, con la esperanza de que pudieran recuperar ese lugar seguro a base de charlas superfluas y confianza ganada piedra a piedra. 

Por primera vez desde que habían vuelto a verse, tuvo la epifanía sideral, como una verdad innegable que se le plantaba delante, de que ese escenario era más posible que nunca. Sonrió para sí, impaciente por llegar hasta ella al final del sendero, por mucho que la fisio se hubiera empeñado en correr en la otra dirección. Natalia caminaba lenta, asegurando bien sus pasos, consciente de que Alba nunca sería alcanzada de no ser porque se quedara a esperarla, con su sonrisa de postal, a un lado del camino. 

Se le vino a la mente la canción casi terminada que le escribió una vez, cuando fue feliz, y que, de repente, volvía a tener todo el sentido del mundo en su relación actual, como lo tuvo entonces. 


- Cantar la canción que más odias, enseñarte en mi coche Madrid... 


Tarareó e hizo un gesto que abarcaba todo lo que se veía por el parabrisas. 


- ¿Y eso? -preguntó la rubia, curiosa. No le sonaba la canción. 

- Mi clavo ardiendo -rió entre dientes. 

- A veces crees que te entiendo, pero no es así. 

- La canción que escribí cuando... ya sabes... -la miró de soslayo. 

- Puedes decirlo, que no pasa nada: cuando estábamos juntas. 

- En realidad la comencé cuando me empezaste a gustar, ni siquiera estábamos juntas aún -se sonrojó y Alba se mordió el labio por no morderle a ella un moflete. 

- Nunca me la enseñaste. He sido robada -se cruzó de brazos, algo nerviosa, fingiendo enfado. 

- Es tuya, ¿la quieres? -preguntó, agarrando fuerte el volante. Le sudaban las manos. 

- Pensaba que estaba inacabada -murmuró. 

- Lo estaba. Solo le falta producirla. 

- Con lo bien que te quedan los temas en los conciertos solo con la guitarra... 

- ¿Sí? 

- No hace falta que vistas siempre lo que ya es bonito. Tu voz desnuda en acústico no necesita nada más. 

- Vale -tragó saliva. No supo qué más decir, por lo que no dijo nada. 


Se asentaron en el silencio de nuevo, cada cual navegando en sus pensamientos. Una no estaba segura de querer escuchar esa canción que era suya, la otra no estaba segura de absolutamente nada. 

Salieron de Madrid. No hacía falta hablar para hacer cómodo el momento. Al menos eso no lo habían perdido. Alba quiso acariciar los rizos que se le hacían en la nuca a la cantante, pero se limitó a suspirar y a mirar por la ventanilla. Natalia hubiera conducido hasta Francia solo por el placer de alargar la compañía apacible que estaban compartiendo. Lo pensó seriamente, conducir hasta la playa, pero cuando se iba a hacer el ánimo ya habían llegado. 

Se bajaron del coche y se dirigieron a la entrada del vivero. 


- Esto es gigante -Alba estaba, ciertamente, impresionada. 

- Llevo una semana buscando -infló el pecho con orgullo-. Es el más grande de la comunidad. Venden al por mayor, pero como soy autónoma... -le guiñó un ojo y abrió la puerta para dejarla pasar. 

- Parece el laberinto del fauno. 


Alba miraba con la boca abierta aquel espacio colosal lleno de vegetación, de flores, de arreglos para jardines, de planchas de césped, de olor a naturaleza contenida. El lugar estaba dividido en enormes pasillos que llegaban hasta donde alcanzaba la vista, separados por plantas de todo tipo y tamaño. Era fácil perderse en un sitio así. 


- Mola un montón, ¿a que sí? -dijo Natalia emocionada, dando saltitos en el sitio, deseando empezar a explorar. 

- Es una pasada... -les sonrió al vivero y a la chica. 

- Pues vamos a investigar. 


Hablaron un par de minutos con la chica de la entrada, que reconoció a Natalia nada más verla pero se limitó a la cara emocionada, sin pedir autógrafos ni fotos. Lo agradeció, pues lo que menos quería era llamar la atención de la gente que estaba comprando por allí. Les explicó la dinámica: las plantas más grandes las pedían en la entrada y las pequeñas podían cargarlas en unos enormes carros que había en la entrada. 


- ¿Miramos primero, apuntamos lo que queremos y luego lo recogemos? -Natalia sacudió el papel que les había dado la recepcionista ante su cara. 

- Sí, vamos a empezar antes de que te dé algo de la emoción -soltó una risita nasal. 

- No seas aguafiestas, Albi -frunció el ceño y salió hacia el primer pasillo. 


Alba aún estaba intentando reposar su acelerado corazón tras el sobrenombre que le había puesto la morena muchos meses atrás. Esta vez no quiso corregirla y, cuando quiso preguntarse por qué, no supo qué responderse. 

Fue tras ella y tuvo que quitarle la libreta de la mano porque, si por ella fuera, compraría una planta de cada. 


- Pareces una niña en la cabalgata de los Reyes Magos. 

- Es que es todo taaaan bonito -levantó las manos hacia arriba, donde asomaban las copas de los árboles que hacían de separación de pasillos. 

- Pero tu terraza no es un campo de fútbol, nena. ¿Qué quieres? 

- Esa es una pregunta muy amplia, Alba Reche -no hizo falta que dijera más, su mirada intensa le dejó bastante claro en qué estaba pensando. 

- ¿Qué quieres en tu terraza, Natalia Lacunza? -se corrigió antes de entrar en terreno pantanoso. 

- Un jardín, un lugar acogedor y lleno de vida. 

- Muy intenso -chasqueó la lengua, ganándose un golpe de hombro de la morena. 

- A veces no sé cómo te aguanto -en esta ocasión fue Alba la que la dejó sin aliento, pues fueron sus ojos esta vez los que le dejaron claro a la cantante por qué la aguantaba-. Pues quiero arbolitos grandes en la pared de la derecha y algo más pequeños bajo la barandilla. Quiero que se vean desde la calle, que parezca que se sale un trozo de selva, como si no se pudiera contener dentro, ¿entiendes? 

- Entiendo -rió-. Un limonero te iría bien. 

- También quiero un almendro. 

- Están pelados la mayor parte del año -le advirtió. 

- Lo sé. Es un árbol triste todo el tiempo, pero cuando florece tiene las flores más bonitas -comentó con cierta nostalgia-. Cuando era pequeña e íbamos al pueblo de mis abuelos había muchos campos de almendros. Me gustaba asomarme por la ventanilla del coche. Son tétricos, pero en primavera... 

- Ya -la miró como si hiciera mucho tiempo que no la veía. Ladeó la cara, aceptando a la persona que tenía delante-. A mí me gustan los cerezos. 

- Pues apunta uno y los ponemos juntitos -levantó las cejas con sorna. 

- Vale -aceptó sin más. 


Un buen rato estuvieron apuntando los árboles y las plantas más grandes, pero cuando empezaron a elegir los más pequeños Natalia se desató. Recorría los pasillos como loca, llamando a Alba para que viera macetas con flores de colores, arbustos que olían a suavizante, o quizá eran los suavizantes los que tomaban de ellos su olor, y matorrales que parecían tan salvajes como su alma en ese momento. 


- ¡Alba, ven, corre, mira esto! 


La llamó, pero no contestó. ¿Dónde se había metido? O más bien, ¿dónde se había metido ella misma? Miró alrededor y no supo dónde se encontraba. Cruzó un par de pasillos y nada, la rubia no aparecía. 


- ¡¿Alba?! -dijo en voz más alta. 


Nada. Tanto hacer el cabra arriba y abajo y había terminado por perderse. 


- ¡Marco! -gritó esta vez. 


Una pareja, unos metros más allá, la miraron divertidos. Ella les sonrió. 


- ¡Marco! -repitió, pasando de un pasillo al siguiente. 


Se encontró con un chico que trabajaba en el vivero. Podría pedirle que la llamara por megafonía, pero esto le estaba resultando mucho más divertido. 


- ¡MARCO! -vociferó, poniéndose las manos alrededor de la boca. 

- ¡POLO! -escuchó a lo lejos, se quedó estática en el sitio y sonrió. Se dirigió hacia el lugar de donde parecía que provenía la voz. 

- ¡MARCO! 

- ¡POLO! -Alba la estaba observando, escondida en la cabecera de un pasillo. Le veía la sonrisa aunque estuviera de espaldas. Mi tonta de remate

- ¡MARCO! -y se perdió de vista. 

- ¡POLO! -le dio la risa, y no supo si fue eso o el grito en respuesta lo que hizo que la morena se aproximara definitivamente a ella. 

- ¡Marco! 

- ¡Polo! -estaba a punto de encontrarla. Decidió dejar de esconderse. 

- Marco -dijo a su espalda, y se giró. 

- Polo -contestó con una sonrisa bastante estúpida y el pecho hecho un nudo. Le temblaban un poco las manos cuando se le puso enfrente con esa mirada tan limpia y tan llena de amor. 

- Sería capaz de encontrarte en cualquier lugar -giró un poco la cabeza con una sonrisa sin dientes y tendió su mano. Alba la cogió-. Aunque te escondas. 


Tiró de ella y continuaron con la compra, ya con la emoción un poco más controlada pero los nervios a flor de piel. A la fisio le parecía una metáfora bastante buena de su manera de sentir y de ser últimamente con la morena: Natalia la buscaba con tenacidad y ella se escondía, pero terminaba dejándose encontrar. Le gustaba que la buscara. Le gustaba que hiciera esas tonterías tan suyas que conseguían hacerle sentir todo lo especial que no se había sentido en su ausencia. Le gustaba que la encontrara siempre. 

Sentía una herida escocer en su pecho. Si escocía era porque estaba sanando, y Natalia era la única responsable de esto. 

La cantante, por su parte, intentaba calmar su atropellado corazón. Si no fuera porque la cordura apareció de nuevo en el último momento, se hubiera lanzado a capturar sus labios con los suyos. Había sido tan sincera su mirada alegre, tan complacido su gesto al verla de nuevo, tan tangibles sus ganas de que la encontrara, no estaba segura de a qué niveles, que casi pierde la noción de la realidad. No se le apaciguó el bombeo desquiciado de su motor hasta que se separaron, y eso, aunque aún no fuera del todo satisfactorio, la llenaba de vida. 

Alba había terminado por comprar también un par de plantas, por lo que decidieron llevar las de Natalia primero. 


- Menos mal que el resto te lo traen la semana que viene -dijo Alba, sudando al recoger la planta que cargaba del ascensor. 

- Hazme hueco en tu agenda de fisio, rubia, porque me estoy dejando la espalda -tiró de su maceta y se encaminó hasta la puerta. Afortunadamente era la última. 

- Yo también me voy a apuntar -cerró un ojo al mover la espalda mientras la morena abría. 


Soltaron sus respectivas cargas en la terraza y respiraron entrecortadamente por el esfuerzo. Natalia entró en la casa y salió al minuto con dos cervezas. Le dieron un buen trago a cada una en silencio, admirando su obra. 


- Eso sí, de distribuirlas te encargas tú. 

- ¿Dónde colocarías cada una? -le preguntó, volviendo a beber. 

- Estas allí, al lado de la barbacoa -señaló unas cuantas-. Estas son las que van debajo de la barandilla, cuando crezcan se te van a salir por fuera, como quieres. Pero hasta que no te las traigan todas no hagas nada, porque es tontería. 

- ¿Si te invito a cenar me ayudarás? -le preguntó. 

- Claro -dijo con simpleza. Natalia la miró y bebió por no lanzarse a sus brazos-, pero eso es algo que tienes que decidir tú. Vas a cambiarlas de sitio mil veces. 

- Ya, pero tú tienes más imaginación para esas cosas. Me echas una mano con lo más tocho, y los detalles ya los elijo yo. 

- Perfecto. Cuando lo tengas a tu gusto quiero una foto. Es un poco mío también -le pidió con una sonrisa, una mirada de reojo y la lata en los labios. Natalia casi se cae al suelo. 

- Hecho. Pero no sé cómo voy a mandarte la foto... -empezó. Se calló. Suspiró y le echó valor-. Me... ¿me das tu teléfono? -se miró los pies y movió algo de tierra que había caído al suelo con la punta de la zapatilla. 

- ¿Lo borraste? -le preguntó con una nota sombría en la voz. Natalia levantó la mirada ante esto. 

- No, claro que no, pero... Ya sabes... Estamos empezando de cero, así que me lo tienes que dar otra vez. Si tú quieres. Si no, pues no pasa nada, lo subo a las historias y ya está -se encogió de hombros, intentando quitarle importancia con un gesto de la mano. 

- Apunta, anda -negó con la cabeza la rubia. Le picaron las manos de ganas de tocarle la cara cuando le sonrió de oreja a oreja, las puntas de sus dedos en su pelo... Ya basta


Natalia sacó su teléfono del bolsillo trasero y pulsó cada número que le dictaba la rubia. Allí apareció su nombre con su teléfono, ya grabado, y le dio a la tecla de llamada. 


- Ese es mi número, para que sepas quién soy -desde luego, como actriz, no tenía precio. 

- Vale -sacó su teléfono y apareció una llamada perdida de la cantante. Hacía tanto tiempo que no... 

- Bueno, ¿nos vamos? -removió su lata, ya vacía. Aún les quedaba llevar las dos plantas hasta la casa de la fisio. 

- Vamos. 


Bajaron al garaje, cogieron las macetas y salieron a la calle con ellas a cuestas. Menos mal que la casa de la rubia estaba bastante cerca, porque, aunque no pesaran mucho, el ejercicio de toda la tarde les estaba empezando a pasar factura. 


- Te iba a dar las gracias por ayudarme a llevarlas, pero después de descargar el Amazonas en tu piso creo que no merezco menos -dijo Alba trabajosamente mientras abría la puerta de su piso. 

- Las cosas se hacen sin esperar nada a cambio, Alba Reche -le reprocho Natalia mientras cerraba la puerta con un pie. 


Dejaron las plantas en la terraza y miraron el resultado. Ya estaba muy bien, pero esas dos, tan coloridas, mejoraban la vista. Se quedaron calladas unos largos minutos, sin saber muy bien qué hacer a continuación. Natalia saludó a Queen, que se restregaba en sus piernas buscando su atención. 

La cita parecía llegar a su fin, pero ninguna de las dos tenía ganas de que terminara. De la cantante se podría esperar, pero de la fisio fue casi sorprendente reconocérselo a sí misma. Casi. Tampoco era un secreto lo mucho que le gustaba pasar tiempo con ella desde que se conocieron, y, ya un poco vencida su reticencia a dejarse llevar más de la cuenta, era natural que quisiera alargar algo más el placer de su compañía. 


- Estoy muerta de hambre, ¿tú no? -se tocó la tripa para resaltar su hambre voraz y esconder sus nervios. Ya era tensar mucho la cuerda, pero Natalia Lacunza solo sabía jugar para ganar. 

- Mucho -reconoció Alba. 

- ¿Te invito a cenar para que no me eches en cara que te haya utilizado como mula con alforjas? -dijo con una mueca desinteresada de sus labios. 

- Me lo tengo que cobrar por alguna parte, así que vamos. 


Se metió en casa y Natalia dio un pequeño salto en el sitio para darse la vuelta, como si fuera una ninja puesta de anfetaminas, con la mala suerte de que Alba se había girado para esperarla. La miró con los ojos abiertos y el ceño fruncido. La cantante carraspeó y entró en la casa, muerta de vergüenza. 


- Vamos. 


Entraron al primer bar que vieron y pidieron unas cervezas y la carta. Una cena de tapeo era lo que ambas necesitaban, y la tranquilidad de que al día siguiente era domingo aún mejoraba el plan. Se quedaron en silencio, mirándose cuando la otra apartaba la vista. No sabían muy bien qué hacían allí con toda y tan pesada historia que cargaban a sus espaldas, pero lo cierto era que ninguna de las dos quería estar en otro lugar. 

Alba la observó, tan tímida de nuevo, tan insegura, tan la Natalia del principio, que le hubiera gustado que se dejase de dudas y fuera tal y como era antes de todo el desastre, abierta, extrovertida y tan divertida que le hacía morirse de la risa. 


- Oye, esta mañana me has dicho que la canción que es mía, pero que no conozco aún, es tu clavo ardiendo -dijo entrecerrando los ojos con rencor-. ¿Por qué? 

- Porque la empecé a escribir cuando no era capaz de escribir nada -contestó, algo incómoda, removiéndose en su silla-. Me costó meses terminarla, pero lo hice en el momento en el que más feliz estaba. Contigo. 


Ambas tragaron saliva y pensaron en una máquina del tiempo que las teletransportara a aquella época, tan buena sin saberlo. 


- Sigo sin entender lo del clavo ardiendo. 

- Esa canción demuestra que no necesito estar en la puta mierda emocional para escribir. Todo lo demás son zancadillas de mi mente. 

- ¿Es buena? 

- Pronto lo sabrás -sonrió, seductora. 

- ¿Cómo de pronto? 

- No te tenía yo por una mujer impaciente. 

- Pues eso es que no me conoces en absoluto. A lo mejor tardo en saber lo que quiero, pero cuando lo sé lo quiero ya. 


Natalia casi se cae de la silla, no por las palabras, que ya traían cola, sino por la manera que había tenido la rubia de decirlas, esa manera tan suya de estar diciendo una cosa y otra diferente, pero parecida, a la vez. Se le hizo la garganta pepsicola. 


- ¿Entonces has decidido que la quieres? 

- Sí. Era fan de la Lacunza que me removía el alma con sus canciones cortavenas. Quiero saber si también lo hará con sus canciones alegres. 

- Espero que sí, porque me gustaba mucho que fueras mi fan -su voz pequeña, su flequillo despeinado y su sonrisa intranquila. Demasiado para el pobre cuerpo de Alba Reche. Mucho había tenido que resistir ya. 

- ¿De qué va? No lo recuerdo... 

- De una chica que conoce a otra chica y siente que se va a volver loca por ella, pero aún no ha tenido tiempo de hacerlo porque se conocen desde hace muy poco tiempo -soltó una risita de rata e hizo un gesto obvio con las manos. Alba asintió con una sonrisa-. Le pide pasar un día como si estuvieran enamoradas, como si fueran una pareja, para quitarse todas las ganas que tiene de hacer cosas que aún no debería querer hacer. 

- ¿Como ir a comer a casa de sus padres? 

- Como cogerle la mano por la calle. Y al día siguiente seguir desde donde lo habían dejado. 


Alba rió y bebió de su tercio. A veces, sobre todo últimamente, se sentía como la chica de esa canción. Aceptarlo era el primer paso, aunque nunca hubiese esperado estar haciéndolo frente a la mujer que le provocaba esas sensaciones en un bar cualquiera de Malasaña frente a la carta cutre de un bar. Pero bueno, esas cosas no se eligen. 


- Tiene buena pinta. A cantarla en el Orgullo este año -levantó su botellín y Natalia brindó con ella. 

- Primero la tengo que sacar. 

- Pues -se miró el reloj, la muy payasa-, ya vas tarde. 

- Mañana mismo me pongo en contacto con Damion y en dos semanas la tienes en todas las plataformas. 

- Así me gusta, que seas bien mandada. 

- Casi siempre -bajó el tono de su voz y la nuca de Alba se erizó por completo. 

- Ya hemos tenido esta conversación antes. 

- Pero la obediente eras tú -a Natalia Lacunza no era fácil pillarla en una de esas. Recordaba todo y lo utilizaba de manera en la que sentías que estabas siendo hipnotizada por sus palabras y su significado. Jugando era la mejor. 

- Y lo sigo siendo -pero Alba Reche era la única rival a su nivel. En esta ocasión fue el vello de la cantante el que se puso de punta. 

- Touché. 


Echó un vistazo a su carta y cruzó las piernas, dando el primer round por concluido. Bien sabía Natalia lo obediente que podía ser la fisio, y no le estaba viniendo nada bien a su mente, ni a sus bragas, ir por ese camino. Pidieron unas tapas y una nueva ronda de cervezas. 


- ¿Qué haces mañana? -preguntó la cantante. 

- Huir de ti. 

- ¿Por? -se hizo la ofendida, poniendo una mano sobre su pecho y abriendo mucho los ojos. Con ese jersey negro estaba preciosa. 

- Porque hoy ya ha sido suficiente. Estás empezando a caerme realmente bien y yo eso no lo puedo consentir. 

- No tiene nada de malo que te caiga bien, Alba Reche. Tú y yo no tenemos elección en eso. Eres la horma de mi zapato. 

- Y eso es lo que más me jode. Yo quiero poder elegir -refunfuñó con voz de niña pequeña. 

- Si pudieras elegir, ¿te caería mal? 

- Si pidiiris iligir, mimimi. Cállate. 

- No, en serio. 

- Tú lo has dicho: no tengo elección. Parece que ha venido un puto ser celestial, ha leído mi personalidad y te ha creado exclusivamente para mí. Te odio. 


Natalia sonrió con todo su cuerpo. 


- Sé lo que se siente, Reche, no te preocupes, no estás sola en esto. 

- ¿Y cómo lo soportas? 

- Eres buena para mí, así que no tengo problema con que una fuerza superior te ponga en mi camino. 

- ¿Y tú, Natalia? ¿Eres buena para mí? -ladeó la cabeza y la miró a través de sus pestañas. 

- Sí que lo soy, lo que pasa es que he tenido una racha en la que lo he disimulado de puta madre -negó con la cabeza y miró sus manos. 

- Y que lo digas -aceptó la rubia. 

- Entonces... ¿Mañana vas a huir de mí? 

- Y pasado. Como alma que lleva el diablo. 

- Albi, no me rehuyas, solo soy yo. 

- Precisamente, por eso lo hago. 


Natalia la traspasó con su mirada de lado a lado. Aquellas palabras estaban a punto de hacerle volar. La esperanza se removió en sus tripas y la sintió silbar con un trino de pájaros. 


- En este tiempo, desde que he vuelto y me has dado tu punto de vista, no he dejado de intentar ponerme en tu lugar para entenderte mejor -explicó Natalia, girando su botellín entre los dedos-. Y tengo una pregunta. 

- Dime. 

- ¿Tú me hubieras llamado? 

- En realidad creo que no. Fue una ruptura, no un tiempo. Entiendo que no llamaras. 

- ¿Entonces? 

- Creí que serías incapaz de estar lejos de mí. Que en seguida volverías a mis brazos porque nuestro amor era una cosa de locos. Me enfadé porque me equivoqué. 

- No te equivocaste, Albi. Nuestro amor es tan de locos que fue lo que me dio fuerza para ser buena para ti, aunque eso significara irme. Si no te hubiera querido tanto no habría tenido coraje ni generosidad para alejarme de ti. 

- Es fascinante cómo le das la vuelta a las cosas. De verdad, es un don -dijo con sorna. 

- Es solo la verdad. Puedes acusarme de lo que tú quieras, pero no de mentir. 

- Eso es cierto. 


El camarero llegó con la cena para compartir y se miraron sonrientes antes de atacar sus platos. Estaban verdaderamente famélicas. Se espiaban a escondidas, reencontrándose, volviendo a conocer a la persona de enfrente. Sonreían sin venir a cuento, como cuando estás con alguien a quien llevabas mucho tiempo sin ver y solo su presencia cerca ya te hace feliz. Se sentía parecido. 

De nuevo sus almas amigas, tocándose las pieles en otro estrato de la realidad, recordando las viejas cicatrices con el tacto de sus dedos y descubriendo algunas nuevas, acariciándose los rostros y reconociendo sus facciones, desenterrándolas de la memoria. Allí estaban, de nuevo, como si el tiempo no hubiera pasado, como si hubieran caído en un agujero de gusano que había dado un salto de seis meses, quizá más. 


- Parecía que nos lo iban a quitar -comentó Natalia, señalando los platos, ya vacíos. 

- Ni hemos hablado. Somos unas obesas mentales. 

- ¿Pedimos la última? 

- La penúltima. 

- Vaya, vaya, parece que alguien quiere huir de esto -la morena se señaló el cuerpo-, pero ya mañana, si eso. 

- Yo no lo hubiera dicho mejor -ronroneó Alba. 

- ¿Tanto te cuesta reconocer que te caigo estupendamente? 

- Nah -se hizo la sueca. 

- Va, Albi, dilo -le clavó un dedo en las costillas, haciendo que se retorciera de cosquillas. 

- Vale, vale -levantó las manos en son de paz. La miró a los ojos, que chisporroteaban de diversión-. Venga, va, igual un poco sí. 

- Y te gusta como soy... 

- Sí, claro, si no, no me caerías bien. Espabila, Lacunza -chasqueó los dedos delante de su cara. La Alba peleona, su Alba favorita. 

- En realidad iba a decir que te gusto, pero he pensado que igual entrabas en parada. 

- A lo mejor la que entra en parada con la respuesta eres tú -le guiñó el ojo. 

- Nací preparada, Reche -la animó, echándose hacia delante en la mesa. La rubia hizo aquello que tan bien se le daba: la pausa dramática. 

- Pero yo no -le dio un golpecito en la nariz y se echó para atrás. 


Natalia cerró los ojos y supo que había perdido. 

Una hora después, y a través de temas mucho más relajados, salieron del bar. Hacía una noche templada y disfrutaron del paseo una junto a la otra, caminando con un pie detrás del otro, sin prisa, con mucha, mucha pausa, deseando ambas alargar ese día tan agradable que habían compartido. 


- No me has dicho nada de abrazarme por los hombros -comentó Alba cuando llegaron a la separación de sus caminos. 

- Estaba esperando que me lo pidieras tú. 

- Sabes que no voy a hacerlo. 

- Lo estás haciendo -se aproximó a ella, le pasó el brazo por los hombros y la giró en dirección opuesta-. Así que vamos a darle una vuelta a la manzana para disfrutar del paseo que las dos nos merecemos y deseamos. 

- ¿En serio? -soltó una risotada. 

- Pues claro. 

- Y no te lo he pedido -le recordó levantando un dedo en dirección a su cara y rodeando su cintura con el otro brazo. 

- Sí que lo has hecho, de una manera un poco enrevesada, por cierto. Pero mira, si quieres, podemos hacer como que no nos hemos dado cuenta y me echas toda la culpa a mí y a mis tonterías, ¿vale? 

- Vale -susurró con su voz de nada. 


Natalia la miró de lado. Tan fuerte, tan independiente, tan libre, y de repente tan asustada por sus propios sentimientos, tan pequeña. Quiso, de verdad que sí, poder jurarle que jamás volvería a lastimarla, pero eso era imposible. Tendría que jugar a tientas, si quería hacerlo, y confiar en sus instintos, en sus sentidos. Ella estaría allí para darle la mano y ayudarla a no tropezar. 

Deambularon en silencio. No era necesario hablar para disfrutar de sus calores mutuos. Era reconfortante, como una ducha al llegar a casa en un día de lluvia. El silencio, su cercanía y nada más. 

Alba se sentía protegida, segura en su abrazo, y Natalia se sintió completa por primera vez en mucho tiempo. 


- La verdad es que sí que se está a gustito así -reconoció Alba, dejando caer la cabeza en su cuerpo. Sonó a rendición. 

- Es que doy unos abrazos geniales -quiso quitarle hierro. 


Alba suspiró, y Natalia sintió en la tensión de su cuerpo que estaba librando una batalla interior a muerte. Quiso decirle que estuviera tranquila, que no había prisa, que no se iba a ir, esta vez no, que las heridas inevitables que pudiera provocarle las lamería ella misma hasta que sanaran, porque en sus manos y en su pecho solo residía el deseo de hacerla feliz. Pero no dijo nada. Supo que Alba estaba sintiéndose minúscula en su tormenta personal, por lo que se limitó a hacerse gigante para ella, como la rubia había hecho tantas y tantas veces. Apretó el abrazo y casi notó el ronroneo de la fisio en su hombro. 


- Pues hemos llegado a nuestro destino, Alba Reche. 

- Ha sido un día chachi. 

- ¡Eso mismo pienso yo! -dijo con teatralidad. Alba sonrió a medias, a caballo entre las ganas de alargar la velada y el deseo de salir corriendo de su talón de Aquiles. 

- Me caes bien -le revolvió el pelo. 

- No me canso de ganar -apretó los puños y los levantó hasta media altura-. Descansa, anda. Ya te escribiré un día de estos para darte las galletas de mantequilla. Porque, ¿sabes qué? Tengo tu número. 

- Siempre lo has tenido -suspiró, agotada de su mente-. Buenas noches, Natalia -le dio un besito en la mejilla y se bajó de sus puntillas. 

- Buenas noches, Albi -se lo devolvió. 


Se alejaron, cada una en una dirección. Justo antes de girar la esquina que terminaría por separarlas, la fisio se dio la vuelta, se apoyó en la pared y la vio caminar. La verdad era, y ya era hora de reconocerlo, que la había echado terriblemente de menos.

Resopló y se perdió de vista. 

Lejos del cuerpo de la morena el frío calaba hasta los huesos. No quiso darle vueltas a lo que eso significaba. 

Natalia, cuando supo que no era observada, salió corriendo hasta su casa. Necesitaba soltar la adrenalina que se le había acumulado en la sangre en las últimas horas. 


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