Capítulo 31. Gilipollas.

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Natalia estaba intentando taladrar el techo con su mirada. Había dormido poco y mal, y todavía le ardían los labios. Se los acarició, cerró los ojos, y pensó en la boca de Alba Reche recorriéndolos con sinuosa lentitud. Se le agitó la respiración solo de recordarlo. 

Andaba su atribulada mente a la deriva, oscilando entre el pánico puro a haberla cagado y el consecuente arrepentimiento, y un deseo implacable de vivir en una época futura en la que se pudieran revivir los recuerdos en bucle con un gesto de la mano. 

Joder

Ese beso le había nacido de las entrañas, había sido un impulso que, ahora se daba cuenta, tenía contenido desde hacía días. En lo más profundo de su corazón no se arrepentía, una Natalia diminuta llevaba dando saltitos allí desde hacía horas haciéndole cosquillas en el pecho. Pero no podía ignorar que, quizá, se lo había cargado todo. 

Era la primera vez en su vida que se lanzaba y había tenido que ser con Alba Reche. Solo el pensar que podía perder la relación tan genuina que tenía con ella le revolvía el estómago. Una vocecilla en su cabeza le decía constantemente que Alba no era así, que un beso no lanzaría todo lo que habían construido al contenedor de la basura, que sería capaz de relativizar aquello y darle la importancia que tenía, que en aquel momento no tenía muy claro cuánta podía ser. Era cierto que no la había visto incómoda ni asqueada con su arrebato, más bien al contrario, pero la inseguridad llevaba llamando a la puerta de su conciencia toda la maldita noche. 

La rubia le había escrito al llegar, un mensaje escueto que no se había prolongado tras su respuesta como de costumbre. Eso le hacía temblar. Quizá simplemente se había dejado llevar por el momento y le había pesado luego, o peor, le había seguido el rollo para no lastimar su maltrecho corazón. Sabía la fisio que no andaba muy sobrada de autoestima y quizá eso había hecho seguirle la corriente para no lastimarle. Estaba a punto de vomitar. 

Una lucha a muerte convulsionaba en su cabeza: de un lado Alba devolviéndole el beso con el mismo temblor en sus manos y la misma entrega en su boca; del otro, la misma rubia con un gesto de compasión en la cara que le partía el pecho en pedazos. 

Para animar todavía más la fiesta de su cerebro recordó su confesión y retumbaron en su mente las palabras Mi alma mía. Se tapó la cara de puro bochorno. Va a pensar que estoy mal de la puta cabeza. 

Estaba entrando en bucle. Su parte racional le decía que en ninguno de los dos casos había sentido incómoda a la fisio, pero su larga lista de miedos empujaban esa parte hacia lo más recóndito de su mente. 




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No muy lejos de allí Alba Reche pintaba para no pensar. Había cancelado la comida con su madre nada más despertarse. Necesitaba estar sola. Si había dormido tres horas había sido de milagro, y al final, harta de dar vueltas en la cama, había decidido bloquear su mente con otra cosa. 

Y no estaba funcionando. 

Si le preguntaran qué carajos había pasado la noche anterior habría dicho que fue un sueño, pues no había tenido en su vida tantísima perfección. Le daba a la noche un 5/5 en tripadvisor, un cum laude, una matrícula de honor con méritos y cinturón negro. Desde que pisó aquella casa hasta que escuchó la puerta cerrarse tras ella todo había salido tan jodidamente bien que no terminaba de creérselo. No es que fuera buscando aquello, ni por asomo le había pasado por la cabeza ni como posibilidad, pero los acontecimientos habían superado sus ensoñaciones más optimistas. Estaba en una nube. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now