Capítulo 40. Put a ring on it.

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Se despertó antes de que amaneciera, como siempre. Con una rubia rodeándole la cintura con un brazo y su cabeza sobre el hombro, como nunca. Le vino un recuerdo, como un fogonazo, de la mañana siguiente a su primera cita no oficial, cuando fue con Alba a la Oveja Negra y vio el sol caer por detrás de Madrid. En el fondo todo lo que quiero es verte amanecer. Aquella mañana no se le ocurrió un motivo para poder ver amanecer a la fisio, pero allí estaba, esperando agazapado el momento de saltar. 

Giró la cara y la observó dormir, apenas clareando el cielo al otro lado de la ventana. Tenía el pelo alborotado y los labios entreabiertos. Juraría que le había babeado un poco el hombro y, lejos de darle asco, le pareció jodidamente tierno. Sus dos Albas apenas separadas por un puñado de horas: la que parecía una niña adorable, inocente e indefensa y la que le decía con su voz ronca, como un gruñido, que se iba a correr. Se le cogió un nudo en el estómago y en el bajo vientre con el recuerdo, como si a cada imagen de la noche anterior le acompañara un vuelco en el corazón. 

Le apartó el pelo de la cara, quería ver cómo el sol, ya desperezándose, le bañaba el rostro minuto a minuto. No quería perderse nada pues, al fin, la estaba viendo amanecer. 

Pasó distraídamente los dedos por su espalda desnuda y la chica, tras el primer contacto, ronroneó y restregó su moflete contra el hombro. La sonrisa le saltó sin querer. 

Se había acostado con Alba Reche. Se había acostado con alguien y no se sentía sucia, ni incómoda, ni estaba deseando salir de allí como alma que lleva el diablo. Alguien la había tocado con deseo, pero también con ternura, con cariño, con adoración. Y hacía tanto que no... Se había dejado penetrar no solo en lo físico, sino también en lo emocional, pues, si ya se habían visto las almas, aquel encuentro había hecho que estas se tocaran, pausadas, y formaran toda una constelación de colores a su alrededor. 

La miraba allí, amarrada a su cuerpo, y se sintió más conectada a ella de lo que lo había estado nunca. Era cierto: acostarse con Alba Reche había abierto de par en par todo lo que albergaba en su interior. Y era hermoso, aunque diera miedo. 

Quiso que fuera domingo y pasarse todo el día en la cama con ella, pero como leyó una vez, en Orgullo y prejuicio si no recordaba mal, a veces es una suerte tener algo que desear pues, si todo fuese completo, algo haría, sin duda, que la decepción fuera segura. O algo así. Si ya tienes un contratiempo por delante, como lo era no poder encerrarse con ella todo el día, es más fácil que todo lo demás salga bien. 

Seguía el sol escalando a duras penas. Miró su móvil y eran casi las siete de la mañana, aún le quedaba a su rubia una hora más de descanso y a ella una hora de contemplación absorta. No se cansaba una de mirarla. 

La vio inerme, frágil, muy lejos de la imagen que proyectaba la mayor parte del tiempo. Y quiso protegerla de cualquier mal, hasta de sí misma, ser su escondite si había tormenta, hacerse gigante, aunque no lo fuera, para ella. Quiso ser más valiente y más fuerte, más sabia y más poderosa, como lo era esa pequeña rubia cuando a ella le hacía falta. Deseó ser suficiente para ella y, aunque le costó reconocérselo, le dio miedo no llegar a alcanzarla con sus largos dedos. 

Le dio un largo beso en la frente y le prometió en silencio que se libraría de toda su oscuridad, que repararía aquella casa infame y abriría puertas y ventanas para deshacerse del humo corrompido y asfixiante que aún lo inundaba todo, rasparía la tristeza que se había quedado anidada en la madera, vaciaría los armarios de penas inservibles, pondría ambientadores que olieran cada día de una forma diferente, como ella, y volvería a pintar las paredes con colores muy claros para que no tuviera miedo de entrar y, quién sabe, quizá, quedarse a vivir allí. 

No quiso pensar en lo que alimentaba todo ese desastre interior. Ya le encontraría solución a eso: la inspiración tendría que encontrar otro camino de vuelta porque, si no lo hacía, no sabía cómo iba a ser capaz de vivir sin ella. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now