Capítulo 9. El juego.

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Cuando el lunes Alba llegó al trabajo tenía la cabeza en otra parte. Virginia se había puesto un poco pesada con verse el domingo, pero ella tenía claro que prefería pasar el día con su madre y su hermana. No le estaba gustando el cariz que estaba tomando su idilio con la chica, y vio que aquella aventura ligera se acercaba a su fin. Había dejado una relación larga, entre otras muchas cosas, para tener tiempo para sí misma, y en sus planes no estaba embarcarse en otra con menos futuro que la anterior y que, ademas, le quitara aquello que tanto había extrañado.

Las dos horas hasta que llegó Lacunza se le hicieron eternas, pues se encontraba algo inquieta por la actitud de la cantante con respecto a los mensajes del viernes. Su fuero interno le decía que la morena no le habría dado importancia, pero su cabeza no hacía más que mandarle descargas de incertidumbre.

Natalia llegó un poco nerviosa sin el apoyo moral de María. Ni siquiera había intentado convencerla, ya que sabía que tarde o temprano tendría que afrontar aquello sola. No pasaba nada, Marta le caía bien y Alba era un sol. No había peligro.

Se hizo el ánimo y se acercó a la recepción con una media sonrisa. No las tenía todas consigo. 


- Buenos días, Marta. 

- Buenos días, Natalia. ¿Cómo vas con la escayola? -a la recepcionista se le iluminaba la cara cuando la cantante le llamaba por su nombre. 

- Pues muy bien -comentó alzando el yeso lleno de dibujos-. Tiene una pinta espantosa, pero la belleza está en el interior. 

- Espero que no se te haya quedado dentro la capucha de un boli por rascarte -rió Marta-. No serías la primera. 

- Con la decoración ya tengo bastante bochorno -Natalia no supo qué más decir y sonrió. 

- Cuando salga Alba te aviso -Marta las cazaba al vuelo. 

- Muchas gracias. 


Natalia se dio la vuelta y pasó los ojos por la recepción buscando algo de entretenimiento que no supusiera un colapso mental. Suficiente interacción social por el momento. Volvió a llamarle la atención el cuadro del atardecer y se aproximó a él. Se quedó ensimismada un rato observando las líneas de colores, los pespuntes brillantes del sol sobre el agua. Aunque no tuviera ni la más remota idea sobre pintura ese cuadro le gustaba, no parecía sacado del Ikea. 

Un carraspeo la devolvió de nuevo a la tierra. No sabía cuánto tiempo se había quedado allí embobada. Se giró hacia el ruido y vio a la Reche. Sonreía su boca y sonreían sus ojos. Era fascinante sumergirse en el color de esa mirada que hablaba por los codos. Le decía que se alegraba de verla. Ella también lo hacía, por lo que le devolvió la sonrisa y se aclaró la garganta para liberarla del silencio. 


- Buenos días, Reche -asintió con la cabeza en señal de saludo. 

- Buenos días, Lacunza -Alba imitó su gesto-. ¿Vamos? 


Natalia no dijo nada y la siguió. De nuevo tras ella por ese pasillo eterno y de nuevo el rapado a la vista. Antes de que deje de terminar la rehabilitación tengo que ser capaz de tocarlo, pensó. Demasiado ambicioso para alguien como tú, se contestó. 

Llegaron en silencio a 'la sala' de Alba Reche y ya había música puesta. Algo de soul de los 70. 


- ¿Cómo va ese brazo? -preguntó la rubia mientras cerraba la puerta. 

- Bien, muy bien. Me molesta cada vez menos. El reposo, supongo -encogió los hombros mirando al suelo y rascándose la parte de atrás de la cabeza. 

La sala de los menesteresTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon