La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 91. Bombillas.

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By TomorrowJuana

Natalia llegó a la obra sin recordar cómo había sido el trayecto hasta allí. Llevaba el casco de la moto en la mano, por lo que imaginó que se había desplazado sobre ella. Saludó torpemente al jefe de obra y oyó, que no escuchó, lo bien que estaba marchando todo. Asintió cuando el tipo se quedaba en silencio y sonrió cuando le pareció que lo requería la ocasión. 

Cuando sintió hambre se fue a casa a comer y, del mismo modo, cuando quiso darse cuenta, ya estaba calentando aceite en una sartén y cortando verduras. Algo la sacó del silencio ensordecedor de su mente: sangre. Mierda, se había pegado tremendo tajo en el dedo. 

Se curó como pudo, intentando prestar atención a lo que hacía. Su mente era un hervidero de pensamientos, de emociones. Se había besado con Alba Reche, un roce de labios de nada, y eso había sido lo menos relevante de toda la sesión. Si se lo cuentan esa mañana no se lo cree. 

No era capaz de asumir todo lo que se habían dicho, todo el dolor, de ambas, puesto a la luz del sol por primera vez. Había sido devastador para su espíritu, pero se sentía tan bien saber, al fin... Conocer cómo se había sentido Alba tras su marcha, cómo le había afectado su ausencia, los motivos a los que lo había achacado que, aunque erróneos, eran lógicos. Dolía, no iba a mentir, dolía que su alma suya hubiera pensado así de ella, que hubiera tenido los pensamientos tan alejados de lo que ella era en esencia. Le producía una pena seca en la garganta que le impedía tragar, pero lo entendía, de verdad que sí. 

Llevaba un rato intentando empatizar. Ella en Madrid, Alba se marcha y no vuelve a tener noticias de ella, sin contar algunas stories dedicadas y un puñado de canciones que, aunque en su momento puso en valor, ahora, sabiendo cómo Alba se había sentido durante ese tiempo, le sabían a poco. ¿Qué hubiera pensado ella de estar en su lugar? Que no podía ser tan grande un amor que se olvidaba tan pronto. Y, lo sabía, eso le hubiera hecho pedacitos diminutos el corazón. Pero, y también de esto estaba segura, nunca hubiera dudado de la verdad que Alba le había mostrado mientras estuvieron juntas. A su vuelta, Natalia pensaba que la hubiera recibido con menos rencor y con más predisposición. Pero claro, desde su posición y con todo lo que sabía, se veía muy fácil. 

A pesar de que hubieran reaccionado de manera parecida, pero claramente diferente, aceptó que cada una lleva las cosas como puede, que no eran la misma persona ni falta que hacía, y que el pasado de cada una afectaba en la manera presente de asumir ciertas situaciones, por muy similares que fueran sus caracteres, sus almas. 

Ella le había dado la explicación que necesitaba hacerle llegar, con el corazón en la mano y todo su amor puesto para llevar. Esperaba, de verdad, que aquello fuera suficiente para que la rubia comprendiera de manera profunda su forma de actuar. Por el modo en el que la había abrazado, y después besado, hubiera dicho que sí, pero todo podía deberse a la intensidad del momento, al fragor de la batalla en su punto álgido, a la llamada a casa que resultaban sus labios para la otra justo antes de marcharse. 

Estaba deseando verla, comprobar si sus palabras habían taladrado su cráneo y se habían incrustado en su cerebro, derramando por todo su sistema, a través de su flujo sanguíneo, el antídoto que era la verdad. Con solo mirarla sabría si todo seguía igual o si había dado un paso definitivo en su dirección. 


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Amarró el hilo con toda su fuerza, soportando la tensión terrible sin aflojar ni un segundo. 

Quiso aprovechar la subida de la marea y se arriesgó a tirar con un poco más de fuerza de la habitual. El agua le llegaba por las rodillas, pero no podía flaquear: si cedía, la fuerza del continente Reche la empujaría de boca hacia el mar, dejándola, definitivamente, náufraga. 

Aguantó el tirón con los dientes apretados, el corazón latiendo desesperado en sus oídos y la esperanza de ver a la rubia en la orilla opuesta. 

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Abrió con desgana el tupper que había encargado en el bar de abajo y se dispuso a comer en la recepción para suplir a Marta. Se acarició los labios, embelesada. Incrédula. Al igual que la morena, pero sin saberlo, Alba no puso el beso en el escalón más alto en importancia. Habían pasado cosas todavía más fuertes, más impactantes. 

Natalia le había dicho que dudaba que fuera a superar su trauma y que, por su bienestar, había preferido borrarse del mapa para no ser un impedimento en su felicidad, esperando que encontrara alguien con la cabeza más ligera y el corazón más reposado mientras ella se afanaba en dejar su interior limpio de miseria para sí misma y, si no era demasiado tarde, también para la rubia. Quizá el olvido fuera suficiente, y esa había sido su razón para no volver a interponerse en su camino. 

Entonces, ¿por qué esas indirectas por redes, esos retazos de canciones que le alteraban el espíritu? 


Bueno, ella también te echaba de menos. 

Pero se alejó para dejarme en paz. No tiene sentido que luego, de cierta forma, me buscara.

Es humana, y te quería. Te quiere. Es normal que la tentación fuera irresistible a veces. 

Entiendo. 

Tú estabas furiosa con ella y contestabas. 

HE DICHO QUE LO ENTIENDO. 


Natalia se mantuvo firme en su decisión hasta que empezó su terapia con Noemí y vio que había luz en lo alto del pozo. Nunca antes intentó ponerse en contacto con ella. Luego llegaron los Marco, que ella tardó una eternidad en comprender. 

Sonrió. Natalia siempre haciendo las cosas a su manera complicada pero hermosa. 

Recordaba sus palabras de hacía un rato y estas empujaban para hacerse ver. ¿Cómo podía dudar de una chica como ella? No mentía su mirada, ni su barbilla temblorosa, ni la rabia hacia sí misma por haberla perdido. Eso no se puede fingir. La cantante se había empeñado, durante esas dos o tres semanas que llevaban en sus sesiones, en que Alba la viera, en recordarle su esencia misma, y la maldita lo había conseguido. Ahora no podía hacer como que no se la creía, porque la verdad que había en el fondo de sus ojos era incuestionable. 

¿Y ahora qué? No dejaba de hacerse esa pregunta mientras continuaba con su trabajo. Vale, creía en sus palabras, veía que no había maldad ni segundas intenciones en su ausencia. ¿Qué pasaría a partir de ese momento? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Qué esperaba Natalia de ella? 


Que la perdones. 


Eso era lo que le había dicho. Ni recuperar su amor, ni nada, solo su perdón. ¿Podría perdonarla? 


Ya lo estás haciendo, pava. 

Y QUE NO SE CALLA ESTA PERSONA.


Bufó y reconoció a regañadientes lo que la voz de su cabeza le decía: de no ser así, no le hubiera dado la oportunidad de estar cerca de ella. 




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Dos días después de LA CONVERSACIÓN Natalia estaba mucho más tranquila. El ajetreo de la obra la mantenía en un estado comatoso de estrés y calma a partes iguales: aunque todo a su alrededor daba vueltas, su mente estaba tranquila, sin pensar de más, solo existiendo, respirando y solucionando problemas. 


- Madre mía, parece esto la puta guerra -silbó la Mari viendo el trasiego en la fábrica. 

- Me va a dar el tic del ojo, Mari. Tengo que elegir bombillas, enchufes, puertas, ventanas... -se puso a enumerar y se calló de golpe. Se le había apagado el cerebro. 

- Anda, tonta, que si las bombillas luego no te gustan, las cambias. 

- ¿Las quieres de bajo consumo? ¿Halógenas? ¿Fluorescentes? ¿Con sensor de movimiento? -imitó al jefe de obra-. QUE DEN LUZ, LAS QUIERO QUE DEN LUZ. 

- Nos tenemos que calmar, ¿eh, amiga? -la cogió de los hombros y la miró a los ojos-. Menos mal que esta noche tenemos unas cañitas con las chicas. 

- No creo que me de tiempo a ir... -se mordió el labio por dentro, insegura. Quería llevar ese tema con discreción, era un asunto de ellas dos, pero necesitaba soltar un poquito de lastre-. El lunes tuve una conversación con Alba... 

- ¿Y? -la apremió. 

- Se lo expliqué todo -se encogió de hombros-. Por qué nunca le escribí, ni la llamé, por qué desaparecí... Estaba muy enfadada, no, peor, estaba decepcionada. 

- Es normal, si no sabía los motivos es normal, pero seguro que ahora está más tranquila. 

- ¿Tú crees? -la miró con los ojos muy abiertos. 

- Nena, con la relación que habéis tenido te va a entender. Es la única que lo ha conseguido en todos los años que te conozco -se burló. 

- Eso es verdad -sonrió a medias. 

- Ni te rayes. Pero ya era hora de que te escuchara, la muy cabezota. 

- Aún no me creo que el tema lo sacara ella -asintió. 

- Necesita respuestas. Blanco, en botella y pone Pascual... 

- Eso me pareció. 

- Si ya te toleraba antes de que te explicaras, ahora más -intentó animarla. 

- Me da miedo verla, reaccionó bien, pero no sé, después de darle vueltas no tengo ni idea de qué puede estar pensando ni qué actitud va a tener conmigo... 

- Tanto que te molesta que ella parezca que no te conoce, y tú estás haciendo lo mismo -la regañó. Tenía razón-. ¿Cómo reaccionaría la Alba que tú conociste? 


Como reaccionó en la sala: besándome y abrazándome. Alba siempre me cuida

Pero claro, de eso a la Mari ni mu. 


- Pues comprensiva. 

- Ahí lo tienes, así que de miedo nada, coño, que es la Reche, que es una tía de puta madre, más terca que una mula, pero buena niña. Esta noche te quitas las dudas cuando la veas. 

- No creo que vaya a poder ir, en serio, no por Alba -se apresuró a decir antes de que su amiga se quejara-, es que no sé a qué hora terminaré aquí, y mañana madrugo -María la miró con los ojos entrecerrados de sospecha, pero Natalia decía la verdad. 

- Vale, esa excusa te la compro porque mañana la ves en la sesión. 

- ¡Hostia, menos mal que lo has dicho! 


Pasó corriendo a la obra a coger algo, dejando a la Mari con cara de no estar entendiendo nada. 




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- Ya veo que te has recuperado, Martita -saludó Julia cuando entró junto a Alba. 

- Qué dos días más malos he pasao -cabeceó, aún con mocos, y se tiró en plancha sobre su silla. 

- Pero las cañas no las perdonas, ¿eh? -la picó Afri. 

- Hay que morir matando. 

- ¿Neuronas? 


Todas soltaron una risotada y pidieron una ronda nueva. Qué gusto estar de nuevo todas allí. El año sabático, aunque nadie lo dijera, había refrescado y renovado los ánimos del grupo, demasiado mermado cuando las cantantas estaban de gira. 


- ¿Y Natalia? -preguntó Alba al notar su ausencia. Todas se pusieron tiesas en sus sillas, pero ninguna dijo nada. 

- No sabe si va a poder, tiene un lío en la fábrica que flipas -comentó la Mari. 

- Me imagino. 

- Está de los nervios por las bombillas -se mofó- y mañana madruga. No creo que se pase. Deberían recetarle unas pastillas para debajo de la lengua. 

- Esta chica -negó Sabela con la cabeza-... Se toma un año de descanso para estar más estresada que antes. No tiene remedio. 

- También es que esta se ahoga en un vaso de agua -aportó Afri. 

- Ninguna mentira. 


Alba quiso protestar, pero se mordió la lengua a tiempo. Solo le faltaba salir en defensa de la cantante después de todo. No estaba segura de si sus amigas se alegrarían por sus avances o si querrían pegarle una paliza después de soportar sus monsergas en su contra para que ahora viniera con esas. 


- ¿Cómo van las cosas con Damion? 

- Se está quedando en mi casa mientras busca piso -suspiró Afri. 

- ¿Estás agobiada? -Sabela la pilló al vuelo. 

- Sí, o sea, no... No es porque esté prácticamente viviendo conmigo, es que no quiero que se vaya... -dijo entre triste y avergonzada. 


Afri había sido, hasta la fecha, la chica más independiente del grupo, siempre chuleando de libertad y mofándose de sus amigas cuando estas daban muestras de algún tipo de dependencia hacia sus parejas, vanagloriándose de no necesitar a nadie más que a sí misma para su propia felicidad. Reconocer ahora que se le hacía bola la vida sin despertarse todas las mañanas con su chico babeando al otro lado de la cama iba contra todo lo que había creído alguna vez. 


- ¿Y qué pasa? -preguntó la Mari-. Le dices que se quede y punto. 

- ¿¡Cómo le voy a decir eso!? Solo llevamos unos meses viéndonos, y a distancia. 

- Lleva dos semanas en tu piso y estás encantada, no sé dónde está el problema. 

- No hay un tiempo mínimo para irte a vivir con alguien -añadió Alba-. Las fechas las ponéis vosotros y las ganas que tengáis de dar pasos adelante. 

- Pareces Mr. Wonderful -masculló Afri. 

- Y tú pareces una cría -devolvió la rubia-. Habla con él, coño. A lo mejor tampoco se quiere ir y estás haciendo el gilipollas agobiándote por nada. 

- La Reche peleona, mi Reche favorita -Julia se recostó en su silla con cara de placer. 

- Tiene razón -asintió la Mari-. Aunque es gracioso que sea ella la que vaya de la abanderada de la comunicación, sinceramente -levantó una ceja retadora y bebió de su tercio. 

- Todas tenemos un proceso de aceptación, ¿vale? -se defendió como pudo. Las demás la miraban un poco perdidas-. El lunes dejé que Natalia me diera su versión -rodó los ojos, esperando la reacción que, efectivamente, se dio. 

- ¡Alabado sea el señor! -Sabela levantó las manos al cielo. 

- ¡Milagro, milagro! -dijo Marta en voz demasiado alta. 

- ¡Oh, happy day! -canturreó Afri, más ligera tras el rapapolvo de sus amigas. 

- ¡Jesucristo nuestro señor, amén! -Julia movía los brazos de un lado al otro. 

- ¿Habéis acabado? -preguntó la rubia sin inmutarse. 

- Yo no hubiera tenido tanta paciencia. No sé por qué no te amordazó y te ató a una silla. 

- Eso es sexy -movió las cejas María. 

- Podría haberlo sido -aceptó Alba, coqueta, haciendo que el resto silbara. 

- Hablando de la reina de Roma -Sabela señaló la puerta con un gesto de las cejas y todas se giraron para ver a Natalia abrirse paso hacia su mesa. 


Llevaba una cazadora vaquera con borrego en las solapas, un gorro negro y el casco en la mano. Alba la miró extrañada, pues ya se había hecho a la idea de que no la vería. Antes de tomar asiento en el otro extremo de la mesa pidió una ronda y otro tercio para sí misma. 


- Buenas noches, bellas -se besó la palma e hizo un círculo con ella-. Daos por besadas. 

- ¿No se suponía que no ibas a venir? -preguntó la Mari dándole un codazo. 

- Y no iba a venir, pero... -y miró, sin ninguna duda, a Alba. Sutil Lacunza al ataque de nuevo-. De todas formas me voy a ir enseguida, creo que ahora mismo estoy más dormida que despierta. 

- No hay que despertar a los sonámbulos -aportó Alba con una sonrisa. 

- Por eso, sed buenas conmigo -le devolvió el gesto y respiró tranquila después de dos días. El rostro relajado de Alba le hacía ser optimista. Ya podía volverse a su casa: tenía lo que había ido a buscar. 

- Bueno, ¿cómo van las cosas por la fábrica? 


Natalia les estuvo explicando los avances en la obra, el agobio que le daban todas las pequeñas cosas que tenía que elegir junto a su socio, que pasaba bastante de esas minucias, y las ganas que tenía de que todo terminara y empezar a buscar nuevos talentos por ahí. 


- Además, la semana que viene sale el tema con Bad Bunny. 

- ¡Hostias, se me había olvidado! -dijo Marta, ilusionada de repente. 

- Necesito descansar, de verdad que sí, demasiadas pelotas en el aire -se apretó las sienes con los dedos, agobiada. 

- Suelta alguna -sugirió Alba encogiéndose de hombros. 

- Ni de coña -la miró con intensidad. Alba se vio engullida por sus ojos, comprendiendo que la pelota que no pensaba soltar bajo ningún concepto era la que tenía el nombre de Alba Reche escrito en ella. Apuró su tercio-. Me voy, babys. Me dejo invitar -se levantó. 

- ¿Ya? ¿Tan pronto? -preguntó Julia, que apenas había intercambiado dos palabras con ella. 

- Es que mañana tengo que levantarme súper temprano y estoy molida. Parece que soy yo la que carga con los sacos de yeso -estiró la espalda. 

- ¿Solo has venido para tomarte una? 

- Sí, es que quería comprobar una cosa -sonrió brevemente a la rubia que tenía en frente, quien le sonrió de vuelta. Mensaje captado, Lacunza

- ¿Y qué tal? -se atrevió a preguntar, como si estuvieran solas. 

- ¿Tú qué crees? -devolvió la pregunta. Lo sabía, pero prefería escucharlo. 

- Yo creo que bien -dijo como si nada. 

- Así puedo irme a dormir mucho más tranquila -desvió la atención a las demás para despedirse. Cuando pasó junto a Alba dejó la mano apoyada en su hombro para que la mirara desde abajo-. Nos vemos mañana, Reche. 

- Hasta mañana, Natalia. 


La cantante pasó las yemas de los dedos por su cuello desnudo cuando se encaminó hacia la puerta. Alba miró su espalda esperando que se girara, con toda su piel erizada por su tacto ardiente. No lo hizo, simplemente salió y se perdió de vista. 


- Tierra llamando a Alba -dijo Marta imitando a un astronauta. 

- Perdón -sacudió la cabeza para salir del trance. 

- ¿Qué quería comprobar? -le preguntó al oído. 

- Si estamos bien. 

- ¿Y lo estáis? 

- Eso parece. 


Cuando Natalia entró a su casa todavía le temblaban las manos. Tenía una cierta inseguridad con lo que se podía encontrar cuando volviera a verse con la fisio, y la decisión de ir a verlo por sí misma era la mejor que había tomado últimamente. Buscó su conversación sin necesidad, quiso hacerse notar ante ella y fue muy agradable, no solo a la vista, pues eso lo era sin esforzarse, sino también a sus oídos y a sus dedos. Y, además, le había llamado Natalia. Na-ta-lia, así, con todas sus letras, una tras otra, pronunciadas con la suavidad que ella recordaba de sus labios, con su ronca voz, con su mirada risueña, y le había dicho que se verían al día siguiente como si tuviera ganas de verla. Podía ser cosa de su imaginación, deseosa como estaba de tener razones para soñar, pero hubiera jurado que había un brillo travieso en sus ojos. 


Mientras Alba caminaba de regreso a su hogar, apenas una hora después, no dejaba de sonreír de una manera bastante estúpida. Natalia se había presentado en una visita relámpago únicamente para tantear el ambiente con ella después de la intensidad del lunes y el beso, y no solo eso, sino que no había tenido ningún reparo en dejarlo claro. Otras cosas quizá no tanto, pero eso de hacer sentir especial a una chica se le daba de fábula. 

Se reprendió a sí misma, pero tampoco pasaba nada por dejarse adular de vez en cuando. Había sufrido mucho, se merecía algún caramelito por parte de la cantante, y estaba dispuesta a saborearlos en la boca cuando estos se presentaran. 




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Alba salió a la recepción muy consciente de a quién iba a recoger. Era su última sesión, y una parte de ella, no sabía muy bien de dónde salía, no estaba especialmente ilusionada con la idea de dejar de verse tan a menudo. Le estaba viniendo bien hablar con Natalia sobre ellas para aceptar y seguir. Además, ya que habían terminado por limar sus asperezas más incómodas, tenía que admitir que su compañía y su conversación eran siempre vigorizantes y entretenidas, pues de todos es sabido lo mucho que le gustaban a la fisio sus intercambios ingeniosos y sus dobles sentidos. 

Ahora sus encuentros se limitarían a las quedadas con sus amigas. Demasiada gente, pensó. Pero bueno, no le quedaba de otra. Con lo mucho que detestaba sus visitas apenas una semana atrás y en el presente momento le hubiera gustado alargarlas en el tiempo. Una hora a solas con Natalia Lacunza era algo a lo que una personalidad como la suya se acostumbraba con asombrosa velocidad, y se detestaba por ello. 

Sin embargo, sentía cómo el rencor se iba evaporando de su organismo, como si las palabras de Natalia hubieran actuado como bálsamo a sus prejuicios. No es que todo le pareciera bien de repente, pero entendía su modo de hacer las cosas, su manera compleja pero trascendente de actuar: podrías no estar de acuerdo o pensar que hay asuntos que es mejor simplificar, pero era innegable que, siendo ella como era, tenía todo el sentido del mundo. 

Natalia llevaba un pantalón negro, una sudadera, el casco de la moto y una mochila. Seguro que venía de ejercer como jefa y propietaria de una fábrica abandonada. Como cada día, se encontraba observando el mar que ya era suyo, no solo como fruto de un regalo sino por la fuerza de su admiración. 


- Buenos días, Natalia -la saludó para hacerse notar. 

- Buenos días, Alba -se giró y sonrió en grande, diciéndole con un gesto que la seguía. Escuchar de nuevo su nombre de pila era una sensación que nunca hubiera imaginado lo reconfortante que le resultaría. Un poco casa sí era. 


Traspasaron la puerta de la recepción y Alba escuchó cómo la morena abría la mochila y sacaba algo de ella. Se giró y la observó extraer una de las líneas de bombillas que habían cubierto la fábrica en la fiesta que organizó días atrás. 


- ¿Qué haces? -preguntó con el ceño fruncido. 

- Me dijiste que bajo estas luces todo podría suceder -se encogió de hombros con esa cara juguetona que tanta gracia le hacía. Esta chica es tontísima

- Pero están apagadas -se cruzó de brazos, esperando la manera en la que saldría de esa. 

- Está todo pensado -se golpeó la sien, atrapó un extremo y lo introdujo en el enchufe más cercano. 


Las luces brillaron y su sonrisa se hizo infinita. La de Alba no tuvo más remedio que imitarla. Siempre hacía ese tipo de cosas, se sacaba de la chistera un gesto tontamente bello que le hacía calderilla el corazón. A veces se preguntaba cómo una persona como ella, tan imponente e intimidante en su aspecto, podía ser tan condenadamente tierna. 


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Alba se encontraba en la habitación de la chimenea. Llevaba ya un tiempo encerrada en aquella estancia ahora fría, invadida de a poquitos por las enredaderas y la humedad, atravesada por las grietas del abandono, iluminada únicamente por los rescoldos que morían lentamente, reflejándose las ascuas en sus enormes ojos acuosos. Llevaba meses sin poder apartar la mirada de allí. 

En la pared aún se leía la inscripción azul que Natalia hizo tiempo atrás con sus dedos, apenas visible en esa triste oscuridad. Solo se apreciaba la parte final, más cercana a los restos de lo que fue la hoguera de su amor. Volveré, siempre lo hago

Suspiró, pues había sido cierto, aunque no del todo. 

Unos golpes de nudillos en la puerta a su espalda. Se dio la vuelta, asustada, tan acostumbrada como estaba a su deseada soledad. Se acercó y se paró a escuchar, intentando adivinar quién estaba al otro lado de la puerta de su marchitado corazón. 

Oyó el sonido inconfundible del cristal contra cristal y la luz titilante de unas bombillas encendiéndose se coló por la rendija entre el suelo y la madera. 

Se apoyó contra la puerta, decidida a no dejarla entrar, y echó el pestillo. 

De nuevo los nudillos. 

No, no puedes entrar otra vez, porque si te vas de nuevo se van a caer las paredes a pedazos

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- El cable no da más -soltó una risita nasal-. ¿Te vas a quedar ahí toda la mañana? 

- No, ven -la llamó y el corazón de la rubia se saltó media docena de latidos. La miró con desconfianza y la cantante abrió los brazos en señal de inocencia-. Solo será un momento. 

- Está bien. 


Se puso a su lado y observó cómo Natalia colocaba torpemente, enredando el cable por sus propios brazos, sus hombros y su cabeza, las bombillas sobre ellas, aprovechando su altura. Era un cuadro, un jodido cuadro adorable. Suspiró. De nuevo nudillos en la puerta. No, por favor


- Pareces un árbol de Navidad. 

- Dijiste que probara, y bueno, como es nuestra última sesión... -apretó los labios y se encogió de hombros-. ¿Funciona? 


Alba se mordió el labio inferior, incapaz de sustraerse al encanto que rodeaba todo lo que hacía la cantante cuando se trataba de ella. ¿Cómo resistirse? En lugar de contestar pasó el brazo por su cintura, y sintió cómo se tensaban sus músculos de la sorpresa. Tan pequeña siempre... 


- Vamos, anda -tiró de su agarre, acercándola un poco más. 

- ¡Espera que lo desenchufe, que me ahogo! -intentó aflojar el nudo que habían hecho los cables en su cuello y tiró del enchufe. No perdió tiempo en desenredarse las bombillas, pues no quería dejar escapar la oportunidad maravillosa que había conseguido-. Así mejor. 


Le dejó su sonrisa gigante, suspiró feliz y pasó el brazo por los hombros de la rubia, que negaba con la cabeza, incapaz aún de creerse las tonterías que era capaz de hacer Natalia por hacer de lo ordinario algo especial. 


- Uff -gimió, prácticamente, de placer, afianzando su agarre en el cuello de la fisio y oliendo, disimuladamente, su pelo-. Creo que voy a tener que fumarme el cigarrito de después. 

- Exagerada -rió, complacida. 

- Alba... Es que no te imaginas cuánto he echado esto de menos -quiso enterrar la nariz en su coronilla, dejarse hacer cosquillas por su cabello, pero pensó que quizá sería tirar demasiado de la cuerda. 

- Sí, me lo imagino -dijo en un murmullo. No quiso, pero las palabras brotaron de sus labios sin su permiso. 

- Pues nada, a partir de ahora tendré que llevar las bombillas encima todo el tiempo -dijo ligera, abriendo la puerta con la mano libre y pasando sin soltar a Alba. No cabían las dos a la vez por la puerta, pero se negó a soltarla. 

- Natalia, que no cabemos. 

- Mira, sí, de ladito -dieron pasos laterales hasta entrar en la sala. La rubia soltó una carcajada y Natalia sintió que recuperaba su misión en la vida: hacerla reír todo el rato. 

- Eres tontísima. 

- Mmmmmm -cerró los ojos de puro gusto-. Dilo otra vez. 

- Que eres tontísima -repitió entre risas. 

- Ay -llenó de aire sus pulmones y lo expulsó lentamente-. Supongo que quieres recuperar la movilidad, ¿no? -la miró desde lo alto como si lo que estaba diciendo fuera una pésima idea. 

- Le tengo cariño, la verdad -le dio un golpe de cadera de manera amistosa. 

- Eres una aguafiestas. 

- No podemos estar así toda la hora. 

- ¿Cómo que no? Que nadie te diga lo que puedes o no puedes hacer, Alba Reche, el cielo es el límite. 

- No sabía que eras un libro de autoayuda. 

- Soy lo que tú quieras que sea, rubia -le guiñó un ojo y la soltó. Tenía que equilibrar: comentario inapropiado por contacto físico. Un intercambio justo. 


Alba simplemente rodó los ojos y fue a por la manta de calor mientras Natalia se deshacía de las bombillas y las colocaba en la estantería que la fisio tenía allí. Las enchufó y las dejó brillando mientras se iba a cambiar. Iba dando saltitos, pues su plan maestro había resultado mejor que bien. Estaba feliz de que sus explicaciones hubieran calado en el cerebro de Alba y que, aunque mantuviera las distancias, hubiera decidido decretar el fin de las hostilidades. De momento no quería nada más, aunque su cuerpo y su corazón a veces fueran por libre. 

Podría darse por satisfecha con la relación que habían logrado levantar de las ruinas, pero había algo que no le permitía dejarla en paz y conformarse. Ella no era de plantarse a mitad del concurso con el dinero que llevaba acumulado. No. Natalia Lacunza iba a por el bote, a por el euromillón, a por las puñeteras bolas de dragón. Hasta donde Alba la dejara y, de momento, parecía darle un poco de manga ancha. No pensaba desaprovecharlo. 


- Ya que te empeñas en dedicarle esta hora a tratarme la espalda... 

- Que es a lo que vienes... -interrumpió Alba, sentándose en su taburete tras colocarle el calor. 

- Estaba hablando yo -se giró hacia ella con cara de disgusto-. Como decía, ya que te empeñas en tratarme durante esta hora, no sé, podríamos quedar un día para que te coja por los hombros durante un rato. ¿Qué te parece? 


Alba la miró muy seria, sin mover ni un músculo de su cara, cero expresiones faciales, nada. 


- ¿Qué? Eso no es nada inapropiado, la gente se agarra así continuamente -se excusó. 

- Claro, porque es muy normal quedar para eso. 

- Tienes razón -se acarició el mentón-. Bueno, si quieres te puedo invitar a comer y te abrazo de vuelta a tu casa -dijo como si se le acabara de ocurrir. 

- Ya. 

- Alba, es que hemos perdido unas semanas maravillosas por tu cabezonería de no dejarme hablar, así que eres tú la que debe solucionar esta situación -lo dijo de manera tan convincente que la rubia casi se lo cree. 

- Mira, no me hagas hablar -la amenazó con un dedo en alto. 

- Sí, habla, es algo que deberíamos hacer más -Alba sonrió ladinamente, y la morena supo que había olido sangre. Se preparó. 

- Si hubieras hablado cuando debías, Lacunza -hizo hincapié en su apellido, con cierta ironía-, y me hubieras explicado todo antes de irte, no habríamos perdido estas maravillosas semanas, como tú dices, porque no habría pensado que solo fui un caprichito de diva. 

- Muy buena esa, Alba Reche. Te doy un 4/5. 

- ¿Y por qué no un 5? -se hizo la enfurruñada. 

- Porque estuvo muy mal -señaló el tatuaje de su brazo- que mi alma mía sola siempre sola pensara que soy una zorra sin sentimientos. 

- Buen punto, Lacunza -asintió. Cada palo que aguante su vela

- Verás, Alba -dijo con ese tono teatral que tanto le gustaba utilizar-, es que yo te quería tanto, pero tantísimo, que quería protegerte de cualquier cosa que te hiciera daño y, en aquel momento, la que te lo estaba haciendo era yo. Y no te digo que te sigo queriendo para no incomodarte, obviamente -comentó como si tal cosa. 

- Lo entiendo, y no digo que estuviera mal. De hecho... -se miró las manos, ignorando la declaración de la morena-. De hecho yo también pensaba dejarlo. No estábamos bien ninguna de las dos. 

- Es un momento estupendo para decírmelo -la miró con intensidad y algo más que no supo traducir. 

- Eso no cambia lo que hiciste después de irte -se puso en guardia. 

- No lo cambia, pero podría estar muy molesta por no haber tenido valor de decírmelo antes. Me hubiera liberado de parte de culpa. 

- ¿Y por qué no lo estás? -eso sí que no se lo esperaba. 

- ¿Qué importa a estas alturas quién tomó la decisión primero? Dejarlo era inevitable. Lo mismo me da que me muerda un perro que una perra -se encogió de hombros. 

- Sí -tenía razón-. Lo peor vino luego. 


Alba estaba, ciertamente, muy sorprendida por su reacción, tan madura. Cualquiera en su lugar se habría agarrado a ese detalle, al que ella no parecía darle demasiada importancia, para utilizarlo como arma arrojadiza. Una manera de compartir responsabilidades, de hacerse la dolida, de echarle mierda por no habérselo contado antes. 


- Y lo siento, de verdad que lo siento. Siempre hemos destacado por tener mucha comunicación y fallé, pero no quería que me esperaras de ninguna manera, no quería alimentar una esperanza que ni yo tenía. 

- Si no lo hubieras superado tan "pronto" -hizo el gesto de comillas con los dedos- seguramente te estaría muy agradecida. Ahora parece que todo fue por nada. 

- ¡Maldita sea! -dio un golpe contra la camilla con su puño-. Solucionar mi problema ha sido lo peor que me podría pasar -dijo, riendo. 

- Me alegro mucho por ti, en serio, y aquí estás, con todas tus extremidades intactas. No te ha salido tan mal. 

- Me ha salido de culo, porque he perdido cosas muy importantes por el camino -Alba vio la pena que relucía al fondo del estanque de sus ojos-. Si hubiera sido un poquito más valiente... Pero no vamos a ponernos intensas, ¿a que no? 

- No -negó con una sonrisa. 


Le gustaba su manera de llevar los tiempos, apretando y aflojando según transcurría la conversación. Natalia Lacunza parecía tonta a veces por su ingenuidad, pero era una de las personas con mayor inteligencia emocional que había conocido. 


- En realidad creo que haberlo conseguido todo hubiera sido injusto. Nadie merece tanto. 

- Siempre he pensado que tú sí. Eres, en esencia, buena persona. 

- Eso lo dices ahora porque te he convencido con mi increíble labia -se hizo la indignada-. Bien que me hubieras tirado a los leones hace dos semanas. 

- No es tan así -se levantó y le quitó la manta de calor. Volvió con la crema y empezó con el masaje-. En realidad, con verte ya supe que nunca pretendiste nada malo. Parecías un animalillo asustado. 

- Gracias, le dedico muchas horas a ensayar mi cara de pena -Alba le dio un golpe en el hombro. 

- Para mí era más fácil, ¿sabes? -se quedó un minuto pensando, silencio que la cantante respetó, dándole tiempo para organizar sus ideas-. No le encontraba explicación a tu manera de actuar y preferí pensar mal para no tener que preocuparme también por ti además de por mí. 

- Pues hiciste muy bien, porque estaba en la putísima mierda. Quería llamarte todo el tiempo -notó vergüenza en su tono de voz. 

- Deberías haberlo hecho -susurró. A Natalia se le erizó hasta el último poro de su piel. 

- No quería ser de esas personas tóxicas que nunca están del todo pero jamás terminan de irse. 

- Ya lo sé -quiso acariciarle el pelo. Claro que lo sabía. 

- Pero sí, debí haberte hecho saber lo importante que eras para mí. Me gustaría poder cambiar eso -dijo con tono derrotado. 

- Ya lo haces, Natalia. 

- ¿Sí? -sacó la cabeza del agujero para poder mirarla de reojo. 

- No quería escucharte porque... porque intentar olvidarte es lo más difícil que he tenido que hacer nunca y... Pensando lo peor de ti era más fácil. Pero la verdad es que entenderlo, al final, me ha hecho más bien que mal. 

- ¿Entenderme te dificulta olvidarme? 

- Claro. Es más sencillo olvidar a una cabrona. 

- ¿Quieres olvidarme? -se quedó el tiempo en suspenso, se dejó de escuchar el ruido de la calle, y hasta las motas de polvo se quedaron estáticas en el aire a la espera de una respuesta que podría romper un corazón o hacerlo galopar. 

- Quiero querer olvidarte. 

- No soy tan inteligente para entender eso, Alba, deberías saberlo. 

- Mejor -soltó una risotada-. Date la vuelta. 


Natalia le hizo caso. Por supuesto que lo había entendido, pero le gustaría comprender por qué quería querer olvidarla cuando la tenía a sus pies. La rubia solo necesitaba hacer un asentimiento con su cabeza, levantar hacia arriba el pulgar como una César en el circo romano salvándole la vida, esa vida que le entregaría envuelta en papel de celofán si ella quisiera. Nada más que un gesto de sus ojos y sería suyo su atolondrado corazón, su piel, sus manos y su amor todo. La tenía, y acababa de reconocer que no la había terminado de olvidar, ¿por qué no la quería ahora si la había querido con cada partícula de su organismo? 

No confía en ti. 

Claro. Cuando creía que ya había resuelto lo peor, que la atalaya más fortificada había sido conquistada, aparecía otra todavía más imponente e inexpugnable. Si quería llegar hasta ella de la manera que pretendía su loco amor, le quedaba todavía la parte más difícil por hacer. 

Pues al lío


Alba le hizo la maniobra evitando mirar la cara de la chica sobre la que estaba recostada. Notaba sus ojos taladrándole el rostro, llamándola callados para conseguir de ella un simple vistazo que le hiciera comprobar toda la pasión y las ganas que guardaban dentro. Pero no cedió, pues bastante endeble sentía ya su coraza cuando la tenía cerca. 

Natalia la amaba con la mirada, la anhelaba y se hacía promesas de caballero andante, jurando sobre los libros de Harry Potter que conseguiría que esa mujer que era la mujer de su vida volviera a confiar en ella. Si no la quería ya de manera romántica porque su momento voló, pues bueno, más se perdió en Cuba y volvieron cantando, como decía su abuela para quitarle hierro a las cosas importantes, pero quería lograr al menos que la viera de la manera tan real y única en la que siempre lo había hecho. Con un carácter complejo como el suyo era un alivio saber que caminaba sobre la Tierra una persona que la conocía como si pudiera echar un vistazo a su interior cuando le diera la gana. Era una especie de paz cósmica, y quería recuperarla. 

Fue a vestirse para que Alba terminara de ponerle a punto el hombro. Se sentó en la camilla con su rostro a su altura y se dedicó a observarla sin tapujos. Cómo tienes esa cara, Alba Reche


- Deja de mirarme así -pidió la fisio, frunciendo el ceño y ruborizándose. 

- No te miro de ninguna manera. Solo te miro -musitó, apenas sin voz. 

- Me miras como si me quisieras trepanar el cerebro. 

- Es que eres... eres muy hermosa. 

- Eso lo decían en el siglo XIX, Natalia. 

- También lo dicen en los pueblos a las vacas. ¡PACO, VAYA VACA HERMOSA QUE TIENES! -puso un acento castellano profundo que hizo que, de la carcajada, Alba escupiera un poco a la cantante-. Me has bañao, Reche -se secó la cara. 

- Es que eres gilipollas. 

- Y eso te gusta. 

- Igual sí. 

- No era una pregunta. 

- Qué listilla me ha salido la famosa. 

- Famosa retirada -puntualizó, observando aún los restos de su risa brotar de su pecho. 

- Actualmente operaria de obra, es verdad. 

- Soy la mejor llevando el pladur de un sitio para otro. 

- Cualquiera ni pasaría por la obra -la miró mientras hincaba los dedos en su carne. 

- Yo no soy cualquiera. Me gusta dedicarle mi tiempo a lo que me gusta -le devolvió la mirada. 

- ¿Tanto te gusta esa obra? -temblaba el aire entre ellas y Alba sintió su vibración. 

- Lo que más. 


Alba tragó saliva. Bien sabía que no estaban hablando de la obra. Se apartó de ella y fue a por el frío. Lo colocó en su hombro y se sentó en su taburete, alejándose del agujero negro en el que se estaba convirtiendo la morena. 


- Última sesión, Lacunza -suspiró, cruzándose de brazos. 

- Última sesión, Reche. Y esta vez de verdad, porque no creo que vaya a cagarla tanto otra vez como para tener que fingir una lumbalgia. 

- Eso es muy optimista viniendo de ti -la picó. 

- Ni te rayes, Alba. La cagaré, porque es mi rollo, pero no así. A partir de ahora solo pequeñas cagadas tontas que solucionaré, ya sabes, con pasteles. 

- Y galletas de mantequilla, porfi -pidió como una niña pequeña. 

- Hecho -se la quiso comer, clarísimamente-. Aunque fingiré alguna recaída, pero únicamente para verte a solas un rato. Ya que no quieres quedar conmigo para que te coja por los hombros... -insinuó. 

- Es que vaya cuadro de quedada, Natalia, por favor. 

- ¡Pues no sé qué tiene de malo! -se hizo la digna-. No me dejas otra opción, tendré que venir a molestarte a tu trabajo con dolores de espalda. 

- Dolores que tienes habitualmente. No me parece mal que vengas de vez en cuando a que te ponga en hora. 

- Eso me dijiste la primera vez que pisé la clínica -dijo con nostalgia, mirándola fijamente. 

- Me acuerdo -Alba le devolvió la mirada. Un escalofrío. 

- Parece que siempre me estoy despidiendo de este sitio -observó la sala, su sala de los menesteres. 

- ¿No vas a volver? 

- Solo si quieres que vuelva. No voy a ponerte otra vez entre la espada y la pared. 

- Entonces vuelve. 


Natalia asintió intentando calmar sus ganas de pegar un salto y ponerse a bailar ridículamente delante de la fisio. Acababa de decirle, más o menos, que su presencia le resultaba tolerable y, por qué no decirlo, agradable. Apretó los puños y se mordió los labios para no delatarse con la estúpida sonrisa que pugnaba por cubrirle tres cuartos de su cara. 

Alba no supo por qué carajo había dicho eso, pero se alegraba de tener una parte independizada de su cerebro para ese tipo de situaciones. Sí, quería que volviera, no quería perder esa conexión que tenía con ella. No se atrevía a adivinar lo que podría pasar en el futuro próximo, pero poco le importaba: no la quería tan lejos, no de nuevo. Según fueran desencadenándose los acontecimientos ya tomaría decisiones sobre la marcha, pero de momento esa parte la tenía clara. 


- Has sido una fisio dura, pero chachi -le dijo cuando dejó el frío en la nevera. 

- Y tú has sido una paciente insoportable. 

- ¿No hay pero? -alzó las cejas y abrió la boca, incrédula. 

- No, pero si quieres te puedo dar un abrazo. 

- Sí, vamos, la más insoportable soy, Alba, toda la razón -fue rezongando mientras se acercaba a ella con los brazos abiertos. 


Alba abrió también los suyos con la cara hacia arriba para intentar igualar su altura, por lo que se quedó a medio camino cuando vio que Natalia se agachaba todo lo que podía para encajar la cara en su cuello y deslizar los brazos hacia su espalda. Vio, de refilón, cómo cerraba los ojos y aspiraba por la nariz antes siquiera de tocarla, paladeando el momento antes incluso de que este empezara. Le dio una tremenda ternura. Su pequeña Natalia, tan falta de afecto como siempre. 

Pasó las manos por su cuello y las entrelazó en la nuca, e incluso se atrevió a acariciar sus cortos mechones oscuros, que se arremolinaban en rizos tras su cuello. La apretó contra su pecho, como si quisiera traspasarle con su piel el calor que, notaba, le estaba faltando desde hacía mucho tiempo a la cantante. Desde que había dejado que se mostrase tal y como era ante ella no podía evitar sentirse protectora con la morena. Se daba cuenta de que andaba sintiéndose muy sola desde que se marchó, muy entera para el resto, muy segura ante ella, pero con mucho frío por dentro. Su niña perdida... 

Enterró los dedos en su pelo y quiso poder estar sin condiciones para ella, pero no podía. Todavía no, aunque lo deseó por primera vez en mucho, muchísimo tiempo. 

Natalia se impregnó de su aroma y de su calor. Huele a chocolate para llevar. Le dio un beso a la altura de la oreja antes de separarse, no lo pudo ni lo quiso evitar. Se le quedó mirando de frente, le agarró la cara con ambas manos y acarició sus mejillas con los pulgares. Le recorrió la cara de lado a lado con la mirada: su diminuta nariz, su flequillo de lado, sus ojos diáfanos, sus labios rosas entreabiertos y su barbilla contraída. Suspiró y le dio un beso largo en la frente, agradeciéndole la oportunidad que le estaba dando de volverse a conocer, ya caída la venda de la idealización, habiéndose visto bien las costuras y los jirones, a veces feos, que escondían. 


- Nos vemos mañana, Reche -le quitó las manos de la cara y Alba sintió frío. No le gustó. 

- ¿Mañana? 

- Es viernes de karaoke -le guiñó un ojo-. Me alegro mucho de caerte mejor -sonrió sin dientes y se encogió de hombros. 

- La verdad es que yo también me alegro. Estás hasta en la sopa, tendré que llevarme bien contigo. 

- Me haces sentir muy especial con tus palabras, Alba -ironizó. 

- Tira, anda -la empujó por la puerta de la sala hacia el pasillo. 

- Me he dejado las bombillas, pero... ¿Puedo? -preguntó un poco insegura. 

- Si pensabas quedar conmigo para eso, por qué no. 

- Si estabas deseando, no te hagas la chulita -la abrazó por los hombros y empezó a caminar, muy lento, hacia la recepción. Alba rodeó también su cintura. 

- ¿No te puedes callar ni un jodido minuto? 

- Es que cuando me pongo nerviosa hablo mucho, perdón. 


Alba apretó el agarre y la soltó antes de cruzar la puerta. No quería a la pesada de Marta mirándola con carita de capulla. 


- Bueno, Martuka, nos vemos mañana en nuestro tiempo de ocio -le dijo Natalia a modo de despedida. 

- Tiempo de ocio dice... -negó con la cabeza-. Hasta mañana, chocho. 

- Hasta mañana, Alba -le dedicó su media sonrisa marca de la casa. 

- Hasta mañana -se quedó mirando su caminar sinuoso y, de repente, cayó en la cuenta de algo-. ¡Natalia, el cuadro! 


La cantante se giró tras pulsar el botón del ascensor. 


- Me voy en la moto y no puedo llevarlo. ¿Me lo guardas y otro día me paso a por él? 

- Claro, es tuyo. 

- Sí que lo es. Hasta mañana. 


La cantante se marchó y Alba no tuvo muy claro qué coño había pasado en la última hora. 

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