La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 84. Baja voluntaria.

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By TomorrowJuana

Se levantó al amanecer, como en sus tiempos mozos de compositora maldita. Pero no era la inspiración la que aporreaba su subconsciente, haciéndola salir a empujones del sueño, sino los celos. 

No eran, para ser honesta, unos celos posesivos y desquiciantes, era más bien una sensación de soledad terrible que se le instalaba en la tráquea y que le escocía al respirar. 

Aunque se hubiera marchado y les separaran cientos, incluso miles de kilómetros, siempre había sentido un punto de contacto, como una roce de manos que no era tal, sino simplemente la carga magnética de sus pieles, tan cercanas en la distancia. 

Ahora, donde antes notaba su presencia, se había insertado un frío voraz que le ponía el vello de punta. Alba se había deshecho del último resquicio de proximidad entre ellas. Y se le hacía trabajoso vivir en su propio cuerpo. 

Pero, tal y como le había dicho Sabela, ese era el menor de sus problemas. Recuperarla era el siguiente paso, pero, de momento, tenía que centrarse en el primero para lograr, al menos, que entendiera su manera de hacer las cosas. En sus manos estaría juzgar si estaba bien o mal hecho, pero la verdad tenía que encontrar su lugar. 

Bullía en su interior cierto nerviosismo mientras se encaminaba hacia la clínica, como si sus vuelcos en el pecho quisieran avisarla de algo. No tenía intención de hacer mención a la cita de la rubia, de hecho no tenía intención de hacer mención a nada relevante, solo tratarse y salir de allí procurando no dinamitar aún más su relación. Se había terminado aquello de buscar sin descanso una oportunidad de hablar, el mensaje estaba entregado, y solo podía esperar a que la fisio hiciera algo con él o lo dejara pasar sin más. No pensaba volver a sentirse como una acosadora, ya había hecho lo que tenía que hacer, solo quedaba tener paciencia y estar cerca para, si un día quería respuestas, dárselas. 


- Buenos días, Martus -saludó con la mano al llegar. 

- Buenos días -susurró, tapando el auricular. Estaba atendiendo el teléfono. 


Le sonrió y le dio la espalda, dirigiéndose a su cuadro en préstamo. Lo necesitaba más que ninguno de los días que había ido allí. No sabía qué esperar, si una Alba seria y distante, una un poco más amable, como últimamente, o el peor de los escenarios posibles: una Alba con un chupetón como el sombrero de un picador. 

Ni que fueras su dueña, joder, deja de sentir gilipolleces

No lo podía evitar. No le importaba lo que la rubia hiciera con otra gente, en el fondo, lo que la traía por la calle de la amargura, era que no lo estuviera haciendo con ella. 

Recordaba lo esponjoso de sus labios, lo calentitos que estaban siempre, lo cortados que los tenía a veces de tanto mordérselos y el afán que ella ponía constantemente en hidratárselos con su boca. 

Y lo mismo ahora los trae hidratados de casa

Frunció el ceño. 

Una tos a su espalda. 


Alba entró silenciosa en la recepción, esperando verla antes de que lo hiciera ella. Después de su desastre de cita y la de veces que Lacunza le había venido a la mente durante la misma, estaba un poco en equilibrio sobre una cuerda, pensando si dejarse caer o aferrarse al cable como si fuera su última esperanza de autocontrol. 

Allí estaba la morena, mirando el cuadro que era suyo y suspirando profundamente. Lo notaba en la forma en la que se movía su torso y en las respiraciones intensas que peleaban con la voz de Marta, al otro lado. Le hacía gracia la manera en la que se refugiaba en esa pintura, como si de verdad hallara en ella la paz de una inquietud que, no podía ser de otra forma, tenía que ver con ella. 

Tosió. No se giró. 

No quiero nombrarla. Duele nombrarla así


- Lacunza... -la llamó, al fin. 


Se dio la vuelta y la miró con una sonrisa sin dientes, como disculpándose por estar allí, o al menos así lo sintió ella. Le devolvió la misma sonrisa, como disculpándose por ser tan inflexible, aunque no lo pudiera evitar. En sus ojos seguía habitando una niña pequeña, y detestaba tener que ser tan dura con ella. 

Se dirigieron a la sala sin hacer ningún comentario. Entraron en silencio y la cantante se marchó a cambiarse sin decir ni mu. Ni una sonrisa socarrona, ni un comentario halagador, ni una mirada en busca de complicidad. 

Alba Reche se preparó mentalmente para una sesión tensa e incómoda. Le molestaba su manera de hablar desde que había vuelto, tan segura, tan despreocupada, tan directa, pero le hacía llevadera esa hora en su compañía, dándole siempre pie a que contestara mordazmente y le diera un par de correctivos. Era divertido, aunque no le resultara fácil reconocerlo: Lacunza se sacrificaba a sí misma por pasar esos minutos con naturalidad. 

Pero no parecía que ese día fuera a ser igual. 

Natalia se hizo fuerza mental para intentar molestarla lo menos posible. Se había dado cuenta de que debía bajar su intensidad porque, a pesar de que la manera de actuar de Alba era cada vez más distendida cuando estaba con ella, sus palabras siempre le recordaban que su presencia no era deseada. 

Se dio ánimos y salió a la sala, donde la rubia andaba con la manta de calor en la mano. Se tumbó y se la puso. Diez minutos terribles de silencio se avecinaban. Alba echó en falta algún comentario tocaovarios de la cantante. Al menos entre tiras y aflojas se entretenían. 


- ¿Cómo te notas la espalda? -no podía aguantarlo más. 

- Mejor, gracias. Ya sabía que estaba ante la mejor fisio de la ciudad. 

- Creo que en un par de semanas te podré dar el alta -ignoró el cumplido. 

- Ah, pues perfecto -dijo con ligereza. 


Alba arrugó la frente. 

Ya se ha cansado

Rió por la nariz. Mira que lo sabía, pero aún así no pudo evitar la decepción. Lacunza se desinflaba con una facilidad pasmosa. Era inconsecuente, ya lo sabía, pues al mínimo inconveniente había salido corriendo, pero allí estaba de nuevo esa valentía suya, esa determinación, ese empuje, saliendo volando por la ventana. 


- ¿De qué te ríes? 

- Cosas mías -intentó quitarle importancia. 

- No, dime -se giró para mirarla por primera vez. 

- Es una tontería. 

- Me gustan las tonterías -dijo divertida. 

- Nada, que parece que te alegras de terminar con las sesiones. 

- Simplemente me alegro por ti, sé que quieres perderme de vista, aunque yo a ti no -volvió la cara al agujero. 

- Ya. 


Natalia tragó en seco. ¿Le molestaba? 


- ¿Esto es por mi cita de ayer? -cerró los ojos nada más hablar, arrepentida. Pareces despechada, joder. Natalia soltó una carcajada. 

- No, no tiene nada que ver con eso. 

- Seguro. 

- Palabra -levantó los dedos en uve, a modo de promesa. 

- ¿Entonces? ¿Por qué ahora de repente pareces aliviada por dejar de venir? 

- Porque sé que no me quieres aquí. No me gusta obligarte a algo que no te apetece, Alba. 

- Qué poco te ha durado el ímpetu -se burló. 

- Solo quería hablar contigo, pero tú no, así que, bueno, cuando quieras ya sabes dónde estoy. No quiero incordiarte más -vio el gesto adusto de la rubia y sintió una cierta esperanza-. ¿Te molesta? -preguntó con una ceja levantada y media sonrisa. 

- Me lo esperaba. No eres famosa por ser una luchadora, la verdad -esas palabras tenían la hoja muy afilada. 


Natalia llenó de aire sus pulmones y lo soltó lentamente, intentando pensar antes de hablar. Se le había diluido la sonrisa en apenas dos segundos. Ella misma ya estaba diciendo que sabía que Alba no la deseaba allí, estaba tratando de darle un poco de tregua, de espacio, aceptando que quizá era mejor esperar a cierta distancia sin forzar tanto las cosas, aunque sus intenciones siguieran siendo las mismas del principio. Tampoco era necesario ir a hacer daño. 


- Podrías dejar de tratarme como si estuvieras perdonándome la vida, ¿sabes? -se apoyó sobre los codos, encarándola. 

- Te trato como creo que te mereces que te trate -apretó los dientes. 

- ¿Me lo merezco? -se llevó una mano al pecho, incrédula-. ¿En serio? ¿Es que he matado a toda tu puta familia y no me he enterado? 

- Déjalo -apartó la vista, negando con la cabeza. Estaba acostumbrada a la actitud pasiva de la cantante, por lo que aquel arranque le sorprendió y la dejó bastante descolocada. 

- Ya lo creo que lo dejo, Alba. 

- Mira, lo que no puede ser es que vengas aquí después de meses sin dar señales de vida diciendo que me quieres recuperar, que me quieres y un millón de sandeces más, como si nada hubiera pasado. No tienes derecho, Natalia, ya no. Así que sí, te lo mereces. No sé ni cómo no te he mandado a la mierda. 


No era ese el Natalia que me hubiera gustado, pero oye, es un avance


- ¿Te digo por qué no me has mandado a la mierda? -no esperó respuesta-. Porque, en el fondo, te gusta tenerme por aquí. Sé que debe ser jodido reconocerlo, pero lo superarás. 

- ¿No te cansas de hacer el ridículo? -su mirada, más dura que el adamantium. 

- ¿Pero cuál es tu puto problema? ¿Por qué te molesta tanto que quiera recuperarte? -se incorporó, dejando caer la manta a un lado y sujetando la toalla con fuerza. Tenía la expresión decidida de quien va con todo. 

- ¡Porque no quiero que lo hagas, joder! -gritó, un poco fuera de sí. 

- Mírame a la cara -dijo muy seria, tirando del mentón de la rubia con sus dedos-, mírame y dime que quieres que pare, porque lo haré, te lo prometo. 


Natalia estaba cansada de las señales contradictorias, del abismo que había entre lo que decía y lo que hacía. Si no la quería allí lo había tenido tremendamente fácil. Si hubiera querido. Pero no era el caso. Quizá era el momento de poner las cartas encima de la mesa. 

Alba respiró agitada entre la dureza de la conversación y el tacto breve de sus dedos. Le ardía aún la piel. Se miraron a los ojos con furia, con rabia ambas. Vio cómo las aletas de la nariz de Lacunza se extendían, más enfadada por su silencio que por la estocada final que esperaba recibir. 

No dijo nada y Natalia le dedicó su sonrisa más fea. 


- Ya decía yo -se levantó de la camilla y se perdió tras el biombo. 


¿Se va? 

Alba se quedó allí sentada, en su taburete, con el pecho arriba y abajo. ¿Qué coño había pasado? La cantante volvió, terminando de arreglarse el jersey. Traía los ojos de un animal herido. 


- Mira, Alba -se paró a un metro escaso de ella-, te acepto que no hice las cosas bien, pero tú tampoco tienes derecho a juzgarme sin saber ni una mierda de por qué actué como lo hice. 

- Antes hubiera matado por una explicación, solo una, pero es que ya me da igual -se levantó ella también. 

- Ya me ha quedado claro, no te preocupes -asintió con resignación-. Pero, ¿sabes qué pasa? Que ves la paja en el ojo ajeno, pero no eres capaz de ver la viga en el tuyo propio. 

- Ah, que ahora la culpa es mía -rió con ironía-. Déjalo ya, no te hagas esto. 

- Yo no he dicho que sea culpa tuya, pero tampoco mía. Me fui, sí, pero mi error fue dejar que pensaras que me dabas igual, que no significaste nada para mí -se frotó la frente-. De verdad, tú que tanto te vanagloriabas de conocerme, ¿crees que hice lo que hice simplemente porque soy una hija de puta? Porque mírame, Alba, aquí me tienes, a tu alma tuya -abrió los brazos, masticando las últimas palabras-, a una persona a la que decías ver tal y como es cuando la mirabas, ¿no era eso? -se agachó para que la rubia no huyera de su intensa mirada-. Dime, qué duele más, ¿mis terribles e imperdonables pecados o el hecho de que no hayas tardado ni dos putos minutos en olvidarte de quién soy? 


Alba solo la miraba. Le temblaban la barbilla, las manos, el alma suya y de ella, que luchaba por hacerse oír, como tantas otras veces, silenciada a base de desprecio y de dolor. 


- Puedo entender, y te lo juro por mi vida -se puso una mano en el pecho de nuevo-, que quisieras pensar mal de mí para olvidar, perfecto, no pasa nada, yo solita me lo busqué. Y duele hasta morir, créeme, porque yo pensaba que alguien había sabido verme por fin -le tembló la voz-. Pero vale, lo ignoro y vengo aquí, con más vergüenza que otra cosa porque reconozco mis errores, pidiéndote solamente que me escuches para recordarte quién soy, ya que parece que se te ha olvidado. Para que me entiendas. Y ni eso me das, porque, según tú, no me lo merezco. ¿Y tú? ¿Te mereces tenerme aquí delante a pecho descubierto después de ver que no me conoces una mierda? 

- Quizá es que no te conocía -dijo, altiva, en su huida hacia delante. No sabía ni lo que estaba diciendo, solo se defendía como podía de un jarro de agua fría que no se hubiera esperado ni en mil vidas. 

- Sí, Alba, será eso -la miró con la sonrisa más triste que le había visto nunca-. Pero, ¿sabes? Yo sí que te conocía a ti, te veía, y te sigo viendo. A lo mejor la equivocada en todo esto era yo, porque aunque me parta el corazón que no me veas, aquí estoy. 


Natalia Lacunza miró al suelo, incapaz de creer que todo estuviera sucediendo de ese modo, con cuatro frases descuartizando el silencio y una pena en el corazón que lo anegaba todo. Alba no era así, pero, si se empeñaba en serlo, ella no podía hacer más. 

La miró a los ojos y vio que le brillaban llenos de lágrimas. Quiso acercarse, abrazarla, dejar que sus almas, desconocidas ahora, se tocaran y se reconocieran, como un invidente cuando palpa un rostro ajeno para memorizarlo. Supo que, de hacerlo, ocurriría, que, como tantas otras veces, sus almas se despegarían apresuradas de sus cuerpos para acariciarse en otra dimensión paralela pero superpuesta, posiblemente en un rincón de esa sala que no era de nadie más sino suya. Pero no quiso hacerlo. No le tocaba a ella. Dio un paso hacia atrás y le sonrió un poco mejor para hacerle entender que no pasaba nada, que ya estaba. Un consuelo tonto para su rubia, que parecía cualquier cosa menos consolada. 

Se estiró, recuperando su altura, y se metió las manos en los bolsillos para no sucumbir a la tentación de tocarla. Ya no podía hacer más. 


- Siento mucho haberte puesto en esta situación que ahora me doy cuenta de lo indeseable que es para ti. Solo quería... Bueno, que me entendieras -se encogió de hombros-. Debí haber leído las señales antes, perdóname. Cuídate, Albi. 


Y se marchó, cerrando la puerta con suavidad. Peor que un portazo, peor que un grito, peor que un adiós. 

Alba Reche se quedó parada, inmóvil, intentando recomponerse de cada una de las palabras que había dicho Lacunza. Pam, pam, pam, sin compasión, sin dudas y con un dolor terrible en el fondo de sus ojos. 

Un lamento ahogado desbarató la quietud de aquel lugar que se había quedado detenido en el tiempo y en el espacio, como un reducto en el que solo se sentía, aún, el eco de la puerta al cerrarse. 

Rompió a llorar. 




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- ¿Ya? -se sorprendió Marta al verla salir. Apenas habían pasado quince minutos desde que entró. 

- Es que ya he recibido el alta -sonrió con falsedad. Solo quería salir de allí. 

- Pero si tienes programadas cuatro visitas más -frunció el ceño, comprobándolo en el ordenador. Efectivamente. 

- Bueno, pues parece que estoy mejor de lo que parecía. 

- Natalia... 

- ¿Qué? -dijo con cara de inocencia. Necesitaba irse, notaba cómo las aristas de su pecho amenazaban con resquebrajarse. 

- ¿Qué pasa? 

- Nada, Martus. Baja voluntaria, me siento muchísimo mejor. 

- Si entro en la sala de Alba, ¿qué me voy a encontrar? -preguntó con suspicacia. Algo había pasado. 

- A una persona que no conozco -suspiró y le vibró el aire. Se le empañaron los ojos, le temblaron los labios, pero, aún así, sonrió. 

- Pero... 

- Nos vemos, Martita -tragó saliva y se marchó, echando una última mirada a su cuadro. 


La recepcionista observó a la cantante alejarse y se le arrugó un poco el corazón cuando vio cómo se secaba las mejillas de espaldas a ella. Ni siquiera esperó al ascensor. 

Natalia se fue a casa intentando que no le estallara la cabeza. Todo se había salido de madre y no sabía si se había equivocado. No tenía intención de decirle nada de aquello a la rubia hasta que pudieran hablar, hasta que la conversación estuviera en un punto lo suficientemente sincero como para confesarle lo mucho que le había dolido que dudara de ella, sobre todo teniendo en cuenta la relación que habían tenido, tan limpia, tan de verdad. Sin el reproche que parecía haber impregnado la conversación, con calma, incluso con dulzura. Pero hecho estaba. Se había dejado llevar por la rabia que le provocaba la falsedad que sentía en su manera de tratarla, en la que se entreveía a ratos una calidez que la fisio siempre se afanaba en ocultar. Había terminado por explotar. 

Sabía que le habían herido sus palabras, porque sus almas suyas siempre habían sido el hilo conductor de su conexión, la clave de aquello tan especial que las había unido desde el principio y que después fueron construyendo con tanto amor. Detestó haber provocado en ella un sufrimiento que creía inevitable, pero había sentido la necesidad de abrirle un poco los ojos: se había cegado tanto con su propio dolor que había perdido de vista la realidad. 

Ella podía soportar el peso de su culpa, y lo cargaba con entereza, pero era necesario recordarle que en aquella historia eran dos y que a ella también le dolía lo suyo. 

A pesar de estar convencida de no haber dicho ninguna mentira, no dejó de temblar durante horas. 




------------------------------------------------------------------------ 




Había pasado el resto del día como en trance, sin enterarse muy bien de lo que sucedía a su alrededor, sin prestar atención a las conversaciones de sus pacientes, tratándoles como una autómata, perdida en el silencio de sus pensamientos. Como tener a todo un ejército bramando al otro lado de la puerta, pero sin dejar de empujar para no cederles el paso. Sabía que se iba a romper. 


- Oye, Alba... Me ha dicho Natalia que le has dado el alta -le preguntó cuando se iban a comer. 

- ¿Cómo? 

- Bueno, ha dicho que era una baja voluntaria. 

- Sí, bueno, dice que se encuentra mejor -comentó, distraída. 

- ¿Borro sus sesiones programadas? 

- No, déjalas, me vendrán bien esas horas para adelantar papeleo. 


Esa breve conversación había terminado por asestarle el golpe de gracia, haciendo real lo que parecía que había sido un sueño. No iba a volver. 

Le pareció generoso por su parte que ella misma abandonara las sesiones, pero no estaba segura de querer que lo hiciera. Se preguntó si aquello era debido a la devastadora conversación que habían tenido, pero sabía que no era así. Podría haberse negado a tratarla mucho antes, podría haberle asignado a otra fisio, pero no lo había hecho, y aquello era bastante más revelador de lo que pudiera parecer. 

Dejó las cosas en la mesa cuando llegó a casa y se fue directa a la ducha. Había cancelado su quedada con Paula para el gimnasio. Solo quería tirarse en la cama y dejar de pensar. 

Entró a la ducha y, a medida que el agua recorría su cuerpo, su armadura se deshacía como si estuviera hecha de algodón de azúcar. El ejército tiró, al fin, la puerta abajo, y todo lo que había evitado dejar sonar en su mente retumbó en cada esquina de su cerebro. 

Se le mezclaban las lágrimas con el jabón. La pena que había visto en la mirada de Lacunza mientras decía que no había sido, ni un poquito, el alma suya cuando más lo había necesitado, le despedazaba el corazón. Nunca se había detenido a pensar en cómo estaría sintiéndose ella, aquella pequeña Nat asustada que una vez creyó conocer, convertida ahora en verdugo para descanso de su espíritu. No había podido permitírselo, pero le había bastado una conversación de diez minutos para volver a ver en sus ojos todo lo que se había obligado a borrar.

No podía culparse, lo había hecho por pura supervivencia, pero al César lo que es del César: también tenía pecados que expiar, y eso sí que no se lo esperaba. Andaba con soberbia por el mundo creyéndose en posesión absoluta de la verdad, obviando una de esas lecciones que se aprenden con los años, y es que nadie la tiene por completo. Descubrir de aquella manera tan brutal dónde había estado su error, le estaba machacando la conciencia. 

Se metió en la cama con el pelo húmedo y el estómago vacío. No dejaba de torturarle la imagen abatida de la cantante mientras le decía que ella también le había fallado. Pero la perdonaba, porque así era el alma de la morena, ese alma que, aunque se hubiera matado los recuerdos para olvidarlo, tan bien había conocido en realidad. Estaba dolida, herida, decepcionada, pero estaba allí, plantada frente a ella, con el pelo de un niño por una apuesta absurda que hicieron una vez, encogiéndose de hombros, como si no fuera nada, ante el error tremendo de la rubia, pidiéndole incansable que hablara con ella solo un ratito porque no soportaba la idea de que la única persona que la había visto de verdad pensara tan mal de ella. 

Se estaba ahogando en un mar de lágrimas. 


No hubo Marco aquella noche. Ni tampoco la siguiente. 

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