La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 80. Año sabático.

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By TomorrowJuana

Estaba tratando a una señora que se había hecho un implante de cadera. Había intentado no preguntarle a Marta a qué hora tenía asignada a Lacunza para no darle una importancia que no tenía, pero había terminado por mirarlo ella misma en un momento en el que la recepcionista había salido al baño. Veinte minutos, veinte minutos faltaban nada más para tener sesenta en su única compañía, a medio desnudar o medio vestir, según se mirara, con la espalda embadurnada de aceite y un silencio más pesado que una vaca en brazos. Le estaba dando acidez de estómago. 

No es que temiera la memoria de sus manos en su piel, no esperaba que le removiera nada en ese aspecto, no era un jodido animal en celo, lo que realmente le preocupaba era ese silencio que siempre había sido cómodo entre ellas pero que, en aquel momento, solo de imaginarlo, le estaba dando ganas de vomitar. No es como si fuera una desconocida, era algo distinto, como si aquella falta de palabras fuera el mal menor: quizá hablar fuera todavía peor. 

Intentó despegarse de su propio cuerpo para observarse desde fuera. Con Encarna apenas hablaba cuatro frases al llegar y dos al despedirse. Podría hacerlo así con ella, concentrada en su trabajo más que en su compañía. Ese era un giro de ciento ochenta grados en lo que había sido su relación entre esas cuatro paredes, pero había que adaptarse al medio para sobrevivir a aquellas sesiones. Era un asunto de selección natural. 

Tenía claro que, como diría su madre, algo quiere la perrita cuando mueve la colita, y por una parte sentía una terrible desidia sobre sus intenciones, hastiada simplemente de tener que pensarlo, pero por otra le burbujeaba una curiosidad impertinente que querría ahogar en el pozo de su indiferencia. Pero ahí estaba la condenada, asomando la patita y poniendo cara de buena gente para que la dejara jugar. 


Bueno, tampoco pasa nada por querer saber qué es lo que busca de estas sesiones. 

Ya, pero esta persona tiene una labia que cuando quieras darte cuenta le estás pidiendo perdón tú a ella. 

Ni de coña, ya sabes que me he hecho inmune a su verborrea. 

JAJAJAJAJAJAJAJAJA Y UN COÑO PA TI, GUAPA. 

Eres gilipollas, pensaba que confiabas más en mí. 

Si yo en ti confío, en quien no confío es en ella. Como bajes la guardia, te hace todo el lío. 

Tengo la guardia bien arriba, ya lo sabes. 

Si las guardias están muy arriba hasta que están muy abajo. 

Solo quiero saber, no hago daño a nadie por dejar que muestre sus cartas. Curiosidad científica.

Me parece genial, pero ten cuidado. Le han servido cuatro canciones para tenerte en espera cinco meses. 

Aggg, odio cuando tienes razón. 


No tenía muy claro qué Lacunza iba a encontrarse. No le gustaba demasiado esa tipa segura de sí misma, con empuje, determinación y una pizca de soberbia que había visto en las dos ocasiones en que habían compartido espacio, pero tenía que reconocer que esa versión más echada para delante le ponía las cosas muy fáciles: era la morena quien llevaba el peso de sus intercambios, de sus miradas y de sus silencios. Eso se lo tenía que agradecer. De haberse encontrado con su lado más tímido e inseguro sus nervios habrían sido peores y la tensión insoportable. Ahora solo tenía que hacer su trabajo y dejar que ella manejara aquella avioneta que, con toda seguridad, iba a terminar estampada contra un cerro. 

Pero ella iba a estar tranquilita, dando sorbitos a su vaso de té helado con la risa floja mientras Lacunza, intentando levantar lo que estaba condenado a caer en picado, movía sus manos con desesperación tocando botones y tirando de palancas, luchando por estabilizar aquel sindiós. Podría ser divertido si se relajaba un poco. 


- Bueno, Encarna, pues la veo la semana que viene. Haga los ejercicios que le he mandado en la cama y el lunes seguimos. 

- Gracias, hija, que pases un buen fin de semana. 

- Igualmente. 


Salió acompañando a la mujer y la soltó en la recepción cual pajarillo sanado en la ventana para que emprendiera el vuelo hacia su hogar. Allí le esperaba otro pajarraco que más parecía un cuervo que un ruiseñor: toda de negro, la capucha de la sudadera puesta, las manos en los bolsillos y la mirada en uno de los cuadros de la recepción. Qué alta es, madre mía


- Lacunza... -la llamó en voz alta para sacarla de su ensimismamiento. 

- Reche -musitó sin girarse-. No me gusta este cuadro -desde atrás vio cómo ladeaba la cabeza, observándolo. 

- Gracias por la parte que me toca -dijo secamente. 

- No, está muy bien hecho, pero me pone en un estado emocional que no me viene nada bien -suspiró y se dio la vuelta-. Perdona que divague, es culpa del cuadro -sonrió a medias y pasó por su lado para dirigirse hacia la sala. 


Alba no comentó nada y la siguió. Venía con una actitud quizá más taciturna que el otro día, no sabía si había sido por el cuadro o que se había, simplemente, desinflado en sus intenciones, tal y como esperaba. Sacudió la cabeza para dejar de pensar en aquello y, de paso, quitarse de encima el olor a madera que siempre envolvía a la cantante. 

Cuando llegó a la puerta se quedó al lado, esperando que Alba, dueña y señora de aquel templo de amor y de Reflex, le abriera las puertas, a lo mejor pretendiendo que fuera también una metáfora de su corazón. 

Se miraron apenas dos segundos al cruzarse en el umbral. Alba certificó que traía la mirada triste y Natalia que tenía la cara más bella que había visto en todos los días de su vida, y que, para dolor de sus pobres yemas de los dedos, no la podía tocar. 

Soltó un bufido nasal al teletransportarse a sus días primeros allí, en los que tocarla era el problema, hasta que lo fueron sus ganas de hacerlo. Volvía al mismo punto pero a la inversa. Qué ironía.

Echó un vistazo al lugar. No había cambiado en nada. Incluso seguía allí el pañuelo de San Fermín que le trajo hacía ocho meses. No esperaba verlo, ni no verlo, pues no recordaba que estuviera allí, pero que aún descansara en la estantería de sus cosas, en su trabajo, donde lo veía cada día, le hizo sonreír un poco de verdad. 

Giró la cara hacia ella, que acababa de cerrar la puerta y se apoyaba en la madera, un poco cohibida y un mucho expectante. A la Lacunza efervescente podía devolverle las pelotas con sendos reveses, con frescura, pero con la intensa no sabía ni cómo pararse en mitad de la pista. 

Natalia estiró mínimamente de su comisura derecha, la que la rubia le veía, y pensó que quizá entendía que le había gustado ver su regalo allí. Agachó la cabeza, descorchando de la miel de sus ojos su mirada para que no viera, todavía no, lo vacía que se sentía sin ella. Asintió hacia nadie, asumiendo su nueva realidad, y fue hacia la habitación del biombo. 


- Voy a cambiarme -susurró, y desapareció de su vista. 


Alba tuvo que coger para sí todo el aire de la sala. Se había quedado, de repente, sin aliento. Solo habían compartido una mirada y un suspiro, un vistazo al balcón de sus ojos y sentía que necesitaba una mascarilla de oxígeno. 

No quería eso, huía de ello, era mucho más fácil pensar que Lacunza era una zorra sin corazón, caprichosa y volátil, como la gente de su mundillo, que la había tirado al contenedor orgánico en el momento en el que dejó de necesitarla. No era bueno para ella ver que en el fondo de sus ojos seguía habitando ese miedo y esa tibieza que tanta curiosidad le despertaron en su día, esa bondad inherente y ese pánico a los demás. No, no podía permitírselo, no podía dejar que volviera a acercarse a ella. Ya había repuesto su corazón a base de cinta americana y tiritas de dinosaurios, si volvía a rompérselo quizá no volviera a ser el mismo nunca más. Ni como amiga, ni como confidente, ni como amante, pues al mínimo roce de su mano tatuada podía estallarlo en millones de pedazos. 

Natalia, por su parte, intentó serenarse mientras se quitaba la ropa. Volvía a tener que tomarse un par de minutos encerrada en ese cambiador para enfrentarse a la fisio al otro lado. Todo era demasiado familiar, demasiado lejano a un tiempo. En la primera ocasión iba a ciegas, sin esperar nada, solo aprender a ser como era delante de una desconocida; en aquel momento estaba corriendo una contrarreloj que iba perdiendo desde el momento en el que empezó la carrera. Pero no debía angustiarse por ello aún, sabía que no iba a ser cosa de un día, de dos miradas y una sonrisa amable. Tenía que calmarse y aceptar las zancadillas que se iba a encontrar en el camino, levantarse y volver a mirarla a los ojos hasta que le permitiera mostrarle que no eran las cosas como ella creía. 

Llenó sus pulmones del poco aire que la rubia había dejado para ella y salió, apretando la toalla en torno a su torso mientras se miraba las zapatillas. 

Alba la vio salir un poco avergonzada. Su desnudez volvía a tensar el espacio y a contraer el tiempo. Ya no era natural, sino violento. Se giró para buscar la manta de calor mientras la morena se colocaba en la camilla para evitar un avistamiento indeseado. Lo que le faltaba. 

Ninguna dijo nada cuando colocó la manta en su espalda y se sentó en su taburete, a la espera de que los músculos se le relajaran para empezar la sesión. Era un buen momento para decir algo pero, afortunadamente, en aquella ocasión no le tocaba a ella tirar del carro. 


- ¿Cómo se llama el cuadro que estaba mirando? -le sorprendió su voz por inesperada. 

- Soledad. 

- Ya decía yo -rió entre dientes. 


¿Se siente sola? No le pegaba mucho con lo que había estado viendo de ella en los últimos meses, entre Bad Bunny y toda la gente que había conocido al otro lado del charco y en sus conciertos, la tal Noemí... 

Siempre se ha sentido sola, no sé de qué te sorprendes. Siempre, menos cuando... Bah, cállate ya


- Creo que ese no voy a querer llevármelo. 

- Tampoco pensaba dártelo -masculló. 

- Ya. 


Cuando quieras vuelves a por otra, imbécil, que pareces imbécil. Vale que te las vaya a soltar muy frescas, pero al menos no se lo pongas a huevo


- Es de una serie que hice hace unos años. Una mala racha -comentó, un poco arrepentida por su desagradable respuesta. Una cosa era que no quisiera dejar que se acercara, y otra muy distinta tratarla mal. 

- Imagino. 


Los minutos no pasaban. Aún quedaban tres para quitarle la maldita manta y empezar a concentrarse en su trabajo. Aquello iba a ser insoportable. 

Natalia no estaba más relajada que la fisio. Se estrujaba el cerebro buscando algo que decir. Si se había metido en aquella locura de que su ex le tratara la espalda era para ir haciendo avances poco a poco, no para acobardarse por un cuadro melancólico y una contestación mordaz. 


- Me gusta mucho tu pelo así -cerró los ojos y se mordió los labios, cagándose en toda su estampa por aquella mierda de comentario. Le había puesto en bandeja la oportunidad de responderle otra crueldad. Espabila, Lacunza, que vas a salir de aquí más dolorida de lo que entraste

- Muchas gracias -asintió, dejándola viva por esta vez. Natalia se animó con esa concesión. 

- Ni siquiera perdiste la apuesta, no tenías por qué -se giró un poco para mirarla y se acarició su propio pelo. 

- Tenía ganas de hacer un cambio, y siempre se empieza por el pelo, ¿no? -levantó las cejas. 

- Pues empezaste de puta madre, Reche. Estás... estás guapísima -temblaron las pupilas en sus ojos de tanta adoración como contenían. A punto estuvo de volcársele el pecho a la fisio ante aquella visión. A punto. 

- Bueno, ya vale, que me vas a llenar la camilla de babas -se puso colorada, se levantó y le quitó la manta. Ya estaba bien de alargar aquella agonía de estar parada. 

- Sobrada -rió entre dientes. 

- Con lo que me estás diciendo como para no. 

- Sinceridad ante todo, Reche -se encogió de hombros, más suelta con el intercambio. 

- Sí, sobre todo sinceridad -dijo con ironía. 


Demasiado había durado la paz. Le dolió en el alma, no iba a negarlo. 


- Siempre he sido sincera contigo, Alba, no sé por qué dices eso. 

- Hay veces que, de tanto repetir una mentira, una cree que se convierte en verdad -se acercó con la crema en su mano y la extendió por su espalda. 

- ¿Y cuál se supone que es esa mentira que te he dicho? -sus manos menudas en su cuerpo apenas le permitían concentrarse en lo que quería decir. Uf

- ¿Que me querías, por ejemplo? -su tono afilado le iba dejando surcos en la piel. 


Natalia se apoyó en sus codos y giró la cabeza hacia ella, que la miraba con una pizca de desprecio. Detuvo el masaje. Natalia la miró de la misma forma. No se podía creer que pensara eso. 


- Más que a nada, Alba Reche. Más que a nada -masticó y volvió a tumbarse. 


En esta ocasión fue la rubia la que tuvo que tragar saliva. Pensar en que aquello no era cierto era sencillo, no había hecho otra cosa desde que se marchó, pero que Lacunza la mirara como lo había hecho y le dijera esas palabras era harina de otro costal. Que lo desmintiera de esa manera tan despiadada sin quitar sus ojos de los suyos, llameantes de rabia, la había dejado sin fuerzas. No tenía que haber dicho nada, joder. Las palabras son etéreas, y los hechos contundentes. 

Pero está aquí, y eso también es un hecho, dijo una voz en su cabeza. 

Intensificó la presión sobre sus músculos y centró su mente en desanudar las contracturas que poblaban su espalda, vaciando su cerebro de voces inoportunas. 


¿Así que es eso, piensa que no la quise? Natalia no podía salir de su asombro. Estaba indignada, estaba molesta, estaba desconcertada. La persona que más cercana había sentido en los últimos años, y habían sido muchos, dudaba de la verdad más inamovible que se había asentado en sus entrañas. ¿Cómo era posible después de todo lo que habían compartido, de lo dentro que le había dejado llegar? Algo debía haber hecho rematadamente mal para que aquello se hubiera evaporado como la niebla en un día de sol. Aceptaba su culpa, pero la actitud de la rubia tampoco la liberaba de su parte de responsabilidad. 


- ¿Y si no te quise, qué se supone que hago aquí? -no pudo evitar que su tono fuera ligeramente agresivo. 

- Supongo que limpiar tu conciencia -lo dijo como si nada, con ligereza. 

- Ignoraba que estuviese sucia. 

- No me vengas con esas, Lacunza, no estarías aquí si no fuera porque te sientes mal. 

- Me siento mal por haber dejado que malinterpretaras mis acciones, por no haber estado para despejar tus dudas, que ahora veo lo grandes que son, no porque piense que hice algo terrible. 

- Hiciste todo bien, vale, no voy a discutir por eso, me da igual -dijo con voz cansina. 

- No lo hice todo bien, pero no hice tanto mal como para que dudes de lo mucho que te quise y que te quiero. 


Alba carraspeó, incómoda, agitada, a punto de tropezar con esas palabras que no esperaba en absoluto. 


- Entonces sí que no entiendo qué haces aquí, sinceramente. 

- Primero, explicarme, y, por último, recuperarte -dijo sin un atisbo de duda. Uf, qué montón de palabras complicadas de golpe


Alba no pudo evitar soltar una carcajada estridente. Era surrealista. ¿Recuperarla? 


- ¿Recuperar el qué, Lacunza? -le había dado la risa-. ¿Algo que dejaste marchar al primer contratiempo sin siquiera esforzarte por mantenerlo? No seas cínica, por favor. 

- ¡Eso no es verd...! 

- ¡Que no me importa, joder! -la cortó, apretando los dedos en su carne para que dejara de intentar girarse. Sin mirarla era más sencillo-. No me interesa lo que me quieras decir, no quiero tus explicaciones, vas tarde ya, pero me parece rastrero por tu parte que tengas la poca vergüenza de plantarte delante de mí, después de cinco meses sin siquiera llamarme para ver cómo estoy, y decirme que quieres recuperarme. 

- Vamos a ver... 

- El amor es para valientes, y tú me has demostrado que eres una puta cobarde. 

- Todos tenemos derecho a equivocarnos, Alba... -susurró, dolida.


Que dijera su nombre con aquel tono de voz tan minúsculo le apretujó el corazón. Ya habían tenido suficiente. 


- Mira, no merece la pena que gastes tu tiempo y mi paciencia. Está bien así, en serio. 

- Lo que te pasa -volvió a girarse para mirarla, ignorando la presión de sus manos- es que no quieres escucharme porque tienes miedo de que lo que te diga tenga sentido y toda esa fantasía que te has inventado de que soy una hija de puta para sobrellevar la decepción se te vaya a tomar por culo. 


Hala, ahí lo llevas, para que comas y para que almuerces. Justo a la línea de flotación

Alba prefirió no contestar a eso, temerosa de ser inconsecuente y a la vez acojonada de reconocer que esa era la pura verdad. 


- Si queremos no matarnos durante el tiempo que tenga que tratarte será mejor que dejemos el tema. Tenemos el mismo grupo de amigas, no lo hagamos más difícil. 

- Si he venido es para refrescarte la memoria sobre quién soy, porque parece que se te ha olvidado, y para intentar volver a tener lo que tuvimos. Así que ve haciéndote a la idea de que voy a pelear lo que no peleé en su día, por muy mal que me hables y por muy obstinada que te pongas -volvió la cabeza al agujero de la camilla-. Ya sabes que me pones mucho cuando te enfadas, no tengo problema en lidiar con tu vena de la frente. 


Alba suspiró y se mordió la diminuta sonrisa que amenazaba con partir su gesto serio. Es gilipollas. Luego la cabezota era ella, manda narices. Prefirió dejar que pensara que aceptaba sus intenciones, porque parecía que de nada iba a servir intentar quitarle esa idea de la cabeza. Ella misma se daría cuenta de que sus esfuerzos iban a ser infructuosos a medida que viera que su actitud no cambiaba. Si quería estrellarse, allá ella. 

Guardaron silencio el resto de la sesión, cada una repasando la conversación en su cabeza y tirando líneas para anticipar el resto de movimientos. 

Natalia empezaba a comprender el enfado de la rubia, pues si era cierto que pensaba eso de ella hasta le sorprendía que hubiera aceptado tratarla ella misma. Una parte de su cerebro le decía que, al hacerlo, inconscientemente, le estaba dando una oportunidad para explicarse, por mucho que se obcecara en decir que ni se molestara. Eso la animó un poco, a pesar del desastre que había sido la hora entre ellas. 

Iba a tener que remangarse y meterse en el barro, pero lo haría sin dudar si con eso conseguía que la fisio la entendiera y, en parte, la perdonara. Si no quería volver, bueno, lo asumiría, pero no podía soportar la idea de que Alba Reche caminara sobre la Tierra pensando que su amor había sido falso. 

Cuando volvió, ya cambiada, se dirigió a su riñonera casi sin mirarla, rebuscó en ella y sacó un pase VIP. Se lo tendió. 


- Es para el concierto del sábado. Sé que no vas a venir -y era verdad, lo sabía-, pero quiero que sepas que a mí me gustaría mucho que lo hicieras. 

- Entonces, ¿para qué desperdicias una entrada si sabes que no voy a ir? -levantó una ceja. 

- Para que veas lo mucho que me apetece que vengas. Pero no importa. Nos vemos el lunes. 


Le sonrió con una cierta melancolía y, al salir, dejó la entrada sobre su mesa de cremas. Imaginaba que en algún momento le daría su entrada, pues sabía que todas sus amigas ya tenían la suya y no iba a hacerle el feo de dejarla apartada, pero le sorprendió que supiera que no tenía ninguna intención de ir. Le dolió la ilusión en sus ojos al albergar una cierta esperanza, y más le dolió no poder corresponderla. Una pena. 

Cogió el pase entre los dedos, donde ponía su nombre, y suspiró. Lo que habría dado por una entrada como aquella hacía solo un año... La colocó sobre su estantería. Era su primer recuerdo que aún no había sucedido, y eso le hizo sonreír con tristeza. Salió a buscar a Marta para ir a comer. 




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<Natalia.Lacunza ha añadido contenido a su historia>

Holi, guapos y guapas. Este sábado doy un conciertico en el Wizink. Habrá muchas sorpresitas y me acompañarán algunos colegas a quienes admiro un montón, pero la verdad es que el artista invitado más importante vais a ser vosotros y vosotras. Así que necesito vuestra ayuda. Tenéis que aprenderos esta melodía para ayudarme con una cancioncita (se puso a silbar un par de veces la misma secuencia). Si os la aprendéis va a ser muy guay. Muchas gracias, ¡os quiero mogollón! 


A Alba le sonaba mucho, pero no era capaz de ubicar de qué canción era. ¿Quizá era el sonido de la peli de Los Juegos del Hambre? No estaba segura. ¿La melodía de Harry Potter? Ni de coña. Bueno, saldría de dudas el sábado, pues Lacunza había decidido retransmitir el concierto por Youtube. Le sorprendió. Vale que fuera el concierto fin de gira, pero tantas expectativas la descolocaban un poco, nunca había hecho algo así. 

Un poco sí le jodió su determinación de no ir al concierto, pues estaría lleno de colaboraciones. Joder, se iba a perder el mejor concierto de toda la carrera de Lacunza por el tonto motivo de que le hubiera roto el corazón. Casi nada. 

Se repantingó en el sofá. Esa noche la cantante tenía una entrevista en la televisión y le apetecía verla. Era muy divertido, pues se notaba a leguas lo poco que le gustaban aquellas vainas. Le divertía su incomodidad. Tan chulita como había estado al final de su sesión, diciéndole aquellas estupideces sobre recuperarla. 

Natalia Lacunza, estrella brillantísima en el firmamento, le había dicho, con sus propias palabras, saliendo de sus labios jugosos a medio sonreír, que iba a luchar por recuperarla. Tampoco iba a negar que eso le daba un subidón de autoestima impresionante. No iba a por ella, qué sé yo, Perico el de los palotes, no, iba la mismísima Natalia Lacunza con sus dos Grammys, uno en cada mano. 

A ver lo que tarda en perder fuelle. Pero bueno, mientras tanto, qué rica se siente esta atención por parte de alguien como ella

Volvió la vista a la tele. No se estaba enterando de nada de la entrevista, tan ensimismada en sus pensamientos y la satisfacción de provocar esa reacción en Lacunza. 


- Bueno, Natalia, cuéntanos, ¿estás trabajando en un nuevo disco? Nos tienes acostumbrados a uno por año -sonrió el presentador, encantado. 

- Pues la verdad es que no estoy trabajando en nada concreto. Algún tema suelto, ya sabes. 

- ¿Te vas a subir también a la ola de los singles? 

- Pues la verdad es que ahora mismo es lo que más me apetece. Creo que es momento de parar un poco -rió por la nariz. 

- ¿Parar? No nos asustes. 

- Sí, sacar algún tema cuando me apetezca, pero sin presiones. No digo que mi discográfica lo haga, yo soy mi peor jefa -rieron ambos-. Pero he decidido tomarme un respiro, un año sabático. 

- ¿Un año? -abrió mucho los ojos. 

- Sí. Amo la música, pero creo que hay otras cosas más importantes a las que igual he dejado un poco de lado. Tengo que coger perspectiva. 

- ¿Qué cosas se dejan de lado cuando te dedicas a esto? 

- Mi vida personal, por ejemplo -rió-. La música es una parte muy importante de mí, lo ha sido desde que era pequeña, pero no lo es todo. Es el momento de poner un poco de orden. 

- ¿Y qué cosas quieres hacer durante este año? 

- Viajar por placer, dedicarle tiempo a mi familia, a mis amigos... 

- ¿Al amor? -probó el presentador. 

- Y al amor, por qué no -aceptó con timidez. 

- No sé cómo podremos aguantar un año entero sin tener un nuevo disco tuyo en nuestras manos, pero esos son buenos motivos para esperar. 

- Sacaré algunas cosillas para que la espera no se haga muy dura, ni para vosotros ni para mí. Se pueden compaginar ambas cosas, pero con un poco más de cabeza. 


Aquella frase iba para ella. Vamos, que si lo iba. Tragó saliva, porque de tener la boca abierta durante todo lo que había escuchado de la entrevista se le había secado la garganta. ¿Un año sabático? ¿NATALIA LACUNZA ACABABA DE ANUNCIAR QUE SE TOMABA UN AÑO SABÁTICO? ¿LA MISMA NATALIA LACUNZA QUE SE HABÍA IDO DE SU LADO PORQUE NO PODÍA VIVIR SIN LA MÚSICA? ¿QUÉ COÑO HABÍA PASADO EN ESOS MESES PARA CAMBIAR DE ESA MANERA? 

Estaba alterada. Furiosa. Se levantó a hacerse un poleito. No le entraba en la cabeza. Se había ido precisamente por la incompatibilidad de la felicidad de estar con ella con su pasión, y ahora decía que aparcaba la música durante todo un año. Y un día después de asegurar que quería recuperarla. No sabía si sonreír o presentarse en su casa y darle una paliza. ¿AHORA? A BUENAS HORAS. Hizo unas cuantas respiraciones para calmarse. 

¿Era eso lo que le quería explicar? Le daba vueltas la cabeza. Cogió un cigarro y salió a la terraza a fumar mientras bebía su infusión. No solía hacerlo, pero la ocasión lo merecía. No sabía ni qué pensar. Tendría que darle unas cuantas vueltas cuando todo dejara de agitarse dentro de su cerebro, no era capaz de ordenar ni un pensamiento con toda la polvareda que había creado aquella noticia. 

Se fue directa a la cama. Puso el móvil a cargar y vio que Lacunza había vuelto a tuitear en su ausencia. 


Marco


Allí estaba el puñetero Marco de los cojones. Se dio la vuelta, ofuscada, y se dispuso a dormir. 


A tomar por culo, tío

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