<Alba.Reche ha añadido contenido a su historia>
Una foto de su sala, donde trabajaba, y una canción. Siempre un trozo de canción: comprenderás, si te hablo así te ofenderás, lo conseguí, ya no eres más que sombras.
Un dolor se le agarró en el pecho.
Joder, vaya felicitación de cumpleaños, sinceramente.
Toda la alegría de los últimos días, desde que dio comienzo el año, se le fue por la ventana.
Tampoco hacía falta hacer esto, con no felicitarme era más que suficiente.
Se recostó en el sofá con furia.
Iba a escuchar la canción entera, como hacía siempre, pero tampoco era cuestión de matarse el corazón a golpes.
Se levantó y fue a ducharse. Tenía cita con Noemí en una hora y por la tarde partiría hacia Logroño para continuar con su gira. El concierto después de Navidad había vuelto a tener la chispa que tuvieron los primeros que dio, bromeando con el público, hablando un poco más sobre sus canciones y sobre la cover que se había acostumbrado a cantar al final, todo provocado, en cierta parte, por ese mínimo acercamiento con la rubia de una semana atrás.
Pero ahora venía con esto. Vale, sabía que tras el guiño vendría un palo, conocía a Alba lo suficiente como para llevar ya unos días preparándose para la contrarrespuesta que volviera a equilibrarlo todo, menuda era la rubia para su orgullo, pero se había pasado seis pueblos. Ahora que era conocedora de que veía sus publicaciones, podría haberse limitado a no poner nada, lo hubiera preferido.
Salió de casa con una cara de mírame y no me toques, y, si alguien se hubiera fijado, podría haber visto perfectamente una nube negra con una carita triste sobre su cabeza.
Salió al frío aire de enero y recordó unas palabras que Noemí le había dicho en su última sesión: no vale de nada agobiarse por lo que no sabemos, puedes ponerte triste, enfadarte o indignarte cuando tengas toda la información.
Sacó el móvil de su bolsillo y buscó la maldita canción para poder estar triste a gusto, sin la mosca detrás de la oreja de haberse precipitado. Probó a meterse en la lista que compartían, y que estaba prácticamente segura de que Alba había olvidado que era de ambas, y allí la encontró. Se preparó mentalmente para la hostia de realidad y le dio al play.
Le dio tiempo a escucharla dos veces antes de llegar al despacho de su psicóloga. Entró con los auriculares puestos y una sonrisa que se le salía de la cara. La mujer la saludó con simpatía, como en cada sesión, pero Natalia se quitó los cascos y se abalanzó sobre ella para darle un abrazo que la levantó del suelo.
- ¡¿Pero qué te pasa?! -le preguntó con una risa.
- ¡QUE ERES LA MEJOR! ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!
Le dio un par de vueltas en el aire y la depositó de nuevo junto a su silla. Irradiaba una energía desbordante, le brillaban los ojos como ningún día antes en aquella habitación, sonreía por inercia y parecía dar saltitos en el sitio.
- Perdona por tomarme esa libertad, pero es que me estás arreglando LA PUTA VIDA -saltó en la silla y volvió a ponerse seria-. Perdona otra vez. Joder, estoy atacada.
- A ver, por partes, Natalia, hija, que me has dejado a cuadros. ¿Por qué me das las gracias?
- La semana pasada, cuando te dije que me angustiaba mucho el hecho de que no hubiera intentado llamarme nunca, ni siquiera el día siguiente a nuestra ruptura, como si nunca hubiera pasado, me dijiste que, hasta que no supiera los motivos, no tenía por qué pensar nada malo, puesto que no lo sabía y era dañino ponerse en lo peor sin necesidad.
- Y tú me contestaste que qué opciones buenas podrían llevarla a no intentar jamás ponerse en contacto contigo -asintió Noemí.
- Ya, sí, que quizá simplemente me estaba dando el espacio que yo necesitaba -rodó los ojos. Cómo detestaba, a veces, que tuviera razón-. Ahí vi que hay siempre posibilidades buenas además de las malas, y que, aún así, siempre pienso en lo peor.
- Tú y el 80% de la población. Nos agobiamos pensando, a veces, cosas rocambolescas, cuando la explicación siempre suele ser la más sencilla.
- Que siiiii -dijo con voz cansina-. Aprendí la lección. Y hoy la he puesto en práctica -sonrió sin dientes, achinando tanto los ojos que parecían navajazos en un tomate.
- Oy, qué feliz me ha puesto esto. Cuéntame.
- Hoy es mi cumpleaños -sonrió, ruborizada. Le daba una vergüenza enorme que la felicitaran, y no hablemos de aguantar el cumpleaños feliz rodeada de gente, frente a una tarta con velas, con todas las miradas puestas en ella: un suplicio para la gente tímida-, y Alba ha puesto una storie en instagram para "felicitarme".
- Ya sabes lo que pienso sobre la comunicación en redes, Natalia. Todo lo que acabamos de hablar sobre afrontar una situación sin saber toda la información se refleja en todo el tema de las redes, porque ahí sí que no sabes nada: ni el contexto, ni el tono, ni la intención. Ni el destinatario -incidió.
- Ya, pero es mi cumpleaños y es para mí. Yo lo sé, y tú lo sabes -entrecerró los ojos.
- No sé para qué me esfuerzo -se apretó el puente de la nariz con los dedos.
- Noe, porfa, no te enfades, que tienes razón y después te vas a poner contenta -le prometió-. Un trozo de una canción y una foto de la sala de fisioterapia donde trabaja, ¿vale? -gesticuló con las manos para ponerla en situación.
Noemí adoraba a esa paciente, tan famosa pero tan inocente, tan genuina, tan especial en su manera de sentir y de vivir la música y las emociones, aunque en ocasiones la sacara de sus casillas. A veces parecía olvidar su motivo inicial para ir a terapia, y eso, aunque la cantante no lo supiera, también era un avance. Por eso la aguantaba, sino de qué. Asintió para que prosiguiera con otra de sus alocadas historias sobre lo que una quiso decir cuando dijo qué, y lo que esperaba que pensara la otra cuando intentó cuál. Peor que una novela.
- La canción, sinceramente, una puta mierda. O sea, la canción está bien -se retractó-, es de su grupo favorito después de mí, aunque ahora que lo pienso me imagino que me he caído del podio, pero como no lo sé no voy a agobiarme -abrió los ojos y se dio en la sien con un dedo varias veces. Noemí intentó contener la risa-. El caso es que el trozo que eligió decía algo así como comprenderás, si te hablo así te ofenderás, lo conseguí, ya no eres más que sombras. ¿Cómo te quedas?
- De piedra pómez -murmuró-. Bastante duro, la verdad.
- Eso pensé yo... Todo mal, Noe, todo fatal.
- ¿No pensaste que no era propio de ella hacer algo así? -inquirió. Había escuchado hablar lo suficiente de Alba como para hacerse una idea de su personalidad.
- Qué va, no he pensado nada de eso, solo he pensado que qué cabrona, que eso no se hace, que mejor no haber puesto nada. Pero, cuando venía para acá, me he acordado de la conversación de la semana pasada, y ahí sí que he pensado que no era propio de ella ser tan cruel, y menos después de lo que pasó en Navidad.
- ¿Dos historias y un tuit dándote un rapapolvo? -chasqueó la lengua, intentando bajarla a la Tierra.
- Noe, eso fue bonito, no me hundas -intentó hacerle entrar en razón.
- No fue bonito, pero entiendo tu entusiasmo.
- No me dejas disfrutar de las cosas, de verdad -rió por la nariz. Cómo le gustaba ese toma y daca con la psicóloga. Más que una psicóloga parecía una madre gruñona-. La cuestión es que he pensado que debería tener toda la información posible, aceptando que era un comportamiento raro en la manera en la que yo la percibo -Natalia, más que acudir a sus sesiones, parecía que se las estudiaba. Se lo tomaba más en serio que ninguno de sus pacientes-. Así que he buscado la canción entera y la venía escuchando -concluyó con una sonrisa orgullosa.
- ¿Y bien?
- Pues la canción quiere decir JUSTO LO CONTRARIO -se dio un golpe en las rodillas y se removió su pelo por la intensidad del movimiento-, porque la siguiente frase dice: quizás te estoy mintiendo, resulta que no puedo aceptar que aún te eche de menos y que este menos vaya aún a más.
- Eso es bueno para ti, ¿no?
- Eso es bueno para el mundo, Noemí -sentenció con seriedad.
- ¿Y por qué crees que ha elegido esa parte de la canción para felicitarte?
- Porque piensa que ya se expuso lo suficiente en nochevieja como para volver a hacerlo.
- ¿Y si no hubieras escuchado toda la canción?
- No hubiera vuelto a subir nada por ella a mis redes -dijo en tono sombrío, convencida.
- ¿Y se habría arriesgado a eso, dando por buena tu idea sobre su interés en ti al hacerlo, si lo que quería decirte es lo contrario a lo que ha puesto en su publicación?
- Sí, porque ella sabe que yo escucharía toda la canción, del mismo modo que sé que ha puesto ese trozo como autoprotección -jamás la había visto Noemí más segura de sí misma-. La canción habla sobre superación para luego reconocer que no lo es. Es su manera de decirme vale, sí, me acuerdo de ti y es tu cumpleaños, pero tampoco te flipes.
- Resumiendo, que ha quedado en una posición aún más vulnerable al intentar hacerse fuerte.
- ¿Por qué dices eso? -frunció el ceño.
- Porque al usar esa canción te muestra que, por muy distante que intente parecer, la realidad es que sigue pensando en ti.
- No lo había pensado así -dijo lentamente.
- Y por eso me pagas lo que me pagas -le guiñó un ojo-. Si crees que ella sabía que escucharías toda la canción, ¿por qué ha puesto justo ese trozo?
- Porque sabía que sería una colleja educativa metafórica para mí.
- ¿Cómo? -realmente no había entendido una palabra.
- Cuando lo he visto me he asustado mucho pensando que ya me había olvidado, y he tenido esa sensación hasta que la he escuchado entera -frunció el ceño, recordando el mal rato-. Eso era lo que pretendía: demostrar que es ella la que tiene la sartén por el mango por mucho que bajara la guardia en Navidad.
- Todo esto que me cuentas pueden ser solo imaginaciones tuyas -le recalcó-, pero vale, continuemos con tu hipótesis -accedió-. Ella no sabe si tiene la sartén por el mango, quizá piense que la tienes tú y por eso actúa de esa manera.
- Pues si es así va de culo -se carcajeó, y con ella la psicóloga-. Esto es un juego de poder, y creo que ambas nos sentimos más cómodas pensando que el control lo tiene ella.
- ¿Por qué?
- Porque a mí me acojona tenerlo, no lo quiero, porque no sé qué hacer a continuación, y a ella le asusta no tenerlo, porque lo que de verdad quiere es olvidarse de mí.
- ¿Eso crees?
- Sí.
- ¿Y qué crees que deberías hacer a continuación? -retomó sus palabras.
- Con ella nada, pero contigo -agitó las cejas arriba y abajo y puso voz sensual mientras sacaba un papel de su mochila-. Tengo una buena noticia para ti -le tendió el folio.
- ¿Y esto? -no lo cogió, pero lo observó de reojo mientras esperaba una explicación.
- ¿Podrías decirme cuál ha sido mi estado anímico estos últimos diez días?
- Excelente, el mejor que te he visto en un mes.
- ¿Recuerdas por qué vine aquí?
- Por tu incapacidad para conseguir que convivan la "felicidad" y tu inspiración creativa -hizo comillas en el término "felicidad", pues ya habían hablado largo y tendido sobre ese concepto tan complejo y volátil.
- Pues mira lo que he escrito en un estado anímico tan positivo como el de los últimos días.
Noemí lo leyó. Esa chica, sin ninguna duda, tenía un don con las palabras. Cuando le mandaba tarea y tenía el placer de leerla era capaz de entender su necesidad de explotar un talento como ese, de sacarlo de dentro. El mundo debería poder disfrutarlo como lo hacía ella.
Era un poema no muy extenso pero de una profundidad abrumadora. Lo repasó antes de levantar la mirada hacia la chica.
- Es bastante triste -arrugó la frente.
- Surgió de un momento un poco bajo, pero lo he desarrollado en un momento bastante alto, quizá el más alto desde que... pasó todo.
- ¿Y qué crees que ha cambiado para conseguir escribir esto en un estado mental positivo?
- Creo que viene de una manera distinta de enfrentarme a la inspiración -suspiró-. Antes la encaraba con la mirada gacha, como si yo le debiera algo, como si fuera un animal salvaje y yo tuviera que dejarme morder para calmarlo. No digo que esté comiendo de mi mano, todavía no, pero me ha dejado que lo acaricie sin hacerme daño.
- ¿Y cómo has conseguido amaestrarlo? -le gustaba mucho hablar con Natalia Lacunza porque tenía una manera muy gráfica de explicarse. Casi podía ver la estancia y el animal rugiendo, al acecho, esperando un momento de debilidad. El uso de las metáforas les ayudaba a comunicarse, y a veces no tenía muy claro quién aprendía más de quién.
- Dejando de entrar en esa habitación con miedo. No sé explicarlo, es como si, al haberlo tenido en ayunas tanto tiempo, él se hubiera dado cuenta, y yo con él, de que la que manda soy yo, y que si no lo alimento, se muere. No puede vivir sin mí, pero yo sí puedo vivir sin él, por lo que ha dejado de sentirse poderoso ante mí, y yo he conseguido hacerme grande.
- Tú mandas -asintió, con un orgullo inabarcable hacia la chica sentada frente a ella. El hecho de que hubiera aceptado que podía vivir sin ella, sin la inspiración, era un paso de gigante para la cantante.
- Eso es. Aunque puede que me lleve algún mordisco de vez en cuando.
- Las cicatrices son sexys -se encogió de hombros, con una sonrisa.
- De momento voy a seguir entrando con el traje espacial para evitar sustos.
- ¿Y poco a poco te irás quitando capas?
- Hasta conseguir entrar en pelotas y que ronronee.
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Llevaba un rato esperando a su amiga. Nunca se hubiera imaginado terminar considerando a Natalia Lacunza como tal, pero allí estaba, tomando una cerveza y leyendo sus disculpas en el móvil por su tardanza.
*Afri*
No me parece bien que me reemplaces por Lacunza
*Damion*
Solo vamos a comer, que esta tarde se va
No seas acaparadora
*Afri*
Menudo cuadro tienes que ser diciendo "acaparadora", sinceramente
*Damion*
Escucho tu risa de rata desde aquí
*Afri*
No es justo que apenas vengas unos días y tenga que compartirte con otra gente
Quiero poner una queja al encargado
*Damion*
Tengo el buzón de sugerencias abierto para ti
*Afri*
Y encima me pones cachonda CON UN BUZÓN
Vete a la mierda
*Damion*
En cuanto termine aquí te invito al postre
*Afri*
Me vas a volver loca
No merezco
- Vaya cara de panoli tienes, colega -la voz de Natalia le hizo levantar la mirada del teléfono, sonreír, darle dos besos, tirarle de las orejas para felicitarla, sentarse de nuevo y despedirse rápidamente de Afri.
- Trabajo -se excusó.
- A mí no me mientas a la cara que te pego un guantazo, niño -le hizo un gesto al camarero para pedir dos cervezas.
- Te veo mucho más contenta que la última vez -salió por la tangente.
- Lo estoy, estoy haciendo avances con "mi tema" -se quitó el gorro y la chaqueta y se sentó.
- Ese tema ultra secreto de la CIA.
- Exacto, si te cuento más tendré que matarte, y te he cogido un poco de cariño.
- Vaya, gracias.
- Además, te necesito para una cosa, puedo esperar a matarte dentro de unas semanas.
- ¿Es sobre eso que dejamos a medias? -preguntó con un tono insinuante.
- Es sobre algo que aún no has visto, pero que te va a flipar.
- ¿Habemus canción nueva?
- Habemus canción.
Brindaron y Natalia le mostró la hoja que le había enseñado a la psicóloga. Era su suerte contenida en un estúpido papel, su llave hacia un mundo nuevo y desconocido, la prueba tangible de que había un tipo de salchicha que hacía maullar al animal que llevaba años destrozándole el interior a zarpazos.
Escucharon juntos las pruebas de melodía que había hecho la morena y discutieron largo y tendido sobre arreglos y puentes. Una conversación soporífera para cualquiera que no estuviera tan entusiasmado como esos dos con la música.
- ¿Entonces puedes la semana que viene? -terminó de rebañar su plato. Había recuperado, de golpe, el apetito.
- Sí, sin problema.
- ¿No te va a suponer un desacarreo en Barcelona?
- No, lo tengo todo arreglado, no te preocupes.
- Ibas a venir de todos modos, ¿verdad? -sonrió con pillería.
- Bueno, tengo otro proyecto entre manos, y sí, entraba la posibilidad de volver a Madrid la semana que viene...
- ¿El mismo proyecto con el que estabas hablando cuando he llegado? -preguntó como si nada.
- Joder... -se pasó la mano por el pelo, rojo como un tomate.
- Proyecto África, muy altruista por tu parte.
- Deja de meterte conmigo -suplicó.
- No me meto contigo -lo tranquilizó-. ¿Estáis tonteando o vas en serio?
- ¿Vas a amenazarme si hago daño a tu amiga?
- No hace falta, sabes perfectamente que te arrancaré la cabeza si lo haces -bebió un sorbo de su café-. Solo quiero confirmar lo que es evidente.
Damion guardó silencio, tan tímido como era. Pero con Natalia todo resultaba mucho más cómodo que con cualquier persona, pues ambos eran igual de reservados. Se entendían.
- Me gusta -reconoció-. Me gusta mucho.
- O sea, que no son cuatro polvos.
- No... No hemos hablado del tema, pero no vengo tanto a Madrid por casualidad. Nos estamos conociendo y...
- Estás encoñadísimo -terminó por él, asombrada.
- Hasta la médula -soltó una risa nerviosa. Era liberador poder decirlo, al fin.
- Vaya, pues parece que acabo de perder una apuesta -terminó su café y se acarició el pelo.
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Era imposible, completamente imposible, entrar a ninguna de sus redes sociales y no encontrar tropecientos millones de fotos de Lacunza, que había aparecido en su último concierto con un cambio de look espectacular. Eran fotos en calidad concierto, en fin, horrible, pero simplemente con eso una podía apreciar lo escandalosamente bien que le quedaba. No sabía de qué se sorprendía si tenía la cara más bonita que habían visto sus ojos.
No, aquel domingo no iba a ser capaz de escapar de su rostro en todas partes. No quiso buscar imágenes en alta resolución, pues no estaba segura de que su corazón lo pudiera soportar. Ni sus bragas, pero ese era otro tema.
<Natalia.Lacunza ha añadido contenido a su historia>
Que no sea una foto, que sea una canción, que no sea una foto, que sea una canción. Rezó sin descanso mientras se debatía entre entrar a verlo o no. A quién quería engañar.
Y una frase chiquitita en una esquina: una Lannister siempre paga sus apuestas.
Madre de dios y del espíritu santo.
Se le olvidó pulsar la pantalla y la foto desapareció. Eso fue lo único que le hizo reaccionar. Volvió a abrirla e hizo un pantallazo, no fuera a ser que terminara dando donde no debía y la liaba.
Pero..., ¿esta persona?
No salía de su estupefacción. Es que hasta calva estaba guapa, qué castigo y qué cruz, de verdad.
Sonrió con la frase. Nunca hubiera imaginado que se acordaría de su estúpida apuesta, y mucho menos que aceptara la derrota y se cortara el pelo, más aún siendo, ya saben, una estrella de la música. Su imagen era importante en su trabajo, pero ella había cumplido. Habría apostado su mano buena a que lo había hecho únicamente por hacerla sonreír como lo estaba haciendo, puesto que ya no le debía nada. Pues enhorabuena, Lacunza.
Bueno, ya vale, quita esa cara de pava que estás poniendo.
Ay, déjame, es que mírala, hasta siendo un cuadro es preciosa...
¿En qué momento tú y yo nos hemos intercambiado los papeles?
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, qué te puedo decir.
Para que luego digan que insistir no vale de nada.
Mírala, por favor...
No puedo dejar de mirarla...
Ni yo... ¿Qué tiene?
¿Una genética para mejorar la raza humana y repoblar la galaxia?
Ahora sí que sí, vuelve al planeta y deja de procrear en tu mente, cerda.
Sí, perdón, ya está, pero es que...
Suspiró con ansia. Salió del pantallazo. Huyó por la transversal de su mente para dejar de pensar en ella de la forma en la que hacía tiempo que se obligaba a no pensar, para dejar de recrearse en su boca y en lo gustoso que debía ser amarrarle ese cabello corto entre los dedos en medio de un beso.
Hacía mucho que Alba Reche no se permitía pensar en esas cosas. La maldita Navidad la había dejado más suave que un guante. Lacunza no dejaba de intentar llamar su atención de esa manera suya tan adorable, como si nada; esa manera que tanto había detestado a regañadientes desde que se fue. Pero no era igual, había un cambio intangible en su manera de dirigirse a ella últimamente. Se recostó en el sofá, meditando.
Durante las primeras semanas, incluso meses, sus apariciones por redes habían sido insustanciales, cuando no iban dirigidas a ella, o lúgubres, cuando sí. Canciones sobre pérdida, sobre adiós, sobre soledad y tristeza. Pero ahora había un matiz que, si no te fijabas bien, no podías apreciar. Además, ella contaba con un truco infalible: la conocía como nadie. Estaba siendo más ligera, menos culpable, una pizca más juguetona. Todavía sonreía con rabia al recordar cómo había tenido la desfachatez de "pedirle" un abrazo en un tuit. La del principio no lo habría hecho ni en sueños.
¿Qué había cambiado? ¿La estaría olvidando? ¿Se le habría pasado la tristeza por su distancia con ella?
No le gustó ese pensamiento, a pesar de que sabía que era lo mejor para ambas, porque eso también la ayudaría a ella misma a avanzar.
Pero no, no parecía un carpetazo, pues cada vez se dirigía más a ella y de una forma mucho menos temerosa. Más valiente.
Ándate con mil ojos, Reche. Estás creando un monstruo y no puedes dejarte comer.