La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.

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By TomorrowJuana

- Hay que joderse lo bien que te sienta echar de menos a la rubia, ¿eh? -dijo la Mari nada más verla en el buffet del hotel. 


Estaba echando un vistazo a las crónicas que algunos periodistas y gente del mundillo habían hecho sobre el concierto de la noche anterior. Ella, profesional. 


- ¿Buenas críticas? -comentó mientras se llevaba un croissant a la boca. 

- Cojonudas. Además, según mi oído experto debo decir que es verdad. Tu mejor actuación hasta la fecha. Se nota que ya vas habituándote. 

- Ya. 


Guardó silencio. Estaba más de acuerdo con la afirmación de que su mejora era debida a su estado anímico bajo mínimos que a su adaptación al nuevo medio. Pero claro, no dijo nada. Le hubiera valido con cualquiera, pero no con la Mari. 


- Yo también me he dado cuenta de que te desenvuelves mejor cuando estás de bajón, no te creas que soy imbécil -la miró por encima de su café, dando un sorbo. 

- Estoy trabajando en ello -bufó. 

- Anda, mira, como Aznar. 


Natalia le dedicó una mala mirada y devolvió su atención al croissant. Poco tardó la rubia en volver a la carga. 


- ¿Qué pretendes hacer con esa información? 

- Nada -contestó al instante. 

- Así me gusta, porque como jodas a la fisio por tus movidas mentales te las vas a ver conmigo. 


Natalia suspiró y alzó la vista hacia ella. 


- Ya lo hice una vez y todavía me siento la mayor mierda del mundo -hala, ya estaba, confesión hecha. 

- El ensayo aquel, ¿no? -no parecía en absoluto sorprendida. Debería haberse buscado una repre menos observadora. 

- Sí. Pero no te preocupes, eso me sirvió para darme cuenta de que no me merece la pena. 

- Justo lo que quería escuchar. ¿Ella lo sabe? 

- No -dijo avergonzada. 

- Pues si quieres que siga siendo así más te vale no volver a intentarlo. 

- ¿Se lo contarías? -levantó una ceja. 

- Si te vuelves tan gilipollas como para eso, Alba tiene derecho a saber con qué tipo de persona está saliendo para poder mandarte a la mierda -ni se inmutó al decir esas palabras. 

- Qué dura, Mari -tragó saliva. 

- La música no es tan importante como para andar jodiendo tu vida y la de los demás. 

- Tú qué sabrás -masculló, molesta. La Mari no entiende una mierda, no sabe ponerse en mi lugar

- Pues si lo es, si es más importante que tu felicidad, si eres incapaz de esperar a que el problema se solucione, no arrastres a Alba en esto. Si quieres joderte la vida, adelante, tuya es, pero sin daños colaterales. 

- ¿Me crees capaz? -preguntó, atónita. 

- Sí. 


Un silencio que se medía en campos de fútbol asoló la mesa que compartían. Natalia se levantó, con el desayuno a medias, y fue a su habitación. 

Entró como una tormenta, estampando la puerta al cerrarla y tentada de liarse a puñetazos con ella. Se conformó con un par de patadas a la maleta. Estaba furiosa. 

¿Qué coño sabía la Mari sobre lo que estaba sucediendo en su interior? 

¿Cómo era capaz de juzgarla por algo que ni siquiera había hecho? 

Le había dolido en el alma que la creyera capaz de tirar por la borda toda esa felicidad que tanto le había costado construir. Pero, ¿de verdad no sería capaz de hacerlo? 

Intentó relajarse, salió a fumar al balcón. Se hizo un escaner interno, intentando ser lo más sincera posible consigo misma. Una cosa era que aprovechara sus momentos de bajón para trabajar, y otra muy distinta provocarlos. Jamás haría daño a su rubia a propósito, ya había aprendido la lección. La Mari estaba siendo injusta con ella. 

¿Y cuando terminara la gira y volviera a Madrid? 

Bueno, esperaba tener aquello solucionado para entonces. Quedaban ocho meses para eso. 

Echar de menos a Alba y la vida que tenían antes de empezar a girar le había servido para darle un empujón a la canción que tenía entre manos, eso no podía negarlo. Iba a pasar la siguiente semana entera con ella, por lo que comprobaría hasta qué punto aquello le afectaba. 

¿Y si era cierto que le afectaba para mal? ¿Y si no era capaz de hallar una solución?

¿Tendría que elegir? 

Entró, con el cigarro a medias, y fue directa a vomitar. 




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Salió al hall del hotel y allí estaba la Mari, más tranquila que una santa, con las gafas puestas y un chupachups en la boca. Natalia pasó frente a ella y le hizo un gesto con la cabeza para que fueran al taxi que las esperaba sin mediar ni media palabra. 


- ¿Estás más tranquilita? 

- Vete a tomar por culo, María. 

- He escuchado tus gruñidos desde mi habitación. 


Silencio. 


- Natalia... -se giró en el asiento para mirarla. 

- María, no quiero hablar contigo. 

- ¿Por qué? ¿Porque te he dicho lo que no quieres escuchar? Eso se llama amistad. 


Silencio. 


- Mira, Natalia, te quiero muchísimo, de verdad que sí... 

- ¿Puedes dejarme tranquila? -la miró, y María, por primera vez desde que la conocía, tembló. Había peligro en su mirada. Dolor. Miedo. 

- No, no te dejo tranquila. Me vas a escuchar y luego puedes dejar de hablarme un mes -la cantante no dijo nada, se limitó a mirar por su ventanilla-. Estupendo. Te quiero con mi vida, pero a veces me dan ganas de darte un par de hostias, pero de verdad, a mano abierta, cuando veo que te pierdes en lo irrelevante, dejando de enfocarte en el objetivo. 

- ¿Y cuál se supone que es el objetivo? -ladró. 

- Ser feliz. 

- ¿Y tú que coño sabes acerca de mi felicidad? -volvió a mirarla con los ojos llameantes. María tragó saliva. 

- Sé que jamás te he visto brillar más que ahora -la morena soltó una risa irónica y volvió la vista al cristal-. Natalia, por favor, no lo jodas. 

- No voy a joder nada, y eso es lo que más me duele. Ni siquiera lo es el hecho de que, después de tantos años, no me conozcas una mierda y seas capaz de frivolizar sobre mi necesidad por la música. Eso no es lo peor, y ya me parece bastante fuerte teniendo en cuenta que nuestra relación comenzó precisamente por esto. Lo peor de todo es que a la pregunta ¿me crees capaz? tu respuesta haya sido

- Estás así de ofendida porque he adivinado que lo serías. No te equivoques, Lacunza, no es conmigo con quien estás enfadada. Mírate el ombligo y sabrás que tengo razón, tienes bastante experiencia en eso. 


Natalia apretó el puño sobre su pierna para controlar su ira. Respiró hondo. 

María, al otro lado, quiso acariciar su brazo para que se calmara, pero algo en torno a la morena, una palpitación en el aire que la rodeaba, le dijo que mejor se estuviera quieta. Había sido dura con ella, lo sabía, pero no pensaba permitir que su subconsciente asustado manipulara su mente. Si hacía algo, que fuera con conocimiento de causa, no parapetada tras su genuina ingenuidad y su cara de niña buena. Natalia no era una mala persona, pero estaba demasiado acostumbrada a pensar solo en ella y a dejar que la música, esa maldita ramera a la cual odiaba cada día más, tomara el control de su vida. Era libre de tirar por la borda su lugar seguro, aquel remanso amable en el que había convertido su existencia, pero lucharía con uñas y dientes por hacerle ver todo el asunto con perspectiva. Parecía que no era capaz de ver una salida cuando la tenía teñida de luces de neón frente a su puta cara. 


- Natalia, sé que eres buena tía, solo espero que la que no lo olvide seas tú. 

- Me estás pintando como la peor persona del mundo -dijo entre dientes. 

- Precisamente, y al contrario de lo que crees, lo digo porque te conozco y sé de lo que eres capaz. Te he visto destrozarte sin sentido durante años solo para seguir pegada a tu pasión. Te he visto consumirte y regodearte en el dolor solo para sacar una puta canción. Precisamente por eso voy a meterme en el infierno y traerte de vuelta a hostias como se te ocurra hacer alguna estupidez. 


Natalia suspiró y tragó en seco. Se le estaban empañando los ojos y no quería darle esa satisfacción. Se arrancó las lágrimas a manotazos con los dientes apretados. María notó algo cambiar en su piel, como si hubiera mutado de repente a algo turbio, como el espíritu que posee al cuerpo de la niña en las películas de miedo o el alien que te destruye desde dentro. 


- No puedo más... -sollozó a trompicones, rompiendo a llorar como una niña y dejándose caer contra el asiento, derrotada. Derrotada


Estaba presenciando cómo su mejor amiga perdía una batalla, pero no sabía cuál. Estaba temblando frente a ella, enterrando a sus muertos en el pedazo de tierra que tuvieran más cerca, divisando el desastre inabarcable que se perdía en horizonte. Vibró su piel y el peso entero del mundo cayó sobre su cabeza. 

No pasó nada en aquel taxi, nadie que mirara desde fuera hubiera notado nada relevante, pero María respiró agitadamente, sabedora de que un eclipse acababa de dejar a Natalia sumida en la oscuridad. 


- Ven, anda -le tendió los brazos y su amiga se acurrucó en ellos. 


Quiso llorar también, angustiada por aquella mugre incomprensible que parecía contagiar de dentro hacia afuera el alma bondadosa de la morena, deseosa de quitarle ese peso y cargarlo ella, pues creía que ya había tenido suficiente dolor para su corta vida, aunque en este caso se lo estuviera creando ella misma. Comprendió, con Natalia en sus brazos, que el peor monstruo es a veces una misma disfrazada de otros demonios. Y, lo peor, es que resulta muy difícil luchar contra este tipo de enemigos. 


- No pasa nada, cariño, ya está... 


Acarició su pelo y dejó que se calmara. Sintió, mientras intentaba traerla de vuelta de ese páramo oscuro, que estaba conteniendo el agua con las manos. Se le escapaba Natalia entre los dedos y suspiró, agotada. 

No se puede salvar a quien no quiere ser salvado




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- La madre que me parió, Nat -respiró la rubia con dificultad, dejándose caer sobre su pecho. 

- Ya te dije que te había echado terriblemente de menos -sonrió y besó su pelo, paladeó su olor. 

- Esto es lo único bueno que tiene no verte: los reencuentros. Los vecinos deben estar a punto de llamar a la policía. 


Alba dejó un beso en su sien y se escondió en su cuello, dejando pequeños besos que apenas eran pisadas tenues en la nieve. Se le erizó el vello del cuerpo entero. Su Albi. La estrechó más fuerte, dejando que sus latidos se acompasaran a los de ella, abrigándose en su calor, en la suavidad de su piel. Era casa, era luz, y se le escapó una lágrima de emoción de lo llena que se sabía con ella al lado. Era abrumador lo mucho que sentía por esa rubia minúscula, tanto que parecía no caberle dentro. Iba a tener que hacer reformas en su interior, ampliar el ala oeste y añadir una casita para invitados. 

Todo parecía insignificante cuando respiraba el mismo aire que ella. 

No elegir a Alba Reche no era una opción. 




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Estaban todas las fisios y las cantantas reunidas de nuevo, con la única diferencia de que ya apetecía una rebequita para estar en la terraza. Natalia las miró allí, risueñas y despreocupadas, disfrutando de su mutua compañía y poniéndose al día sobre los últimos acontecimientos. 


- Afri, hemos dicho que nada de móviles -la acusó Sabela. 

- Perdón -puso cara de niña a la que están echando la bronca y dejó con cuidado el móvil sobre la mesa. Volvió a vibrar. 

- Te dejamos que lo mires si nos lees lo que te han puesto -propuso Natalia, que sabía más que ninguna de ellas. 

- Qué zorra eres -cabeceó, mirando alternativamente al móvil y a Natalia. No pudo soportarlo más y cogió el teléfono-. "En un par de semanas puede que me deje invitar a una cerveza". 

- ¿Quién te manda eso? -preguntó con tonito burlón. 

- Has dicho que lo lea, no que diga quién lo ha mandado -Natalia abrió la boca formando un o perfecta. Qué cabrona

- Bueno, sé quién viene a la ciudad en dos semanas. Una casualidad, seguro -la picó, y Afri le sacó el dedo de en medio. 

- Que te jodan, Lacunza. 


Todas rieron y dejaron pasar el tema, bastante seguras de quién era el emisor de ese mensaje y dejándole un poco de margen a la morena para que no las mandara a la mierda. 

La fisio se acercó con sigilo a su oído, acariciándolo con el aire que salía de su boca al hablar. 


- Mi Nat calvita, qué guapa vas a estar -dijo con sorna, pasándole un mechón tras la oreja. 

- En cuanto resuelvan la tensión sexual, si te he visto no me acuerdo. Afri no está acostumbrada a que le cueste tanto conseguir lo que quiere, por eso está así, no te flipes. 

- La verdad es que voy a echar de menos tu pelito alborotado, me hace cosquillas cuando te abrazo por detrás. 

- ¡Pero si siempre te abrazo yo! 

- ¡Serás mentirosa! -dijo elevando la voz-. Eres muy alta, pero eres la más bebé de las dos, siempre te hago la cucharita yo a ti. 

- Bah -dijo rodando los ojos, sabiendo que la rubia tenía razón. 


La noche transcurrió apacible. Ya llevaban un par de días en Madrid y todo parecía haber vuelto a su cauce. 

Ni María ni Natalia habían vuelto a sacar el tema, recuperando la sintonía a base de saltar alrededor del asunto problemático sin dejar que un pie cayera en la trampa. Sin embargo, una cierta y apenas perceptible distancia se había colado entre ellas. Nada que el tiempo y una caña no pudiera resolver, ¿no?

La morena le había dado muchas vueltas al tema, concluyendo en que su amiga tenía razón y que la tentación de dejarse arrastrar por la exigencia de su arte era algo que tenía que evitar a toda costa. Tenía que escapar de aquel canto de sirena, y eso era tremendamente fácil con Alba de nuevo a su alrededor. Nada merecía más la pena que el cálido sentimiento que inundaba su titilante corazón estando con ella, ni siquiera la música. Llegó a la conclusión de que, si tenía un problema, tendría que solucionarlo, no dejarse caer al abismo de la comodidad, por muy conocida que fuera la caída. 

Esperaba que esa convicción, que en ese momento sentía férrea, persistiera cuando volvieran a estar separadas. 

Se despidieron del resto al rato y fueron caminando hasta casa de la cantante. En la puerta empezó a palparse los bolsillos de la chaqueta, asustada. 


- Mierda, las llaves -dijo con los ojos muy abiertos, mirándola de frente con las manos sobre la ropa. 

- ¿Te las has dejado dentro? -rió la rubia. 

- Mira a ver si las tienes tú. 

- A mí no me las has dado -negó con la cabeza. 

- ¿Puedes mirar, porfa? 


Alba abrió su pequeño bolso y empezó a rebuscar en él. Sacó sus propias llaves para no confundirse, segura como estaba de que Natalia no le había dado las suyas en ningún momento. Pero, al fondo, notó el frío tacto del metal. Quizá se las había metido en alguna de las ocasiones en las que fue al baño para no perderlas. Las sacó, pero no tenían llavero. No eran las de la cantante. Levantó la mirada hacia ella. Sonreía. 


- ¿Qué coño...? -Natalia se aproximó hacia ella con pasos lentos y la cabeza ladeada. Siempre la miraba así cuando una se aproximaba a la otra. 

- ¿Son esas mis llaves? -Alba las volvió a mirar. Dos llaves peladas unidas con una anilla. 

- No. 

- Entonces es que son tuyas. 

- No son mías -volvió a negar, desconcertada. 

- Prueba a ver si funcionan -se encogió de hombros con inocencia. 


Alba la miró con suspicacia, pasó por su lado sin apartar la vista de sus ojos esperando una reacción que no llegó, acercó las llaves a la puerta y la abrió. No entendía nada. 


- Pues diría que sí son tuyas -la morena se había aproximado por su espalda, entrelazando los dedos sobre su abdomen y apoyando la barbilla en su hombro para hablarle al oído. 

- Natalia, ¿me estás dando unas llaves de tu piso? -se giró, con la duda ocupando su bello rostro. 

- Eso parece -rozó su nariz con la suya, intentando ocultar una enorme sonrisa apresando sus labios con los dientes. 

- ¿En serio? -abrió los ojos a todo lo que daban, que era mucho teniendo en cuenta los ojazos de la rubia. 

- En serio -asintió, acercándose a su boca y empujando su cuerpo dentro del portal. 


Deslizó su lengua por sus labios, lentamente, saboreando su sabor, su textura, su calidez. Estaba loca por ella. 


- Me acabas de dar una copia de las llaves de tu piso, Nat... -musitó, aún incrédula, cuando entraron en el apartamento. 

- Quiero que vengas cuando quieras, que cojas mi ropa cuando me eches de menos, que me esperes desnuda en la cama cuando vuelva de viaje... Es una plan... 

- Sin fisuras, ya -rió por la nariz, cabeceando de un lado al otro-. ¿Estás segura? 

- Como de que me tengo que morir. Es pronto para irnos a vivir juntas, pero quiero ir un paso más allá. 

- Un paso más allá... -musitó con voz apagada, mirando aquellas llaves que descansaban en la palma de su mano. 

- Eres tú, Alba -confesó mirándose los pies, un poco tímida. 


No. No elegir a Alba Reche no era una opción. 




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Había estado comiendo con Alba y con Marta en el bar debajo de la clínica. Tras una siesta magnífica se había encerrado en el estudio para continuar trabajando en la única canción que tenía entre manos. 

Una hora. 

Dos horas. 

Tres horas. 

Nada. 

Daba vueltas y vueltas a lo que ya tenía, que podía utilizarse en varias estrofas más, pero ni sabía cómo abordar el estribillo, ni hacia dónde partiría la melodía una vez que aterrizara en él, ni era capaz de escribir dos putas frases para el puente de unión entre ambos. La transición debería ser orgánica, natural, pero no le salía nada que no fuera un cambio raro en el peso de la canción. 

Demasiadas pelotas en el aire. Debería ir paso a paso. 

Primero la letra, dos frases, no hacía falta más. 

Dos hojas después notó las tenues manos de Alba tapando sus ojos. Era inconfundible su tacto, su olor. Cuando parecía que había encontrado un hilo del que tirar... Me cago en dios


- ¿Quién soy? -ronroneó en su nuca. 

- La persona más inoportuna del día -intentó sonar ligera, pero no lo consiguió. Alba se separó de ella, extrañada. 

- Vaya, qué gran recibimiento para el día en el que decido estrenar las llaves -se cruzó de brazos, ni enfadada ni contenta, un punto medio bastante acojonante. 

- Perdona, es que estaba en medio de algo... -se frotó la frente, desesperada, intentando recordar el juego de palabras que empezaba a asomar unos segundos antes. 

- Lo siento, no sabía que estabas haciendo algo importante. 

- Ya. Alba Reche aparece y el mundo tiene que parar -masculló. 


La rubia la miró de hito en hito, sorprendida por ese ataque tan innecesario. 


- Te repito que no sabía que estabas trabajando. De haberlo sabido me habría ido a mi casa -masticó las palabras. Le sabía la boca a metal. 

- Perdona, Alba, es que estoy atascada otra vez -llenó sus pulmones de aire y suspiró, harta. 

- No es culpa mía que te atasques, Nat -dijo dulcificando el tono de voz, conciliadora. 

- Sí lo es -murmuró. 

- ¿Cómo? -Alba deseaba haberle oído mal. 

- ¡Que sí lo es! -gruñó con algo parecido al rencor vibrando en sus pupilas. 


La fisio dio un par de pasos hacia atrás, como si acabara de recibir un puñetazo en el pecho. Al menos así lo había sentido. 


- No me culpes de tus problemas, Natalia, no pienso consentirlo -la miró con una dureza nueva en ella. 

- ¡Es la puta verdad, joder! -enredó sus dedos en su pelo, desquiciada-. Ha sido llegar a Madrid y he vuelto a quedarme vacía. 

- Vacía... -apenas le salió la voz. 

- No quería decir eso -dejó caer la cabeza hacia delante, sin fuerzas. 

- Sí, sí querías -soltó una risa amarga-. Te dejo, no quiero espantar a tu musa. 


Salió del estudio, recorrió el pasillo, dejó sus llaves recién estrenadas sobre la mesa del comedor y salió de esa casa en la que, por primera vez, se había sentido una extraña. 




------------------------------------------------------------------------------------------------------------------




*Natalia*

Albi, te has olvidado tus llaves en mi casa

*Alba*

No, no las he olvidado

*Natalia*

Las has dejado aposta? 

*Alba*

De tanto que querías ir un paso más allá al final te has pasado tres pueblos

*Natalia*

Alba, por favor

Lo he dicho sin pensar

*Alba*

Si lo hubieras dicho sin pensar no me habría dejado las llaves

El problema es ese, que has dicho justo lo que piensas

Y no tengo por qué cargar con una culpabilidad que no es mía

*Natalia*

Lo siento

*Alba*

Da igual, Natalia

Déjalo

Me voy a dormir, estoy cansada

Hasta mañana

*Natalia*

Hasta mañana, Albi

Un beso


La fisio dejó el móvil sobre la mesita de centro de su salón y volvió a tumbarse en el sofá. Intentó tragar, quería deshacer ese nudo que no dejaba de oprimirle. Salió un aullido silencioso de su garganta, un temblor del cuerpo, una riada mejillas abajo. 

Hay piedras que solo se deshacen con agua salada. 

Notó aflojar la presión de su pecho mientras se rompía en lágrimas. Le dolía el corazón. De verdad que le dolía, y aquella era una sensación extraña para ella, tan nueva como era en los asuntos del amor. 

¿Así se siente la decepción? 

Queen se subió sobre su cuerpo, restregando su cara contra la de ella, como si supiera que necesitaba consuelo. Un consuelo que no llegaría, pues la única que podía proporcionárselo dolía. 

No era como si hubiera metido la pata. No. En este caso no valía con unas disculpas con el corazón en la mano y una demostración romántica de las que tanto gustaban a su chica y que tanta ternura le daban. No era algo que se ensucia y se puede volver a limpiar. 

Cuando un jarrón se rompe hay astillas que se pierden y, aunque lo vuelvas a pegar, ya no vuelve a ser igual. 

Natalia la culpaba de su sequía. A ella. A su novia. Y con un rencor en la mirada que aún la dejaba helada. Se arrebujó en la manta, sintiendo, de nuevo, el frío. 

¿Soy un estorbo, un impedimento para ella?

¿No se suponía que éramos luz, un buen equipo? 

Se quedó dormida en el sofá. 




-------------------------------------------------------------------------------------------------




Una brecha invisible se dibujaba entre ellas dos. 

Estaban una frente a la otra, como iguales, como siempre, a la misma altura, pero la tierra había crujido bajo sus pies y aquella falla se abría imperceptiblemente. Un desplazamiento de nada. 

Aún podían irse al otro lado, dar un pequeño paso y agarrar la mano que la otra le tendía para quedarse en uno de esos dos continentes que se estaban formando del pangea que había sido siempre su relación. 

Solo era una línea pintada en el suelo. 




-------------------------------------------------------------------------------------------------




Natalia lanzó su mirada al otro lado de la calle. Su mente bullía a pleno rendimiento. Miles de palabras, de frases rebotaban contra las paredes de su cráneo pidiendo salir. 

Miró su libreta allí, a la espera de su inspiración. 

No la cogió. No lo merecía. Por primera vez sintió que la música no la merecía. 

Un sonido salió de sus tripas, entre una tos y un sollozo, y un rugido animal rompió la quietud de la noche. 

Convulsionó su cuerpo. Se detestó. 


No elegir a Alba Reche no era una opción. 

Pero no había pensado si Natalia Lacunza, esa Natalia Lacunza sin compasión, era alguien a quien Alba Reche elegiría. 

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