La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.

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By TomorrowJuana

Tenía una hora libre antes de que llegara Lacunza, por lo que aprovechó para mirar sus redes. Vio que la cantante había subido una storie del atardecer del día anterior y una frase: La noche se vuelve a encender. La puso en Google y descubrió que era una canción. No tiene mal gusto la chavala. Añadió el tema a una playlist nueva a la que llamó Nat. Aprovechó para meter Alma mía y El poeta Halley. Sabía que no tardaría mucho en llenarla de canciones. 

Miró la hora y se dispuso a ir a por ella, ya debería haber llegado. 



Cuando Natalia entró en la clínica no había reparado en que vería a Marta después de sus confesiones. No lo había pensado pero, nada más verle la cara, se dio cuenta de que debería haberlo hecho, pues con verla aparecer echó la cara para atrás, pegando la barbilla contra su cuello, sacando papada, y le dedicó una sonrisa sin dientes que de tan insinuante resultaba grotesca. La siguió con la mirada sin cambiar el gesto hasta que la tuvo delante. Sin dejar de sonreír. 


- Hola, Marta -dijo con el ceño fruncido. 

- Hola, Natalia -movió la boca lo justo para hablar y volvió a esa sonrisa con las cejas alzadas. Ni pestañeaba, la puta loca. 

- ¿Te encuentras bien? -la preocupación empezaba a ser real. 

- Muy bien, ¿y tú? -alzó y bajó las cejas. Lo que le faltaba, encima cachondeito. Se remangó las mangas invisibles, se iba a enterar. 

- Estupendamente, deseando ver a tu jefa -paladeó con mucha intención la palabra deseando. La cara constreñida de Marta cambió a una de desconcierto. 

- Ehhhh -soltó un hilo de voz sin sentido, sin saber qué contestar. 

- ¿Estamos poco habladoras hoy? -se sorprendió la Reche, apareciendo tras la puerta. 

- Tu recepcionista, que ha ido a por lana y ha salido trasquilada -rió entre dientes. Marta le hizo una mueca de burla. 

- ¿Vamos? -dijo Alba señalando el pasillo. 

- Vamos -Natalia pasó el brazo por los hombros de la rubia y se giró para sacarle la lengua a Marta, que aprovechó para sacarle el dedo de en medio. 


Caminaron en silencio, apretando el agarre en torno a sus cuerpos, anhelantes del contacto del que se habían visto privadas desde hacía la friolera de dos días. Nada más traspasar la puerta de la sala Alba empujó a Natalia contra ella, cerrándola de golpe. Se acercó agónicamente despacio hacia ella en comparación con lo brusco de sus maneras iniciales, y lamió sus labios de abajo a arriba con una sensualidad que la encendió de inmediato. Joder. La morena jadeó, ansiosa por su boca, pero cuando echó la cabeza hacia delante la rubia se inclinó un poco hacia atrás, con la sonrisa más prometedora del universo entero. Natalia volvió a probar, lanzando sus labios para atrapar los de ella, que volvió a echarse hacia atrás cinco centímetros de nada. Como dice el refrán, a la tercera va la vencida, y para que funcionara se aseguró de que lo hiciera agarrando la pechera del uniforme de la fisio y tirando hacia ella hasta que chocó contra su cuerpo, y en este caso fue ella la que retrasó el beso para darle un toque nariz con nariz y provocarle con su respiración húmeda contra su boca. Cuando vio la mirada anhelante en los ojos de la rubia, que no apartaba de su boca, y apreció el movimiento casi imperceptible de sus labios abriéndose, se lanzó a por ella. 

Fue un beso lento, pero no tierno. Se habían echado de menos sus lenguas y se notaba. Pararon para respirar y Natalia, aún con el uniforme de la fisio encerrado en un puño, la empujó con suavidad, apartándola de ella. Le dio un leve pico, sonrió con malicia y le susurró: 


- Voy a desnudarme. 


Y ahí la dejó. 

Cuando Alba escuchó ruido venir del cambiador hizo el esfuerzo por moverse, pues se había quedado parada en el lugar en el que la cantante la dejó. Mierda. Se había relajado tanto con la actitud siempre pasiva de la morena que al final la había terminado adelantando por la derecha. Tenía que ponerse las pilas a la de ya. Alba Reche no era una chica que se dejara poner cachonda así como así, Alba Reche era la chica que pone cachondos a los demás. Se me ha subido a la chepa la jodida niña esta. 

Cuando Natalia salió ella estaba de espaldas y, al girarse, ya se había tumbado bocabajo. Mejor. Poner cachonda a Lacunza: bien. Hacerlo en el trabajo: mal. Tenía toda la noche, encima con sus amigas delante, para llevarlo a cabo. 

La sesión transcurrió con tranquilidad, poniéndose al día con las conversaciones que habían tenido con sus amigas dos días atrás. El martes apenas habían podido hablar por el trabajo de una y los compromisos discográficos de la otra, que se habían solapado en el tiempo. Por lo tanto, aprovecharon aquella hora para mofarse de las reacciones de las chicas, indignarse por la infraestructura que habían montado a sus espaldas de grupos y cenas secretas y alegrarse de lo bien que habían encajado todas juntas, aunque fuera para conspirar contra ellas. 

Se dieron un piquito y un achuchón antes de salir al pasillo y se despidieron de Marta, que estaba liada con una llamada y no pudo ahogarse con su propia saliva con alguna pulla de la cantante. 




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Natalia se encaminó al sitio donde había quedado con Alba. Aunque eran las nueve de la noche ya se notaba que los días se alargaban en el tiempo. Hacía una temperatura cálida, por lo que se había enfundado un peto vaquero de pantalón corto y una camiseta blanca que dejaba su abdomen al aire, zapatillas y calcetines del mismo color. El maquillaje básico, aros gigantes y el pelo suelto y alborotado. 

Cuando la rubia la vio aparecer levantó las cejas. Si había algo que le gustaba de Lacunza eran sus piernas kilométricas, tan neumáticas, y ahora las tenía casi enteras a la vista. Casi. Mientras subía su mirada reparó en que también llevaba el abdomen al descubierto, otra parte favorita de su anatomía. Joder, tengo muchas, pensó. Y más que vas a tener, le contestó una voz en su cerebro a la que intentó ignorar. Al menos con el peto solo se le veía si se ponía de lado. Y el pelo, que se colocaba estratégicamente para un lado de vez en cuando, le daba un aire de chica mala que le daban sudores fríos. Se recompuso: ella había ido a encender a la morena y lo iba a conseguir. Tenía ganas de volver a verla boquear como un pez fuera del agua. 

Natalia sonrió mientras caminaba hacia ella, que llevaba un mono de tirantes, lleno de rayas de colores, unas zapatillas con plataforma y la sonrisa del tamaño de una raja de sandía. Estaba absolutamente preciosa. Se dieron un beso largo en la mejilla, pues eso de los picos al verse les parecía muy de novias, y se dirigieron hacia el bar. Natalia se detuvo un segundo a sacar un cigarro de su riñonera y ahí estaba, en ese mono tan maravilloso, el culo respingón de Alba Reche. No podía evitar verlo y sonreír. Quiero morderlo. Ups. Dio unos pasos y enseguida se puso al lado de la rubia. 


- Bueno, ¿tienes alguna norma con respecto a las citas con tus amigas? 

- ¿Cita con mis amigas? -elevó una ceja. 

- Sí, tengo una cita contigo en la que también están tus amigas. Una cita con amigas -dijo como si fuera obvio-. Vamos, de toda la vida -se rió, encendiendo el cigarro. 

- Pero tú ya has estado con mis amigas, melona. 

- Pero no en una cita contigo, lista, que eres una lista -puso un tonito respondón que hizo a la rubia morderse el labio. 

- Ah -cayó en la cuenta de que tenía razón-. ¿A qué te refieres con normas? 

- Pues no sé, hay gente a la que no le gustan las muestras de afecto en público, hay otras a las que no les importa... Ya sabes, esas cosas. 

- No me importan las muestras de afecto en público pero me incomodan cosas como que me metan la lengua hasta la tráquea. Por ejemplo. 

- Surfeamos la misma ola, Reche. Ya no sé ni de qué me sorprendo. 

- No sabes cuánto me alegra que estés de acuerdo con esto. Hubiera sido un desastre si hubiese sido de otra manera. 

- ¿Te das cuenta de la cantidad de cosas en las que dos personas pueden no encajar? Es tan fácil ser incompatible con cualquiera que da hasta miedo. Si a mí ahora me hubieras dicho que te gusta, yo que sé, que la gente sepa que soy tuya -hizo un movimiento sexy con sus cejas-, y que me vas a comer la boca como si me estuvieras meando alrededor, probablemente ahora estaría corriendo. Muy deprisa. 

- ¿Ser tuya? -dijo con los ojos muy abiertos. 

- Joder, Alba, es una forma de hablar, hay gente muy posesiva. 

- Ah, vale. Aunque a mí hay ciertos contextos en los que no me importa que me digan "eres mía" -observó cómo la cara de Natalia se empalidecía y se apuntó un tanto. Reche 1, Lacunza 0. Sonrió en grande-. Es aquí. 


Las chicas estaban sentadas en una mesa de la terraza. En cuanto las vieron aparecer en su campo de visión todas pusieron la misma sonrisa estúpida. Vaya nochecita me espera, pensaron ambas. 


- Hola -dijo Julia alargando las vocales. 

- Hola, bellas -saludó Nat, repartiendo besos entre todas. 


Se sentaron juntas y pidieron refrescos. Entre unas cosas y otras llevaban una semana intensa de quedadas y alcohol, y por lo visto sus amigas habían pensado lo mismo. Natalia se dio cuenta de que Marta no les quitaba el ojo de encima, por lo que la cantante puso a prueba su resistencia. Se estiró a por una servilleta estirándose por encima de su rubia, muy cerca. Marta se había tensado tanto que Natalia casi se descojona allí en medio. 

Reinaba un silencio bastante pesado en la mesa, por lo que Alba tomó las riendas. 


- Venga, va, soltadlo de una maldita vez, que se puede cortar la tensión con un cuchillo. 

- No sé de qué nos hablas -dijo Sabela, escondiendo la sonrisa tras su vaso. 

- A mí que me registren -Julia puso una mueca de inocencia que no se la creía nadie. 

- Vamos -apremió la rubia, echándose contra el respaldo de la silla con los brazos cruzados sobre el pecho. 

- TÍA, ES QUE ES TO FUERTE -sabía que Marta sería la que abriera el melón. 

- Continúa. 

- Ya no es que NATALIA LACUNZA -remarcó su nombre con golpes de voz- se venga de cañas con nosotras, que con to lo maja que es ya nos parece hasta normal PERO NO LO ES, es que encima, ahora, está de rollo con una de mis mejores amigas. 

- ¿De rollo? JAJAJAJAJAJAJAJA -Natalia casi se ahoga con su Coca-Cola. 

- Bueno, no sois novias -las miró alternativamente. 

- No somos -respondieron a la vez. 

- Pues ya está, estáis de rollo. 

- ¿Y qué pasa con eso? -Alba no quiso prestarle más atención a ese apelativo. 

- Que no asimilo. Y cuando asimiles tú vas a flipar tanto como yo. 

- Yo ya he tenido una semana y media para asimilar, Martus. 

- Es verdad, zorra mentirosa. La verdad, Lacunza, es que yo ya le había dicho a la Reche lo buena pareja que hacéis. 

- ¿En serio? -Natalia miró a Alba con carita de pilla. 

- Fue hace ya tiempo -se sonrojó Alba. 

- ¿Y qué te dijo? -preguntó de nuevo a la recepcionista. 

- Que tú harías buena pareja hasta con una piedra. Porque es tonta, siento explotarte el globo, Natalia -se disculpó con sorna-, pero esta chica es tontísima. 

- Déjala, no se da cuenta de que ella es el pibón de la relación -dijo la cantante como si Alba no estuviera delante. 

- Está to buena, ¿eh?


Continuaron poco tiempo más con ese tema, y, tras resolver algunas dudas y calmar algún que otro brote, pronto la conversación tomó otros rumbos más relajados. 

Cuando Natalia pasó despreocupadamente el brazo sobre el respaldo de la rubia Julia casi se cae de la silla y, cada vez que se acercaban a hablarse al oído, las tres se miraban con una cara de asombro mezclada con ilusión que les hubiera hecho reír de haberse dado cuenta. 

Alba contaba la historia del paciente empalmado, cosa bastante habitual en su trabajo pero algo más excepcional al tener que tratarle el abductor. Natalia la escuchaba fascinada, siguiendo el movimiento de sus labios y apagando el sonido ruidoso de Madrid para quedarse a solas con su voz, mirándola como se miran las cosas que solo pasan una vez en la vida. 

Las chicas se dieron cuenta y todas pensaron en lo bien que quedaban juntas, ahora ya sabiendo toda la información, y lo encoñadas que estaban. Ellas no habían querido profundizar mucho en el tema, pero era bastante evidente, desde siempre, por la forma en la que se miraban, que sentían más de lo que se atrevían a admitir. 

Cada vez que se tocaban una descarga sacudía la mesa, la cual tenían que sostener para que no cayeran las bebidas, y era impresionante ver la tremenda carga estática que acumulaban sus cuerpos. Dejaba a las tres espectadoras clavadas en el sitio cada vez que ocurría, aunque ellas parecían ajenas a todo mientras cenaban tranquilamente.

Alba tenía la mano apoyada en su rodilla, ligeramente inclinada hacia ella con un codo apoyado en la mesa, mientras hablaba con Sabela. El brazo de la morena en su respaldo daba la sensación de estar abrazándola, y tuvo que contener el impulso primigenio de recostarse contra su cuerpo de una maldita vez. Putas convenciones sociales

La mano se independizó y comenzó a trazar figuras aleatorias sobre su muslo. Nunca le había tocado las piernas desnudas y se le atragantó el aire al comprobar lo suaves y turgentes que resultaban al tacto. Ascendió la mano hasta el límite del pantalón, y notó cómo la morena se removía en el asiento. 


- ¿Estás nerviosita? -le preguntó en un susurro al oído. 

- Si nerviosita es un eufemismo, sí, estoy nerviosita. 

- No me digas eso, Nat -dijo, repentinamente seria. 

- Pues deja de hacer eso. 

- No puedo, la mano va sola -soltó como un quejido. 

- Vámonos -el aire que salió de su boca acarició el pelo en torno a su oreja. 

- ¿Qué? -se apartó medio palmo y la miró a la cara. Natalia tenía la mirada de un animal hambriento. 

- O nos vamos o te como la boca aquí, tú decides -dijo sin alterar un ápice su gesto ni su tono de voz. Mierda. Reche 1, Lacunza 1.


Alba miró el reloj. Las once menos cuarto. Sus amigas se iban a quedar moñecas, normalmente sus cañas de los miércoles duraban al menos una hora más, sobre todo teniendo en cuenta el ambiente estival, pero le importó poco. Quería un rato a solas con la morena y su petición taxativa de irse no podía dejarla pasar. Se levantó de un salto. 


- Nos vamos -dijo sin más. 

- ¿Ya? -preguntó Sabela con el ceño fruncido, mirándose ella también el reloj. 

- Deja a las chavalas, mujer, que tendrán que despedirse como es debido -insinuó Julia con una sonrisa pícara. 

- Nada, que no asimilo -concluyó Marta encogiéndose de hombros. 

- No seáis petardas -dejó un billete y se despidió de las chicas. 

- Nos vemos el viernes, guaposas -se despidió Natalia. 


Caminaron un rato en silencio. Ahora que Natalia sabía dónde vivía la rubia se dio cuenta que pasaban por su portal de vuelta a casa, así que decidió acompañarla. Iban, como siempre, una con el brazo sobre los hombros de la más bajita y la otra con el suyo rodeando su cintura. La morena besaba de vez en cuando el pelo de la fisio, impaciente por un contacto más íntimo que, en mitad de la calle, se le antojaba improcedente. 


- Bueno, parece que al final me he portado súper bien en la cita con tus amigas. 

- Eres una niña buena -asintió la rubia. 

- No puedo decir lo mismo de ti. 

- Eres tú, que tienes la mente un poco sucia. Solo te estaba acariciando la pierna, exagerada. 

- ¿Has visto el tamaño de este pantalón? Si llegas a seguir subiendo me habrías tocado el útero. 

- JAJAJAJAJAJAJAJAJA eres tontísima y una dramática -rodó los ojos, aguantando la risa-. Si ha sido nada, un poquito por debajo del dobladillo del pantalón. 

- Lo que tú digas -bufó. 


Habían llegado al portal. La rubia se subió al escalón sin soltar su cintura, poniéndola frente a sí y uniendo su brazo libre al otro por detrás de su espalda. Natalia le apartó un poco el pelo de la cara para verle bien los ojos, esos ojos limpios y brillantes que parecían el sistema solar y que, ahora, con el escalón por medio, estaban prácticamente a su altura. 


- Eres preciosa, Alba Reche. 

- Mira quién fue a hablar -no se sonrojó, tan atrapada estaba por su mirada intensa. 


Deslizó las manos por su espalda, acercándola un poco más. El medio centímetro gelatinoso que separaba sus cuerpos vibró, haciendo que la tensión resultara insoportable. Natalia aproximó su cara a la de ella, sonriendo solo con la idea de tenerla de nuevo entre los labios, y terminó con esa distancia infernal. Fue un beso dulce, tierno, dedicado a recomponer todas las grietas que se habían formado por su indeseada separación durante lo que a ellas les parecían demasiadas horas. Una vez apuntaladas de nuevo, se permitieron darle peso a sus lenguas y a sus dientes, estirar de sus labios y difuminar los contornos de sus cuerpos. Empezaron las manos a revolotear por sus anatomías, lento al principio, impaciente después, hundiendo sus dedos en su carne y clavando las uñas en su piel. Se mordieron las bocas y Natalia, embriagada por el deseo, apretó de más el labio inferior de la fisio, que emitió un gemido entre el dolor y el placer. Se separó de ella y lo acarició con sus dedos para aliviar el daño. 


- Alba... -susurró temblorosa, sin apartar la vista de los dedos en su boca. 

- ¿Quieres subir? -musitó la rubia, y Natalia levantó los ojos hacia los de ella, cuyo ámbar se había enrojecido. Lo que vio en ellos le hizo sentir vértigo. 

- Sí. 


Alba volvió a atacar su boca sin contemplaciones mientras buscaba a tientas las llaves en su bolso. Natalia partió el beso a la mitad con una carcajada cuando a la chica se le cayeron al suelo. Sonrieron boca con boca y dejó espacio para que pudiera agacharse a recogerlas. Abrió la puerta, la cogió del único tirante que llevaba abrochado del peto, y tiró de ella hacia dentro, caminando de espaldas y con el labio inflamado entre sus dientes. La morena sintió un volcán que no sabía que tenía dentro entrando en erupción. 

Cuando la puerta se cerró la rodeó con los brazos y continuó besándola, guiando sus pasos hacia el ascensor. Dio al botón a tientas con una mano y depositó allí a la rubia, que se colgaba de su cuello como si no quisiese dejarla marchar. Y, en efecto, no quería. Las puertas del ascensor se abrieron y entraron a trompicones en él, dejando las huellas de sus manos en los espejos. Natalia notó la sonrisa de Alba en mitad del beso y se separó unos centímetros con el ceño fruncido en una mueca divertida. 


- ¿Qué? -se le contagió su sonrisa. 

- Que parecemos dos chavalas de instituto. 

- Yo las he aprobado todas -dio un golpe en su nariz con la suya. 

- Eso ya lo veremos -le mordió el lóbulo de la oreja y la empujó fuera, pues ya habían llegado a su planta. 


Abrió la puerta con manos temblorosas, más temblorosas por la morena que, en su espalda, no dejaba de ascender y descender con sus manos de la cadera a su cintura mientras regaba su hombro y su cuello de besos mojados. Cuando, al fin, la puerta cedió, tiró de su cadera hacia su pubis, provocando un choque brutal que se debió sentir en los cimientos del edificio, y dio un mordisco en su cuello que hizo que la rubia elevara una mano hasta su nuca para prolongar su estancia allí. Es, es, es mejor entrar, pensó en un fogonazo de lucidez. No iba a estar esperando aquel momento tanto tiempo como para empezarlo en el rellano de su apartamento. Se dio la vuelta lentamente, le dio un pico y tiró de su mano para entrar de una vez. La puerta se cerró con un ruido de vacío, como si lo que fuese a ocurrir dentro estuviera en una cámara de máxima seguridad. 

Volvieron la atención a sus bocas, tirando sobre la mesa el bolso y la riñonera, respectivamente, sin prestar ninguna atención. Natalia, en esta ocasión, era quien iba de espaldas, dirigida por la rubia y, cuando sintió el borde del sofá en sus gemelos, supo lo que iba a pasar. Alba la hizo caer contra él y, sin darle mucho tiempo a la cantante a tomar la iniciativa de nada, resbaló sobre su cuerpo hasta colocarse a horcajadas sobre él. Le acarició los mechones de pelo desparramados sobre la parte alta del sofá y la miró. Los ojos chocolate habían perdido toda su luz, siendo sus pupilas dos pozos sin fondo que ella, precipitada en su profundidad, notaba cada vez más húmedos y calientes, como si estuviera aproximándose, segundo a segundo, hasta el mismo centro del planeta. 

Natalia acunó su rostro con ambas manos, impresionada de que hubiera en el mundo una belleza tan cruda como la suya. Parpadeó un par de veces, sospechando que quizá se tratara de un sueño. Pero no lo era, su peso sobre sus caderas, sus dedos haciéndole cosquillas con su pelo, su respiración arrítmica contra su boca... Todo era real, y no se creyó estar justo en aquel momento que tanto la requería. Había sido una jodida suerte haber caído, de todos los lugares posibles, en ese reducto escuálido entre el sofá y la chica más bonita del cosmos entero. 


- No puedo dejar de mirarte. 

- Pues no lo hagas, Nat. 

- Nunca puedo dejar de mirarte -susurró. Nadie hubiera podido escuchar aquella confesión a media voz de haber estado delante. 


Y, contra lo que acababa de decir, cerró los ojos e invadió su boca sin prisa. Sonidos de labios, de saliva, de respiraciones entrecortadas llenaron el aire que ocupaba el comedor. 

Alba, con las manos en su cuello, colocó ambos pulgares en su mandíbula y los presionó para hacerle elevar la cara. Lamió sus labios con dedicación, con auténtica entrega, y no se sorprendió cuando Natalia le agarró la punta de la lengua con los dientes: le gustaba mucho hacerlo. 

El beso cambió de registro, más húmedo, más duro, más primitivo. Natalia paseaba las manos por la espalda de la rubia, desgastando su piel y calentándola, más si cabe, por la fricción. Alba tiraba de su pelo para hacer que inclinara más el rostro y atacarla desde arriba, elevándose mínimamente sobre sus rodillas, con los codos apoyados a cada lado de su cabeza. Cuando volvió a bajar provocó el roce de su entrepierna con su abdomen, terso, firme, apetecible. Soltó un jadeo y Natalia la agarró por las caderas. La fisio se separó un momento, cogió las manos de la morena y se las llevó ella misma a su culo, cansada ya de tantas ganas que llevaba contenidas de que se lo tocara de una santa vez. Maldita respetuosa, me va a volver loca


- No muerde -dijo como pudo entre respiraciones agónicas. 

- ¿No? -Natalia se fijó en su rostro mientras apretaba el culo que tenía entre las manos. La boca entreabierta de la rubia, el breve cierre de sus ojos y el gemido ronco que emitió era justo lo que espera ver en él. 

- Joder. 


Y todo se desbordó. Natalia, amasando el culo de la fisio entre las manos, como tantas veces había deseado, lo impulsó para que volviera a rozarse contra ella, que, aunque no sentía nada directamente, ver la excitación de la rubia escalar y escalar era más que suficiente para hacer que se deshiciera. Alba pronto se dejó guiar por ella, moviéndose en un balanceo sinuoso que no tardaría en hacerles estallar. Desabrochó el tirante y lo dejó caer, bajando la mirada para admirar ese abdomen que se moría por lamer. Sostuvo el borde de su camiseta con los dedos y levantó la mirada hacia ella, pidiéndole permiso para quitarla. Natalia, simplemente, elevó los brazos hacia el techo, dándole vía libre. 

Llevaba un sujetador deportivo y un lunar sobre un pecho. Lo miró con insistencia y lo tocó con la punta de los dedos. Estaba deseando metérselo en la boca. Y el lunar también. Se pegó contra ella para sentir toda esa extensión de piel nueva contra la suya. Era cálida y húmeda por el calor. 


- Estoy odiando mucho este mono -dijo tirando de un tirante. 

- Es bonito -sonrió con malicia. 

- ¿Sabes dónde va a quedar mejor? -besó su cuello. 

- ¿Dónde? -aunque sabía lo que iba a contestar, no pudo evitar la ansiedad por la espera. 

- En el suelo. 


Natalia se entretuvo en esa zona todo lo que le dio la gana mientras Alba no detenía el vaivén de sus caderas. A ella también empezaba a sobrarle la ropa, pero no se veía con fuerzas de detener la expedición de la morena por su cuello, quien alternaba besos, pellizcando la piel con sus labios, mordiscos y lametones. Como siguiera, entre eso y el roce en su entrepierna, se iba a correr en medio minuto. Le tiró del pelo para apartarla. Y cómo ponía a la morena cada vez que lo hacía. 


- Nat, ¿está todo bien? 

- ¿A ti qué te parece? -con sus manos volvió a impulsar su culo para hacer que su cadera volviera a ella. 

- Te lo digo en serio, si quieres parar este es el momento. 

- Albi, me apetece muchísimo -volvió a sembrar besos en su cuello. Su tono de voz era desgarrador. 

- ¿Segura? -no quería traspasar el punto de no retorno o, literalmente, le explotaría la vagina. 

- Me apeteces -dijo en su oído, masticando las sílabas-. A morir. 


Aquello fue suficiente para dinamitar cualquier posible autocontrol que les quedara. A ambas. Bajó de su cuerpo con buen cuidado de rozar con su centro sus piernas desnudas. Natalia notó el calor y la humedad a través de la tela. Estaba a punto de implosionar. 

Alba le agarró una mano y tiró de ella, encaminándose hacia su habitación. Le hervía el cerebro. Paso a paso se iba acercando a su cama con Natalia Lacunza cogida de la mano. No sintió miedo, ni inseguridad; no se creyó insuficiente ante la alargada sombra que proyectaba su figura imponente, porque la chica que tenía medio paso detrás de ella no hacía otra cosa que demostrarle, de todas las maneras posibles, que estaba tan fascinada con su presencia como ella misma con la suya. 

Saludaron a Queen que, con la guerra que había comenzado en el comedor, no había querido poner sus bigotes cerca del fragor de la batalla. Esa interrupción hizo que olvidaran por un momento su objetivo inicial y, cuando quisieron darse cuenta, ya estaba la fisio cerrando la puerta de su habitación a sus espaldas. 

Se aproximó a Natalia muy despacio, que estaba algo perdida en mitad de aquel espacio sin nombre que emanaba intimidad de las paredes. Le cogió las manos para transmitirle paz, se puso de puntillas y dejó un beso en sus labios, que la morena se encargó de alargar atrayéndola por la nuca. Sus respiraciones se habían serenado y se dedicaron a calmar sus nervios, que no eran pocos. Natalia, en su caminar torpe por aquel sendero de intimidad que había recorrido con la fisio, sintió que necesitaba su piel desnuda contra la suya, a lo largo, a lo ancho. Y dentro. Quiso sentirla como hacía eones que no sentía a nadie, como si pudiera hacer osmosis con sus pobres pellejos desquiciados e integrarse en su organismo como una parte más de todo lo que la componía. 

Alba puso los dedos de una mano en su esternón y los fue deslizando torso abajo, entre sus pechos, por su abdomen contraído por el contacto, hasta el borde del peto medio caído. Delineó el borde hasta el lateral de sus caderas y desabrochó un botón. Alzó la mirada y Natalia asintió, dándole permiso para continuar. Desabrochó el segundo y, con un tirón de nada, el peto cayó al suelo, dejando ante sí a la diosa egipcia que tantas veces había imaginado, solo vestida con aquel sujetador y unas bragas azules con dibujitos de superhéroes. La rubia sonrió, se mordió el labio y la miró. 


- Es que no esperaba que nadie me las fuera a ver -reconoció la más alta, azorada. 

- Me encantan. 


Fue a por su boca para demostrarle lo mucho que le gustaban, olvidados ya los tiempos muertos de la vergüenza por saber a qué habían ido a esa habitación, volviendo a lo más alto de su excitación. Acarició su espalda ya casi desnuda y en este caso fueron sus manos las que atraparon el culo de la morena, apretándola contra su menudo cuerpo. Escuchó un gemido salir de ella y su respiración alborotada en su oído. 


- Si te parecen muy feas puedo quitármelas -y le dio un lamentón en el pabellón auditivo. 

- Uhmmmm -gimió, pues las palabras no eran capaces de encontrar el camino de salida. 

- Pero antes tendremos que empatar eso, ¿no? -y sin previo aviso, de un tirón, bajó la cremallera lateral del mono que llevaba puesto. 


Dio medio paso atrás para observar esa tela deslizarse por su anatomía. Deslizó los tirantes por sus brazos y la tela, por su propio peso, empezó a caer, dejando al descubierto su torso y después su abdomen y sus piernas y unas bragas diminutas de color crema. Cuando cayó del todo abrió la boca, pues Alba Reche no era una chica que usara sujetador. Soltó el aire de los pulmones como el de una olla a presión cuando le quitas el pitorro. Uf

Se pegó a ella con impaciencia, deseando sentir en su cuerpo su piel templada, nunca tan desnuda, nunca tan diminuta como en ese momento. La estrujó con fuerza para tatuarse su calor y su tacto, y no dejó de acariciarla hasta que se deshicieron de sus zapatillas y del revoltijo de ropa que tenían en sus pies. Agarró su culo con avaricia, empujando hacia arriba para que enroscara sus piernas en torno a su cintura y, cuando lo hizo, la depositó con delicadeza sobre la cama. 

Alba no soltó el agarre de sus piernas y la morena se tendió sobre ella, quien jadeó al sentir de nuevo el abdomen contra sus bragas. Natalia empezó a subir, repartiendo besos por su tripa, lentamente, disfrutando el camino y las vistas, observando a lo lejos las metas que quería coronar. Alba incrustó los dedos entre su pelo, animándola a tirones a subir hasta su boca, pero ella necesitaba probar aquellos bocaditos de nata que hacía tanto que deseaba tener entre sus labios. 

Las tetas de Alba Reche

Cuando llegó al principio de la subida cambió los labios por la lengua, y trazó un camino en línea recta hasta la aureola, sin acercarse al pico más alto. Pasó la lengua dura alrededor, apenas rozándolo con la parte gruesa de esta, sin querer, y haciendo que se endureciera hasta el punto de hacerle daño. Se apiadó de ella y, con la punta aún dura, golpeó el pezón y la miró. El pecho de Alba subía y bajaba frenético y en sus ojos pedía clemencia. Con la lengua blanda lo recorrió entero y, cerrando los ojos, se dispuso a comérselo. 

Una vez en su boca lo chupó y lo lamió, alternando la lengua gruesa con pespuntes frenéticos contra el pezón que hacían que la rubia elevara las caderas en busca de alivio y tirara del pelo exigiendo más. Agarró el pecho entero desde abajo con una mano, sobresaliendo este entre su pulgar y su índice y lo mordió, haciendo brotar de lo más profundo de la fisio un gruñido visceral que casi le hace perder el sentido. Como vuelva a gemir así me corro. Repitió y, mientras intentaba empatar con su otro pecho, la rubia pensó que ya había sido suficiente tortura, le agarró la cara con las manos y tiró de ella hasta que se puso a su altura. 

Le devoró la boca, se la comió y no dejó ni las migajas. No abandonó la tarea mientras le desabrochaba el sujetador y lo tiraba contra la pared. Recostó la cabeza contra la almohada para dejar un espacio entre ellas y, con un dedo, le hizo una señal para que ascendiera y le pusiera las tetas en la boca. Natalia, solo con eso, sintió que le chorreaban las bragas. Accedió de inmediato, pues nadie se atrevería a negarse a Alba Reche fuera de la cama, y no digamos dentro de ella. 

La fisio tenía a Natalia a cuatro patas encima de ella con sus tetas a punto de entrar en su boca. Si le hubieran dicho eso hacía un mes... Hizo el mismo proceso de la cantante, pero al revés, primero mordió sus pezones y, cuando estuvieron duros, los alivió con su lengua gruesa, dando lamidas lentas y tortuosas. Con ambos pechos en sus manos acarició los pezones con los pulgares, y los lamió, uno por uno, sin apartar sus dedos de allí. El tacto rugoso del pezón junto a su dedo, que lo acariciaba ahora humedecido por su propia saliva, le bajó directo a la entrepierna. No supo a quién puso más cachonda con eso. 

Natalia ya no podía más y, mientras Alba se entretenía castigándole el pecho, ella decidió explorar terrenos más peligrosos. Resbaló sus dedos por la tripa de la chica que, viendo sus intenciones, la miró a través de las pestañas sin dejar de adorar sus tetas. Llegó al borde de sus bragas y pasó la mano por encima de aquel cráter magmático que, con apenas un roce, le dejó la palma humedecida. La rubia gimió con un pezón en su boca. Repitió la caricia, esta vez con más presión y volvió a gemir sin soltarlo, mordiéndolo con bocaditos chiquititos. Natalia había llegado hasta el límite. Se apartó, dejando a la fisio con cara consternada por lo inesperado, y la morena empezó el camino que había hecho hacía un rato pero en dirección contraria. 


- Ah, no, de eso nada -se quejó la fisio que, en un rápido movimiento, cambió posiciones con la más alta, dejándola a ella boca arriba en el colchón. 


Se tendió sobre ella a horcajadas, intentando tocarse la mayor cantidad de piel de una vez, y la miró a los ojos. Había deseo en ellos, había ternura, había, también, un cariño indeterminado hacia ella, y había, si no hubieran sido sus ojos temerosos de esperanza y hubiesen sido otros los que se asomaran a los de la cantante, esos otros ojos habrían visto amor, un amor, algún tipo de amor, en su mirada. 

La besó durante un tiempo indeterminado. Pasó a su cuello y lo mordió, mitigando el dolor con su lengua, fue caminito abajo, dando pasitos a besos y bocados, lamiendo con un hambre voraz los abdominales marcados de esa diosa que se agarraba al cabecero de la cama. Puso las manos en sus bragas y Natalia alzó las caderas para facilitarle el trabajo. Vio vergüenza en ella, por lo que no apartó los ojos de los suyos mientras deslizaba la tela piernas abajo. Ya tendrían tiempo de comportarse como cerdas, si querían, cuando tuvieran confianza, ahora lo importante era conseguirla. 


- Tú también -le pidió, mirándola desde la almohada con el labio entre los dientes. Tímida para lo que quieres, guapa


Alba, que estaba de rodillas en la cama, puso sus pies en el suelo para deshacerse de sus bragas, pero Natalia se deslizó rápidamente por las sábanas para ayudarla. Se sentó en el borde y la atrajo hacia sí, besando su tripa mientras bajaba la escueta tela hasta el suelo con una lentitud farragosa. Nada más terminar volvió a tumbarse y, llamándola con el índice, le instó a que se tumbara de nuevo sobre ella. 

Hostia puta. 

Alba colocó una de sus piernas entre las de la morena y presionó mientras la besaba, haciendo un movimiento de marea que sube y que baja que provocaba que ella misma se rozara con el muslo de la morena. Natalia elevó la pierna para sentir toda la humedad de la chica en el muslo, que era mucha. Gemidos, jadeos, respiraciones atragantadas. Como le supo a poco, agarró su culo desnudo y dirigió más rápidos sus movimientos, pues no había sonido más arrebatador que el de los gemidos roncos de la rubia en su puto oído. Necesitaba más, lo quería todo y lo quería ya. 

Introdujo una de sus manos entre ambos cuerpos, buceando como un molusco, a tientas, en busca de la entrada a la cueva del tesoro. La encontró y casi se corre con la sensación resbalosa de sus dedos entre sus pliegues acuosos. Alba atrapó su labio entre sus dientes, esperando el siguiente movimiento. Natalia acarició su clítoris y Alba mordió más fuerte, intentando ahogar un rugido. Eso espoleó aún más si eso era posible el deseo de la cantante, que estimuló la zona con decisión, sin perderse ni uno de los gestos de placer de esa rubia revoltosa que le estaba robando el aliento, la cordura, y el jodido corazón. 


- Nat, como sigas así me voy a correr en nada -dijo como pudo, con los labios entreabiertos e hinchados, la cadera en pleno movimiento y las tetas rozando las suyas. 

- Córrete -le susurró, acelerando los movimientos de sus ágiles dedos. 

- Quiero seguir un poco más -lloriqueó mientras empezaba a sentir temblores por todo su cuerpo. 

- Córrete, Albi, y luego un poco más, y otro poco más, y otro más -con cada más presionaba un segundo el lugar aumentando ligeramente la intensidad, haciendo que la fisio entrara en una espiral hacia arriba que terminó por romper la bóveda del cielo en mil pedazos. 

- Nat, me corro -dijo con su voz rasposa, su boca rosa contra la suya, respirándole el aliento que le faltaba. 

- Mírame. 


Y la miró con sus ojos gigantes, se corrió y la miró, frunciendo el ceño y abriendo la boca como si no fuera capaz de creerse que fueran los dedos de Natalia los que la estaban llevando a ese lugar, entregándole con cada temblor y cada espasmo todo lo que había en sí para ella. 

Natalia la sintió deshacerse entre sus manos, caer sobre su cuerpo incapaz de sostenerse por la oleada tremenda que le había sacudido las entrañas y supo que se había vuelto adicta a verla correrse. 

Con cuidado la tumbó sobre el colchón, bajó directa a su entrepierna, aún palpitante, y pasó por allí la lengua blanda, recogiendo todo lo que era suyo. Huele a playa. La pasó de ese modo en repetidas ocasiones, esperando que los latigazos cuando pasaba por su clítoris fueran cada vez más tenues. Cuando así fue empezó a lamer exclusivamente esa zona, despacio, pues aún estaba sensible. Bajó una mano y acarició su entrada. Alba la miró, sabiendo lo que iba a hacer, y le agarró el pelo para que no apartara su boca de allí. Natalia se dio por admitida e introdujo dos dedos en ella. La miró desde abajo mientras deslizaba los dedos hasta lo más profundo, y el rugido animal que salió de su garganta fue lo suficientemente alentador como para repetir el movimiento, una vez, y otra, sin apartar los ojos de ella, y otra más, más rápido, viendo como la espalda se le arqueaba y los pezones hacían sombra sobre su piel, de tan duros, hizo rítmicos sus movimientos, curvando los dedos una vez dentro de vez en cuando, sin despegar la vista de su boca, su boca preciosa y abierta, curvándolos cada vez más a menudo, y cada vez más insistente su lengua, y el clítoris entre sus dientes y una ligera presión a la vez que los dedos se curvaban en su interior, de nuevo, y Alba le cogió el pelo y tiró de él para que la mirase, tiró de ella hasta su boca porque quería saber a qué sabe la boca de Natalia Lacunza después de comerle el coño, se saborea en su boca mientras la chica no deja de empujar sus dedos dentro, y de repente estalla, se rompe en millones de cristales de colores, se vierte en el espacio sideral pero se agarra a su cuello para no perderse, y sus ojos la clavan al suelo para que no se volatilizase como si no estuviera hecha de carne y de huesos y de sangre sino de aire y de luz, se aferra a esa chica que es casa como si no quisiese soltarla nunca más. 

Se recompuso como pudo, con la morena descansando en su pecho, dejándose arrullar por ella, juntar sus pedazos. Pero duró poco, pues su anhelo más insistente no era otro que ver la cara de placer de la chica que tenía entre sus brazos. 

Empezó a besarla y pronto la cantante subió la graduación de aquellos besos, incendiada como estaba por haber visto a la rubia correrse de aquella manera tan brutal. Alba entendió esto, y, antes de enfadarse consigo misma, se prometió que la próxima vez empezaría ella, pues no quería hacer ahora a la morena desesperarse con toda la parsimonia que le gustaría dedicarle. 

Se entretuvo con sus pechos un rato, inevitable para ella, pues eran las tetas más bonitas que había visto en su vida. Mordisqueó sus pezones y Natalia, con las manos entre su pelo, empujó su cabeza hacia abajo, desesperada, alzando la cadera para rozarse con ella. Alba deslizó la barbilla por su monte de venus y se empapó cuando bajó un poco más. El clítoris de su morena la estaba llamando a gritos, y esa era una llamada que no pensaba ignorar. Lo lamió todo de abajo a arriba para conocer su sabor, exquisito, y se zambulló sin pensarlo en la hendidura que la estaba reclamando desde hacía tanto. Natalia se apoyó en los codos para no perderse detalle, mientas la fisio lamía cada vez más rápido esa cima inflamada, la absorbía con los labios, la sostenía con los dientes y la arrebataba con toques veloces, sin darle un momento de descanso. Natalia no pudo soportar el hambre de su rubia, que parecía no querer dejar ni un poquito para luego, y se dejó caer de nuevo contra el colchón, abriéndose más de piernas, entregándole, de esa forma, todo de ella. La respiración de la cantante se volvió violenta, y supo Alba que estaba a punto, pero quería disfrutarla un poco más, así que, sin hacerle ni un guiño de aviso, la penetró con dos dedos sin dejar de lamerla con devoción. Un grito primitivo salió de los pulmones de Natalia, que, con su movimiento de cadera, acompañaba los embistes de aquellos dedos de fisio, más duro, más feroz. Alba notaba sus paredes a punto de reventar y curvó los dedos, tocando directamente el botón rojo de la explosión nuclear. 


- Me voy a correr. 

- Dámelo, Nat -murmuró contra su centro. 

- Toma -gimió, y salió disparado su vientre hacia la otra punta del universo. 


Se contrajo y se expandió como una galaxia, vibrando sus caderas sísmicamente, sujetas a duras penas por el brazo libre de la rubia, que separó la boca de su clítoris para no perderse ni un segundo de ese espectáculo que era ver cómo Natalia Lacunza se corría para ti. Nunca la vio tan sexy como con la boca abierta y la frente contraída, los ojos cerrados, abiertos de pronto para entregarle no solo su cuerpo, sino también su alma que ya era suya, por si aún tenía dudas. No paró de embestir la fisio hasta que notó su cuerpo caer desplomado contra la cama, y entonces sacó de dentro sus dedos y besó toda la zona, disculpándose por el maltrato presente y futuro, y fue escalando para encontrarse, al fin, con su boca y su cara. 

Juntó sus frentes sudadas y se miraron a bocajarro. Tenía razón la cantante, acostarse entre ellas iba a precipitar todo lo que ya costaba trabajo contener, y a punto estuvieron de dejarse llorar. Apagó esas ganas en sus labios, y ambas se serenaron la una a la otra, pues nada malo podría pasarles con sus cuerpos desnudos uno sobre el otro. 


- ¿Estás bien? -preguntó, dubitativa, Alba. 

- Mejor que bien, Albi -sonrió para tranquilizarla. 

- No me engañes -la regañó dando un golpe en su nariz con un dedo, que aún olía a ella. 

- Te lo prometo, estoy a punto de levantarme y ponerme a dar saltitos -ambas rieron. 

- Tú no te mueves de aquí -la abrazó fuerte y puso la oreja contra su pecho para escuchar como su corazón volvía a la normalidad. 

- Ni loca -le acarició la espalda-. ¿Ves? Te lo dije: el mono quedaba mucho mejor en el suelo. 


Rieron juntas y no dejaron de acariciarse la una a la otra hasta que se quedaron dormidas. Habían hallado un nuevo tipo de paz, un lugar con su nombre en este loco mundo. 

Y sí, definitivamente sí: la noche se había vuelto a encender. 

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