Durante el día, Ray había tenido mucha hambre. Esto no era lo malo. Lo malo es que no tenía dinero, ni para él mismo, ni para Cassidy, que era lo más importante. ¿Qué hizo? Simple. Comenzó a robar, a meter la mano en los bolsillos de la gente, sacar una billetera y correr como alma que lleva el diablo. Por lo mismo, el mayor estaba muy cansado.
Así fue como consiguió la comida del día, para ambos: dos panes con queso y jamón para cada uno. No era la gran cosa, pero sería suficiente para calmar el estómago por una noche.
Cuando fue a la panadería fue algo realmente extraño. Es decir, había ido antes, por supuesto, pero los olores exquisitos que habían hacía que el estómago de Raymund se retorciera y se arrastrara por el piso gritando "¡DAME PASTEL DE FRUTAS!" y este lloraba como niño pequeño haciendo rabieta. Además de cosas deliciosas, había visto al panadero amasar una masa, y ponerle olivas al pan, por lo que vio. Parecía un pan realmente malo, y se acordó de su amigo John Lemon, y así, le llegó la inspiración para la siguiente historia.
Cuando estaban en su habitación, ya acostados y con la luz apagada, Cassidy se removió, algo incómoda.
-¿Ray?
-¿Sí?
-¿A qué saben las olivas?
La pregunta lo pilló.
-Nunca he comido. Supongo que debe saber como a aceite, por el aceite de oliva.
-Qué asco.
-Bueno, quizá sabe mejor. Quién sabe.
Silencio. Luego, la pregunta que ambos estaban esperando.
-¿Me cuentas una historia?
-Obviamente.
Los dos sonrieron, pero ninguno de los dos pudo ver la sonrisa del otro.
-¿Qué árbol es?
-Mhm... El olivo.
-¿De verdad?
-Así es. Es un poco diferente, eso sí. Quizá te de hambre, pero ya es muy tarde para comer algo más.
Aunque, la verdad, lo decía porque no había qué comer.
Hubo otro silencio, pero este era más cómodo. Ray se estaba mentalizando para comenzar a contar la historia.
Érase una vez, un panadero que se llamaba Oskar, que tenía una panadería y un olivo en su jardín que siempre se le olvidaba regar. Su panadería iba bastante bien, y vendía cosas extrañas, como pan con betún de zapato, o pastel de hojas de olivo. A la gente en general le gustaba, pero un día, algo comenzó a ir mal. La gente ya no compraba sus tartaletas de estropajo, y luego, dejaron de comprar también su pan de olivo.
Oskar, confundido, fue a su árbol y le gritó:
-¡Quiero mis hojas buenas de vuelta, la clientela se nos va!
Entonces el árbol se enojó y le dijo, de vuelta:
-¡Mis hojas están bien, humano!
-¡Pero la gente está dejando de comprar mis productos!
-¡Pero es que no vez que la niña ésta abrió una panadería al frente tuyo, y que vende panes más bonitos que los tuyos!
-¡Pero mis panes son geniales! ¡Mejores que los de ella!
-Ay sí, ay sí, muy bien, señor Betún de Zapatos.
Oskar se cruzó de brazos y golpeó el tronco del árbol.
-¡Salgan de ahí, pequeños maldadosos! -le gritó al tronco.
Tres pequeños duendes vestidos de verde salieron, enojados, del tronco.
-¡¿Qué te pasa, humanoide?! -dijo el primero.
-¡Deja de golpear nuestro arbol androide! -continuó el segundo.
-¡Y ve a leer el tabloide! -siguió el tercero.
-Eso no tiene sentido, Pancracio -gruñó el primero.
-Y por eso yo me llamo Horacio -dijo el segundo, Horacio.
-Cállate, Solacio -le dijo el tercero, al primero.
Solacio, Horacio y Pancracio se formaron en una pequeña fila militar mientras Oskar los miraba con cara de "qué hacen y por qué tienen tantas rimas".
-Dinos qué quieres, humano.
-¿Quieres una mano?
-¿O un piano?
-¡Dejen las rimas! -gritó Oskar-. Y quiero que mi pan vuelva a ser igual de exitoso que antes.
Solacio bajó del árbol, junto a los otros dos.
-¡Descubriremos lo que tiene esa muchacha mejor que tú, y te lo traeremos a ti! -dijo Solacio.
-¡Y también un manatí! -agregó Pancracio.
¿Para qué querían un manatí? Nadie lo sabía. El punto es que cuando los duendes volvieron donde Oskar y el olivo, traían un manatí arrastrándose al lado suyo. No sabían de dónde lo habían sacado, pero tampoco querían saberlo.
Ya era de noche, pero al panadero le gustaba dormir al lado del árbol, y estar junto a él si es que no estaba trabajando y haciendo masa para el pan.
-¡Ya sabemos lo que es, terrícola! -dijo Horacio.
-¡Su comida no es como la de un cavernícola! -siguió Solacio.
-¡Y es muy hermos... hermosícola! -terminó Pancracio.
-¡Deja de decir cosas sin sentido, Pancracio!
-Bien, bien, da lo mismo. ¿Cuál es el secreto? -Oskar estaba muy interesado en saber qué era.
-¡No tiene comida con betún de zapatos ni hojas de olivo!
-¡Tiene un real olivo en el pan!
Todos se sorprendieron que no rimara, pero nadie protestó. Es decir, Oskar estaba ya cansado de las rimas. Se le hacía bastante molesto.
-¿Y eso es todo?
-Tiene comida...
-Normal.
-Sí. Eso y además...
Oskar no se quedó a esperar.
-¡Muy bien, muy bien! ¡Se pueden ir! Olivo y yo tenemos cosas que hacer por el momento.
Los duendes se encogieron de hombros, y se llevaron a su manatí al hueco del árbol. Nadie tampoco supo cómo fue que entró, y tampoco sabían si querían saberlo.
Oskar trabajó día y noche con su amigo Olivo, haciendo pan con olivas, y amasando pan. Había cerrado la panadería por un par de días para que pudiera trabajar en paz, y cuando la volvió a abrir, su tienda estaba restaurada. Tenía mucha cantidad de comida allí. Comida "normal".
La gente comenzó a confundirse por no saber a dónde comprar, y comenzaban a pelear en la plaza que quedaba justo frente a ambas panaderías. Los dueños de ambas se dieron cuenta de esto, y decidieron salir a ver qué sucedía.
Más temprano que tarde, ellos dos se encontraron, y se miraron el uno al otro. Se gustaron casi enseguida. La dueña de la otra panadería no era linda, pero Oskar tenía gustos extraños. Es decir, le gustaban las tartaletas de neumáticos. El panadero se arrastró detrás de ella.
-¿Tú eres la dueña de la otra panadería? -le preguntó.
-Así es -le respondió-. Me llamo Felicity.
-Soy Oskar.
-¿El de pan de hojas de olivo?
-El mismo.
-¡¿Qué?! ¡Amo tu pan! Ojalá el mío fuera como el tuyo. Es decir, mi pan es un desastre y... y... -Tardó en volver a hablar, ya que se había puesto nerviosa.
-Bah. Estás teniendo mucha fama, más que mi tienda. Incluso, la gente prefiere la tuya.
Se quedaron mucho tiempo hablando sobre harina y glaseados, hasta que llegaron a la conclusión de que deberían juntar sus tiendas. La idea les gustó a ambos. Así, ambos ganarían lo mismo, y podían vender lo que les gustaba.
El Olivo, los duendes y el manatí recibieron muy bien a Felicity. Les cayó bien casi enseguida, aunque el manatí parecía algo incómodo con la gata de la chica.
Se enamoraron muy pronto. Es decir, Felicity y Oskar, no el manatí y el gato... Bueno, ellos también, pero mucho después. El manatí (que le pusieron Hans El Intelectual) se comía la comida de la gata, y ella se enojaba con él.
En fin. El punto. Felicity y Oskar se casaron por la iglesia de los duendes y el olivo. Todos terminaron llorando en la boda, ya que la comida tenía una pócima extraña que hacía a la gente llorar, y que por lo mismo ellos dos no comieron y simplemente se reían de la demás gente.
Y la gente seguía comprando su pan, por supuesto, pero, de a poco, la comida extravagante de Oskar dejó de comerse, y por eso ya no se comen cupcakes de cables.
Cassidy estaba entre divertida y asqueada.
-Qué historias más raras me cuentas.
-Tú eres quien me lo pide.
Unas risas, y luego párpados cerrándose.