Perfecta ImperFecciÓn

By allison_porras

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• ° Usa guantes por una razón que desconozco. Su sonrisa es hermosa, y aunque tiene un problema de lenguaje... More

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By allison_porras

 

°

°

Mi cuerpo se tensó y el pulso se me aceleró. Sentí de inmediato aquel miedo exagerado que te hace querer salir corriendo, pero que la vez, te deja estático.

Pasé saliva con dificultad.

Ese nombre no lo olvidaría por nada del mundo.

Tenía que ser una broma.

¿Por qué tenía que encontrarme con él de nuevo? ¿Es que acaso estaba Andrés por ahí también? Porque lo que más me preocupaba, era volver a encontrarme con el hermano mayor. Y lo que más quería en el mundo era no volverlos a ver. A ninguno de los dos, a ninguno de sus amigos.

Su mano me estaba deteniendo, y eso me provocaba asco. Por eso, mi mano se estampó contra su mejilla derecha, haciendo que cerrara los ojos y volteara el rostro.

—No me toques —hablé fuerte y claro, haciendo que me soltara—. No otra vez...

Derek estaba confundido, y con la intención de alejarme del tipo, me empujó hacia adentro y cerró la puerta.

Estaba tan desconcertado que ni siquiera pude disfrutar lo lindo y elegante que lucía su departamento.

—Lo siento —le dije a mi castaño, al ver que se estaba enojando, pues Dylan no dejaba de golpear la puerta, pidiendo a gritos que lo escuchara.

—¡Quiero hablar contigo! ¡Por favor! ¡Una vez aunque sea!

—Es insistente el hijo de puta —comentó Derek.

—¡Necesito disculparme!

¿Disculparse?
¿Tantos años después?
¿De qué servía?

Ya habían hecho lo que hicieron.
Las disculpas no iban a mejorar nada. El tiempo se estaba encargando de eso.

Saqué de la bolsa una lata de cerveza. La abrí, y me la bebí toda de un trago. Era tal vez una única manera de adquirir cierto valor para enfrentar sus «disculpas».

Estaba apunto de abrir la otra cuando mi adorado jefe me lo impidió.

—Oye, oye... Luego, ¿sí? —me quitó la lata y la alzó lo más alto que podía, obligándome así, a ponerme de puntillas y así exigir que me la devolviera—. Déjame algo, enano.

Sin contradecirlo, me dirigí a la puerta. Ahí estaba ese maldito idiota. Regalándome un rostro de «arrepentimiento». Me daba rabia, muchísima rabia tener que encontrármelo cuando estaba siendo feliz, tratando de olvidarme de todo.

Traté con todas mis fuerzas mantener la compostura y no comportarme como él y su hermano solían hacerlo; pero no pude. Cerré mis manos y comencé a golpearlo. Una y otra vez, cada vez más. Y él se dejó.

—Golpéame todo lo que quieras —sus palabras desentendidas me enojaban más. Y por supuesto que seguí.

—Cariño, detente.

Derek me jaló de la ropa y me abrazó. Me aferré tanto a él, que pensé que le molestaría. Mi respiración estaba alterada, y no tenía ni una pizca de ganas de llorar. Las manos me temblaban por la ansiedad de querer seguir golpeándolo.

—Si vas a hablar con él, hazlo adentro —dijo Derek—. Es la primera vez que vengo en dos años, y no quiero escándalos. ¿Te parece, precioso? —me tomó de la barbilla y me hizo mirarlo. Yo asentí.

Me separé de Derek y volví a colocarme frente a Dylan, enseñándole mis cinco dedos.

—Cinco mimutos... Tch, mierda —no tenía que equivocarme—. Sólo eso, ¿sí?

—Será suficiente.

Entramos de nuevo al departamento y Dylan, con algo de nervios, se sentó a mi lado.

—Ha pasado tiempo, ¿eh? Primero que nada, me gustaría decirte que me alegro mucho verte.

—¿Huh? —exclamó Derek—. Párale a tu carro, idiota —mi lindo castaño, logró sacarme una sonrisa.

—Yo sólo quería disculparme —dijo el chico, para cuando lo miré, tenía la cabeza agachada.

—¿Sí? —hasta ahora me había dignado mirarlo atentamente a los ojos—. ¿Ahora? —pregunté con un tono burlesco.

—Lo lamento. Es tarde, ya qué, el tiempo no puedo devolverlo.

Vaya...
Eso sí que lo comprendía bien. Él y yo. Ni siquiera sus disculpas cambiarían nada de lo pasó. No quería que simplemente llegara y se disculpara, como si fuera la cosa más sencilla del mundo.

—Eso qui-qui-quisiera... —respondí, con una ligera sonrisa.

Eso era lo que quería.
Devolver el tiempo y plantearme el no ser el mayor cobarde de todos.

—¿Me pueden explicar? —interrumpió Kellerman, sentándose en medio de los dos; mientras, le daba un trago a la cerveza que me había quitado de las manos. Traidor—. Parece que estoy de vuelta al colegio en mis clases de español, o sea; entiendo ni mierda.

Derek lo sabía, después de todo. Le había tenido confianza —aunque muy tarde—, y también se la tenía ahora. No tenía motivos mentirle. Aunque, sabía que seguramente se enojaría, y explotaría en rabia cómo siempre lo hacía.

Los nervios se apoderaron de mí. Me senté derecho y traqueando mis dedos, le dije:

—¿Te acordas que al-alguien me hacerme daño? A mi piel. Él —lo señalé con la mirada y agaché la cabeza—, y su... Su hermano fueron.

Su mano apretó con tanta fuerza la lata que hizo que el aluminio se arrugara, y bebida escapara por todos lados.

—Ya lo intuía.

Suspiré.

Tuve la visión de él tomando a Dylan de la ropa y dándole una verdadera paliza. Y estaba apunto de hacerlo, pero fue «salvado por la campana», o mejor dicho; por llamada.

—Es Ilse —me dijo, intentando relajar su expresión de enojado máximo—. Estaré afuera un momento, ¿bien? —lo tomé del brazo antes de que se fuera, lo obligué a darme un beso en los labios—. Te quiero.

—Y yo a ti —le respondí sonriente.

Un silencio realmente incómodo estaba ahogándome, y volví a tener miedo. No sabía la falta que me hacía Derek hasta tiempo después. Él siempre estaba ahí para protegerme.

—Tu, tu heramano... —mis manos temblaban tanto, que debía mantenerlas sobre mis rodillas, formando puños—. ¿Dó-Dónde está?

Mi pregunta pareció sorprenderle, pero yo estaba ansioso por saber de él, más que nada asegurarme que no estuviera viviendo en ese edificio.

Dylan suspiró y se talló los ojos.

—Tres metros bajo tierra. Lo mataron hace un mes.

La noticia me cayó como un balde de agua fría con muchísimos cubitos de hielo. Tapándome la boca con la mano, impedí que un jadeo escapara de un garganta. Luego, me llevé las manos al estómago cuando sentí unas náuseas espantosas.

Era terrible.

No sabía cómo debía sentirme al respecto. Fue un tipo malo conmigo, con todos, pero nunca le desearía la muerte a nadie. Ni siquiera a ellos...

—Se involucró con gente que no debía, dijo cosas que no debía y ahí lo tienes... El resultado.

—¿Y tú? —estaba apunto de tocar su hombro con el fin de reconfortarlo un poco, pero mi mano quedó a mi mitad de camino cuando lo hube pensado mejor—. ¿Có-Cómo etás? —no sabía por qué, pero fue lo primero que se me ocurrió preguntar.

—Me hubiera gustado que termináramos bien —levanté una ceja con curiosidad—. Nos peleamos y no pude despedirme...

Me quedé callado.

No podía imaginar que me hubiera pasado lo mismo con mi padre. Si no le hubiera dicho que lo quería esa mañana, seguramente aún estaría arrepintiéndome.

—Los demás no sé dónde se encuentran —comentó—. Ya sabes, ¿no? Se fueron de país.

Al menos eso sí me alegraba un poco.
Tampoco era que quisiera ir caminando por la calle y llevarme la sorpresa de encontrarme con todos juntos.

—Aún trato con decirme que todo fue una simple broma, pero... Nos pasamos de la raya.

—¿Hacerme eso to-todo? ¿Una broma? —el chico volvió a bajar la mirada. Mi tono de voz ya no era el tierno, se notaba a leguas mi reproche—. Yo, yo, lo único hice fue nada, só-sólo no quise ser no-novio de Andrés. No fue ju-justo. Mira —puse mis manos frente a sus ojos—, deber usar esto sempre. Cunado estoy con Derek, debo cubrir-me. No es justo.

—No te voy a contradecir, Ivo. Tienes toda la razón, y la tendrás siempre. Hicimos algo inhumano —los demás chicos, obedecían prácticamente en todo a Andrés. Era cómo líder de la banda—. Nos merecemos lo peor. Ya mi hermano pagó, mil veces peor, y ya me tocó a mí...

—¿A ti? —cuestioné curioso.

—Estuve preso en Latinoamérica.

—¿Eh?

—Falsificación de documentos.

Santo cielo.

Entonces sí...
Continuaron con sus actos criminales tiempo después. Vamos, que desde mocosos ya se les veía el potencial.

—Además, quería decirte algo que me guardé sólo por Andrés —ya sabía por hacia donde se dirigía ese comentario—. Tú me...

—Gustaba —al ver cómo su rostro cambió a uno rojo y avergonzado. Mis sospechas habían sido aclaradas—. ¿Ve'dá?

—¿Cómo lo... —interrumpí con una seña.

—Te, te escuché de-decirlo...

—¡Madre mía, que vergüenza! —se tapó el rostro con las manos y me reí—. Siempre sentía pena verte ahí, no lo sé, porque...

—¿Qué?

—Nada, mejor olvídalo —simplemente me encogí de hombros—. Aún no te quitas los guantes para nada, ¿eh?

Seguía siendo una costumbre. Era mejor ocultarlas, más aún con las marcas que me dejaron, pues antes sólo los usaba por el frío. Al fin y al cabo, nadie quisiera vivir con esas miradas de asco encima suyo todo el tiempo.

—¿Cómo te quedaron? ¿Me dejarías verlas?

—No, no, no, no, deja así —dije, negando sin dejar de mover la cabeza—. Megor. Son feas. Sólo dejar que uno las vea. Ese lindo to-tonto —señalé la puerta por la cual Derek se había marchado.

—Ah, okey —dijo soltando una risa un tanto nerviosa—. Topaste con suerte —fruncí un poco el ceño al no entender a qué se refería—. Se ve que es un tipo con bastantes cualidades...

—Es muy nindo.

—Y tú más. Cualquiera se fijaría en ti, hasta el más heterosexual.

Suficiente. Estaba poniéndome demasiado nervioso. Era tonto, pero me hacía sentir como si fuera un facilote.

—En fin, espero que algún día toda esa pesadilla se esfume.

Eso no pasaría.

Aún a esa edad, solía preguntarme en dónde estaba mi Hada Madrina, esa de los cuentos de princesas; pero, yo no era una princesa. Era un chico. Un chico que no podía hablar bien, que sus traumas infantiles todavía lo perseguían, y que sufría de bullying en cualquier lugar donde pusiera el pie. Era un chico que aún tenía un inicio deseo: Ser feliz.

—Te pido perdón con tod...

—Basta —me llevé las manos a la cabeza, y arreglé mi cabello con desesperación . Un sencillo modo de expresar mi ansiedad—. Ya oí. Me... Me será dificíl, ¡difícil! —me corregí frustrado—. Pe-Perdonar.

—Descuida —el chico levantó las manos en señal de tregua—. No te estoy obligando. Estás en todo tu derecho de no hacerlo. Al menos, mi conciencia me dejará tranquilo por un tiempo.

A mí nunca me dejó tranquilo. Ni en sueños. Al principio, fueron constantes. Era como si al mirarme al espejo, mirara una película de terror. De esas que no te dejan dormir. El problema era, que esa etapa de mi vida no fue preparada con un guión. Todo el sufrimiento fue real.

Al principio, cada noche soñaba; mejor dicho recordaba esos días terribles. Luego, esos recuerdos aparecían cuando tenía un mal día.

Esos recuerdos, y los de mi infancia también...

—¡Me quedaré calvo de tanto estrés!

Kellerman entró de golpe al departamento, gritando y causando que me llevara la mano al pecho por el susto. Podía jurar que los pelos se me pararon como si tuvieran estática.

En eso, se llevó las manos a la cintura y comenzó a relatarme su desgracia.

—Llamo a la casa, y resulta que Vincent se pone a pelear con Dietlinde porque le quitó los Pitufos para poner La Bella y la Bestia. Es aquí donde me pregunto: ¿Por qué no comprenden que hay más de un televisor en casa? Y la manzana de la discordia. El idiota del abogado de Kay, estaba ahí, y se estaban besando. Además, se quedó a comer, ¿puedes creerlo? ¡Comiendo en mi casa! ¡Sentado en una silla donde yo también pongo mi lindo y gran trasero! ¡Perfecto! Tendrá que hacerse una reconstrucción de rostro por los madrazos que...

—Stop, stop, stop, stop! —interrumpí moviendo las manos de un lado a otro. Me había quedado a mitad de relato. ¿La Bella y la Bestia? ¿Caricatura o Live Action?

Él suspiró y contó hasta tres.

—Genial. Ahora tengo dolor de estómago.

El castaño se dirigió hasta la bolsa de las cervezas y sacó dos. Le hice señas para que me alcanzara una, pero me dijo:

—La noche es demasiado joven cómo para se emborrache ya, Lane. Además, ya pasaron los cinco minutos —se puso serio. Luego, le entregó una cerveza a Dylan.

—Me voy —me dijo Dylan nervioso, poniéndose de pie—. Ojalá te vuelva a ver.

—Ah, no, eso sí que no —reclamó mi novio.

—Cállate, Derek.

—Cállame cuando midas más de 1.60.

«Este no va a besarme en una semana».

—Gracias por escucharme, Ivo. Eso me demuestra que aún sigues siendo tan bueno como antes...

Yo se los había dicho una y otra vez: No era una mala persona.

—¡Qué la pasen bien!

Iba a seguirlo para dejarlo en la puerta, pero la jirafa Kellerman se interpuso.

—Ahora me toca a mí, ¿sí? —comentó, guiñándome un ojo—. Dylan... ¿Hablamos tú y yo?

El chico tragó fuerte y a Derek, lo dejé. Salieron del departamento con una cerveza en la mano cada uno, y luego de cinco minutos y ruidos extraños; mi castaño volvió.

—Me quité el estrés —dijo sonriente, moviendo su mano de un lado a otro. Sus nudillos estaban rojizos—. No me mires así —yo ya estaba de brazos cruzados, alzando una ceja—, un puñetazo se merecía al menos.

—No te diré naa —levanté mis manos desentendido.

—¿A qué sí se lo merecía?

—Weno sí —respondí ladeando la cabeza—. Ahora... Yo, dis-disculpas, ¿sí? Es una ci-cita rara. Primer, ella, la nina... Niña. Y ahora él, yo...

—Oh, descuida —negó lentamente, y le dio un trago a la bebida alcohólica—. Todo es perfecto contigo.

—¡Bien! —exclamé animado—. ¿Te pare-parecer esto? Cerveza, pizza, besos y ¿sexo? —dije, contando todo con mis dedos.

—Oh, lo último me parece espectacular —respondió.

Retrocedí unos pasos y la mesa me detuvo, dejándome sin escapatoria alguna. Sus ojos verdes brillaron con perversión, mientras se quitaba el nudo de la corbata que con mucho esfuerzo había mantenido puesta todo el día.

—¡No! ¡Deber se-seguir el o-orden!

—El orden de los factores no altera el producto, señor Lane —sus labios se curvaron hacia arriba con muchísima sorna, lo que me hizo sentir una presión terrible en el pecho.

¿Por qué era tan guapo?
¡No podía estar con alguien tan maravilloso como él!

—¡Aquí sí! —respondí.

—Vamos, enano... Debemos respetar la conmutatividad.

Levantó un poco mi suéter, y sus cálidas manos se acoplaron a mi cintura, mientras recorría mi cuello con sus labios. Mi piel se erizó, y las piernas comenzaron a temblarme al punto de tener que agarrarme de sus brazos para no caer al suelo.

Caer en sus malditos encantos masculinos era el pan de cada día. Él podía chasquear los dedos, que en segundos me tendría a sus órdenes.

—Lo que tú di-digas, guapo.

<•>

Había despertado simple y sencillamente por lo tensado de las cuerdas que me mantenían sujeto a una silla. Incluso el respirar resultaba doloroso. Lo único que podía mover era la cabeza, pero cuando miraba los amarres, debía volver a la posición inicial.

Joder que dolía.

Pero, me dolía más pensar que mis papás estaban con el alma tendiendo de un delgado hilo.

—Le hubieras dicho que sí aunque no quisieras —me dijo Dylan.

¿Estar con alguien sólo para su satisfacción? ¿En contra de mi voluntad?

Le hubiera dicho a papá que existía alguien que nunca me dejaba en paz, que me seguía siempre cuando salía de mis clases, que me tomaba fotos en todo momento.

Él me lo había dicho:

«Sé que eres hombre, y que tienes que aprender a defenderte. Pero soy tu papá, y debo protegerte con mi vida. Si hay algún tipo que se intenta pasar de listo, sólo dime su nombre y le daré una paliza».

Me mantuvieron unos días encerrado en una bodega cuyo edor a humedad podía enfermar a cualquiera. Todo hecho el mayor desorden de la vida, pero habían tratado de ambientar todo para que luciera como una casa de sustos. Sofás en mal estado, una televisión vieja, y una estufa que desbordaba grasa por todos lados.

—Mi linda Blancanieves despertó —escuché la voz de Andrés detrás mío. Sentí un terror del cual nunca había sido participe.

Ahora sí.
Había aguantado mucho el dolor, pero ya no podía más. Comencé a llorar, y ellos se rieron.

¿Por qué les daba gracia el dolor ajeno?

Definitivamente tenían potencial a ser psicópatas al extremo. Eran demasiado jóvenes para tener la mente tan retorcida.

—Lamento haberte golpeado, cariño —lo tenía al frente. Se había agachado levemente para poder pasar su asquerosa y rasposa lengua por mi mejilla.

—De-de-de-dejarme ir, ¿sí? —fingió una cara de ternura—. Yo, yo, yo no te hacerte na'a. Esto es malo. Es muy, muy, muy malo, Andrés...

—¿Sabes? No te entiendo una mierda. Habla bien, maldita sea.

Recibí un golpe más de su parte. Fue tan fuerte, que me hizo escupir mucha sangre.

¡Felicidades, logro completado!
Me había quebrado una muela.

No lo comprendía.
¿Por qué no sólo se olvidaba de mí y me dejaba en paz? Se burlaba por mi modo de hablar, no tenía motivos para estar conmigo.

—¡Eres tan lindo! —exclamó lleno de felicidad, tomándome del cabello para estabilizar mi cabeza, y poder mirarlo a los ojos—. ¡Me encantas! Por eso, te quedarás aquí conmigo por unos días, ¿entiendes eso, retrasadito?

Tuve la osadía de escupirle en la cara. Y vaya que fue una mala decisión.

De nuevo, perdí el conocimiento a causa de sus golpes.

Muchas horas después, estaba famélico y exhausto. Podía cerrar los ojos al menos un rato cuando se iban, y sólo si los dolores me lo permitían. Podía tomar agua e ir al baño cuando lo pedía. Me habían mantenido siempre con el torso desnudo, y hacía demasiado frío. Extrañaba tanto mi suéter rojo tejido que papá me había traído de Frankfurt después del trabajo.

No comprendían que estaba enfermo. Con una terrible infección de glándulas que me hacía hablar con una ronquera de lo peor. Tenía que estar tomando mis antibióticos desde hacía cuatro días, pero no me dejaban.

Ya ni aceptar ser novio de Andrés podía solucionar las cosas. Iba a aceptar sus condiciones, mas dijo que ya era tarde.

Luego...
Habían decidido violarme.

Sentí pánico cuando escuché el tono divertido con el que lo había dicho. Parecía que tuvo la idea más genial del mundo para hacerme sufrir.

Todos.
Todos iban a hacerlo, según dijo.

Empecé a llorar de nuevo cuando me desamarró de la silla. Por mi mente sólo pasaba el salir corriendo de ahí, aunque fuera imposible escapar. La fuerza no me daba ni pasa forcejear cuando me puso de cara al suelo, levantando mi cadera y bajando mis pantalones.

«Basta». Cuando anhelaba poder hablar bien para decirle todo lo que pensaba. «Le diré a mis papás que te den dinero, aunque sea poco. No le diré a la policía; pero, por favor déjame ir. Nunca te hice nada. Fui bueno. Te presté las tareas cuando no las hiciste, te presté bolígrafos cuando no tenías uno para hacer el examen... No tienes que hacer esto. No lo merezco, no soy una mala persona».

Podía escuchar las voces de los otros chicos desaprovando la acción por completo.

—Ey, esto es demasiado, bro —le decía su mejor amigo. ¿No lo entendían? El sólo hecho de tenerme ahí ya era demasiado.

—Po' fa-fa-favooor... —cerré mis ojos con fuerza, me ardían y pesaban. Tocía en todo momento. Estaba cansado, tenía frío. Mis manos y pies comenzaban a doler y a ponerse rígidos.

—No. Blancanieves debe pagar —no tenía nada que pagar.

El rechazarlo fue mi discordia.

Como un animal sin experiencia, iba a meterlo sin siquiera prepararme. Los violadores no hacían eso. Sus comentarios me daban asco, horror.
Qué me hicieran lo que querían, todo, menos eso.

Ya me estaba arrepentimiento de todo.
Estaba pensando que a lo mejor, absolutamente nada de eso estuviera pasando si hubiera puesto mis ridículos deseos de tener una relación bonita con un chico a un lado, a miles de kilómetros. Estaba pensando que... Hubiera sido mejor aceptar ser su novio y pasarle por encima a mi felicidad.

De lo siguiente que me di cuenta fue que Dylan había golpeado a su hermano. Con una patada lo alejó de mí.

Todos comenzaron a discutir.
Gritos aquí, y allá... Unos me apoyaban, otros le decían a Andrés que siguiera, que ellos también querían diversión.

—¡Nunca estuve de acuerdo con esto! ¡Es demasiado! —gritó el hermano menor—. ¡Nos estamos volviendo locos!

—Locos ya están... —susurré. Grave error. Andrés se levantó, y puso su pie en mi cabeza, haciendo presión cada vez más.

—¡¿Tú qué opinas, maldito niño imbécil?! —los mareos que me estaban provocando sus pisadas, eran insoportables, no podía siquiera mantener los ojos abiertos—. Habla bien primero, joder.

A sus órdenes, volvieron a amarrarme la silla. Está vez, casi desnudo del todo, sólo tenía mi ropa interior. Y de nuevo, me dejaron sólo una noche más.

Al día siguiente, lo primero que noté fue que no podía mover a mi voluntad los pies y las manos, pues; ni siquiera los sentía. Me había pasado desde que me despojaron de mi suéter y guantes, pero esa vez, era peor. Tenía los dedos adormecidos, pero no lograba mirarme las manos por tenerlas detrás de mi espalda.

Por primera vez me asusté de tener esa enfermedad tan rara.

A las pocas horas, ellos llegaron y pedí ayuda. Esto, fue otro de mis errores.

—Antes que nada, mira esto —puso la hoja de un periódico frente a mis ojos, el tiempo suficiente para leer toda la información junto a mi foto.

Desaparecido: Ivo Lane Süß

Chico blanco de apariciencia asiática.

Color de cabello: Negro.
Color de ojos: Azul.
Edad: 19 años.
Altura: 1. 57.
Peso: 48 kg.
Residencia: Britz, Berlín.

Último contacto: El pasado 11 de octubre, al salir de su colegio a eso de las tres de la tarde. Llevaba un suéter rojo, guantes y pantalones negros.

Particularidades: Tiene un trastorno de lenguaje llamado disfasia, y un extraño síndrome en la circulación; sus manos y pies se tornan de color violeta cuando está en contacto con el frío.

Si lo ha visto, por favor pónganse en contacto con la policía al número 110.

Cuando lamentaba que mis papás tuvieran que recurrir a eso. Sólo podía pensar en lo mal que lo estaban pasando, buscándome por donde se les ocurriera.

—Tus padres sí que son tediosos. No entiendo porque no simplemente te dejan aquí conmigo —no era un mal hijo cómo para que ellos hicieran eso. Ellos sí me daban la atención que necesitaba—. ¡Bien, busca en internet que podemos hacer con sus asquerosas manos! —le dijo a Andrés a su hermano.

El único tratamiento eficaz era sumergir manos y pies en agua caliente por varios minutos, hasta que la circulación volviera a seguir su camino.

Pero no.
A él se le había ocurrido la grandiosa idea, de bañarme en agua hirviendo.

—¡Ey, no, no, no, no! ¡Ya yo no quero nada, ¿sí?! ¡Eso no...

—¡No hables que me aturdes! —exigió—. Tengan cuidado, no quiero que le arruinen su hermoso rostro, y tampoco su penecito.

—¡Pero no tenes que ha-haces esto, Andrés! ¡Por favoooor! —grité lo más alto que pude cuando vi a sus amigos hacerse con unas ollas. El vapor salía de ellas de manera exagerada.

Cuando uno de ellos se colocó frente a mis pies, pude observar con atención que el agua burbujeaba aún sin estar al fuego.

Seguí gritando, y gritando, y gritando...

No sé detuvieron.

El dolor era indescriptible.
Hubo un punto en el que mi voz ya no salía, ya no sentía nada. Estaba mareado, asqueado por ver cómo estaba quedando. Mi espalda, manos, abdomen, piernas... Casi todo mi cuerpo estaba perdiendo la piel al entrar en contacto con el agua.

No le deseaba eso nadie, ni siquiera a quién llegara a convertirse en mi peor enemigo, porque apesar de todo eso, a ellos no los veía así.

Pensé que era mejor que me mataran ahí mismo y me arrojaran a hueco mal cavado, que a nadie le importaría, y que mis padres se olvidaría de mí tarde o temprano.

No recibí cuidados después de todo, si no me mataban a golpes, lo haría las miles de infecciones que podía haber agarrado. Mis heridas comenzaban a tornarse de colores extraños.

Tenía los labios resecos, y no podía moverlos mucho, incluso no tenía ganas siquiera de hablar, pero aún así, saqué algo de fuerza para hablar con Andrés. Levanté la mirada, y él estaba sentado en el suelo, mirándome de una rara. Parecía nervioso, ansioso por hacer algo.

—Oye, ya no de-deber ha-hacer más. Dé... jame ir. Po' fa-favor...

Desperté de un sobresalto al sentir que la respiración me estaba faltando. El corazón me estaba golpeando con fuera el pecho y tuve que llevarme la mano ahí para intentar calmarlo. Estaba sudando mucho, la camiseta que Derek me había dado para que no pasara frío, estaba empapada.

Dirigí la mirada a mi lado y ahí estaba el castaño, rocando ligeramente mientras abrazaba la almohada.

Menos mal.
No quería que me mirara tan exaltado.

Tomé la opción de echarme la sábana hasta la nariz, di la espalda a Derek y suspiré.

Hacía mucho tiempo que no recordaba eso. Aunque, todavía tenía un poco de lagunas mentales, ciertas cosas no resultaban tan claras siendo un evento tan desagradable.

Sólo lograba recordar bien a Dylan y a Andrés. Era, como si los demás chicos no existieran. No supe sus nombres, y por más que los veía con el fin de grabarme sus rostros para decirle a la policía; los olvidé. Así que no dije nada, y no tuve el valor suficiente para acusar a los dos hermanos.

Poco tiempo después, supe que Andrés, tenía bipolaridad. Eso explicaba porque algunas veces me pegaba, me trataba como quería; pero otras, simplemente se quedaba a mi lado, a acariciarme el rostro, o el cabello. Digno de un psicópata.

La última vez que lo vi, se encontraba apoyando la frente contra una pared, y se golpeaba con poca fuerza.

Sus amigos y su hermano, me desarramarraron. Me dieron de beber un poco de agua, me dieron mi cartel de desaparecido, y colocaron una manta gris encima de mí. Eso resultaba doloroso. La tela de algodón, se adhería a las quemaduras que aún tenía en carne viva.

Me sacaron de ahí con los ojos tapados y me indicaron que contara hasta cien. Estaba demasiado ansioso, y quería sentarme en algo cómodo. Mis rodillas temblaban y en cualquier momento podía irme de bruces al suelo. Tiempo después, pude quitarme la venda, dejándome en claro que ya no estaban. Estaba en medio de una carretera que se extendía en soledad por ambos lados, y para terminarla de acabar, estaba oscureciendo.

Tenía tanto miedo de encontrarme con gente todavía peor.

Hasta que me encontré con mi salvación.

Una pareja de adultos viajaba en un auto de color rojo. Los detuve a como pude, pues el frío volvía a entumecerme las manos y pies, y las heridas ardían ante el aire fresco. Al principio, pensaron que les haría daño, así que inmediato, les enseñé el cartel y con señas reiteraba que era yo. Me dolía mucho la garganta, y de la felicidad y esperanza de que por fin estaría bien, no me salía la voz.

Me subieron al auto, y me llevaron al hospital. A mis papás les regresé el alma al cuerpo con un «hola», con una sonrisa y un saludo de mano vendada. Luego, de tanto llorar y maldecir a esos tipos, me dieron la noticia de que tendría una hermanita.

Días después, el señor del auto, se presentó formalmente como uno de los mejores profesores de Facultad de Publicidad. El famoso profesor Erik, quién no tardó mucho en convertirse en mi segundo padre.

Estuve mucho tiempo en el hospital. Los injertos de piel en algunas áreas de mi cuerpo fueron necesarios, menos en mis pies y manos, el problema de la circulación podía dejar mis extremidades casi inservibles. Sólo quedaba que sanaran solas.

Psicólogos y terapeutas de lenguaje iban y venían unos tras otros. Era mucho dinero lo que cobraban por cada consulta, así que les dije a mis padres que ya no eran necesarios, qué aprendería a llevar mi problema poco a poco. Pero, también lo cierto era que llegó a gustarme el terapeuta, y cuando lo supo, comenzó a mostrar su verdadera forma de ser. Me insultaba, y me dejó en claro que mis sentimientos le resultaban asquerosos. En lugar de ayudarme, hacía a mi disfasia, mi autoestima y mi salud mental, retroceder muchos pasos. Así que por mi bien, decidí alejarme por completo.

Todo aquello sucedió en muchos meses sabáticos que me di. Llenos de todos los videojuegos posibles, luego me digné a terminar mis estudios a distancia, lo que me llevó bastante tiempo. No quería salir de casa, pero tampoco quería quedarme estancado en esa pesadilla. Quería seguir con mi vida; aprovecharla al máximo, y quizás, agradecerle a Andrés por no llevar su broma al peor desenlace.

—Ey, Ivo... —sentí su brazo moverme con la intención de que me volteara—. Precioso, ¿estás bien? —me giré y lo miré. Lucía cansado, tenía los ojos entrecerrados. Pobre. Ya lo había despertado por mis berrinches—. ¿Por qué lloras?

«Porque por más que intente olvidar todo, sencillamente no lo logro».

Había pasado mucho tiempo; pero, volver a ver a Dilan me estaba afectando más de lo creía. Mi fortaleza fingida, estaba comenzando a caerse a pedazos.

Qué se fuera.
Él y todos mis recuerdos.
Al fin estaba logrando todo lo que siempre quise.

Quería trabajar.
Gracias al profesor Erik le encontré gusto a algo que no fuera videojuegos o películas de antaño. Quería ayudarle a mi hermanita, a mis papás, y que se sintieran demasiado orgullos de mí. Pero luego, uno de ellos faltó.

—Na'a —dije con la voz ronca, y después me limpie las lágrimas con los guantes—. No pa... sa na'a. Tú mimir, más, anda.

—Dime que es lo que te pasa —su rostro no mostraba nada más que confusión y preocupación—. ¿Te sientes mal? ¿Tienes miedo, o algo así?

«Tengo miedo de volver a sufrir. Pero, si tú estás conmigo, eso no volverá a pasar... ¿Verdad?».

Quería encontrar el amor.
Que alguien me quisiera con todo y mis cicatrices. Con mi trastorno del habla, con la obsesión sin medida que le tenía a los pasteles de chocolate, a los animales y a Leon S. Kennedy.

Alguien que después de que supiera la verdad, me abrazara, y no me soltara nunca.

Ni Berit, ni Andrew, ni Jörg fueron capaces.

Uno me dejó porque sus padres se lo pidieron, el otro se fue a estudiar al extranjero, y el último me engañó con una chica.

Sólo uno.
Sólo uno de ellos había logrado hacerme feliz por completo.

Mi jefe. Un tipo castaño, de ojos verdes y alto como una linda jirafa de Kenia. Guapo, simpático, amable y el mejor papá del mundo. Irresponsable, olvidadizo, pervertido, enojón, gritón y celoso a niveles de la circunferencia de Júpiter. Que tenía sus cosas buenas y malas, como cualquier persona; pero definitivamente, no lo cambiaría por nadie más.

—Abrazarme —le dije, acariciando su mejilla.

—¿Eh? ¿Quieres que te a...

Posteriormente, como un niño pequeño y necesitado, me resguardé en el calor de su cuerpo; mientras las lágrimas salían poco a poco.

Recostarme en su pecho y escuchar latir su corazón; era la mejor rehabilitación de todas.

—Hazlo. Hazlo si-siempre, por favor...

°

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