La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 14. La oveja negra.

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By TomorrowJuana

La terraza era parecida a la del bar del que venían, solo que más pequeña. Mobiliario de propaganda y una clientela de lo más variopinta. Se fue directa a una mesa que había libre para sentarse, pero Alba le agarró del brazo.


- ¿Prefieres dentro? La decoración es muy chula -le dijo con cara de inocencia. Tengo que romper esta barrera estúpida que tengo, necesito agarrarle los mofletes y comerle esa cara que tiene, pensó la morena. 

- Alba, no hace falta que un sitio sea bonito para que me guste. Me habría quedado a vivir en el otro bar y la gente estaba bebiendo en vasos de mini -se animó a darle un pequeño toque en la nariz con la punta de su dedo. Un avance es un avance.

- Pero eso era por la compañía -se hizo la importante mirándola desde abajo. Era cómica la estampa, la verdad.

- Todo es por la compañía, Alba -y señaló con un gesto de la mano el hombro de la rubia, en el que seguía apoyada.

- ¿Tengo que sentirme halagada porque me utilices de reposabrazos?

- No sabes cuánto. Va, vamos a sentarnos que nos quedamos sin sitio.


Al fin se separaron y a ninguna de las dos pareció gustarle. El paseo les había ventilado la mente, así que volvieron al ring y pidieron otro par de cervezas y la carta. Estaban sentadas una frente a otra, apoyadas en sus respectivas sillas. No hablaron hasta que les trajeron las bebidas y Natalia cogió un cigarro y le ofreció otro a su acompañante. Otra vez el filtro entre sus dientes y de nuevo un relámpago partiéndole el cuerpo por la mitad. Pero bueno.


- ¿Tienes hambre? -preguntó la rubia echando un vistazo al menú.

- Me podría comer un ñu ahora mismo -respondió dando una profunda calada.


Le inquietaba que la boca de Alba, al igual que le pasaba con su foto de perfil, tuviera conexión directa con su pantalón. No estaba acostumbrada. Desde Alicia había estado con otras mujeres, pero el sexo había terminado por ser más un trámite incómodo, un intercambio mercantil sin pizca de química que quería despachar lo más pronto posible. La excitación brillaba por su ausencia y se limitaba a ser una descarga de tensión acumulada. Ese era el motivo por el que había dejado de hacerlo: después se sentía terriblemente vacía.

Por eso se le atragantaba el aire cuando su cuerpo reaccionaba a esos detalles nimios de la rubia. Si fueran actos inequívocamente eróticos tendría sentido, pero no lo eran. Eran gestos cotidianos que se oscurecían en su mente por obra y gracia de la interlocutora. ¿La deseaba? No. Jamás había pensado en Alba de esa forma, no se había planteado cómo sería besarla, desnudarla, acariciarla. No había intentado imaginar el peso de su cuerpo menudo sobre el suyo, ni el calor de sus dedos en su espalda. No le había dedicado un segundo a pensar en el tacto rasposo de su lengua en su clavícula o en el sonido de su voz rota contra su oreja. Aquello no le importaba en absoluto.

Quería tocarla, eso no lo podía negar. Pero quería apartarle el flequillo de la cara cuando se ponía tímida, para verle mejor los ojos; le gustaría cogerla, alzarla en el aire y darle vueltas para escuchar su risa escandalosa estallar contra su cuello; ansiaba apoyar el mentón en su coronilla en un abrazo eterno, mezclar los dedos en su pelo. 

Apenas recordaba lo que era conectar tan genuinamente con alguien, y es por ello que estaba tan impresionada por todo lo que su cuerpo, amigo y esclavo de la soledad, parecía reclamar para sí. Nunca deseaba contacto, y ahora que lo hacía no sabía ni por dónde empezar.


- No les quedan ñus, lo siento -dijo Alba sin mirarla pero sonriendo. No dejaba de sonreír nunca.

- ¿Qué me recomiendas? -Natalia la miraba. Siempre la miraba.

- Te recomiendo que mires la carta -alzó la vista y dio una calada mientras le acercaba el papel.

- Me gusta cómo echas el humo cuando fumas -cogió el papel y empezó a mirarlo sin verlo, pues estaba pendiente de la respuesta de la chica.

- ¿Cómo lo hago? -no necesitaba alzar la vista para saber que sonreía, coqueta.

- Lento, como si estuvieras acariciando el humo con los labios. Es hipnótico -se ruborizó al instante. No era normal en la morena aquella franqueza, pero con Alba no era muy ella que digamos.


Al no recibir respuesta la morena levantó la mirada y se encontró con los ojos ámbar de la rubia puestos en ella con curiosidad. Podía ver perfectamente una batalla librarse en su mente, decidiéndose entre la cara o la cruz. Que sea cara, Reche, hoy siempre va a salir cara. Pareció que la rubia pensó lo mismo.


- ¿Sabes? Desde que te conozco estoy esperando que la cagues -soltó Alba a bocajarro. Natalia se relamió. Cuando la rubia se ponía el cuchillo entre los dientes algo aplaudía en su interior. Era el momento de ponerse las pilas.

- ¿Saben qué van a tomar? -preguntó la camarera, que estaba parada junto a ellas, ligeramente nerviosa. No se habían dado ni cuenta.

- Ni he mirado la carta, Alba, pide tú.

- Una cheeseburguer y una española, por favor -pidió por las dos.

- ¿Y otras dos cervezas?

- Sí, gracias -contestó esta vez Natalia dedicándole una sonrisa espectacular.


La camarera entró al local con la comanda. Volvió al minuto con otras dos cervezas. Parecía bastante obvio que había reconocido a Natalia, pero tuvo el buen gusto de no molestarle. Al fin y al cabo estaba con una amiga e iban a cenar.


- ¿Y la he cagado ya? -siguió la morena con la conversación que se había quedado a medias.

- No. Y no lo entiendo -se rió al ver su cara de indignación. Alba sentía que debía corresponder a la sinceridad de Natalia.

- Vaya, me alegra ver la fe que tenías puesta en mi persona -se cruzó de brazos y alzó una ceja.

- No es cuestión de fe, es cuestión de probabilidad.

- Te escucho, Alba Reche -estaba muy interesada en lo que tuviera que decir. Quería saber con qué ojos la miraba la fisio.

- ¿Qué probabilidades había de que fueras tan... -se le pasaron por la cabeza mil adjetivos, pero pensó que quizá sería demasiado-, normal?

- Soy un ser humano. Como, duermo, cago. Como todo el mundo. La única diferencia es que mi trabajo es ligeramente llamativo.

- Pero es muy fácil que pierdas la perspectiva. Premios, fama, dinero, influencia...

- A estas alturas deberías saber que eso me importa más bien poco -medía cada gesto de la rubia y le satisfacía lo que veía. No indagaba, no profundizaba, solo daba pasos diminutos a la espera de toparse con una pared.

- Lo sé. Y sigo sin entender por qué -la miró intensamente y Natalia le aguantó la mirada. Había escogido muy bien sus palabras para darle la oportunidad a la cantante de tener todo un mundo de posibilidades a la hora de contestar.

- Porque son cosas que no tienen importancia para mí. No hago música para conseguir ninguna de esas cosas. No es mi meta, son daños colaterales. Es una relación de causa-efecto.

- Entonces, ¿por qué haces música? -se atrevió a dar un paso en firme y rezó por no haber caído en arenas movedizas.

- Porque lo necesito. Es mi manera de comunicarme, de sentir, de vivir -equilibró el paso trémulo de la chica para que entendiera que no iba a caer y continuó hablando. Quería que supiera que caminaba en terreno estable, al menos de momento-. Hay una cierta vanidad en los músicos, no te voy a engañar, un deseo de que la gente conecte contigo y abrace y ame lo que haces. Pero yo no necesito un estadio. Con ver a veinte personas sintiendo mis canciones como yo lo hago soy feliz. No necesito todo esto.

- Tenía miedo de que me decepcionaras -continuó Alba tras un silencio. Llevó la conversación por otro sendero, pues, aunque no había dado ningún paso en falso, sabía que la barricada en el camino estaba cerca-. De que fueras una imbécil y me jodieras tu música, porque yo soy una de esas veinte personas.


Las mejillas de Alba se colorearon en un fogonazo. Aquella confesión era un mundo para ella, y Natalia pretendió poner en valor sus palabras para hacerles justicia. No era la primera vez que le decían algo así, pero era la primera vez que se lo decían de esa manera. Quería saber qué sentía Alba con su música, realmente le importaba, pero le pareció una pregunta, quizá, demasiado personal, y aunque el momento idóneo para hacerla era ese, prefirió dejarlo para el futuro.

Nunca antes había sentido miedo de defraudar a alguien, al fin y al cabo ella era como era y hacía la música que le salía de dentro, pero pensar en defraudar a la chica que bebía nerviosamente frente a ella le resultó insoportable.


- Ahora tengo miedo yo de decepcionarte -reconoció. Sus miradas fueron como un choque de trenes, como un alunizaje. Impactaron con una fuerza cósmica, dejándolas clavadas en el sitio. Los ojos de Natalia sabían a verdad, y los de Alba a ternura.

- De momento vas bien, Lacunza -sonrió para aligerar el peso de la charla-. A estas alturas cualquiera ya me habría agotado la paciencia y la curiosidad. Tú solo la incrementas.

- ¿Soy interesante? -preguntó Natalia con cara de picardía. 


Le maravillaba cómo Alba manejaba los tiempos de la conversación, cómo tiraba y aflojaba en el momento justo para generar en ella comodidad y adicción a partes iguales. Si aquella iba a ser la tónica habitual no se cansaría nunca de jugar.


- Jodidamente interesante.


Natalia bebió de su botellín, sedienta de repente por la expresión en la cara de Alba al decir aquello, y se lo terminó. En ese momento llegó la camarera con su cena y pidieron otras dos cervezas.


- Yo también estaba esperando que la cagaras estrepitosamente, Reche -comentó mientras levantaba la tapa de su hamburguesa. Tenía una pinta deliciosa.

- ¿Partimos a la mitad y compartimos?

- De acuerdo, pero ni se te ocurra tocar mis patatas. Esta relación personal y profesional terminaría en este mismo instante -advirtió Natalia.

- Luego soy yo la que miente fatal... -se mofó la rubia mientras dejaba su mitad en el plato de la morena y cogía la suya-. Bueno, dime, ¿cagarla por qué?

- Parece que eres un poquito fan -entrecerró los ojos con suspicacia y Alba cabeceó de un lado al otro.

- Un poquito solo -dijo despreocupadamente. Mentira.

- ¿Cómo de poquito? -ahora sí tenía curiosidad, aunque aquella pregunta era bastante inocente.

- ¿Te acuerdas del concierto de Pamplona para cien personas? -Natalia asintió-. Cuatro horas de coche de ida y cuatro de vuelta, sola. Era la rubia que lloraba como un alma en pena en la tercera fila -levantó dos dedos en señal de victoria con una sonrisa sin dientes que le achinó los ojos.

- No me jodas -se rió. No se acordaba de ella, obviamente-. Si aquellas entradas se vendieron en tres minutos.

- Lo mío me costó -se rió con un ligero bochorno sin levantar la vista de su plato.

- Flipo. ¿Tan fan? -se quiso asegurar. No salía de su asombro. Se esperaba que fuera seguidora suya, ya se lo había comentado María, pero no tanto.

- Dejémoslo en que sí -dio un bocado y, al fin, la miró-. Qué -preguntó viendo la cara de incredulidad de Natalia.

- Mejor me lo pones, Reche. Eres una persona increíble, te lo tengo que decir.

- Cállate -estaba del color de los tomates en agosto. Qué pequeña es.

- No voy a entrar en el terreno personal, que, como ya te he dicho, siempre suele ser un desastre. Me voy a centrar solamente en que soy un personaje público -dio un bocado a su hamburguesa y puso los ojos en blanco de placer. La rubia casi se ahoga de la risa-. Una persona que simplemente me reconozca la puede cagar de mil maneras. Pero una persona que me siga puede hacerlo de catorce mil. La gente se pone muy nerviosa.

- Normal, es alguien que te admira profundamente.

- Ya, ya lo sé, y no lo tengo nunca en cuenta. Lo entiendo, de verdad. Me abrazan y a mí no me importa, de hecho me encanta que les guste lo que hago. Pero es gente a la que veo una vez y no vuelvo a ver más -elevó los ojos hacia el cielo buscando las palabras adecuadas para explicar lo que quería decir-. Tú eres mi fisio, te veo tres días a la semana. Y sé que eres fan desde el principio.

- ¿Cómo lo sabes? -Alba dio un respingo en la silla y la miró frunciendo el ceño.

- Se dice el pecado, pero no el pecador -la regañó.

- Jodida Marta. La voy a matar.

- Qué lista es mi chica -ambas se sorprendieron con el apodo y Alba alzó una ceja. Natalia pasó de puntillas por ese momento extraño y lo dejó correr-. Lo importante es que lo sabía. El primer día vi que tenías varios de mis vinilos en la sala, que ya no estaban la segunda vez.

- No quería parecer una pelota -murmuró con timidez mirando su hamburguesa. Basta, Reche.

- Bien hecho. Cualquier otra persona los habría dejado a la vista, o habría puesto alguno en mis visitas. Crees que va a ser una manera elegante de demostrar tu admiración y lo que es en realidad es muy incómodo para mí. Una cagada sin demasiada importancia, muy inocente y muy fácil de cometer. Pero no, la Reche hace lo contrario.

- Minipunto para la Reche -se dio un autochoque y Natalia se mordió el labio para ocultar una sonrisa.

- También podrías haberte tomado ciertas confianzas. A veces los fans, como te conocen, creen que tú también les conoces a ellos. Pero no es así. Te manosean -fingió un escalofrío y Alba soltó una carcajada-, te hacen comentarios inapropiados... En fin, una fantasía. Pero no, la Reche me dice que mi vida le importa una mierda y que me quite la camiseta, que hay curro.

- Minipunto para la Reche -otra vez el autochoque y de nuevo el cabeceo de la morena.

- Eres fan, muy fan -se rió entre dientes- y tienes mi número de teléfono. Podrías haberme acribillado a mensajes a todas horas, llamarme, ponerme con tu madre, mandarme nudes. Pero no, la Reche me contesta a las tres horas y me deja en visto.

- ¡Estaba trabajando! -se defendió haciendo un puchero. Le gustaba mucho que Natalia hablara así de ella. No lo había hecho a propósito, simplemente ella era así, pero no estaba mal saber que a la morena le parecía bien cómo se había comportado.

- En resumen: que era TAN fácil que la cagaras con cualquier detalle absurdo que estoy muy impresionada y agradecida de que no lo hayas hecho -Alba estaba muerta de vergüenza, y Natalia decidió ponerle la puntilla-. Te ando buscando el fallo y no lo encuentro -se puso la mano en la barbilla en un gesto de reflexión.

- ¿Te lo digo yo?

- Va.

- Me gusta la pizza con piña.

- Bueno, Alba Reche, ha sido un placer conocerte, muy rica la hamburguesa -se levantó de la silla-. Me tengo que ir, me he dejado el horno encendido.


Alba tiró de ella para que dejara de hacer el tonto y se sentara, sin parar de reír. Dejó la mano en su muñeca y sintió la presión de su estómago relajarse. Qué descanso cuando la tocaba.


- Podría lidiar con eso. Una pizza para cada una y así me aseguro de que no comerás de la mía -permaneció de pie y miró hacia abajo. Le ardía la muñeca.

- Que a ti no te guste mi pizza no significa que a mí no me guste la tuya. Tu plan tiene fisuras, Lacunza.

- Y tus manos valen dinero, Reche. No querrás que te arranque un par de dedos de un mordisco como te atrevas a tocar mi pizza.

- Igual me arriesgo -comentó con los ojos fijos en los de Natalia, la cual alejó de su mente la imagen de sí mima mordiendo los dedos de la fisio.

- Yo a lo que me arriesgo es a mearme encima. Sería un poco violento -le encantaba cómo le quedaba la cinta que llevaba en el pelo, pero en aquel momento la detestó, pues le negaba la excusa de apartarle el flequillo de la cara-. No me voy a ir a ninguna parte, esta hamburguesa es néctar de los dioses.

- Tira, anda -concedió la rubia, soltándola.


Natalia se dirigió al baño y, tras vaciar su vejiga, se lavó las manos y se quedó apoyada en la pila, mirándose en el espejo. Estaba hablando de más, le había abierto una rendija y la había dejado asomarse, pero en lugar de sentirse expuesta y tiritar de miedo, como le solía ocurrir, se sintió más en paz que en mucho tiempo. No le inquietaba que Alba pudiera hacerle daño con lo que le había contado, que usara sus debilidades en su contra. Por alguna mágica razón, fruto, seguramente, de la conexión mil veces mencionada que tenían, confiaba en ella. Aquello era insólito, como una estrella fugaz en la que te da tiempo a pedir un deseo, y no pensaba dejar escapar esa bola de luz incandescente.

A Alba le dio tiempo a reordenar su mente en ausencia de la cantante. Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado que Natalia fuera a ser tan natural, que iba a hablarle de sí misma con tanta despreocupación. No le había contado mucho, y siendo otra persona se hubiera sentido bastante desencantada, pero siendo Natalia Lacunza había sido un mundo. Un mundo, por cierto, de una belleza sobrenatural. Le removía el corazón que fuera tímida, vulnerable y reservada. Le sedujo que dijera cosas sobre ella en tercera persona, como si no estuviera delante, porque eso significaba que la vergüenza le impedía decírselas directamente. Le gustaba mucho escucharla hablar y había descubierto que era una auténtica payasa.

Cuando Natalia volvió la dejó terminando su hamburguesa y fue ella la que acudió al lavabo. Pagó la cuenta dentro y la miró a través de los ventanales mientras esperaba el cambio. Es tan guapa que duele. Observó que la camarera se había acercado a ella con nerviosismo, le estaba pidiendo una foto. Natalia se limpió la boca con una servilleta y dijo algo que hizo que la chica estallara en risas. Tras la foto estuvieron hablando animadamente, y vio en la morena una cordialidad que no se esperaba con una desconocida. Se había pintado a sí misma tan distante que verla encantadora y accesible terminó de conquistarle. Cuando la camarera se alejó salió en su busca.


- ¿Vamos? -le dijo haciendo un gesto con la cabeza sin sentarse. Natalia dio un respingo del susto.

- ¿Otra vez, Alba? ¡Déjame vivir! -se quejó levantando los brazos y poniendo caras-. Me sacas de todos los bares que me gustan, eres una mandona -se levantó a regañadientes y se adelantó haciéndose la enfadada.

- Yo creo que lo que pasa es que te gustan todos los bares del planeta, Natalia -le miró el culo aprovechando la distancia y sacudió la cabeza. No estaba bien aquello.

- Pues no -alzó la barbilla y se cruzó de brazos, que con la escayola quedaba bastante cómico-. Este me ha gustado porque la hamburguesa me ha provocado un miniorgasmo, el trato ha sido excelente y la camarera ha esperado a que pagaras para saber que nos íbamos y pedirme una foto.

- Tengo un gusto increíble -correteó un poco para ponerse a su altura. La diferencia de longitud de sus piernas era insalvable.

- Y una costumbre feísima de pagar siempre -la miró con reprobación-. Lamento mucho si te resulto insoportable, pero me debes una tarde en la que pague yo.

- Pero tú piensas el plan -contraatacó la rubia.

- Mierda -apretó los puños y Alba se rió. Encima graciosa, vete a la mierda, Lacunza.

- Podría soportarlo. Me caes bien.

- ¿De verdad? -entre la cara y el tono de ilusión de un niño el día de Reyes, Alba no pudo soportar más la agonía y la estrechó por la cintura con uno de sus brazos. Fue un apretón breve que hizo chocar los laterales de sus cuerpos mientras caminaban, dejándoles en la boca sabor a poco.

- De verdad.

- Tú a mí también -chocó hombro con hombro con timidez.

- Ya me lo has dicho -le devolvió el choque.

- Bueno, deja que me exprese -la miró desde su altura con seriedad y los ojos entornados-. ¿Dónde vamos?

- A ver Madrid.


Y ninguna dijo nada más. Caminaban muy pegadas, liberadas por las cervezas y el acercamiento de esa tarde. Se rozaban los brazos sin querer y Alba pensó que quizá estaban creando energía estática. A Natalia no le hubiera importado lo más mínimo que la rubia hubiera dejado el brazo en torno a su cintura, pero no se sintió lo suficientemente segura de sí misma para mencionarlo. Si Alba quería tendrían más oportunidades de estrechar sus lazos y llegar al punto en el que no temblara solo de pensar en tocarla por iniciativa propia.

Llegaron a un parque y comenzaron a subir escaleras. Había varias pistas de baloncesto en las que adultos y niños patinaban, unas gradas donde la gente pasaba la tarde apurando los últimos rayos de sol y perros por todas partes. Llegaron a un camino rodeado de árboles y césped y siguieron subiendo por una cuesta empinada. Tras tres tramos de subidas en los que Natalia no hacía más que refunfuñar, llegaron a la parte más alta. Había un parque para niños y, al girar una curva, la ciudad de Madrid parecía estar vertida ante sus ojos.

Natalia se detuvo en seco observando el panorama. A la derecha las cuatro torres y el pirulí, y en todas direcciones edificios hasta donde alcanzaba la vista. El sol casi derrotado teñía de naranjas el cielo contaminado de la ciudad y a la morena se le olvidó hasta parpadear. Volvió un poco en sí cuando Alba agarró su mano con delicadeza y una sonrisa tan cálida como el color de ese atardecer y tiró suavemente de ella, dejando que se deleitara en el espectáculo mientras ella la guiaba. Sobre el sendero había varios bancos y al otro lado césped. Alba dudó, pero la morena las dirigió hacia la hierba. 


- Es increíble, Alba -murmuró, sentándose abrazada a sus rodillas y dejando el mentón sobre ellas.

- ¿Nunca habías estado aquí? -se sorprendió, tomando también asiento con las piernas cruzadas como un indio.

- No -Natalia dejó los labios hacia delante-. Minipunto y punto para la Reche.


Alba soltó una risa ronca y la morena, removida por ese sonido, se giró a mirarla. Los restos del sol que caía imparable tras el horizonte de Madrid bañaban su cara, que si normalmente destilaba luz aún en medio de la más absoluta oscuridad, en aquel momento resultaba sobrecogedora. Los ojos claros parecían ahora hacerse líquidos y derramarse en gotas sobre su piel. La barbilla alzada para recoger hasta el último átomo de calor solar delineaba su perfil. El nacimiento oscuro de su pelo, su cuello salpicado de lunares, la nariz diminuta, los labios carnosos entreabiertos. Quiso acariciarlos con los dedos y comprobar si eran tan suaves como parecían. Alba la miró de reojo y Natalia no acertó ni a sonreír, tan impactada estaba por la belleza cruda de la rubia. Es un ángel. No tenía claro si el espectáculo provenía de la chica o de la metrópoli. No hubiera sabido responder a esa pregunta.


- Es preciosa -susurró sin apartar sus ojos de los de Alba.

- ¿El qué? -preguntó la chica conteniendo la respiración.

- La ciudad -no era tan valiente.

- La más preciosa que he visto -concluyó la rubia, y tragó en seco.


Tampoco Alba tenía muy claro a qué se refería cuando dijo aquello. Los ojos chocolate de Natalia se habían diluido y la luz se deslizaba por la perfección de su piel. Tenía los labios cerrados, la mirada abismal y una expresión de desconcierto que no supo cómo encajar. Dirigió la vista hacia el lunar que tenía bajo el labio y rápidamente regresó a sus ojos para no sucumbir en la boca esponjosa de la morena. Quiso apartar un mechón de su pelo y lo hizo, rendida al clima del momento, y lo puso tras su oreja. Natalia inclinó ligeramente la cara para rozar con su mejilla su mano, y le sonrió.

Un parpadeo las desconectó, sacándolas del letargo, y volvieron a encontrarse en el césped rodeadas de perros y personas paseando, de nuevo envueltas por el ruido de la urbe y el ritmo desacompasado de sus respiraciones. Devolvieron la vista al frente y estuvieron un buen rato sin hablar.


- Gracias por enseñarme esto -rompió el silencio la cantante.

- Este sitio me inspira cuando quiero pintar. Pensé que, quizá, a ti también para escribir -apoyó su cabeza en el hombro de la más alta.

- Ojalá -y Natalia apoyó a su vez su cabeza sobre la de Alba.


Se embriagaron con sus olores y guardaron silencio; no querían perder la concentración en otra cosa que no fuera ese aroma que les inundaba la sangre, los pulmones y la piel.

Estuvieron en esa postura hasta que el sol cayó abatido tras el horizonte y las luces de Madrid comenzaron a encenderse. Madrid de día y Madrid de noche en apenas quince minutos. Natalia no tenía muy claro qué opción elegir, aunque el factor común de ambos escenarios era innegociable.


- Deberíamos irnos -Alba se separó y sintió frío. No le gustó.

- ¿A casa? -preguntó con cierto miedo. No tenía ningunas ganas de despedirse de la rubia.

- Sí, es tarde y hace un poco de frío -hablaba muy bajo para que no se notara la pesadumbre de su tono.

- Tienes razón -se levantó de golpe y tendió una mano a Alba, que parecía haber entrado en una zona restringida de su mente. Decidió sacarla de allí-. Además, hay que saber cuándo parar, no quiero que te hartes tan pronto de mí -y le regaló una sonrisa de colección.

- Podría decir lo mismo -se dejó levantar y le devolvió la sonrisa.

- Si tuviera que apostar, apostaría a que eso no va a pasar -inició el descenso del parque, muy cerca de la rubia para seguir sintiendo, en la medida de lo posible, su calor.

- Yo también apostaría -reconoció intentando sonar animada. Casi lo consigue.

- Soy una intensa -advirtió Natalia.

- Ese es tu punto fuerte -y Alba, al fin, rió.

- Me gusta.


Encontraron un taxi y volvieron al punto de partida sin apenas hablar. Estaban inmersas en sus pensamientos, asimilando, compartimentando sensaciones, deseos, olores, impulsos, escalofríos y confesiones. Cada cosa en su lugar aunque no resultara fácil, pues había algunas que no sabían muy bien en qué cajón meter.

Caminaron juntas hasta que sus caminos se separaron.


- Bueno, Reche, ha sido una tarde increíble. Gracias.

- Sí que lo ha sido -se rascó la nuca.

- Que descanses.

- Tú también. Buenas noches.


Se quedaron una frente a otra sin saber muy bien cómo despedirse. Natalia, que había tomado las riendas de la situación desde la intimidad del parque, se lanzó.


- ¿Te puedo dar un abrazo? -preguntó con timidez. A Alba se le cayó cualquier conato de muralla que se hubiera empeñado en levantar.

- Ven aquí.


Natalia se agachó un poco doblando las rodillas para meter sus brazos bajo los de la rubia y que sus cabezas quedaran a la misma altura. Su cara buscó su cuello como teledirigida, impulsada por un deseo que le había invadido los pensamientos desde hacía días. Allí su olor era más intenso, como el lugar secreto del que manaba, y quiso quedarse allí a vivir. Acarició su espalda con delicadeza, abriendo las palmas de las manos como si con ellas quisiera abarcar todo el terreno posible a la vez, llenarse las palmas de su calor. Alba le rodeó el cuello con los brazos y se dejó levantar ligeramente por la más alta. Se quedó allí colgada, con los ojos cerrados, rozando con la nariz su pelo y apretando el agarre como si se la fueran a llevar por la fuerza. Parecía un juguete desmadejado y Natalia intentó recomponer todas sus piezas, pensando que no sabía cómo hacerlo, desconocedora de que era la única capaz de conseguirlo.

Volvió a depositar a la rubia en el suelo y se separó muy lentamente de ella, alargando el placer lo máximo posible. Dio un paso atrás con una sonrisa plena de satisfacción y le dijo adiós con la mano. Tiró por la calle que conducía a su casa pensando en la manera de poder memorizar cada minuto de aquella tarde. Soy adicta al efecto Reche.

Alba la miró caminar dando saltitos, contenta, y sonrió. Unas veces parecía tener sobre sí toda la pena y la sabiduría del mundo, y otras parecía una niña pequeña. Notó un mareo en su cabeza, un desequilibrio embriagador, pero no era producto del alcohol. Estoy borracha, Lacunza, pero borracha de ti

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