Bajo vigilancia.

By MarieDLoughlin

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Descubrir que la vida tiene sus inconvenientes puede ser un duro golpe, más aún cuando eres joven y crees que... More

1. Adiós, verano.
2. Primer día.
3. ¿Remordimientos?
4. La venganza se viste de fiesta.
5. Y la confianza daba asco.
6. "Buenas noches."
7. Secretos.
8. Promesas.
9. Problemas en el paraíso.
10. Nunca digas nunca.
11. Feliz fin de año.
12. Nuevas historias.
13. Superficialidad.
14. Raúl.
15. Lirios.
16. Una historia difícil de explicar.
17. ¿Final o... aún no?
18. El trío.
19. Verano. Primera parte.
20. Verano. Segunda parte.
21. Vuelta a lo bueno.
22. Otoño.
23. Causas y consecuencias.
24. Discutir nunca está de más.
25. Inquietudes.
26. Todo en esta vida es inesperado.
27. Finales.
28. Un adiós.
29. ¿Buenos o malos?
30. La prueba.
31. Seis meses después.
32. Encuentros.
33. A veces no.
34. Cuidado con lo que dices.
35. Tomorrowland.
36. Verdades que duelen.
37. Peleas.
38. Amenazas.
39. No todo es siempre perfecto.
40. Fin.
Segunda parte. Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18.
Capítulo 19
Capítulo 20.
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23

Capítulo 17

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By MarieDLoughlin

Todos miraban intrigantes en todas direcciones, argumentativos. Intentaban entrever con sus miradas si alguno estaba entendiendo lo que acababa de suceder. Buscaban una respuesta y el silencio tenso, ese que se había quedado entre ellos, no ayudaba. Helena tenía claro que, si se arriesgaba a ser la primera en hablar, sería para cambiar de tema bruscamente. Y, ese nuevo tema, debía ser menos conflictivo. Imaginaba y, a su vez, esperaba que todos los presentes creerían a pies juntillas que se refería a Carlos sobre sus palabras anteriores. Nadie podría imaginarse, a excepción de Sara y Rodrigo, que pudiera existir otra persona en el medio sobre la que Helena pudiera referirse. Aún menos sobre alguno de los presentes, su acompañante era, prácticamente, un conocido.

La tensión fue rota cuando Daniel carraspeó y, con ello, consiguió que todas las miradas acabaran posadas sobre él. Pareció orgulloso de haberlo conseguido por la sonrisa que colocó a continuación.

— Bueno, Irene, si has dejado de entrevistar a Helena, nos gustaría continuar con el juego. –Soltó con cierto tono sarcástico, haciendo ver que no parecía muy contento con aquella situación que se había creado por su culpa.– Y, de hecho, le toca a tu novio.

Rodrigo pareció despertar de su letargo cuando escuchó al chico hablar y cogió el teléfono para continuar con el yo nunca. El juego comenzó a ser tranquilo y monótono, cosa que pareció molestar a Carlos, quizá también por el hecho de que parecía más confuso a cada segundo que pasaba y tras pensarlo, se levantó de su asiento, dio las buenas noches y desapareció en dirección a su cuarto. Todos se quedaron mirándole sin saber qué decir a continuación, ni tampoco qué hacer.

Pocos segundos después, todas las miradas volvían a estar en la rubia. Ella alzó una ceja, comprendiendo que todos le indicaban que lo correcto era levantarse y hablar con él, intentar solucionar las cosas. Era lo último que deseaba, más aún, teniendo en cuenta que ella no hablaba precisamente de él. Hacía mucho tiempo que aquello había acabado para ella, pero no podía quedarse ahí o levantaría sospechas, o quizá, parecería no tener corazón con Carlos.

Terminó por levantarse, en su mente, la resignación era la orden del día para ella. Siguió los mismos pasos que Carlos había dado, dudando mucho sobre qué debía decir para que la cosa no se pusiera peor. No tenía muchas ideas, ni siquiera sabía cómo empezar el tema, ni cómo afrontarlo en cuanto empezaran a discutirlo. Terminó en la puerta del que era en ese viaje su cuarto, picando con los nudillos sobre la madera de la puerta. El silencio se produjo durante unos segundos que sonaban interminables. Al final, se escucharon unos pasos y cómo abría, finalmente, la puerta de la habitación. Ambos se quedaron mirándose, sin decir nada, durante un rato más.

— No quería que te fueras así por mi culpa. Mi intención no era que todo esto pasara.

Temía que él malinterpretara toda aquella situación, haciéndole crecer nuevas esperanzas que Helena no estaba dispuesta a llenar. No iba a volver a embarcarse en una relación que no la llenaba, donde no iban a ningún puerto, puesto que había acabado enamorándose de otro. Era solo hacerse más daño y volver al punto de partida inicial. Lamentable. Carlos la observaba, seguramente preguntándose qué hacía ella allí, dudando de sus palabras.

— No sé cómo tomarme esto, Helena. Esto es surrealista.

— Lo sé y lo siento.

— ¿Lo sientes? –Preguntó el chico, poniendo una expresión de no entender absolutamente nada de lo que estaban hablando.– ¿Qué sientes, exactamente?

Las dudas crecieron entonces en la chica, a medida que se disipaban del chico. Las tornas se cambian muy rápido, querida. Ya lo ves. Helena notó, en seguida, que algo raro estaba pasando, pero no era capaz de ver qué podía ser. Se quedó en silencio, buscando una buena respuesta, que la sacara del embrollo en el que creía haberse metido, o a que él se decidiera a seguir hablando. Sucedió lo segundo.

— ¿Sientes estar enamorada de Rodrigo, es eso lo que sientes? –Le preguntó con el tono pausado, sin parecer cabreado o dolido por aquel hecho que preguntaba.

Helena parecía no salir de su asombro, sobre todo, por no poder esperarse jamás aquella contestación. Estaba demasiado alcoholizada para desmentir algo así sin que se notara escandalosamente, así que, decidió guardar silencio hasta que pudo poner sus pensamientos en orden. 

— ¿De dónde has sacado esa idea? –Preguntó, ciertamente rendida. Sabía que había perdido aquella guerra y ni siquiera había peleado.

— Era obvio que no hablabas de mí. Ese tío es un completo desconocido, Daniel es tu hermano, así que, no queda otra. –Concluyó él, desquitando las opciones una a una con una calma apabullante.– Me había hecho a la idea de que estabas enamorada de otro, pero jamás hubiera creído que fuera de él. Le odiabas.

Helena se pasó una mano por la cara, intentando despejarse un poco más. No deseaba hablar de ese tema. Aquel tema había sido tabú incluso para sí misma, sacarlo a la luz la asustaba. Solo había que ver su cara de corderillo perdido. 

— Lo sé. Y le odiaba. –Intentó excusarse ella con un tono más suave, casi sonó acobardado.– Pero ya no.

— Es obvio que ya no. –Le recriminó él unos segundos y suspira profundamente.

— No sé cómo pasó. –Confesó, finalmente, algo desesperada por tener que enfrentarse a aquella terrible realidad de la que no deseaba saber nada.

— ¿Cómo ocurrió, Helena? –Exigió saber él, deseando entender cómo se había llegado a una situación como aquella. Inédita, desde luego.

— Te lo estoy diciendo. –Insistió ella, sincerándose, entrando en una fase de rabia. Esa rabia que te hace perder el control y acabar llorando.– No lo sé. Le odiaba. Le odiaba con todas mis fuerzas, no solo porque mandó a los nazis a violarme, sino porque, a pesar de todo lo que habíamos pasado, tú insististe en introducirle en mitad de nuestra relación. Le perdonaste y vi cómo le idolatrabas, cómo hablabas de él, casi como si fuera la única persona que mereciera la pena en el mundo. Me mirabas y no me veías. Le odiaba porque te había transformado en otra persona, una a la que ya no podía querer. –Dejó una breve pausa para recuperar el aliento y contener sus sentimientos un poco más adentro.– Él estaba ahí, simplemente, estuvo ahí. Me observaba y sabía que estaba presente, tenía claro que la había cagado conmigo e intentó arreglar su error mientras tú estabas ciego. Tú solo estabas ciego.

Bajó el tono con su última frase y respiró hondo, tratando de relajarse. Dejar aquel tema iba a ser complicado, las dudas habían crecido en la mente del chico. Ella, por el contrario, solo quería olvidar, dejar aquello de lado, seguir para adelante como si no hubieran hablado de aquello. No sería posible huir tan fácilmente. Lo tenía claro. Sobre todo, después de haber dicho todo aquello.

— Así que, ¿ha sido mi culpa? –Preguntó sorprendido con su contestación. Uy, la rabia viene después.– ¿Yo te empujé a que lo hicieras?

— No. Nadie me empujó, simplemente, ayudaste. 

— No lo entiendo. Te juro que no puedo entenderlo, ¿cómo pasas de odiar a querer en cuestión de segundos?

— Eso no fue cuestión de segundos. Le conocí antes de saber quién era y que estabais en la misma banda de locos. –Le recuerda ella, tras casi pisar las últimas palabras del chico.– Me caía bien, me gustaba. Y creo que yo también le gusté a él, aunque luego, las cosas se torcieron. Mira, Carlos, es ridículo intentar explicarte algo que ni yo misma comprendo. 

No se dijo ni una palabra más, toda aquella situación se volvió silenciosa y las órdenes estaban implícitas en las miradas y movimientos que los dos hacían para darse a entender. Él la invitó a salir del cuarto, haciéndole ver que la conversación había terminado. Ella, con todo el peso de su corazón, lo entendía y decidió salir fuera. Esperó a que él cerrara la puerta para respirar hondo e ir en dirección a su cuarto. Ya no tenía intención de volver a la fiesta en el salón, donde todos esperaban impacientes a verla aparecer para que les contara qué había sucedido. 

La cosa podría haber quedado ahí, pero no fue así. Helena se había tirado sobre su cama y daba vueltas de un lado para el otro, intentando conciliar el sueño o que las horas pasaran hasta que la cama decidiera tragarla. Nada de eso pasaba y su desesperación crecía, no sabía qué podía hacer para solucionarlo, estaba claro que cuanto más lo intentaba, más se estropeaba. Cada poco, miraba el reloj, intentando descubrir si el resto ya se habrían ido también a sus habitaciones. Imaginaba que sí, aunque no podía saberlo seguro. 

Cogió su móvil y observó atentamente cómo el reloj marcaba las tres menos diez de la madrugada. Poco después, volvió a mirarlo y el reloj solo adelantaba un par de minutos. Sabía que no dormiría en absoluto mientras estuviera dándole vueltas y siguiera preocupada por lo que Carlos o Rodrigo pudieran pensar sobre sus sentimientos. Estaba pensando demasiado, como siempre. Sobre todo, cuando no tenía claro ni ella misma qué quería y qué no. 

Cansada de todo aquello, se terminó por levantar de su cama, con sumo cuidado, y se acercó a la puerta. No escuchó nada, simplemente quedaba el silencio al otro lado. Le pareció raro, en el caso de seguir con la fiesta, debía de haber algún ruido, el que fuese. No creía que hubieran decidido irse tan pronto a la cama, aunque, por otro lado, no dejaba de pensar en las teorías que habrían estado echando sobre su conversación con Carlos. Al final, habrían entendido que ninguno de los iba a volver y, de manera sensata, alguno habría decidido que ya no había nada más que hacer, que la fiesta habría acabado. No eran tan listos. Ninguno de ellos, realmente. 

No podía más con la incertidumbre, así que, cogió el pomo de la puerta y se decidió a abrir. Salió reptando de allí en dirección a la biblioteca, pues era la sala más cercana al salón y podría escuchar los ruidos o las conversaciones desde más cerca. Se sintió decepcionada en seguida, a cada paso que daba, seguía habiendo silencio. Una vez que logró alcanzar la puerta de la biblioteca, respiró aliviada por no haberse encontrado a nadie por los pasillos, ni allí escondido. 

Esperó. Nadie respiraba cerca de allí, todos habían optado por la apuesta inteligente: irse a dormir. Y ella, por el contrario, siguió sin poder volver a su cuarto e intentar conciliar el sueño. Observó la sala en la oscuridad, analizando los muebles para no estamparse contra ninguno. Cosa complicada, porque por el enorme miedo de ser descubierta, no prendía encender la luz. Palpó a tientas una silla y consiguió sentarse en ella sin hacer mucho ruido, pretendía quedarse allí un poco más. Nadie sabrá nunca porqué, pero segundos antes de cansarse y decidir volver a recluirse en su cama hasta una hora decente, escuchó un ruido fuera. 

Asustada, se levantó repentinamente, formando un segundo ruido. Se maldijo internamente, puesto que se imaginó que alguien se habría levantado al baño, inocentemente, solo para volver después a la cama. A causa de su reacción, había revelado su posición a quienquiera que fuese y tendría que dar explicaciones de porqué estaba allí, o qué habría pasado con Pedro horas antes, si era cualquier otro que no Pedro, en ese caso, incluso sería aún peor, porque tras descubrir que era ella, volvería a haber otro momento incómodo por el que no deseaba pasar de nuevo. La sombra proyectada en la puerta era de un hombre, así que, rezó internamente porque fuera su hermano. Mala suerte, querida.

No era Daniel, pero tampoco era Carlos. Rodrigo estaba en la puerta y pudo verlo una vez que él encendió la luz. Helena cerró un par de veces los ojos para acostumbrarlos a la luz y poder observarle, finalmente. Ambos parecían desconcertados, sobre todo porque eran la última persona que esperaban encontrarse. Ninguno de los dos deseaba decir nada al respecto, pero tampoco estaban dispuestos a irse así como así, parecía una encrucijada. El primero en huir, perdería, claro. Y todos ya conocemos el orgullo de estos dos tórtolos.

— ¿Cómo está Carlos? –Terció a preguntar él, lanzándose a la piscina e intentando que la incomodidad terminara.– Imagino que no muy bien si tú estás aquí.

— Él lo sabe. –Soltó ella, casi pisando las palabras del chico. Él colocó una expresión de desconcierto.– Lo nuestro. Si es que se puede llamar así.

— ¿Se lo has dicho? –Su sorpresa creció hasta casi dejarse la boca contra el suelo.– Creía que tú jamás le contarías algo así.

— No hizo falta. Ya se lo imaginaba, porque hace casi un año que no tengo apenas contacto con él. 

— Y Dani no podría ser. 

— Es obvio que Dani no es, así que, era obvio. –Le contestó con cierto tono malhumorado. Eso de que insinuara que podría haber estado liada con su propio hermanastro, la repugnaba. Relajó un poco el tono antes de continuar.– Aunque no tan obvio porque se suponía que te odiaba.

— Lo dices como si ya no me odiaras. 

— ¿En serio, Rodrigo? –Desde luego, aquel chico era más tonto de lo que parecía en un principio y Helena se acababa de dar cuenta en ese momento con aquel estúpido comentario.– ¿A ti, de verdad, te parece que te odie?

— Deberías. Seguro que Carlos te lo diría. –El carácter de Carlos es bien conocido por todos, sobre todo por Rodrigo, que sabe que cuando algo le hace daño o le molesta, no duda en buscar maneras para devolver las jugadas.

— Me lo dijo.

— Helena, no debería ser así. No deberías perdonarme.

— Muy bonito discurso. –Ironizó, dejándole claro que ni era bonito, ni tampoco necesario.– Pero si no te hubiera perdonado, por mucho que me atraigas, no te habría dejado pasar las rayas que hemos pasado. 

Él meditó completamente callado. Estaba dándole vueltas a algo importante en su cabeza, no quería precipitarse al hablar. Chicas, creo que estamos ante el primer hombre que piensa las cosas antes de hablar, tenedlo en cuenta. No hay muchos, la verdad.

— Escuchaste toda la conversación con Sara el otro día. –No era ninguna pregunta, simplemente, un hecho del que se daba cuenta ahora, después de aquella conversación de besugos.

— ¿Y eso qué tiene que ver? 

— Todo, Helena. Sabes más de lo que me gustaría. 

Ninguno de los dos quería admitir lo que vendría a continuación. Aquella conversación seguía siendo una de besugos, pero había adquirido cierto tono sentimental en los últimos segundos y hacía que el silencio hubiera dejado de ser incómodo para convertirse en uno cómplice. Ambos se quedaron mirándose, Helena aún estaba leyendo entre líneas lo que significaba todo aquello y, definitivamente y de una vez por todas, había comprendido que Rodrigo estaba hasta los huesos por ella. Asqueroso y maravilloso a partes iguales.

— ¿Por qué sigues con ella? –El tono se había convertido en uno de esos más confidentes que nunca. Aquel momento era demasiado bonito para romperlo con una mala voz. 

— Sinceramente, no lo sé. ¿Por qué seguiste tanto tiempo con Carlos tú, cuando sabías que no sentías ya nada por él?

— Buena pregunta. –Dejó un espacio silencioso antes de contestar y se encogió de hombros para dejar el tema como uno zanjado.

Se acercó a ella unos pasos más, haciendo que Helena se quedara completamente parada frente a él, dejando que solo un par de centímetros los separara. En sus cabezas el momento es tan lindo que llueven arco iris, tal y como yo lo veo, era para vomitar y dejarse allí hasta la primera papilla. 

— Tienes que decirme porqué me has perdonado. ¿Qué ha pasado para que lo hicieras?

— No eres el único que busca la respuesta a esa pregunta, Rodrigo. –Susurró, de manera confidente ella, mientras negaba brevemente con la cabeza.– Y no creo que la encuentres, porque una de esas personas, soy yo.

Sin dejar espacio a nada más, él sonrió divertido ante su contestación. Sabía que ambos estaban igual de confundidos frente a la misma situación, de la que no sabían cómo salir. No creían que fuera a funcionar y, con razón, yo tampoco lo creía. Fue Rodrigo quien, sin esperar a ninguna otra respuesta o contestar a sus últimas palabras, la besó mientras la acercaba hacia él agarrándola por la cintura. 

Solo cuando salió el primer rayo de sol, Helena salió del cuarto para volver al suyo. Se había quedado dormida, totalmente rendida. Cinco minutos después, salía Rodrigo, intentando volver sin levantar sospechas a su cuarto. Irene seguía completamente dormida, pero entre el sonido de la puerta y el movimiento de la cama, abrió un ojo y preguntó, aturdida qué pasaba.

— Nada, solo me he levantado al baño. Vuelve a dormirte, es pronto. –Contestó por lo bajo, acomodándose de nuevo en su lado de la cama y cerrando de nuevo los ojos.

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