La sala de los menesteres

By TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... More

Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 1. Situémonos.

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By TomorrowJuana

La música sonaba suavemente a través de los altavoces estratégicamente situados por todo el local. Por lo general era lenta, introspectiva, melancólica... Era la idónea para un hilo musical que lo único que pretendía era llenar el silencio sin alterar las almas de la gente que iba a tratarse. Alba quería a los pacientes relajados y confiados, no era cuestión de provocarles ganas de pedirse una copa. La chica de recepción criticaba duramente a su jefa por esto, y cambiaba el nombre de la lista de reproducción habitual de "Música clínica" a "Música para pegarse un tiro" en cuanto esta se daba la vuelta. De vez en cuando se venía arriba, se rebelaba contra el sistema impuesto y pinchaba música más enérgica. Cuando vio venir a su jefa a paso ligero soplándose el flequillo se agarró a la silla. La había vuelto a pillar. 


- Marta, por favor te lo pido -le dijo en voz baja pero con muy mala leche-, no me puedo concentrar si me pones Michael Jackson. 

- Jefa, si es música tranquila y relajada. 

- Si no la tuvieras a todo volumen te lo compro. Además, Lacunza ha sacado disco nuevo, quiero tenerlo en bucle todo el día. 

- Pero... 

- Gracias, Marta. A trabajar. Si quieres marcha esta noche me invitas a una cerveza y te desquitas. 


Marta cabeceó de un lado a otro en señal de rendición mientras buscaba el disco y le daba al play. 

Alba, por su parte, sintió de nuevo la paz invadiendo cada partícula subatómica de su ser. Era su artista favorita y sentía predilección por su obra. La conoció de pura casualidad buscando música sosegada para la clínica hacía algunos años. Al principio solo añadió un par de canciones, pero calaron tan hondo en su psique que con el paso del tiempo se había hecho con la colección de todos sus CDs e iba a cada concierto que podía. 

Su música conectaba de manera directa con su espíritu, con su mente y con su corazón. Cuando escuchaba sus canciones evocaba días concretos, aunque no fueran importantes, olores e incluso sabores. Había una canción de sus primeros discos, como curiosidad, que la transportaba directamente a un momento en el que fumaba en la mesa de una cocina que ya no era suya, sentada en una silla de madera que ya no le pertenecía. Era sobrecogedor. Cada vez que la escuchaba le sabía la boca a tabaco y se le encogía el estómago recordando aquella cocina y los pensamientos que la inundaban. 

No era música que pegara con ella, o con la imagen que cualquier persona de su entorno tuviera de ella. Era una chica de treinta y pocos, bajita, rubia, con el pelo corto y una sonrisa endemoniada que era capaz de alegrarle el día a la mismísima parca. Era eminentemente alegre, siempre de buen humor y, si no lo estaba, lo parecía. La clase de persona que ilumina hasta el día más oscuro. Todo el que la conocía la quería cerca, era una suerte de magnetismo bastante impactante de sentir, como si todo lo que la rodeaba orbitara en torno a ella de manera irresistible. Ya digo, digno de ver. 

Una chica alegre que escuchaba música triste. En fin, una persona a la que querías con verla. 

Marta era su recepcionista, su secretaria y su mejor amiga. No necesariamente en ese orden. La conoció cuando su clínica eran dos cuartos despintados de cal y un baño unisex. En aquella época necesitaba a alguien que la ayudara a organizarle el papeleo y atender las llamadas. Marta apareció con su currículum y se quedó con el puesto, y fruto de la necesidad y de su enorme corazón, terminó también por ser la que bajaba a por comida al bar de enfrente para no desfallecer, ayudarla a subir los pedidos a mano en el ascensor y limpiar en los ratos libres. Gracias a ella y a su labia (además del buen hacer de la fisioterapeuta titular) la clínica fue creciendo, incentivando que se corriera la voz, que es como realmente funcionan este tipo de negocios. Poner a una personalidad como la de Marta al frente de cualquier negocio te aseguraba el éxito, pues el trato que tenía con las personas no tenía igual. 

Ahora la clínica tenía casi 20 empleados, una planta entera en un edificio del centro y cierto renombre en la ciudad. Por ella habían pasado algunos deportistas y gente del famoseo madrileño. Una vez que empezó a acudir este tipo de clientela ya no paró. Todos querían el savoir faire  y las manos de Alba Reche, y no otras, a pesar de que en la clínica había otras 10 fisios con buenísimas referencias. Querían a Alba y solo a Alba, pues decían que todo en ella era terapéutico. Ya ven, el boca a boca es la llama que mantiene prendido el fuego de la fisioterapia. Por esto, ahora que todo iba viento en popa, Marta únicamente se limitaba a atender el teléfono, administrar su agenda y tocarle las narices con el hilo musical. Se merecía, al fin, un puesto tranquilo y a su medida.


- ¿Vamos? -dijo Alba ya sin el uniforme y con las mejillas coloradas por el trasiego del día. 

- ¿A dónde? - Marta apagaba el ordenador con una ceja levantada. 

- Me debes una cerveza y un poco de Michael Jackson.


Marta sonrió de oreja a oreja y pasó su brazo por encima de los hombros de su jefa mientras se dirigían al ascensor. 


- Ya sabes que no me gusta que me pases el brazo por encima. Me siento enana. 

- Al pan, pan, y al vino, vino, jefa. Eres mi pequeño hobbit. 

- Qué harta me tienes, Marta. 





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- ¿Cómo van los datos? -preguntó María al contacto de la discográfica. 

- Espectaculares, como siempre. No lleva ni 24 horas fuera y ya está en el número 1 en todas las plataformas. Trending topic en Twitter a lo largo del día y varios gigantes de la música internacional alabando su trabajo y mencionándola en las redes. 

- Ha sido buena idea hacerle caso y meter algunas canciones en inglés. Se va a poner muy contenta. 

- Ni te va a escuchar. Y lo sabes. 

- Ya -María suspiró y se pasó la mano por el pelo. 

- ¿Estás con ella? 

- No, voy a verla ahora para darle la gran noticia -sonrió con cierta resignación. Era cierto, a su jefa le importaba poco lo que le tuviera que decir-. Debe estar ensayando con el grupo, quiere empezar la gira pronto. 

- ¿Cómo lleva la mano? 

- Mal, pero ya sabes cómo es. 

- Debería parar. Acaba de sacar disco, no tiene que tener prisa con la gira. Es mejor empezar tarde que pararla a la mitad. Da muy mala imagen. 

- Se la suda la imagen... Ella solo quiere tocar, lo demás se la trae bastante floja. Te dejo, que estoy llegando. 

- Intenta convencerla. 

- No me pagan por conseguir imposibles, Nacho -rió y colgó. 


María entró con pasos lentos a la sala de ensayo. Escuchaba la música más alta a medida que se aproximaba. Sonaba tan bien... La música que hacía su jefa no era para nada de su rollo; sin embargo, no podía sustraerse al clima que era capaz de crear, y aunque no fuera un estilo con el que ella se identificara, le apasionaba ver a su jefa tocar. Nunca sabía explicar exactamente qué era lo que provocaban en ella sus canciones, ni siquiera sabía si era su música o ella misma quien la embriagaba de esa manera. Lacunza era capaz de tocar Paquito el chocolatero a piano e inundarte los ojos de lágrimas. Era, realmente, abrumador. 

Cuando accedió a la sala se quedó apoyada en el marco de la puerta, observándola. Estaba sola, con la guitarra, tocando y cantando una canción que no había incluido en el disco. Según su jefa ese tema era demasiado suyo y se lo quedaría para ella. Así era, capaz de derramarse entera en cada canción que hacía, pero dejarse la última gota para sí. 

Había entendido mejor que nadie el mundo de la música. Ella solo contaba verdades, y las verdades se inyectaban en el torrente sanguíneo de quien la escuchaba. No necesitaba datos, no necesitaba interacción en redes con sus fans, no necesitaba promocionarse. Simplemente se subía a un escenario, se abría de pies a cabeza como diciendo "esto es lo que soy" y el resto fluía solo. Si por ella fuera no mostraría ni su cara, pero entendía que la parte más importante de su arte residía en verla sentir. No hacía un gran espectáculo, no había fuegos artificiales ni equipo de baile. Ella no estaba para eso, ella solo quería contar. Un foco, un taburete y su voz era suficiente para silenciar el Wizink Center y emocionar hasta al técnico de luces. Su éxito nacía de su honestidad hacia la música, sin imposturas ni adornos, verdad pura y dolorosa. Y era impresionante. 

Le gustaba tocar para la gente, el directo. Era lo que ella entendía por música. Por ello sus giras eran eternas. No dejaba ciudad sin visitar ni dejaba de ir allí dónde la llamaran. Bajaba su caché si era necesario para tocar en una sala pequeñita de una ciudad más pequeña aún de cualquier lugar de la geografía española. Le daba igual. Ella solo quería tocar, y cuanta menos gente hubiera, mejor. 

Estaba empezando a saturarse de los grandes escenarios. Hacía música demasiado íntima como para que alguien la viera desde 50 metros de distancia. En los cortos periodos en los que no giraba, grababa, y en sus días libres se quitaba el mono de tocar en público saliendo camuflada a las calles de Madrid. Eran de sus momentos favoritos. Cuatro personas mirando, decenas pasando de largo y ella siendo nadie, nadie con una guitarra y cantando para casi nadie. Nadie siendo alguien, por una vez.

María la admiraba, en cierta forma. Era pura y sincera en sus pretensiones. Le daban igual el dinero y la fama, más bien le molestaban. Vivía por y para hacer música. Punto. No había más. En su vida no había cabida para otra cosa que no fuera aquello. Y eso hacía que la admiración de María se convirtiera a veces en una pena seca que se le pegaba al paladar y la dejaba sin aire. 

Natalia era una persona solitaria. Si no conociera su historia pensaría que aún tenía el corazón envuelto en papel de celofán, nuevo, a estrenar. Tampoco es que fuera una gran historia, era más bien una historia triste: había conocido el amor y se lo habían arrebatado de mala manera. Una historia como hay miles y que, en su caso, al menos, le había dado las herramientas para crear arte de su dolor. 

Y allí, mientras la miraba abrirse en canal, creyéndose sola, con su guitarra y su flequillo negro tapándole la cara, volvió a su boca el amargo sabor de la compasión. No le daba pena, pero sentía una pena infinita por no poder hacer nada por ella. Natalia había naufragado y no era capaz de apartar la mirada del desastre, y por más tablas que María le lanzara habían sido insuficientes para que sacara su cabeza del agua. Hacía muchos años que la cantante estaba perdida allí, y a ella ya le había abandonado la esperanza. Sabía que en sus pobres manos de amiga, consejera y representante no estaba su salvación, solo le quedaba asumir su fracaso, acompañarla en sus días buenos, sostenerla en los malos y esperar que un milagro cayera del cielo. 

Se conocieron la primera vez que Natalia fue a ver a Nacho a su oficina, el tipo que la descubrió. En aquella época María era su secretaria y, gracias a un virus estomacal y al paso al frente de la chica, que si algo tenía era empuje, fue ella la encargada de guiar los primeros pasos de Natalia en el mundo discográfico. Conectaron en seguida. Natalia estaba pasando el peor momento de su vida y María era ligera como el aire, no hacía preguntas y se pasaba el día haciéndola reír y llevándola de aquí para allá. Se ataron la una a la otra para que ninguna se perdiera y Natalia sintió algo de lluvia en el desierto.

Para cuando Nacho se reincorporó a su puesto Natalia ya tenía decidido que la secretaria iba a ser su representante, sin opción de debate. El ascenso pilló a María por sorpresa. Era la meta que tenía puesta en su mente desde siempre, había empezado desde bien abajo para formarse hasta el último detalle y no iba a desaprovechar su oportunidad. Natalia era una completa desconocida para el mundo, por lo que aprendería poco a poco, y cuando triunfara a niveles cósmicos, como estuvo segura de que ocurriría desde el primer instante en que la escuchó tocar, ella ya estaría más que preparada para ser la mejor representante que pudiera tener una artista de su futuro nivel. No se había equivocado, ninguna lo hizo: Natalia se arriesgó con la secretaria de su jefe y halló una amiga y una tremenda profesional; María le echó coraje para saltar a lo desconocido y encontró en ella un lugar apacible y el trabajo de su vida.

La verdad era que estaba preciosa en aquella tarima alzada. No podía evitar sacudir su cabeza con una sonrisa amarga cuando pensaba en lo sola que deseaba estar Natalia Lacunza, pues era, posiblemente, la mujer más atractiva de este planeta. Las facciones afiladas y la mirada penetrante de una femme fatale cuando te observaba sin compasión, los ojos rasgados, los mofletes redondos y la ingenuidad de una niña cuando se reía, y un cuerpo de metro ochenta hecho para el pecado. Desde luego Dios da pan a quien no tiene dientes. 


- ¿Vas a estar ahí mirándome entre tinieblas toda la tarde como una acosadora? -preguntó Natalia muy seria. 

- Estaba intentando recordar la última vez que echaste un polvo -contestó María, que no se dejaba intimidar por el humor ácido de su amiga. 

- Si te acuerdas me lo dices, porque yo tampoco me acuerdo -y, al fin, sonrió. 


María anduvo hasta donde se encontraba la cantante y se sentó en otro taburete que había por allí. La miró de arriba a abajo. Era tan guapa que daba rabia. 


- Yo creo que fue después de aquel concierto en Londres. Las pintas de cerveza te pusieron muy cariñosa. 

- Y por ese motivo he dejado de beber después de los conciertos. 

- Deberíamos hacer vudú, intercambiarnos los cuerpos, ya sabes. No es justo que no le saques partido a este regalo que la naturaleza te ha dado. 


Natalia rió. Soltó una carcajada potente que hizo a María sonreírle de vuelta. Ciertamente aquel sonido no se daba muy a menudo, lo que era una pena, porque era un sonido maravilloso. Fue a dejar la guitarra en su lugar y al estirar la mano su cara se contrajo en un gesto de dolor. 


- La mano mejor, por lo que veo -ironizó María. 

- No es nada. Me molesta un poco, cuando caliento me deja de doler -se encogió de hombros para quitarle importancia. 

- Natalia... deberías tratarte antes de empezar la gira y después estar a tope. Cuanto más lo retrases peor será la recuperación. 

- Lo que no pienso retrasar es el inicio de gira. ¿Sabes cuánto llevamos sin tocar? ¡CUATRO MESES! No lo soporto más. 

- No soy tu madre, tú sabrás lo que haces, pero te equivocas. Y no dudaré en recochinearme delante de ti diciendo "te lo dije". 

- No lo harás porque me amas y porque soy una persona adorable -le sonrió con seguridad. 

- Lo que eres es insoportable. Por cierto, ¿quieres saber cómo ha ido el lanzamiento? 

- Sí, claro -comentó distraída mientras se masajeaba la muñeca con su mano buena. 

- ¿La versión larga o la corta? -a María le divertía mucho la desidia que mostraba su jefa en estos temas. Cualquier cantante habría estado como loco llamando a la discográfica todo el día y celebrando el éxito como se merecía; ella, sin embargo, había estado sola en un local de mala muerte tocando la guitarra. 

- La corta, por favor. 

- Ha ido fantástico. Otro año que podrás tocar donde te salga del chumi y que ganarás toda esa pasta que tanto te la suda ganar. 

- Me alegro -y soltó media sonrisa para complacer a la Mari. 

- Rosalía ha compartido una de tus canciones en Instagram -comentó María mirando a Natalia de reojo. Sonrió un poco más que antes. 

- Me gusta Rosalía. Me alegro mucho de que le haya gustado algo mío. 

- Eh, eh, eh, para ese entusiasmo, fiera, córtate un poco con esa exaltación y esos gritos que estás pegando. Solo es Rosalía. ¿Quién es Rosalía? Nadie. Relájate -Natalia sonrió aún más por el sarcasmo de María. 

- Oye, que me alegro mucho, de verdad. No seas cruel. En realidad estoy dando saltitos por dentro. 


María cabeceó de lado a lado dando por imposible a su amiga. En ese momento empezó a llegar el grupo para ensayar. Entraron armando mucho ruido, pues habían leído el pelotazo que habían pegado con el trabajo que habían hecho con su jefa. 


- ¡Lo hemos petado! 

- Natalia, qué pasada, están hablando de ti en el New York Times. 

- ¡QUE TE HA MENCIONADO LA ROSALÍA EN SUS STORIES! 


Cogieron a Natalia en brazos entre todos y todas y la lanzaron al aire al grito de "LA ROSALÍA, MIRA". Ella se reía, más feliz por la alegría del grupo que por las buenas noticias. La sonrisa se le deshizo en la boca cuando sintió un mal agarre bajo su cuerpo y notó cómo se precipitaba contra el suelo. En un acto reflejo apoyó la mano para suavizar la caída. 

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la tipica historia de universos viendo otros universos atraves de pantallas flotantes que aparecerán en sus mundos aunque también agregare otras cosa...