RASSEN I

By YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.50

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By YolandaNavarro7

Srinagar (Cachemira)

Hacía tiempo que no lloraba. No era que se hubiera propuesto no hacerlo, simplemente las lágrimas no aparecían, por muy triste que estuviera. Sin embargo, aquella larga noche, con Shuary, Svarg, el engendro, Electra, Nanonoichi, Munt y sus píldoras, dando vueltas en su cabeza, junto con Leander y su boda, sus últimos recuerdos con Iris y los pensamientos de Luna, Alexander no pudo evitarlo. Mientras leía el último de los diarios de su vieja amiga tenía los ojos tan hinchados que las puntas de sus pestañas se clavaban dentro: sentía que algo pequeño y afilado se le había incrustado en el pecho y que jamás podría sacarlo.

No sabía si se alegraba de que ella hubiera arrancado y mutilado algunas de las páginas más duras, porque quizá eso le habría empujado a tomarse la justicia por su mano. Conocer con detalle lo que aquel monstruo repugnante de Belmonte le había hecho, y saber al tiempo que no había pagado por ello, le obligaba a tomar partido en el asunto. Como ser humano, su capacidad empática moría a los pies de quienes tenían como forma de vida destruir las vidas de otros. No podía sentir pena o compasión por ellos, porque sus sentimientos siempre estarían junto a las víctimas. Como en su caso, el de Iris y el de Luna, muchas veces señaladas como culpables de sus propias desgracias solo por ser vulnerables. Eso le había costado cierta reputación de intolerante en una sociedad hipócrita e infantilizada, dónde la gente parecía alérgica a afrontar las consecuencias de sus actos y ensalzaba la figura del verdugo, disfrazando de piedad simpatías enfermizas. No podía dejar de pensar en ello cuando Leander bebía de más, en compañía de desconocidos, en sus viajes de negocios o cuando su hermanita Chloe salía de casa sola. No quería que vivieran con miedo, pero no podía evitar sentir miedo por ellos. Al fin y al cabo, la mitad de su familia había sido aniquilada por seres perversos, de los cuales, la mayoría, seguía actuando con impunidad.

Cuando el resentimiento sometió a la amargura, a Alexander se le vino a la memoria una de las frases más ocurrentes que le había oído decir a Ernesto, su jefe de seguridad en Shambala, después de que un juez pusiera en libertad al tipo que había intentado degollarle por negarse a darle las llaves de su coche: << ¿En qué maldito momento perdimos la buena costumbre de ensartar las cabezas de nuestros enemigos en palos para dejar que nos los metieran por el trasero?>>.

Quizá no iba a ser tan terrible convertirse en un monstruo con los sentimientos a flor de piel como aseguraba el manual de Shuary; de ese modo no tendría que replantearse cuestiones morales de ningún tipo, por lo que iría directamente a por Belmonte y a por Electra... Después les seguirían todos los demás. Se aseguraría de que nunca más volvieran a hacerle daño a nadie.

Tras pasar gran parte de la mañana y de la tarde durmiendo, por orden de la Sra. Phrithika, Tanvi le llevó una bandeja con una infusión de jengibre, y unas insípidas pastas de arroz a Luna, luego algo parecido a un puré de zanahoria, que debía dejarla como nueva. Tras tomar un poco de cada cosa, para no parecer desagradecida, la rubia se levantó y se vistió despacio, pues aún se sentía un poco mareada. Le sorprendió lo hermosa y radiante que estaba su amiga india a pesar de la noche de insomnio y la manera en que corría de un lado a otro, poniéndolo todo en orden.

— ¿De qué planeta has salido tú? Has pasado la noche en una mecedora, es imposible que parezcas tan dinámica—le recriminó con una fingida mueca de desagrado, cuando ella plegó la mosquitera a los lados de su cama —. ¿Acaso no sabes que hay un infierno especial para la gente que finge no estar cansada? Me críe con monjas, sé de lo que hablo.

La muchacha alzó una ceja y se encogió de hombros. Luna dio por hecho que no había entendido la mitad de las cosas que le había dicho. Alexander no era el mejor profesor de inglés, después de todo.

—Yo soy madrugadora —adujo Tanvi, con una risilla traviesa y la expresión que tendría el gato que se ha comido a un canario —. ¡Y tengo prisa por marchar!

—¿Preparativos de boda?

Tanvi negó con la cabeza con rapidez y le señaló la puerta de la terraza.

Luna se puso el albornoz encima de la ropa y se acercó a ella. Se quedó mirando el lago a través de los cristales: sobre su oscura superficie repiqueteaban livianas gotitas de agua y en los muelles la gente corría frenética de un lado para otro.

—¿Qué ocurre? —preguntó inocente.

—¡Monzón!

—¿Monzón? ¿Te refieres a más tormentas?

—¡Sí! ¡Tranquila, amiga! ¡Alexander dirá dónde encontrarte! ¡De prisa!

—¿Prisa? ¿Prisa con qué?

Tanvi, que parecía no haberla escuchado, se marchaba dejándola con la intriga, pero en el mismo instante en el que la hija de la Sra. Phrithika salía por la puerta, Alexander se presentó en el umbral.

—Hay grandes inundaciones en los alrededores, problemas con las comunicaciones y de abastecimiento —le explicó el griego, con el rostro ajado por la preocupación, sin que ella tuviera que preguntarle —. Todo el mundo se prepara para afrontar el nuevo temporal.

Justo en ese instante, ella comenzó a ser consciente del alboroto en el pasillo, el ir y venir de pasos, el rumor de las ruedecillas de las maletas: en el hotel la situación no distaba mucho de la vivida en la calle, todos los inquilinos estaban recogiendo sus cosas y marchándose de forma apresurada.

—La policía está desalojando esta parte del lago en previsión de lo que pudiera ocurrir. Es algo rutinario para los habitantes de la zona, pero inquietante para los turistas... —prosiguió informándola Alexander.

—¿Y qué se supone que debo hacer yo? ¿Hay alguna lista de alojamientos seguros? ¿Tengo que ir a alguno en particular? —le preguntó ella angustiada.

—Encontraremos un lugar donde la crecida no sea un problema; no te preocupes, este no es mi primer monzón —intentó tranquilizarla el griego—. ¿Qué te parece si quedamos abajo en diez minutos? ¿Te dará tiempo de recoger todas tus cosas?

Luna asintió. Por fortuna, solo tenía una maleta pequeña, y, de todos modos, unos cuantos trapos y un puñado de cosméticos jamás serían una prioridad sobre su vida.

—Bien, vístete y recógelo todo, vuelvo enseguida—le prometió él.

Antes de cerrar la puerta, ella fue testigo accidental de cómo Alexander se chocaba de bruces con Eki, el hijo menor de la Sra. Phrithika. El crío, que parecía asustado y nervioso, le mostró un dibujo. Luna pudo distinguir en él la silueta de una especie de mutante, mitad humano mitad reptil. El corazón le dio un vuelco; aquel monstruo era tan parecido a los que la atormentaban en sus pesadillas, que tuvo que pellizcarse en el brazo para constatar que no seguía dormida.

—¡Naga! —gritó el chiquillo, al tiempo que agitaba impetuosamente el papel en el aire, luego se alejó corriendo, seguido muy de cerca por el griego.

—¿Qué demonios era eso? —masculló Luna para sí, mientras intentaba autoconvencerse de que no significaba nada.

Pero ya era tarde: casi no podía respirar, las manos le temblaban, estaba entrando en una especie de estado de obnubilación a causa del estrés. Después de recoger su ligero y escuálido equipaje, con una sonrisilla forzada y aún sumida en sus cavilaciones, le entregó la llave de su habitación a la Sra. Phrithika en el vestíbulo. A cambio, la mujer también le regaló una sonrisa y un paquetito de cartón con el emblema del hotel, que contenía finas varillas de incienso; una mezcla relajante a base de cardamomo, patchouli y madera de cedro, que por su estado de excitación no hubiera hecho el menor efecto en ella, aunque las hubiera encendido todas a la vez.

—Gracias por todo, señora, mi estancia ha sido breve pero muy agradable. ¡Tiene usted unos hijos maravillosos! ¡Tanvi es un regalo del cielo! —felicitó a la mujer.

La señora Phrithika esbozó una sonrisa orgullosa e inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.

—El griego loco es más que un hijo para mí. Cualquiera que le aprecie será apreciado por mí y mi familia—le dijo en tono maternal —Namasté.

—Namasté —se despidió Luna, y tras hacer la obligada reverencia, se sentó en una de las mesas del salón.

Cuando quiso darse cuenta, habían pasado veinte minutos de la hora acordada con Alexander, pero él no daba señales de vida. Parecía haberla abandonado a su suerte. Decidió seguir esperando en el porche, dando por hecho que debía haber entendido mal, y entonces oyó lamentarse a la señora Phrithika por la falta de suministro eléctrico, y de la dificultad para hablar por teléfono a causa del temporal. Acto seguido, una marabunta de huéspedes de otros hoteles comenzó a desfilar en shikaras delante de ella, arrastrando pesadamente sus equipajes, en una carrera desenfrenada por salir del lago. Eso la puso aún más nerviosa. Empezaba a estar muy asustada, no solo por ella misma, también por Martín.

Alexander había seguido a Eki hasta la parte trasera del hotel. En ese momento, el pequeño estaba agachado entre las gruesas vigas de madera que sostenían el suelo del embarcadero. Lugar donde solía acumularse la basura que arrastraba la corriente.

—¿Estaba aquí el dibujo que me has enseñado? —le preguntó el griego.

—Sí. Y también esas cosas...

El niño señaló una caja de cartón apilada sobre bidones y cestos vacíos. Alexander no dudó un instante de la palabra del pequeño y se apresuró a examinar su contenido. Se quedó de piedra al comprobar que él tenía razón: ¡Aquella fotografía era suya! Estaba junto a Electra en la fiesta de inauguración del hotel de Mikonos cuando Chloe se les había acercado por sorpresa y había disparado su cámara. A Electra le encantaba esa foto, incluso la había tenido enmarcada. Sin saber muy bien qué pensar, examinó la imagen con detenimiento. La acarició con las yemas de los dedos, y descubrió una marca oval rodeando perfectamente sus siluetas. Oval como el marco que su prima le había comprado.

—¿Estás seguro de que las dos cosas estaban juntas?

—Sí, flotaban sobre una chaqueta —afirmó Eki con rotundidad—. Pero cuando intenté cogerla se me escurrió de las manos...

—Has hecho bien en buscarme, Eki —le felicitó Alexander—; podías haberte hecho daño...

La prenda en cuestión estaba enganchada en un lugar poco accesible bajo el embarcadero. Alexander tuvo que servirse del palo de una vieja escoba para liberarla. En su empeño, estuvo a punto de caerse al agua unas cuantas veces, pero finalmente logró hacerse con ella. Sintió un escalofrío al ver las livianas manchas de sangre en el cuello, pero lo más terrible y revelador, fueron los dos agujeros circulares que tenía en la parte de atrás. Sin duda, aquella chaqueta había pertenecido a Lanz, el ayudante de Shuary al que habían abatido a tiros en el lago.

Decenas de preguntas embotaron la cabeza del griego: ¿Pretendía Lanz desenmascarar frente él a su prima usando aquella fotografía y el dibujo? ¿De dónde los había sacado? ¿Quién demonios era en realidad la mujer a la que consideraba familia? Las malas lenguas llevaban años relacionándola con los negocios turbios de su padre, pero ella siempre decía que estaba en Nanonoichi como el caballo de Troya de los Blake. ¡Era al contrario! Pero, ¿podría su prima dejarse llevar por la ambición de su padre hasta el punto de llegar a matar a alguien a sangre fría?

—¡Electra! —bramó, haciendo que Eki saliera huyendo despavorido.

Alex había contemplado en innumerables ocasiones que ella fuera la persona que alertaba a los nuevos socios de TSC de cada uno de los intentos de los Blake por recobrar el control del conglomerado empresarial, pero enseguida su madre le había inducido a descartar la idea. Sin embargo, en el fondo de su corazón, esperaba aquello: sabía que la descripción que Vinay había hecho de la asesina del embarcadero concordaba perfectamente con la de su prima postiza.

Por mucho que le doliera descubrir que tenía razón, no podía permitirse el lujo de dejar que sentimentalismos le restaran objetividad.

Tenía que poner al corriente a Claudio de lo que ocurría con Luna e incluso de su encuentro con el engendro de la alcantarilla, porque si alguien podía ayudarle a contestar todas aquellas preguntas ese era él. No había otro tipo más eficiente ni discreto, ni más honrado y leal, en ninguna de las empresas que pertenecían a su familia. Le costó encontrar el nombre de su amigo en el listado de su teléfono móvil. Las manos le temblaban, el corazón le galopaba en el pecho, y el malestar se acrecentó cuando su eficiente colaborador le saludó al otro lado del aparato.

—Escúchame bien, amigo mío: necesito que revises todos los movimientos y transacciones de las cuentas bancarias de mi prima Electra. Como tú mismo sugeriste alguna vez: ella es el topo, pero en el sentido contrario al que siempre nos ha dicho. Si no encuentras nada sospechoso a su nombre, busca por el nombre de soltera de su madre; recuerdo que lo utilizó para hacerse un carné falso durante su época de compañera de juergas del hijo de ese diputado italiano... También quiero que averigües que tipo de relación tiene con sus jefes y con sus compañeros de trabajo. Si es posible, busca indicios de que su labor cómo relaciones públicas de TSC sea solo una tapadera. Aunque lo más importante es que intentes situarla aquí en este momento; busca reservas de vuelos y hoteles. Dile a Mohamed que no pierda de vista a Shuary. Y, Claudio, necesito muestras de ADN de alguno de los Menounos...

La mente de Alexander trabajaba rápido, y, como siempre, Claudio estuvo a su altura. El secretario no hizo preguntas, solo le dijo: <<Dame un par de días>>, y así supo que tendría sus respuestas en, a lo sumo, veinticuatro horas.

Mientras el griego intentaba darle un sentido a la implicación de Electra en el asesinato del ayudante de Vinay Shuary, Luna, sentada en el porche delantero de la Estrella de Phrithika, esperaba una barca que la llevase a la orilla, cuando Tanvi le entregó un pequeño sobrecito de color marfil. Lo abrió con impaciencia, dando por hecho que era una nota del griego, que había decidido esperarla en otra parte. Pero, para su decepción y frustración, descubrió que la remitente era Beth: su bella compañera de vuelo le enviaba una tarjeta de invitación para su fiesta y una pequeña nota. Luna tomó aire y comenzó a leer. En apenas cinco líneas, su parlanchina compañera de vuelo le ofrecía refugio en su casa durante la temida tormenta. Sin pensar, hizo una bola con la carta y su contenido, y la tiró al agua. ¡No volvería a confiar en extraños! Justo en ese instante, un rayo sesgo el cielo y la lluvia comenzó a deshacerse en grandes ondas sobre la superficie del lago. Enseguida se dio cuenta del gran error que acababa de cometer; no era el momento ni el lugar para demostrarse nada o ser orgullosa. Desesperada, enfadada consigo misma, intentó sacar la carta del lago con la punta de una de sus botas, pero el papel mojado se alejó de la orilla y ella, que ya sentía la humedad en los dedos de los pies, comprendió que no había nada más que hacer. Menos mal que aún conservaba en el bolso el pequeño papelito en el que Beth le había anotado su dirección. Minutos más tarde, en la parte más baja del porche del Estrella de Phrithika, contempló con tristeza el lago por última vez. Su shikara acababa de llegar.

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