RASSEN I

By YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.20

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By YolandaNavarro7

Con cada minuto que Luna pasaba sentada en la cama de aquel hospital, la sensación de claustrofobia crecía. Incluso con los ojos cerrados, los olores y sonidos propios del edificio le recordaban que la habían desahuciado. Ni siquiera cuando había tomado la decisión de quitarse la vida se había sentido tan sola y asustada. Había perdido el control. Era un barco a la deriva, condenado al naufragio. Pero sabía que la vida le había dado una nueva oportunidad, y, aunque esta fuera breve, no tenía derecho a quejarse.

Gabriel pasaba a verla con frecuencia, pero Clara, a pesar de que había pospuesto su viaje unos días, se limitaba a llamarla por teléfono. La psicóloga ponía como excusa el exceso de trabajo y nunca iba a visitarla, algo que ella atribuyó a sus diferencias con su hijo, al que a toda costa evitaba. Con semejante panorama alrededor, y sin nuevas noticias de su padre, la ansiedad y los remordimientos hicieron mella en su ánimo y en su salud. No veía el momento de alejarse de aquellas dos personas tan queridas para siempre; liberarlos sería el mejor regalo de agradecimiento que podía ofrecerles.

Aquella mañana, nada más entrar en su habitación, Gabriel le pidió que se incorporara. Casi siempre, mientras él palpaba su frente y su nuca para comprobar si tenía fiebre, ella pensaba en cosas estúpidas: como nombres de películas que empezaban por <

No soy tan libre como crees: sé que hablo mucho, que a veces puedo parecer muy segura de lo que digo, pero en el fondo estoy llena de dudas. No es fácil saber, en cada momento, qué es lo correcto —reconoció —. Ni siquiera sé que va a ser de mi vida a partir de ahora.

Su amigo la miró con extrañeza.

—¿Has vuelto a ponerte en contacto con la embajada india? ¿Y con la embajada española en Nueva Delhi? ¿Se te han pasado por la cabeza opciones que no sean la autocompasión o la muerte? —la reprendió en tono circunspecto.

Ella se quedó de piedra al escucharle. Al parecer, todos tenían la misma penosa opinión sobre su persona.

—No podría hacer nada de eso sola—gimió—. ¡Sería una locura ponerme a investigar por mi cuenta!

—¿Una locura mayor que morir intoxicada o desangrada, por propia voluntad? —le recriminó Gabriel —. ¿De qué tienes miedo? ¿Qué puede ser más terrible que perder la vida? ¿Qué podrías perder más importante que eso?

Primero el sermón de Reyes y después los reproches del doctor... Luna empezó a sentirse como el ser más estúpido y patético sobre la tierra. Su malestar debió ser tan evidente que el médico se vio obligado a pedirle disculpas. Entonces ella se derrumbó del todo. En el fondo sabía que, al igual que el guardia civil, Gabriel tenía razón. ¿Qué más podía perder? ¿Qué más podía temer? Avergonzada, echó a cabeza hacia atrás y clavó la mirada en el techo para no tener que mirarle a él a los ojos.

—Tienes razón. No solo he sido una cobarde, también he sido una egoísta; Martín no se habría rendido hasta encontrarme—se lamentó entre lágrimas, poco antes de hundir su cabeza bajo la almohada.

—Aún estás a tiempo de enmendar tus errores—le advirtió el doctor en tono dulce, tironeando de la almohada para invitarla a abandonar su escondite—. Ahora abre la boca, parlanchina. Quiero ver si ha mejorado la lesión que la intubación te produjo en la garganta.

Luna obedeció, y de pronto se encontró a un milímetro del cuello del joven. Algo que no le resultó desagradable, pero sí bastante violento. El pulso se le aceleró y sintió emanar un sudor frío en las palmas de las manos, se las frotó discretamente bajo las sábanas, en un vano intento por deshacerse de aquella sensación pegajosa. La rígida y áspera lengua de madera dentro de su boca acrecentó las náuseas, que se habían convertido en un molesto compañero de viaje.

—Estás temblando—anunció Gabriel, tomándole las manos entre las suyas y atrayéndola para sí.

Los labios de ambos quedaron a apenas unos milímetros de distancia. Luna podía sentir la respiración de él acariciándole la cara.

—Tengo sueño—gimió, soltándose de un tirón; no podía soportar la sensación de ser retenida por alguien, aunque fuera de un modo tan estúpido y poco literal.

—¿No quieres que te toque? —espetó el doctor, en un resuello.

—No me gusta que me sujeten las manos—admitió ella, en un susurro, esforzándose por sonreír.

El doctor siguió mirando a su amiga de la infancia con fijeza durante unos segundos, en silencio y con expresión analítica. Hasta dónde podía hacer memoria, ella jamás había rechazado su contacto. Muy preocupado, sin poder sacarse de la cabeza que la habían encontrado desnuda y golpeada, fue acortando distancias hasta invadir por completo su espacio. ¿Acaso Belmonte se habría atrevido a ...? No quería ni pensarlo. Quiso comprobar su reacción intentando tocarla. Sus cuerpos no llegaron a rozarse, pero sí las puntas de sus narices. Como temía, cuando él alzó la mano y se la puso en la mejilla, ella se estremeció y encogió.

Luna, que siempre había soñado con un momento de intimidad como ese, sentía que volvía a perder el control sobre su mente; era incapaz de percibir el cuerpo de aquel hombre como algo cálido y familiar, y empezaba a sentirlo como una amenaza.

—La inflamación ha bajado. Los ganglios están recuperando su tamaño normal y las heridas superficiales están cicatrizando bien—le aseguró él, en un susurro, intentado ocultar su zozobra usando un tono profesional —, pero tienes un poco de fiebre.

—¿Significa eso que puedo irme? —preguntó ella, con voz rota, en un fútil intento por parecer despreocupada—. Se me cae el pelo y empiezo a sentirme tan hinchada y oxidada como cuando tomé mi primer tratamiento hormonal para adultos. Temo el momento de subirme a una báscula...

— Por el momento, tu peso está dentro de lo normal para una chica de tu complexión—le aseguró el doctor, restándole importancia.

Luna introdujo un dedo por el escote del camisón y miró hacia abajo: tenía la tripa y los senos hinchados, y todas sus cicatrices estaban al natural, sin una mísera pizca de corrector. No quería ni pensar en los demás estragos que habría hecho en su cuerpo la convalecencia. ¿Más estrías? ¿Celulitis? Aunque eso era lo de menos. Lo importante era que no se sentía saludable en ningún aspecto. ¡Señor! Cuando saliera de allí empezaría a llevar una dieta sana y se subiría a la vieja cinta de correr de Martín con el entusiasmo de un hámster enjaulado. Necesitaba estar fuerte, solo así podría enfrentar lo que se le venía encima, sin decaer a la primera.

De nuevo, él se la quedó mirando sin decir nada. Fue apenas un instante, pero a ella le resultó lo bastante incómodo como para tener que fingir una tos, que le permitiera apartarse.

—Mi madre me ha dicho que no parabas de hablar de una serpiente entre sueños. Y mi colega del laboratorio, después de analizar esa cosa viscosa que traías pegada en los brazos, está convencido de que realmente te había atacado una— la informó él de repente —. Ha sido cosa de Esteban Belmonte, ¿verdad? No puedo creer que ese camello y sus amigos se hayan atrevido a utilizar un animal vivo para aterrorizarte esta vez... ¿Sucedió algo más con esa escoria que deba saber?

Luna percibió sin ningún tipo de dificultad el tono dubitativo en el que el doctor le había hecho la última pregunta. Le dio tanto miedo pensar que la historia se hubiera repetido, y que ese desgraciado le hubiera hecho algo mientras estaba inconsciente, que se quedó paralizada... Negó con la cabeza para descartar aquella horrible posibilidad y dejó escapar un largo y sentido suspiro.

—Creo que no estaba sola, pero no vi a nadie—le recordó—. Poco a poco voy recordando algunos detalles, pero no puedo darles mucho sentido.

—Ese tipo es mucho más que un gamberro con un sentido del humor retorcido—le advirtió el joven—. Sé que no quieres más pleitos legales, pero es evidente que deberías pedir una orden de alejamiento para ese bastardo. El sistema falla continuamente en estos casos: es increíble que te enviaran a su casa. Me revuelve el estómago pensar cómo podrías haber acabado si esa familia de delincuentes te hubiera adoptado de forma definitiva, Luna.

Ver el sufrimiento en los ojos de Gabriel, al pronunciar su nombre, le rompió el corazón.

—Te aseguro que hago todo lo posible por no encontrarme con él—aseguró ella.

—Eso espero; Iris Blake murió por sobredosis y él tiene el monopolio de distribución de drogas de la zona. Creo que es cuestión de tiempo que las autoridades se hagan cargo de eso.

A Luna le costó mucho contenerse, para no contarle a su amigo lo que sabía. Le dolía que todo el mundo pensara que Iris era como Rita, pero le había prometido a Reyes no decir nada, porque se trataba de un asunto confidencial, al menos, en lo que se refería a la daga.

—¿Iris Blake?

—Sí, la prensa acaba de confirmar que la chica que encontraron muerta en la Factory era Iris.

Gabriel bajó la mirada y tragó saliva; hasta ese momento no se había dado cuenta de que era real, de que jamás volvería a verla...

—¿Te sigues sintiendo culpable por haber flirteado con ella? —se vio obligada a preguntarle Luna.

Gabriel alzó las cejas y se encogió de hombros, justo antes de soltar toda la parrafada de excusas que su amiga se sabía de memoria:

—Bueno, ya te conté que Iris bebía los vientos por su primo Leander el verano que él me invito a Shambala (la casa que su familia tiene en Grecia). En aquella época éramos muy buenos amigos, y bastante inmaduros y competitivos. Su prima enamorada representaba un gran reto para mí. No conté con que empezara a gustarme de verdad...

Aunque sabía que aquel amor adolescente estaba olvidado, Luna no pudo evitar sentirse un poco celosa de la chica. <<No se puede caer más bajo; celos de una muerta>> se reprendió de inmediato, consciente de que sus inseguridades se las debía más a los detalles del romance que se había imaginado y que a los que conocía. Como Gabriel solo le había contado la historia a grandes rasgos, ella no había podido resistir la tentación de hacer sus propias conjeturas al respecto.

—¿Por qué no me cuentas de una vez qué fue lo que hizo que los hermanos Blake te retiraran su amistad? —invitó al doctor —. Empiezo a sentir curiosidad por ellos... Me has hablado de tus sentimientos por Iris, y de esa tal Chloe, que te seguía a todas partes, pero sigo sin entender de qué te culpan. ¿Tan grave fue el <<incidente de Atenas>>?

—Solo puedo decirte que no lo fue lo pareció, y que nada de lo que haga o diga servirá para cambiar la mala opinión que esa familia tiene de mí. Así mismo me lo aseguró Alexander, el mediano de los hermanos de Chloe. Pensé que él, que es el marginado de su familia, iba a ser más comprensivo conmigo, pero, al igual que Lend, no conoce a la Chloe que yo conozco—zanjó el doctor.

Al oír hablar de él, Luna sintió curiosidad por la suerte del Blake que le era más desconocido.

— No conozco a esos chicos, pero papá siempre dijo que eran los hijos que cualquier padre desearía tener. ¿Por qué Alexander es un marginado? —quiso saber.

—Supongo que, porque es el que más ha sufrido por la indiferencia de su madre, o eso es lo que siempre me ha parecido; Helena Blake solo siente afecto por Helena Blake. Leander y Chloe parecen tenerlo más que asumido, pero Alexander parece muy resentido; es frío, distante, nunca sonríe, siempre viste de colores oscuros y casi no habla.

—Me cuesta creer que esa mujer pueda haberles hecho tanto daño a sus hijos. ¿De veras es tan mala?

Gabriel asintió sin dudar.

Como ya sabes, mi madre era amiga de la infancia de la madre de Iris, por lo que solía visitar la casona cuando los Blake venían de vacaciones—le recordó—. Eso propició que hiciera amistad con casi toda la familia, a excepción de con Helena, la madre de Alexander, que prefería quedarse sola en Grecia (libre para celebrar fiestas con sus amigos y disfrutar de sus amantes). Pues bien, cuando Alex empezó a dar señales de detener problemas mentales, Sofía, su abuela, se lo comentó a tu padre y él le sugirió que el chico pasara una temporada aquí, lejos de la prensa griega, bajo supervisión de mi madre, en nuestra casa del campo. La idea era que pasara unas vacaciones terapéuticas montando a caballo y jugando al tenis conmigo... Ya sabes... Yo era algo mayor que él, y un poco celoso y cotilla, así que escuché muchas de sus sesiones y empleé esa información para alejarle de mi casa y de mi madre; acabó en un sanatorio.

—Vaya, sí que se te fue la mano... Pobre chico, ¿logró curarse?

—Supongo; al menos ya no va pregonando por ahí que a su padre lo asesinaron unos aliens.

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