El llanto de una Azucena© | A...

By Quentynne

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Un tipo con aires de héroe y una noche de pasión le enseñarán que los secretos pueden ser más dañinos que la... More

Sinopsis
Nota inicial
Déjame contarte...
Epígrafe
Intr.
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Inter. I
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Inter. II
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Inter. III
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Inter. IV
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47 - Parte 1
47 - Parte 2
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By Quentynne

―Pero no aquí. ―Echó un vistazo rápido a su alrededor, luciendo alerta y vacilante a la vez―. Hay un salón vacío al doblar la esquina, si te parece podemos ir a conversar allí.

Já. No iba a caer con eso.

¿Qué pasaba si una vez dentro soy víctima de un ataque grupal, o algo así?

Mejor no arriesgarse.

―Pues no, no me parece. Soltarás lo que tengas que decirme aquí mismo, o de lo contrario perderás la oportunidad de hacerlo. Así de sencillo ―declaré, tajante.

―Vaya ―pronunció con gesto desenfadado―. Es cierto que te volviste más inflexible, aunque creo que tiene que ver, más bien, con un particular rechazo hacia mi persona, ¿o no?

―Lo que pasa es que para mí no eres alguien de fiar, Carlos. Supongo que ya comprenderás porqué.

―Claro que sí, y no sabes la vergüenza que me da plantarte cara después de que lo que pasó, porque sé que sabes que muchos de los amigos de Alan, incluyéndome, estábamos al tanto de lo de la... ―arrugó el entrecejo, notablemente incómodo―, pero si acudí a ti a pesar de lo avergonzado que me siento y de lo decepcionado que estoy de mí mismo, fue con la intención de tratar un asunto totalmente diferente. ―Se pasó una mano por el pelo con evidente exaspero―. Azucena, Alan no sabe que estoy hablando contigo ahora, y no debe enterarse tampoco, por eso es que no quiero que él ni nadie se percate de que estamos interactuando. ―Liberó un bufido de fastidio―. No es como si él y yo estuviéramos confabulados para tenderte una trampa, ¿sí? No habrá nadie allá adentro. Sólo estaremos nosotros. Te lo juro.

Dejo de lado el que pareció leer mi mente, y me concentré en buscarle una salida a la situación en la que me encontraba. Si estaba avergonzado o se sentía decepcionado de sí mismo, no era problema mío, y, la verdad, poco me importaba los sentimientos que lo que sucedió despertaran en él. Aunque sí me parece bastante descarado que 'acudiera a mí' como dijo, para hablarme sobre el individuo al que más detesto por hacerme, con alevosía, un gran daño. Además, dudo que Carlos hiciera algo por cambiar los planes de Alan, e intuyo que hasta conformaba parte del grupo que lo alentaba a lograr su cometido en su momento, así que no entiendo por qué es que debería ser condescendiente con él. Es tan idiota como su amigo, y no puedo esperar de él nada bueno. Sin embargo, tanto misterio, de alguna manera, me estaba tentando. A parte de la seriedad que irradiaban sus facciones, también lo noto temeroso, y me gustaría saber por qué se comporta como si hablar conmigo fuera un delito, pero, sobre todo, quiero conocer las razones que lo orillaron a buscarme.

―Si no quieres que nadie nos vea, debe de tratarse de algo grave, ¿no?

―No voy a mentirte. ―Me enseñó una risa nerviosa―. Sí lo es, por eso, antes de que decidas huir...

Debí suponer que a ese gesto apenado que parecía pedir disculpas anticipadas sólo podía seguirle una acción que no me iba a agradar, nada. En menos de lo que dura un pestañeo me encontraba dentro de un salón con la luminaria apagada, sintiendo un fuerte ardor en mi muñeca producido por la brutal forma en que la asió con su mano. Tras el chasquido que emitió la seguridad de la puerta de la sala al ser accionada, recién pude asimilar que había sido prácticamente arrastrada, en contra de mi voluntad, hasta el salón desierto al que se había referido instantes antes.

―¡Cómo pudiste...! ―Golpeé su pecho con uno de mis puños―. ¡No te atrevas a ponerme una mano encima otra vez! ―chillé, totalmente fuera de mis cabales.

―¡Estabas dándole muchas vueltas! ―Puso distancia tomándome por los hombros―. Corriendo el riesgo de que alguien nos viera allá afuera... ¡fuiste tú la que no me dejó otra opción!

Dejé de forcejear contra él, decidida.

―Si crees que después de esto voy a quedarme, estás muy equivocado, ¡¿me oíste?!

―No te preocupes. No pienso retenerte aquí por mucho tiempo.

Elevé una ceja, incrédula, tratando de menguar la rabia que de pronto me había asaltado por su imprevisto actuar. Sí, noté que hizo caso omiso a mis palabras, pero, pensándolo mejor, y ya que estoy aquí y no sufrí ningún ataque colectivo como pensé, pues no hay motivo por el que no le dé algo de satisfacción a la curiosidad que desde hace un buen rato me asedia.

Traté de regular mi respiración tomando una gran bocanada de aire y luego, puse mis manos sobre mi cintura, adoptando una pose desafiante. No podía dejarlo verme vulnerable.

―Habla rápido ―farfullé.

Él evitó mi mirada antes de decir―: Necesito que me ayudes a salvar a Alan.

Solté una risita que reveló el escepticismo que me produjo tal petición.

―¿Cómo? ―contuve un ataque de risa.

―Lo que escuchaste. ―Volvió a fijar su vista en mí, y justo en ese instante fue cuando pude apreciar a la desfachatez encarnada. El muy desgraciado estaba hablando en serio―. Necesito que me ayudes a salvarlo.

―Debe ser una broma. Una broma nada graciosa, por cierto. Dime la verdad, Carlos, ¿tu único objetivo era tomarme el pelo? Porque si es así, debo verme como un auténtico Troll justo ahora.

Me peiné el cabello con la mano de forma instintiva.

―No es ninguna broma. Tu misma lo has visto, ¿no? Parece un espantapájaros con ese aspecto que se trae, y su salud va en decadencia. Él no la está pasando nada bien.

―Lo de espantapájaros no voy a discutírtelo, pero fíjate que hace poco lo vi fuera de las instalaciones de la universidad con una rubia, y la verdad parecía que la estaba pasando bastante bien. No creo que necesite la ayuda de nadie. Además, para qué estamos con cosas... él no merece la ayuda de nadie.

―Azucena, son las drogas ―soltó de pronto, con gesto severo―. Van a terminar matándolo, por eso necesito que me ayudes ―finalizó, esta vez con un tono sumido en desespero.

―Si eso es cierto, el único que tendrá la culpa será él. Ya deja de andar tras sus pasos como si estuvieras en la obligación de cuidarlo. Él ya está grande, y si está tan mal como dices, que se saque de su miseria él solito, ¿no crees?

Por primera vez, el enfado alabeó cada una de sus facciones hasta tornar sombrío su rostro.

―Voy a suponer que es el rencor el que habla por ti ―siseó con el ceño fruncido.

―El rencor y la indiferencia. A mí me importa tanto la vida de Alan como me puede importar la cara de Hulk que me estás poniendo ahora.

El terminal de una de sus cejas comenzó a temblar al tiempo que el fastidio se hacía más evidente en su cara.

―¿Sabes que la adicción a las drogas no es un asunto para tomarse a la ligera?

―Claro que lo sé.

―¿Entonces...?

―Entonces ―lo atajé―, entenderás que, a pesar de que lo sé, tratándose de Alan, me importa un comino.

―Azucena, aún no te das cuenta de la gravedad del problema: no es sólo la adicción de Alan. Él dejó de ser el mismo desde hace mucho, y está totalmente fuera de sus cabales y de control. ―Caminó hacia el escritorio de los profesores ubicado a la entrada del aula y se sentó, con abatimiento, sobre él. Yo, por mi parte, me mantuve impasible en mi sitio―. Yo sé que él solía fumar cannabis de vez en cuando, para relajarse un poco después de un examen o en una junta con amigos, ya sabes, lo normal, hasta que probó de las duras, ahí fue cuando comenzó a cambiar. Se volvió irascible y prepotente, tanto que casi no se podía tratar con él. Pero todo empeoró cuando tú lo dejaste. Desde ese instante empezó a abusar de las drogas con frecuencia, hasta el punto de volverse irreconocible. Fue entonces que supe del peligro que estaba corriendo. ―Elevó su vista, hacia la nada―. Tratamos de hacerle entender de mil maneras que ya está llegando a su límite, pero el muy hijo de p*ta no quiso escuchar, y ahora no deja que ninguno de sus amigos nos acerquemos puesto que piensa que estamos todos en su contra. Al único que le habla es al tipo al que apodan Pantera, uno de los subordinados de Jota, que es el que le facilita las drogas, y a Sophie, por supuesto ―terminó, componiendo una mueca de desagrado.

―¿Jota? ―cuestioné. De toda su palabrería, fue lo único que llamó mi atención.

―Joel. Creo que lo conoces, ¿no?

―¡¿Ese es tipo es traficante?! ―berré, alarmada.

Ya me parecía que ese era un idiota peligroso, pero no creí que tanto. Me alivia pensar que Dylan nunca llegó a tener nada concreto con él, y que está lejos de esa basura.

―¿Tú qué crees, Sherlock? ―preguntó con sarcasmo. Cuando le puse mi mejor cara de pocos amigos, carraspeó―. Bueno, la cuestión que importa es que, como Joel no está aquí, su subordinado deja que la deuda de Alan siga creciendo al proporcionarle toda la droga que él pide. Como te dije, está fuera de control.

―¿Y no hay forma de que puedas hablar con Joel para que le prohíba a ese tal Pantera que le dé más droga a ese idiota adicto? ―pregunté aproximándome a él.

Ahora fue su párpado el que fue presa de un tiritón.

―Joel está en el extranjero atendiendo no sé qué clase de negocio, y no hay forma de poder contactarse con él. Además, no es como si yo fuera un cercano que puede hablarle cuando se le plazca. Él único que tenía trato directo con él era Alan.

―Bueno, yo tampoco tengo forma de contactarlo, y creo que eso es algo que tú sabes más que bien. También sabes que no estoy dispuesta a entrar a un mundo tan turbio sólo por Alan, ni mucho menos accederé a volver con él para hacerle entrar en razón. ―Me senté en el taburete que saqué de debajo del escritorio―. Y aquí es cuando me toca preguntar: ¿en qué se supone que puedo ayudarte?

―Mira, nosotros como amigos de Alan estamos dispuestos a pagar su deuda, pero para frenar su adicción necesitamos de otra persona. De ti.

Él corazón se me aceleró a causa de lo expectante que me estaba sintiendo.

No es como si estuviera interesada en jugar un rol en la misión 'rescatando al soldado Alan', pero aún no conocía los planes que Carlos tenía para mí y eso despertaba nuevamente mi curiosidad. No perdería nada con preguntar. De todas formas, tenía pensado negarme al final.

―¿Y qué es, exactamente, lo que necesitan de mí?

―Tengo entendido que una vez Alan te presentó a su madre, ¿no?

Oh, aquella vez, cómo olvidarlo. Recuerdo muy bien cuando, en los tiempos en que Alan y yo ya estábamos al tanto de lo supuestamente atraídos que estábamos el uno por él otro y salíamos juntos a pasar el rato después de clases o un fin de semana, él me propuso ir a su casa. Para mí no se trató más que de una invitación inocente ―o así fue como la percibió mi ingenua mente―, y seguí pensando que lo era aún después de que, una vez en su casa, él aprovechara la ausencia de sus padres para llevarme a su habitación. Confieso que me llevé la desilusión de mi vida al darme cuenta que ese no sería el día que Alan me presentara con sus padres pues, como me dijo él, habían tenido que atender asuntos que tenían que ver con sus respectivas ocupaciones. Pero por supuesto que no sospeché nada de esa excusa tan pobre, ya estaba lo demasiado ciega como para descubrir cuáles eran sus verdaderas intenciones.

Supongo que esa fue una de las veces que Alan pensó que se saldría con la suya, pero, como sucedió en todas aquellas ocasiones, algo impidió que lograra su objetivo, y es que sus padres, afortunadamente, llegaron temprano a su hogar. Apenas había atravesado el umbral de la puerta de su cuarto cuando oímos que su madre lo llamaba desde la primera planta, entonces no le quedó más remedio que bajar a saludar a sus padres conmigo acompañándolo. Para mí todo iba de las mil maravillas ―puesto que mi deseo de conocer a los padres de Alan se había cumplido―, hasta que me presentó a ellos como una buena amiga. Luego de ese bochornoso momento, intenté convencerme de que no significaba nada, que para él seguía siendo más importante que cualquier otra chica, aunque ante sus padres no fuera más que una amiga, y actué con cortesía frente a ellos, para que así, él día en que Alan les diera la noticia de que yo era su novia, ellos no se decepcionaran.

Qué ilusa.

No puedo creer que ese momento no detecté esos claros indicios que revelaban que algo andaba mal con él y con la relación que manteníamos, de que en realidad su cariño no era sincero.

Asentí con pesadumbre.

―Y supongo que debió llevarse una muy buena impresión de ti ―prosiguió.

―Bueno, no me las daré de modesta ahora. Cuando conozco a alguien, sé cómo comportarme ―dije con orgullo.

―Entonces es perfecto. Lo que debes hacer es ir a convencerlos de que internen en un algún centro de rehabilitación a Alan ―liberó sin más, como si fuera el trabajo más sencillo del mundo.

―¡¿Qué?! ―exclamé, con una potencia tal que perdí el equilibrio y casi me voy de espaldas derechito al suelo.

―Por favor, no es tan complicado.

―¿Qué no es tan complicado? Claro, voy y les digo: señores padres de Alan, ¿me harían el favor de internar a su problemático hijo drogadicto? ―farfullé con sorna―. ¿Cómo crees que se lo tomarán?, ¡¿eh?! Cuando los conocí, noté de inmediato que ellos lo consideraban un hijo ejemplar por lo bien que hablaban de él, y te aseguro que, antes de que me hagan algo de caso, me tacharán de loca por injuriar a su queridísimo angelito ―ironicé―. Y no creo que sean estúpidos, Alan no pude disimular lo que le está pasando si en la cara tiene estampada la palabra drogadicto. Ellos deben sospechar algo, sólo que no le han dado la suficiente importancia aún. Probablemente, en un tiempo más, ellos mismos serán los que...

―Es que ellos no tienen idea de la vida que lleva Alan porque no viven con él ―apuntó―. Hace cuatro meses pensaron que ya había madurado lo suficiente como para vivir sólo, así que le regalaron un apartamento que se ubica en el centro de la ciudad, ¿o me dirás que no lo sabías?

Já.

―Si fuera así de fácil deshacerse de él ahora... ―murmuré.

―¿Qué?

―Nada, sólo decía que él jamás me contaba nada. Y nunca me llevó ahí tampoco.

Por suerte.

―No te lo tomes personal. Ese apartamento no ha estado limpio y ordenado desde su inauguración. Es un desastre por dónde se le mire, por eso jamás lleva a mujeres allí.

Entiendo. Ese lugar es el claro el reflejo de lo que es él, pura basura.

Carlos me miró intensamente por un momento, con la expectativa titilando en sus ojos.

―Entonces, ¿lo harás? ―preguntó de repente, utilizando un tono cauteloso.

―¿Y por qué no lo haces tú o uno de sus otros amiguitos?

―Porque sus padres piensan que nosotros somos la mala influencia para él. Desde que figuramos como los únicos responsables de la fiesta caótica que llevamos a cabo en su casa por su cumpleaños, hace dos años, es que le prohibieron que se acercara a nosotros y que nos dejara entrar a la casa. Si nos llegan a ver allí o en sus respectivos trabajos, nos sacan a patadas ―finalizó encogiéndose de hombros.

Mi decisión ya estaba tomada, pero por alguna razón estaba evitando el momento de ponerla en conocimiento suyo. No es que quisiera destruir sus esperanzas por mero gusto cuando me pareciera más oportuno, o algo así, pero, por algún motivo, necesitaba hacerle entender que yo no era su única salida.

―Entiendo, pero, ¿y Sophie? ―insistí―. Ella es como una especie de novia para él, ¿no? ¿Porque no se lo pides a ella?

―¿Sophie? ―No disimuló la gracia que le causó mi pregunta―. Pero si ella está igual o más jodida que el mismo Alan.

Eso ya lo sabía.

―¿A qué te refieres? ―cuestioné, haciéndome la desentendida.

―A que a ella le conviene que Alan esté en ese estado porque descubrió que así es como ganaba su atención. ―Suspiró cansinamente―. Verás, hace un tiempo Sophie había comenzado a agobiarlo y él había intentado mantenerla alejada de sí mismo y de sus asuntos hasta lograr que ella se aburriera de tanto insistir, sin embargo, ella no desistía y continuaba atosigándolo, pero, como te dije, Alan piensa que nosotros le fuimos desleales y por eso es que no le quedó otra que refugiarse en quién parecía entenderlo, o más bien, en quién le decía lo que él quería escuchar. Ahora ellos están en algo así como una relación, bastante tóxica por lo demás, y que sólo prevalece gracias a que ella vela porque la droga esté al alcance de Alan siempre.

Lo de tóxica me quedó bastante claro con la demostración que regalaba Alan en la vía pública.

―¿A eso es lo que ella le llamaba 'amor'? ―me burlé.

―¿Amor? ¡Obsesión! ―bramó con sorna―. Sinceramente no sé cómo Alan, aun drogado, la soporta. Sé que es tu amiga, pero está loca. De verdad que se merece que todos la señalen y le den la espalda como lo hacen después del escándalo de las fotos. ―Me obsequió una sonrisa compasiva―. Ella no se merece tu amistad, te lo digo en serio. Si tan sólo supieras todo lo que ella...

―Ya lo sé ―expuse con amargura―. Y no necesito de la lástima de nadie, para que sepas. Haberme deshecho de una amistad como la suya fue lo mejor que me pudo pasar.

Aunque le dediqué una mirada asesina, él siguió mirándome como a un cachorro desahuciado.

―Bueno, ¿y entonces? ―retomó él.

―¿Entonces, qué?

―¿Harás lo que te pedí?

―Ya conoces mi respuesta, ¿no? ―contesté con dureza, mientras hacía el ademán de levantarme.

―No puedes decir que no ahora ―Me sentó de golpe al atajarme por los hombros―. Ya no queda tiempo, y si la deuda se hace más grande...

Me puse de pie abruptamente y me deshice del toque de Carlos por segunda vez, completamente indignada y furibunda.

―Después de lo que me hizo, ¿crees que tengo ganas de hacer algo por su bien?, ¿eh? ―proferí al borde del colapso―. ¡Si lo único que quiero es que desaparezca!

―Y eso es lo que tendrás ―declaró con entusiasmo exacerbado―. Estando internado no habrá forma de que te lo vuelvas a topar, al menos por un tiempo, ¿te das cuenta? ¡Todos ganamos!

No lo había meditado...

Bueno, eso sí era tentador.

―No sé... ―siseé, recuperando la calma.

La verdad era que, de pronto, su propuesta no me pareció tan descabellada, sólo que me costaba un gran trabajo batallar contra mi orgullo para poder dar el sí.

―Mira, yo sé que nos guardas rencor por lo que él te hizo y por lo que yo no fui capaz de frenar, y créeme que lo entiendo, pero, por favor, haz lo que te pido. Estoy dispuesto a hacer lo que sea que me pidas si con eso accedes a prestar tu ayuda ―expuso con gesto suplicante.

―¿Y si dijera que no? ―cuestioné aun con la indecisión perturbando mis pensamientos.

―Alan está siendo amenazado ―soltó de golpe―. Si no salda su deuda pronto, podrían matarlo. Nosotros podremos pagar la deuda una vez, pero sabemos bien que él volverá a hacer lo posible por conseguir la droga, y así caerá de nuevo, y ya no habrá segundas oportunidades para él, ¿comprendes ahora por qué es tan urgente actuar pronto?

Eso me dejó pasmada en mi sitio.

Yo podía guardarle mucho rencor a Alan, pero jamás al punto de desearle la muerte. No lo odiaba, por alguna razón no podía hacerlo, aunque quisiera que fuera así, pues, de esa manera no me sentiría tan dubitativa en estos momentos. Alan no hace más que infundirme lástima, hasta creo que, después de todo lo que me ha contado Carlos, siento compasión por él. El que no me sienta capaz de perdonarlo todavía es una cosa, pero sé que puedo hacer a un lado todo ese resentimiento que tengo acumulado para hacer lo correcto.

Yo lo quise, y en nombre de ese sentimiento que hizo brotar en mí alguna vez ―dejando de lado que él mismo fue quién lo destruyó―, haré un esfuerzo por ser de ayuda para que se rehabilite, pues, tal vez con la ayuda de profesionales consiga darse cuenta del gran daño que ha hecho a las personas a su alrededor y del que se ha hecho así mismo por culpa de su adicción. Además, tenerlo fuera de mi vista por un tiempo era una oferta que no puedo rechazar, y no sólo eso, la idea de ser yo la causante de que lo sometan a la privación de su libertad es algo que me da bastante satisfacción, lo admito.

―Lo haré. ―Finjo pesar, como si no estuviera muy segura de mi respuesta―. Y si tanto aprecian a su amigo, también deberían denunciar a Joel y su banda de narcos, para que así ese idiota no tenga forma de conseguir droga si el plan no llegase a funcionar, y para que no haya más casos como el de él ―añado.

―Azucena, no tienes idea de lo dices. ―Me observa como si se me hubiese zafado un tornillo―. Primero, siempre habrá dónde encontrarla, y segundo, no te imaginas lo que le espera a la persona que siquiera tenga en mente delatar a esta clase de gente ―puntualiza.

Trago duro.

Claro que lo imagino.

―Bien... ―Me pongo de pie y me acerco a la puerta―. Te contaré si logré convencer o no a los padres de Alan, uno de estos días. Haré lo posible por tener éxito.

―Oye ―llamó mientras desbloqueaba la puerta. Le devolví la mirada, y descubrí que intentaba hablar con aire apenado―. Sé que es tarde para pedir perdón, pero...

―Olvídalo. ―Lo corté―. Eso ya pasó.

No tenía caso hablar sobre ello, y tampoco tenía deseos de hacerlo. Además, él era la persona menos indicada para tratar el tema otra vez. Si me quedaba a escucharlo, probablemente la rabia volvería a embargarme y me haría negarme a ayudarlo como le había asegurado.

Ya todo pasó.

―Suerte ―alcancé a oír cuando ya me encontraba fuera del salón armando mi camino hacia al que debía ir a tomar la primera clase de la jornada.

Después de la conversación que mantuve con Carlos, el día pasó lento. Me costó seguir las clases de Problemas Sociales Contemporáneos puesto que el profesor decidió hacer uso de los tecnicismos más rebuscados para esclarecer el abordaje de los autores que revisábamos para tratar diversas problemáticas de índole social; perdí el hilo, como nunca, de las explicaciones que la profesora de Investigación Cuantitativa daba sobre ese maldito programa computacional de estadísticas que venimos viendo desde el año pasado ―las estadísticas y porcentajes no son lo mío―, y para colmo, terminé estresándome antes de tiempo cuando, en medio de la clase de Intervenciones Sociales, el profesor de la cátedra ―que por lo demás es el director de carrera―, se detuvo para darnos una extensa charla sobre lo que nos espera el próximo semestre, cuando iniciemos las primeras prácticas de formación que pondrán a prueba el conocimiento que hemos adquirido hasta ahora. Terminé la jornada sintiéndome abatida, más luego de que Ed y Ada me pidieran que les diera un tiempo para que les explicara algunas materias con las que estaban teniendo problemas.

Siento tanto cansancio que los ojos se me cierran solos...

―¿Día pesado? ―Su voz hace que me sobresalte.

―Lo siento ―dejo escapar un bostezo que termina en una sonrisa―. La verdad es que sí, tuve un día de esos que te succionan todas las energías.

Me quedo contemplándolo como embobada por un momento, ahí sentando en el puesto del piloto, con los ojos fijos hacia el frente. La escaza luz del atardecer le daba a la parte de su rostro que no estaba al alcance de mi vista, pero aun así podía distinguir el atractivo de esas facciones suyas que me derritieron en el instante en que lo conocí. Theo se veía apacible y relajado, y envidiaba que gozara de una vitalidad que hacía que, a su lado, yo luciera como un zombie. Pero poco me podía importar mi aspecto teniéndolo a él tan cerca de mí, llevándome a su casa una vez más.

Admito que verlo esperando por mí a las afueras de la universidad me sorprendió, más temiendo que fuera a tener un encontrón con de esos con Alan, pero olvidé cualquier altercado que su aparición pudiera ocasionar cuando asumí que lo había extrañado y que necesitaba una dosis de su compañía con urgencia, por lo que no pude rechazar la invitación que me hizo, aun estando tan cansada; así que, tras decirle a mis padres que no llegaría a casa y que no se preocuparan por mí, partimos rumbo a su morada perdida en la nada.

Me pregunto de qué se tratará la sorpresa de la que me habló hace un rato.

―Ya podrás descansar cuando lleguemos.

¿Descansar?

―Sí, supongo ―expresé con desgano.

El silencio se extendió por un momento.

―Y bueno, no me dijiste si al final accediste o no a formar parte del plan de Carlos ―evoca el tema una vez más.

Tras oírle decir aquello, me arrepentí de haberle contado los pormenores de la petición que me hizo Carlos, pues sentí que podía darle a entender algo erróneo si llegaba a decirle la verdad. Cuando en un principio le hablé sobre la adicción de Alan y la tarea que Carlos me pidió desempeñar, Theo pareció bastante interesado, y por eso creo que, de contestarle que sí, tal vez, con ello, si querer podía estarle confirmando una suposición tan absurda como lo es el que todavía siento algo por Alan.

Pero, pese a todo, a él no podía mentirle.

―Sí, accedí ―contesté con cautela―, pero que te quede claro que no lo hago por él, sino que lo hago por mí, para librarme de él ―solté tan rápido que me llegó a faltar el aire.

Él rio, sin apartar su vista del frente.

Cómo me gustaría que sus ojos estuvieran fijos en mí.

―Fue lo mejor que pudiste hacer, Florecita ―expresa él―. Sé bien que, después de lo canalla que se comportó contigo, pocas ganas te quedaron de hacer algo por el bien de ese tipo, pero el que hayas accedido a ayudarlo de todos modos da cuenta de la gran nobleza que alberga tu corazón.

Me sonrojé tras su comentario, y por ello me vi obligada a girar mi cabeza hacia la ventana, para así no darle la oportunidad de verme toda abochornada.

―Aunque no lo creas, apoyo la decisión que tomaste. No tienes te sientas en la obligación de justificar nada ―finalizó.

No quise seguir ahondando en el tema porque no me pareció necesario. Él ya me había dejado claro que no le había molestado mi decisión, y eso, además de aliviarme, me sirvió para conocer un aspecto más de él: no es una persona celosa, ni mucho menos posesiva. Un punto a favor para él.

Cuando divisé la tienda que hay camino a su casa, noté que el auto disminuía la marcha. Mi estómago gruñó en el segundo en que el auto se estacionó frente al local, delatando el hambre que no me había dejado en paz desde que me perdí la hora del almuerzo por estar leyendo un texto que habían solicitado para una de las clases de la tarde.

A mi cara ya sólo le faltaba arder en llamas.

―Por suerte pensé en la comida antes de llegar a casa. Allá no tengo nada ―dijo mirándome con diversión. Luego extendió una gran sonrisa.

Sentí un vacío en el estómago, y no precisamente porque me sintiera hambrienta.

Asentí, sin saber muy bien por qué lo hacía.

―¿Me esperas aquí o vas conmigo?

Sin pensarlo demasiado, salí del automóvil raudamente. Fui la primera en entrar, y, una vez dentro, volé hasta la sección de embutidos. Hace unos días estaba pensando en salchichas fritas, y en chocolate. Decidí que esa era mi oportunidad de ir por ambos, aunque no sabía si saldría muy bien la esa combinación. Estaba de acuerdo en que no era necesario que los combinara, pero no podía apartar la imagen del chocolate derritiéndose sobre unas salchichas fritas de mi mente. Pienso que tal vez, si por fin me doy el gusto de saborear el chocolate y las salchichas fritas al mismo tiempo, y compruebo que es una combinación horrible, podré desinteresarme en consumirla de nuevo.

Elegí las salchichas de la marca de mi preferencia y luego me dirigí hacia el pasillo de las confiterías. Caminaba tranquilamente por él cuando advertí, a través de los grandes ventanales del local, que un tipo vestido completamente de negro y gafas polarizadas se bajaba a toda velocidad de una camioneta negra y entraba de forma agresiva a la tienda. Él, en su paso tosco y concentrado, no pareció verme, pero yo sí que vi el arma que llevaba en la cinturilla de los pantalones, y por ello es que de inmediato el presentimiento de que algo malo se avecinaba me aceleró los latidos. En cuanto se perdió detrás de unas estanterías con golosinas, y suponiendo hacia dónde se dirigía, me puse a buscar a Theo con la mirada, pero no lo encontré.

Me sentí incapaz de moverme.

―¡Dame todo el maldito dinero de la caja o te vuelo la cabeza! ―oí.

El mundo se me vino abajo.

―Y-yo no puedo hacer... ―trataba de decir alguien evidentemente atemorizado.

―¡¿Acaso estás sordo?! ¡Que me des todo el p*to dinero! ―bramó con violencia una vez más.

―¡S-sí!

Escuché el sonido de la caja registradora siendo abierta bruscamente, pero luego, se produjo un ajetreo en la parte delantera de la tienda que parecía no tener que ver con el intento de asalto. Oí gruñidos, groserías proferidas por la misma voz que hace unos momentos exigía dinero y el ruido del vidrio quebrándose, de seguro provocado por la caída de algún escaparate. Por un segundo pensé que el cajero se había puesto a forcejear con el ladrón, pero en cuanto me armo de valor para avanzar y ser testigo de la escena, me doy cuenta de que me equivocaba.

El tipo estaba boca abajo, con los brazos extendidos de forma anómala tras su espalda, y sobre él, la persona que lo mantenía en aquella posición y que, al mismo tiempo, le apuntaba a la cabeza con un arma. El cajero estaba más atrás, presenciando la escena igual de horrorizado que yo, mientras marcaba algún número en el teléfono del mostrador.

En cuanto Theo desbloqueó el arma, me forcé a ahogar un gran grito.

Por instinto comencé a retroceder.

Un latido potente me avisa que mi cuerpo no estaba funcionando bien. Me sentí débil de un momento a otro, y todo a mi alrededor empezó a moverse sin que yo lo hiciera. Dejé caer el paquete que sostenía, y traté de apoyarme en uno de los fierros que sustentan las repisas, para no caer, pero era inútil. La vista se me llenó de un montón de moscas diminutas que revoloteaban de aquí para allá, y cuando por fin se me ennegreció por completo, supe lo que venía.




__________________________________

¡Perdón por la tardanza, otra vez!

¡Saludos!

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