Jackson

By ligtning5

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Segundo libro de la trilogía El Campamento En este libro te meterás en la vida de Jackson Lee Tremblay antes... More

Introducción
Capítulo 1: El Mal Día
Capítulo 2: La Pelea
Capítulo 3: La Cacería de Camellos
Capítulo 4: El Dibujo
Capítulo 5: El Pozo
Capítulo 6: Juntos, pero sin Amor
Capítulo 7: Volver a Casa
Capítulo 8: El Poema
Capítulo 9: El Hacha
Capítulo 10: La Lista de las Discotecas
Capítulo 11: El Callejón
Capítulo 12: Reputación
Capítulo 13: La Chica de Amadeus
Capítulo 14: El Asesinato de Robert Shelby
Capítulo 15: El Árbol
Capítulo 16: El Plan Secreto
Capítulo 17: El Tío
Capítulo 18: El Mundo
Capítulo 19: La Espada
Capítulo 20: Erikson
Capítulo 21: El Mensaje
Capítulo 22: El Seudónimo
Capítulo 23: El Fugitivo
Capítulo 24: El Video
Capítulo 25: Trato Nuevo
Capítulo 26: El Restaurante
Capítulo 27: El Bolso
Capítulo 28: Los Hermanos Lovren
Capítulo 29: Rodeados
Capítulo 30: El Chico de los Libros
Capítulo 31: El Nido de Serpientes
Capítulo 32: El Ángel
Capítulo 33: Lluvia de Dinero
Capítulo 34: La Muerte Joven
Capítulo 35: El Altar
Capítulo 37: Después de Erikson

Capítulo 36: La Junta Directiva

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By ligtning5

Al salir de la escuela iba caminando hacia mi casa cuando un auto se detuvo a mi lado. Lo miré de reojo y pude distinguir a un vehículo de la Sede Central. Me detuve al lado del auto y esperé a que alguien saliera de él. Un hombre se bajó del vehículo y me abrió la puerta trasera.

—Pueden decirle a Patrick que si quiere reunirse conmigo puede llamarme, tal vez le sea más rápido que secuestrarme—dije y di media vuelta para seguir mi camino.

—Es la Junta Directiva quien requiere su presencia—dijo el hombre que bajó del auto.

Me detuve en seco. La Junta Directiva jamás citaba a nadie. Nadie en la Sede Central ni en la Academia conocía a los de la Junta Directiva, sólo sabíamos que eran cinco y que eran ex directores. Natalie era la única que alguna vez los había visto y fue cuando la nombraron Directora. El resto de las veces que se ha comunicado con la Junta Directiva fue a través de llamadas privadas.

—Ya me expulsaron de la Academia ¿Qué más quieren de mí?—pregunté irritado.

Ahora estaba en un punto en que no tenía nada, me habían expulsado de la Academia por supuesta colaboración con el enemigo y ni siquiera podía continuar una carrera universitaria porque no tenía ni un centavo. Había estado tan ocupado últimamente que ni siquiera me había parado a pensar en mi futuro. Supongo que tendré que trabajar y estudiar a la vez.

A veces pienso que debería haberme dedicado a tocar el saxofón, me habría ahorrado muchos problemas.

El hombre no respondió, seguía con su mano sobre la puerta del auto. Decidí subirme al vehículo sin chistar. Esto no podía ser nada bueno. Me tranquilizaba diciéndome a mí mismo que ya no había nada que pudieran sacarme. Al llegar a la Sede Central, para mi alivio, Natalie me recibió en la entrada.

—¿Qué es todo esto?—le pregunté.

—No lo sé—respondió con aire de preocupación—Quieren verte en persona.

Esperaba comunicarme con ellos a través de videollamada o algo así, pero jamás en persona. Mis nervios aumentaban a cada segundo.

En lugar de subir al ascensor normal fuimos a otro ascensor que estaba en un lugar de la Sede Central muy apartado y para el cual se necesitaba acceso especial. El ascensor tenía sólo dos botones, uno para la planta baja y otro para el piso número veinte, el de la Junta Directiva. Éste era su ascensor privado, el resto de los ascensores de la Sede Central llegaban hasta el piso diecinueve. Jamás creí pisar este ascensor, creo que nadie se lo espera.

Al llegar a destino, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron dejando ver un pasillo de tono azulado, como la pista de motos en el subsuelo, sólo que aquí hacía frío y había un silencio sepulcral. Justo frente a las puertas del ascensor había otras dos puertas metálicas que se veían impenetrables. En cada punta del estrecho pasillo había una cámara y al lado de una de las puertas un identificador de ojo y uno de huella digital.

—Aguardemos aquí—dijo Natalie colocando su mano sobre mi espalda. Parecía tan nerviosa como yo.

Las cuatro cámaras giraron hacia nosotros y el marco de las puertas se iluminó de verde para dar comienzo a la apertura de las mismas.

—Hasta aquí llego yo, no puedo entrar—dijo ella cuando las puertas se abrieron por completo.

La miré con aire de preocupación y entré con paso seguro. Apenas pisé el suelo de la habitación, las puertas se cerraron.

Había mucha luz en esta habitación, un ventanal cubría toda la pared y tenía vista a la ciudad. A mi lado había una mesa llena de comida: pasteles, galletas, jugo, pie, té, café y varias cosas dulces que se veían realmente tentadoras. En medio de la habitación había un sofá redondo en el que fácilmente cabrían siete personas sentadas. Di la vuelta y miré hacia la pared que había detrás de mí. Estaba cubierta de fotos de muchas personas que debajo tenían una placa dorada con la inscripción de su nombre y el año, conté veinte en total. Las primeras fotos estaban en blanco y negro y deduje que mientras más abajo estaban, más recientes eran. Se trataba de una línea del tiempo con todos los integrantes de la Junta Directiva alrededor de los años. El primer cuadro era de 1940, el año de fundación de la Sede Central, eso nos lo habían enseñado en Historia de la Sede Central, materia que cursábamos en la Academia. Se dice que la Sede Central se fundó el 1 de enero de 1940 a causa de la Segunda Guerra Mundial, que fue cuando comenzaron a aparecer los espías. El primer miembro de la Junta Directiva fue Stephen McKenna, quien a su vez fundó la Academia. Luego se decidió agregar cuatro miembros más y, de ahí en adelante, cada Junta Directiva quedase conformada por cinco miembros que se iban reemplazando a medida que morían o que fuesen relegados de sus puestos. Finalmente, apoyada en la pared del lado derecho de la habitación había una fuente de agua sobre el suelo que en medio tenía a dos leones de mármol parados en dos patas y que lanzaban agua por sus bocas. Era el escudo de la Sede.

Más allá de toda esta elegante decoración, no había nada más en esta habitación, no se veía otra puerta que me llevase a otra habitación, no se escuchaba ningún sonido además del de los dos chorros de agua que escupían los leones de la fuente. Ojalá Natalie me hubiese dicho qué hacer para que los de la Junta Directiva supiesen que estoy aquí.

Me acerqué a la mesa y tomé unas galletas de limón. Me senté en el sofá a esperar mientras comía estas deliciosas galletas. Por alguna razón siempre me ha gustado la altura, a veces resultaba un poco escalofriante estar a tanta altura; pero la vista valía la pena. De repente, escuché un sonido proveniente de la fuente. Me tragué la última galleta y me acerqué a ella. Juraría que el sonido vino de aquí. Los leones dejaron de escupir agua. Extendí mi mano hacia los leones y estos comenzaron a girar lentamente hacia el otro lado de la pared, dejando una abertura que llevaba a otra habitación. Al pasar por aquel hueco, la pared volvió a girar dejando a la fuente del otro lado.

Esta habitación se parecía al pasillo por el que bajé del ascensor, azul y oscura. Detrás de mí tenía un montón de pantallas que mostraban distintos lugares de la Sede Central y la Academia. Resulta que los de la Junta Directiva estaban mucho más cerca de nosotros de lo que creíamos, vigilaban todo desde aquí. Frente a mí había una mesa con forma de medialuna en la que había cinco personas sentadas, tres hombres y dos mujeres.

—Señor Jackson Lee Tremblay—dijo la mujer del medio, logrando llamar mi atención—Acérquese.

Me paré justo en medio de la medialuna y los observé a cada uno leyendo las placas con sus nombres: Henry Gower, Arthur Donelly, Clarissa Turner, Nicolette Brennan y James Gilbert. Eran todos ex directores de la Academia, aunque sólo reconocía a uno y fue quien estuvo al mando antes de Natalie, Henry Gower, deberá rondar los cincuenta años, tal vez menos, parecía el más joven. Gower vestía un traje verde oscuro, usaba moño y tenía cara de loco. Lo conocía porque sé que es buen amigo de Natalie; pero jamás supe que era parte de la Junta. La mujer que estaba en el medio, Clarissa Turner, rondará los sesenta años y parecía ser la superior de todos ellos, vestía un traje color crudo y tenía el pelo atado en un moño. A los otros tres jamás los había visto.

Todos ellos me miraban con expresión seria, lo cual me hacía sentir increíblemente incómodo aquí en el medio.

—Para ser sinceros, usted es el primer alumno que pisa este suelo—empezó Turner—Me imagino que te debes estar haciendo muchas preguntas ahora mismo, pero seremos rápidos. No sé si sabías que Benedict Nielsen, o como la mayoría lo conoce, Ivar Erikson es narcotraficante un con el que hemos estado luchando por más de una década y jamás logramos alcanzar una sola pista de quién o qué era.

—Y tú, un simple estudiante, lograste hacer en meses lo que ni los más expertos pudieron hacer en años—dijo Henry Gower con emoción. Su voz era muy cantarina.

—Por eso mismo, queremos admitirte nuevamente en la Academia—dijo Turner—De todas formas, señor Lee, ha infringido algunas normas en el transcurso de este tiempo ¿Podrías leerlas, Nicolette?

La mujer levantó un papel y se colocó los lentes para comenzar a leer la lista:

—Hurto de una moto de la Sede Central con una identificación robada, ingresar sin permiso alguno a los calabozos, para los cuales se necesita un permiso firmado por la Junta, ingresar a una discoteca para mayores de edad con identificación falsa, robar documentos confidenciales del caso Erikson de la oficina del Director, hurto de armas de la Academia, hurto de tres motos de la Sede Central...—la mujer agitó el papel en sus manos al ver que la lista de mis crímenes era de unas dos hojas—Bueno, la lista sigue, el resto son quejas de terceros, más que nada de una tal Dorothy Hide—dio la vuelta al papel para mirar la lista que seguía. Brennan, que llevaba un vestido fucsia, me miró a regañadientes cuando ojeaba la lista.

Adivino que Dorothy, la secretaria de Natalie, habrá puesto algo como "El señor Lee se presentaba a diario en la oficina de la señora Directora sin cita, recalco, SIN CITA. Era soberbio y hacía comentarios que insultaban a mi persona." La habrá hecho lo más trágica posible con tal de verme de patitas en la calle.

—Como sabrás, todas estas cosas tienen su castigo y por lo que veo aquí podrías pasar bastante tiempo en los calabozos, tal vez hasta dos años si tienes suerte—dijo Turner—Sin embargo, hemos llegado a un acuerdo para que quedes libre de cargos en recompensa por el favor que nos hiciste—sonrió—A cambio tienes que aceptar volver a la Academia, terminarla y luego trabajar para nosotros en la Sede Central.

Arthur Donelly que estaba a su lado y parecía de su misma edad, me miraba despectivo.

—¡El chico violó las normas numerosas veces, nos robó!—espetó Donelly casi perdiendo los estribos. Incluso se había levantado de su silla señalándome con el dedo índice—Yo creo que debería pasar mínimo tres meses encerrado. Hazme caso, Turner, reconozco a un problema cuando lo veo.

La superiora Turner cruzó sus dedos y cerró los ojos. Donelly la miró con los labios fruncidos y volvió a su asiento.

—Es un menor, Donelly, no podemos mandarlo a prisión con los demás criminales, lo matarían por el simple hecho de ser espía—dijo Henry Gower.

—Yo creo que Donelly está en lo cierto de que el chico debería cumplir un castigo—terció Brennan, quien seguía leyendo la lista con el ceño fruncido.

—Gracias Brennan—dijo Donelly alzando los brazos.

—¡Pero si no hubiese violado las normas no tendríamos a Erikson encerrado!—exclamó Gower perdiendo la paciencia.

—Eso no justifica los hechos—dijo un hombre calvo y redondito, Gilbert. Era la primera vez que hablaba, su voz era muy pacífica—Sin embargo, el trato que haremos con el chico será que seguirá trabajando para nosotros cuando termine sus estudios a cambio de que lo liberemos de su condena. No creo que sea necesario seguir castigándolo, ya por mucho ha pasado.

Los cuatro comenzaron a pelear mientras que la superiora Turner mantenía la calma.

—¡Silencio!—espetó Turner golpeando la mesa—Lo que Gilbert dice es cierto, ya tenemos un trato con el chico. Pero como son dos contra dos, el chico cumplirá una tarea durante las vacaciones de verano como castigo. ¡Eso es todo! ¿Alguna objeción?—miró a sus compañeros.

Los otros cuatro parecieron calmarse. Gower y Gilbert tenían una sonrisa de satisfacción en sus rostros mientras que Donelly y Brennan no parecían muy satisfechos.

—¿Será una misión?—pregunté. No tenía sentido seguir mostrándome tímido luego de que hayan leído todos las normas que incumplí.

Todos voltearon hacia mí como si acabaran de acordarse de que yo estaba allí. Turner me miró con una sonrisa en su cara, como si le pareciera graciosa mi pregunta.

—Si surge una misión importante, es toda tuya. Y si no, harás algún trabajo aquí en la Sede—contestó tranquila.

El hecho de estar encerrado en una oficina o cualquiera sea el trabajo que me den en la Sede me aterrorizaba, prefería mil veces una misión. Por la cara de Donelly, creo que él esperaba que Turner me asignara un trabajo limpiando baños, o peor, allá abajo en la prisión.

—¿Aceptas el trato, chico?—preguntó Turner finalmente.

—Con una condición—dije. Donelly sonrió irónico y dijo algo entre dientes. Los demás me miraron expectantes—Quiero que me dejen hacerle una visita a Erikson.

Los cinco miembros se miraron entre sí y Turner terminó asintiendo con la cabeza.

—Tus deseos serán cumplidos—dijo ella. Los demás me miraban extrañados preguntándose por qué habría de pedir algo así—Pero no puedes hablar con él.

—No importa, sólo necesito verlo—respondí.

Luego de bajar del piso de la Junta Directiva, me quedé en la Academia a esperar a que llegaran mis amigos, pues las clases comenzaban dentro de media hora y no tenía sentido regresar a mi casa. Fui hacia la sala de entrenamiento y de allí a los vestidores, donde tenía mi casillero. Tenía que cambiarme el uniforme de la escuela, no podía entrenar con esto. Al salir ya cambiado con mi ropa de entrenar, me encontré a Becca entrando a la sala.

—¿Volviste?—preguntó emocionada.

Asentí con mi cabeza y ella me abrazó toda feliz. Era cuestionable que me abrazara, pero era lo único bueno que nos había pasado últimamente así que la dejé que fuera feliz. Ambos nos sentamos sobre las gradas que estaban a los costados mientras le contaba todo lo que había sucedido allá arriba. Ella escuchaba todo maravillada.

—¡Sabía que la jefa era una mujer!—me dijo chasqueando sus dedos.

—La evolución del feminismo—musité con una rodada de ojos y ella me golpeó el hombro graciosa—En fin, ella fue quien me salvó la vida prácticamente.

—Pero ahora nunca podrás irte de la Sede—dijo Becca mirándome triste.

—Bueno, nunca estuvo en mis planes irme de todas formas—me encogí de hombros.

—¿Crees que lo hayan dicho tan en serio?—preguntó Becca—Suponiendo que cambien los miembros de la Junta, quedarías libre de tu trato ¿no?

—Supongo—respondí—Veámosle el lado positivo, eran todos viejos ¿cuánto les quedará de vida? ¿Dos, tres años?—bromeé y ella comenzó a reír.

De pronto, Becca se quedó observando la puerta. Volteé y me encontré con Blanchard y su mirada de superioridad. Él siguió de largo y se fue al lado de Fatima, a quien ni siquiera había visto llegar. Volteé hacia Becca y la miré con las cejas levantadas.

—Ya pueden volver a usarlo de saco de boxeo, terminamos—dijo Becca blanqueando los ojos—Es un desgraciado.

—¡Sí!—repuse feliz—¿Fue culpa nuestra?

—En gran parte sí—respondió ladeando la cabeza.

—¿O fue porque le dijo mariquita a Lucas?—insinué.

Becca se ruborizó entera y sonrió.

—No digas nada—fue lo único que dijo.

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