Perfecta ImperFecciÓn

By allison_porras

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• ° Usa guantes por una razón que desconozco. Su sonrisa es hermosa, y aunque tiene un problema de lenguaje... More

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<•> Disculpas 3.0 <•>
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<•> Capítulo ochenta y uno <•>
<•> Disculpas ¿qué parte? Ah, sí. 4.0 <•>
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<•> Capítulo Noventa <•>
<•> Capítulo Noventa y Uno <•>

<•> Capítulo sesenta y uno <•>

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By allison_porras


 
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°

¡Feliz Navidad, corazones de melón!
🎉🎄🎁❤

Espero, que la hayan pasado súper, súper bien, que hayan compartido con todos sus seres queridos y que hayan cenado delicioso.🙆🎉🍗🍕

Sé que prometí un maratón, pero, son tres capítulos, donde espero que disfruten el último, así como yo disfruto dejarlos con la intriga... 😂💕

Muchos de ustedes me han preguntado quienes interpretan a nuestro bellos personajes y bueno, dije, aquí están.

Para Derek, el papucho Colton Haynes.😍❤ Es uno de mis actores favoritos y tenía que ser un personaje de mi historia sí o sí.

Y para el Uke perfecto. Hakken Ryou.😍 Ella es una cosplayer profesional, y es lo que más se acerca a los rasgos de Ivo. Ivo, tiene los ojos ligeramente rasgados, así que sólo hay que ponerle el cabello azabache. ❤🙆

¡No olviden que los llevo en mi corazón para siempre! ❤
Les agradezco mucho el apoyo inmenso que me dan cada día, cada mensaje... Ese, es el mejor regalo de navidad que puedo tener.🤗😢❤

°

°

—No —contestó rápidamente, pidiéndose de pie.

—¡¿Por qué?!

Me preocupé muchísimo por su respuesta, la verdad, pensé que aceptaría casi de inmediato, después de aquella conversación que habíamos tenido cuando lo atropelló Frieda.

—E-es que mi in-inglés es raro —se mostró muy angustiado—. Ya habl-hablar mal ale-lemán y más inglés.

—Pero sabes —asintió. Me levanté y lo acorralé contra la mesa—. Entonces, no puedes negarte —inevitablemente, el aroma de su perfume me hizo llevar la nariz hasta su cuello—. Ah, joder, me encantas...

Lo mordí con suavidad y después besé la pequeña marca que había dejado.

—Soy tu jefe y es una orden. No puedes negarte —repetí—. Por tu problema no te preocupes, Ivo. Estaré contigo, te ayudaré.

—P-pero... —decidí callarlo con un beso.

—Pero nada. Sólo hay dos inconvenientes. Romy también irá y no iremos a Miami, sino a Hawaii.

Ivo soltó una hermosa risilla ante el cambio de destino.

—¿Qué pasa?

—No hay dife-difeencia. Es caro.

—Diferencia.

—Eso. ¡Es caro! —hizo una pequeña rabieta como si fuera un niño.

—¿Caro? —dije, enarcando una de mis cejas—. ¿Eso que significa?

Volvió a reír, y lo acompañé. De nuevo, puse mis manos en su cintura y llegó mi momento de hacer los famosos ojitos de perrito.

—Por favor —le di un beso en la mejilla—, por favor —ahora, en el otro pómulo—, por favor... —y uno más en los labios—. Sé que te gustara, aunque te prometí que iríamos a Miami, podemos ir después del trabajo.

—No importante, im-importa. Perdón. Pero, ¿Hawaii? ¿Po'qué?

—El "famosísimo" señor Zuleta, está de vacaciones allá, dice que le es imposible trasladarse de Estado —bufé y negué por unos segundos—. Tonterías. ¡Dime que sí, precioso!

—Bu-bueno.

—¡Sí! —alcé mis brazos y luego lo envolví en ellos—. ¡Perfecto! ¡Te prometo que la pasaremos excelente!

<•>

Lo más complicado de irme a América, era tener que despedirme de mi hijo. Pasé con él toda la tarde y noche, para no tener que despertarlo, pero fue imposible, según dijo, quería darme el beso de despedida.

—Papi, cuídate mucho, ¿bueno?

—Bueno, mi amor. Pero, tú, debes hacerle caso a Nana, ¿okey? —así era como llamaba a Ilse.

—¡Sí! —me dio un gran beso en la mejilla—. ¡Veré los Pitufos y comeré muchas galletas!

—Por eso estás tan barrigón, mocoso.

El pequeño sorprendido, se levantó el suéter y manoteó su pancita varias veces.

—¡Barrigón y hermoso! —lo abracé con mucha más fuerza—. Te llamaré a cada rato, ¿vale? Te amo, pequeño.

—¡Yo a ti también!

—Ve a dormir, es demasiado temprano.

—¡Sí!

—Pero antes, dame mi último beso.

No me quería despegar de él, incluso Ilse tuvo que decirme que era tarde, porque bastaba un abrazo más para cancelar el negocio con Zuleta.

A eso de las cinco de la mañana, le envié un mensaje a Ivo, estaba esperándolo afuera de su casa. Me había dicho que podía ir él a la mía, pero me negué. Bajé un poco más el radio y como se estaba tardando, encendí un cigarrillo. Cuando salió, venía con una maleta y su maletín de todos los días, donde —a petición mía—, llevaba su computadora. Además, por las acciones de Piña, se notaba que no quería que Ivo se fuera.

—¡Ya! ¡Adentro, Piña! —sonreí al escuchar que las terapias de mi hermana, estaban dando frutos—. ¡Porfaaaas! Despert-despertar a ellas.

Mientras gozaba por verlo batallando para que el animal con nombre frutesco, dejara de ladrar. Al fin y al cabo, engañó a Piña y salió corriendo de la casa.

Abrí la puerta del auto y de inmediato, el frío me provocó un espantoso escalofrío, que me recorrió por toda la espalda. Aunque, no supe bien si era el frío, o el rico beso de buenos días, propinado por esos cálidos labios.

—Tendré que pasar por Romy.

—¿No ir al 'reopuerto?

—Aeropuerto.

—Eso.

—La muy chistosita me chantajeó. Debo recogerla en su casa, si no, llegaría muy, muuuy tarde.

Dicho esto, comencé a manejar rumbo a su ciudad, que quedaba a veinte minutos del aeropuerto de Berlín. Pasado este tiempo, llegamos a un centro departamental.

—¡No me dejen!

Romy, dramática como ella sola, venía hacia nosotros corriendo con las maletas. No se había arreglado para nada, pues su cabello estaba hecho un desastre y ni siquiera se había maquillado.

—Debería dejarla —dirigí mi mirada a Ivo, quien estaba muriendo de risa—. Pero en Hawaii, como sacrificio para los dioses, tirándola a un volcán.

Ella entró, poniendo excusas por la espera y después, cambiando de tema, me dijo:

—¿Tienes un espejo? —tutearme como si fuera mi mejor amiga, era algo que solamente hacía fuera de la empresa.

—¿Me viste cara de salón de belleza?

—No, pero deberías ir a uno. Tienes patas de gallo —con toda la confianza, se acomodó de tal manera, que desde atrás podía poner sus manos en el rabillo de mis ojos—, te estás arrugando. Eso es el estrés, y falta de sexo.

—¡Déjame! —le di un pequeño golpe a sus manos inquietas y encendí el auto.

—Ivo, ayúdale —él lo único que hacía era reír—. Es tu deber que tu novio quite su estrés en un buen polvo.

—Creo que cuando vuelva, cambiaré de secretaria.

<•>

El cambio de horario, resultaba fatal. Mucho más cuando Hawaii, estaba en pleno ambiente veraniego. En Alemania, el invierno dura hasta marzo. Así que, en lugar de beneficiar, nos estaba pasando la factura. O por lo menos a Romy y a mí, porque el pelinegro estaba encantado de conocer aquella isla.

Parecía un niño, pues con una hermosa sonrisa, miraba por la ventana con la nariz pegada al vidrio. Hasta que, su rostro cambió a uno extrañado.

—¿Po'qué invitó a mí? —volvió a sentarse recto y pasó su mano por su cabello para acomodarlo.

—Porque quise —me encogí de hombros, regalándole una mirada de lo más coqueta—. Soy tu jefe y debes obedecer. Te dije que te exigía venir conmigo, no me cuestiones.

La carcajada de mi secretaria, me hizo rodar los ojos. Nunca estaba atenta para su trabajo, pero todo lo concerniente a nosotros dos, era toda oídos.

Las indicaciones de Matt, nos hicieron colocarnos de vuelta el cinturón de seguridad, faltarían pocos minutos para el aterrizaje.

—Derek —la miré y ella tenía la vista en el iPad, el cual, le pedí que utilizará para mejor comodidad—, la muchachita Katy sí me contestó.

Katy tendría una semanas libres en la Universidad, así que cuando le dije que iría a Hawaii, tomó un vuelo de inmediato ahí. Pues ella tenía las llaves de mi casa que estaba ubicada en Maui, y que por fortuna, estaba cerca del hotel donde estaba hospedado Zuleta.

—Bien, dile que ya casi llegamos.

La mano de Ivo, se aferró a la mía. Fue un acto tan repentino que me asusté un poco, pero el calor me daba su guante, me gustaba muchísimo; así que correspondí, llevándola hasta mi boca para dejar un beso en sus dedos. Él sonrió, y yo también. Cuando habíamos ido a Múnich, me di cuenta que no le gustaban los aterrizajes. Aunque seguía comportándose como un niño, estaba emocionado.

—Bien. Al menos no nos caímos al mar —bromeó el piloto a través del portavoz, una vez las ruedas chillaron contra el asfalto de la pista de aterrizaje—. Tuve miedo.

—¡Cállate! ¿En qué momento te contraté? Le metes miedo a la gente, joder.

—¡Es difeente! —dijo Ivo. Su expresión me hacía olvidar que tenía un patético empleado al cual le encargaba mi vida.

—Diferente.

—Eso.

—¿Te gusta? —asintió emocionado.

—No hay frío co-como allá —otra frase que la decía correctamente.

—Tal vez por eso Zuleta escogió este lugar —comenté.

—De hecho, Zuleta está esperando en el hotel —dijo la chica.

—¿Tendré que ir al hotel? —exclamé quitándome el cinturón.

—¿Cómo? Es obvio que debemos ir —respondió ella—. Estaremos aquí una semana y obviamente debemos dormir, duh...

—¿Y tú crees que me quedaré en un hotel? —enarqué mis ceja—. Por Dios, Romy, ¿con quién crees que hablas? Derek Kellerman no dormirá en un hotel.

Tal vez, a juzgar por la expresión de los dos, querían matarme por ser tan presumido.

—Estos hoteles son los mejores.

—No me importa. No voy a discutir contigo, mujer. Por eso le dije a Katy que viniera por nosotros.

—Oye Ivo —practicamente me estaba ignorando—, ¿no te dan ganas de que ponga todo a tu nombre y luego matarlo? Podemos huir con todos sus millones.

—¡Ja, ja, que graciosa! —dije sarcástico.

—¡Dejen de pelear por cuánto dinero tiene el cabeza de chorlito y bajen de una vez! —volvió a hablar Matt.

No dije nada, pues tenía razón. Así podíamos ir a saludar a Zuleta y dirigirnos a descansar, pero, primero debía llamar a casa y ver cómo estaba mi pequeño.

La puerta se abrió y de inmediato visualicé a una Katy muy sonriente, tanto, que se lanzó a darme un efusivo abrazo, el cual, correspondí. Tenía mucho tiempo de no verla.

—Me gusta tu cabello —había eliminado su color rubio y lo cambió por uno castaño.

—¡Gracias! —respondió—. A mí, tu nada, sigues igual.

—Gracias —respondí, haciendo una sonrisa exagerada.

Luego de presentarla con Ivo, se llevaron bien luego luego. No por nada era la hija de Ilse y Sylvio, que eran buenísimas personas.

Sólo que aún seguía pensando en la pérdida de tiempo que era ir a saludar a Zuleta, ¿qué el socio no podía esperar al día siguiente? Estaba preocupado, porque conocía muy bien los gustos de aquel viejo.

<•>

Llegamos al hotel y Maicol Zuleta estaba en la entrada del mismo, con la típica pinta gringa que se componía de sandalias y pantalones cortos con dibujos de hojas de palmeras. Saludó sonriente, intentado decir «bienvenidos» en alemán. Fue divertido escucharlo.

—¿Un completo asco?

—Nah —respondí a su fuerte apretón de manos—, para nada —continué en inglés.

—Espero que el viaje haya sido agradable.

—Lo fue. Espero que la esté pasando bien aquí.

—¡Lo estoy pasando de maravilla! —exclamó entusiasmado—, que te digo, hay unas chicas que andan en bikini todo el tiempo y uuf, para morirse.

Lo único que hice fue soltar una carcajada. Sí ya bien que lo conocía al imbécil. Aunque, comencé arrepentirme por haber traído a Ivo, porque, su vista, pasó de mis ojos; a comerse a mi pelinegro con el pensamiento.

—¿Y él? No lo conocía.

—Ah, él...

Sip. Me dejó hablando sólo, porque rápidamente se dirigió a él a saludarlo, tomando la confianza de cogerlo de la mano y acariciarla ¡como si tuviera el maldito derecho!

Ivo me miró confundido. No sabía que hacer, el hombre le estaba hablando como si nada, esperando respuesta de él. Me pidió ayuda con la mirada, por ambas cosas; estaba incómodo y no sabía cómo decirle a Zuleta, que no podía hablar bien.

—Eh... Él tiene problemas para comunicarse, es difícil que hable.

—¡Oh, un chico difícil! ¡Me gustan más así!

"¡¿Me gustan qué?! Ah, alguien va irse a la cama y no despertará ¡nunca!"

—Vamos al lobby un momento, una bebida caerá estupenda. ¡Tengo un whisky, que te morirás cuando lo pruebes, Derek!

"No. El que se va a morir es otro".

—¡Claro! —contesté.

—Y tú vienes conmigo, muchacho hermoso.

Todavía tuvo la arrogancia de llamarlo así y para peores, en mi idioma natal. Las ganas de vomitar volvieron a aparecer en mi sistema, y dudé que fuera por el cambio de horario.

—Abstente de sacarle las tripas, ¿vale? —me dijo Romy al oído.

—¿Cuánto tiempo me iría a la cárcel? —cuestioné al ver cómo lo abrazaba por los hombros y se iban unos pasos más adelante de nosotros.

—Quizás más de quince años.

—Aún estoy joven.

—No hagas el ridículo —me dio unas palmaditas en la espalda—. Este negocio nos caerá de maravilla.

—Créeme que lo que menos me importa ahora, es ese maldito negocio.

<•>

Me encargué de cerrar la puerta bien. Acto seguido, tomé del cuello a mi pelinegro y juntar sus labios con los míos con tremenda necesidad. El sólo hecho de pensar en el comportamiento descarado de Zuleta, me hacía querer arrancarle la ropa de una buena vez, y él estaba cooperando.

—Da-Daddy, ey... —susurró una vez comencé a atacar su cuello con suaves, pero tortuosos besos.

—¿Qué pasa?

—Es que...

—Sshh, déjame disfrutarte, ¿sí?

En primera instancia, se dejó llevar. Puse mis manos en su cadera, mientras mi lengua se volvía cada vez más ansiosa por querer estar dentro de su cálida boca. Lo guíe hasta la cama y volví a repartir besos por su cuello, hasta llegar a sus orejas. Eran su punto débil, pues con sólo mi respiración, podía jadear extasiado.

Hasta que, hice algo que nunca se me había ocurrido hacer. Levanté su ropa hasta tener su abdomen completamente descubierto. Él, en un principio por los besos y caricias a su rostro, no lo notó; pero después... Después se apresuró a volver a cubrir su cuerpo, asustado.

—Ivo, ¿por qué tienes estas marcas tan extrañas?

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