Perfecta ImperFecciÓn

By allison_porras

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• ° Usa guantes por una razón que desconozco. Su sonrisa es hermosa, y aunque tiene un problema de lenguaje... More

<•> Capítulo uno <•>
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<•> Disculpas <•>
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<•> Capítulo setenta y cuatro <•>
<•> Disculpas 2.0 <•>
<•> Capítulo setenta y cinco <•>
<•> Capítulo setenta y seis <•>
<•> Capítulo setenta y siete <•>
<•> Capítulo setenta y ocho <•>
<•> Capítulo setenta y nueve <•>
<•> Disculpas 3.0 <•>
<•> Capítulo ochenta <•>
<•> Capítulo ochenta y uno <•>
<•> Disculpas ¿qué parte? Ah, sí. 4.0 <•>
<•> Capítulo ochenta y dos <•>
<•> Capítulo ochenta y tres <•>
<•> Capítulo ochenta y cuatro <•>
<•> Capítulo ochenta y cinco <•>
<•> Capítulo ochenta y seis <•>
<•> Capítulo ochenta y siete <•>
<•> Capítulo ochenta y ocho <•>
<•> Capítulo ochenta y nueve <•>
<•> Capítulo Noventa <•>
<•> Capítulo Noventa y Uno <•>

<•> Capítulo treinta y tres <•>

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By allison_porras

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Este capítulito va dedicado a:

💕 alejandraFREZZ

💕 Alejandra180117

💕 AkibelValencia

💕 unangelcaidomas21

💕 Lay-lala

💕 taehyung_dioso

💕 akikiilu

💕 Marco382

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—Tiene que ser una mentira del tío —dijo James—. ¿Tú le creíste?

—¿Y qué más puedo hacer? Ella ya está en Berlín y creo que es posible que esté buscando la manera para regresar y tratar de arreglar lo que dejó patas arriba.

—Tú... ¿qué harás? Ya sabes, por el bien de Vin.

Entonces, se escuchó la puerta de seguridad moverse. Nos volteamos al instante y suspiré. Ivo estaba ahí, y lo más seguro era que había escuchado todo.

—¡Ah, cariño! —saludó Sophie—. ¿Qué haces acá arriba?

—Yo na-nada, yo voy a-abajo.

—Ni se te ocurra irte -dije enojado.

—No, p-pero...

—Ya te dije. Ustedes dos —me dirigí a mis primos—, largo.

—Uy, ya volvió el jefe —comentó la castaña con desagrado—. Vámonos, James.

Ambos se marcharon en silencio, pero luego, los escuché susurrar algo incomprendible para mí.

—Ven para acá, Ivo —ordené.

—Se-señor, pe-perdón yo no...

—Ven para acá.

—Lo sent- si-siento, no era, no quería eschu-cuchar.

—Pues que bueno que lo sientas. Es de muy mala educación escuchar cosas que no te interesan.

Sí, estaba enojado por eso. No quería que él se diera cuenta que en cualquier momento esa mujer se podría aparecer por mi casa y dañar lo que sea que tuviera con el pelinegro. No quería hablarle así, pero tampoco quería que él lo supiera.

Vi de reojo cómo bajó la mirada y comenzó con la manía en sus dedos. Hacía tiempo que no lo veía hacerlo. Me acomodé para observarlo mejor, poniéndolo nervioso.

—Lo sien-ento...

—Ya. Ya escuchaste, ya qué. ¿Por qué subiste? Que yo sepa, aquí no hay ninguna computadora o archiveros necesarios para tu trabajo.

—Ya, yo lo sento.

—Siento -dije, corrigiéndolo—. Anda, dame una buena excusa, por favor. Dame una razón por la cual deba de bajar mi tono de hijo de puta con el cual me estoy comportando ahora.

Una fuerte ventisca se vino en ese momento, él se abrazó a sí mismo, acariciándose los brazos y trataba de mantener su sedoso cabello en su lugar. Miré hacia el cielo y ya todo estaba oscuro, sabía que el otoño se había atrasado unas semanas.

—Lo si-

—Discúlpate otra vez, Lane y me voy a enojar más de lo que estoy.

Y en efecto me estaba comportando con un verdadero hijo de puta. Él no tenía la culpa que mi día haya sido una mierda en toda la extensión de la palabra, pero él tampoco debía escuchar algo que yo quería ocultar y dejar pasar.

Me acaricié el puente de la nariz y suspiré.

—Bien, ya qué —repetí—. Dime qué rayos fue lo que escuchaste.

—Na-nada.

—Ah, joder. No me vengas con esa palabrita, por favor. ¿Escuchaste que Frieda va a volver, no es así? —él no dijo nada—. ¡Contéstame, maldita sea! —exigí, haciendo que saltara un poco por el susto y asintió de inmediato—. En fin, no quería decirtelo pero que más da. Sí, contactó a mis padres, quiere que mejoremos nuestra relación —lo escuché suspirar profundamente—. Mi padre siempre ha tratado de que volvamos a estar juntos porque le molesta a morir el qué dirán. Ha queri...

—Ya —interrumpió, caminado hacia la puerta—. Usté no de-debe esplicaciones a mí —aprecié como se limpiaba los ojos. Mierda, le estaba haciendo mucho daño y aún así no quise detener mis palabras venenosas—, ni yo escu-cuchar lo que no importa a mí.

—Ivo...

Acto seguido, salió de ahí rápidamente, azotando la puerta de seguridad.

<•>

No nos dirijimos la palabra por una semana entera. Si él tenía algunas dudas, le preguntaba a Tamara, pues evitaba tener contacto conmigo a toda costa. Incluso cuando nuestras miradas se encontraban, él apartada la vista rápidamente. ¡Y cómo me pesaba el orgullo, carajo! Si él no quería hablarme, tampoco lo iba a hacer yo.

Me consideraba la persona más orgullosa que podía haber en todo el puto mundo. Y era algo que siempre me había afectado. Ya no podía cambiar nada con treinta y tres vueltas al sol. Ya era parte de mi personalidad y ahí se quedaría para siempre.

Era sábado. Un oscuro y espantoso sábado. El clima se ponía cada vez más frío, y las nubes anunciaban una próxima lluvia. Y lo peor era que mi sobrina quería salir de paseo el día siguiente, y yo también quería, porque así, podría llevar a mi hijo también.

Sólo esperaba que el ambiente mejorara, porque el día gris, me recordaba que había sido un imbécil con Ivo.

Decidí continuar con mi trabajo, pero ocupaba unos documentos de registro. Ya habíamos hecho un comercial para esa empresa, pero había que corroborar.

—¿Está en los archiveros, cierto? —le pregunté a Romy, dejando unos papeles en su mesa.

—Sí, señor.

Ahí, un gran relámpago iluminó todo el lugar, para después retumbar en los vidrios el estruendoso ruido del trueno; el rayo había impactando en algún lugar cerca del edificio.

—Escúchenme todos —solicité, deteniéndolos de sus asuntos—. Recuerden que hay una reserva eléctrica en el edificio por emergencia, pero se confien, archiven todo lo que puedan de una vez. No quiero reclamos por documentos perdidos —ellos asintieron y me dirigí de nuevo a Romy—. Avísales a todos abajo, aunque ya deben de saber —también asintió—. Bien, iré a buscar los archivos.

—Ah, señor...

—¿Qué pasa? —me volteé y ella se torció los labios—. Dime, joder.

—Es que Ivo —señaló el pasillo que llevaba a los archiveros—, bueno, él está ahí.

Pasé saliva con dificultad, pero no dejé que ella observara mi cambio facial. Era obvio, ya todos en el piso se habían percatado de nuestro alejamiento de un día para otro.

—¿Y? —pregunté, de manera muy arrogante—. ¿Hay algún problema? Es mi empresa...

—Es que cómo ustedes dos se pelea... —se detuvo al instante y levanté una ceja. Me crucé de brazos y esperé a que continuara—. ¡No, ninguno, señor! ¡Discúlpeme! Tiene usted toda la razón: Es su empresa y usted hace lo que se le dé la gana —asentí, estaba en lo correcto—. Creo que es mejor que me quede callada.

—Por favor —dije, rodando los ojos—. Y deja de juntarte con mi prima. Ser chismosa es malo, Romy.

Giré para dirigirme a los archiveros y alcancé a escucharla cuando susurró:

—En realidad no fue Sophie, fue Ivo.

—¿Qué?

—¡Nada! —respondió, sentádose en su lugar—. Adelante señor; usted necesita esos documentos lo antes posible, no puede atrasarse.

—Ah, ahí sí te conviene, ¿cierto? —ella sonrió, fingiendo inocencia—. Chismosa.

<•>

Abrí la puerta del almacén y me llevé la gran sorpresa de ver a Ivo en una esquina, abrazando sus rodillas y ocultando su rostro entre sus brazos.

—Ey, estás en hora de trabajo. Apúrate y termina lo que estabas haciendo.

Sí, vamos, que mi comportamiento desgraciado y maldito no se iba. Recordar que se había enojado cuando no tenía motivos, me ponía nervioso.

No me contestó.

—Ivo...

Entonces, otro trueno me hizo arrugar el rostro. Y ahí me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Al momento del impacto, el pelinegro trató de hacerse más pequeño, mientras sollozaba.

—Ey, Ivo...

Y otro más, pero este, provocó un apagón.

Seguía sin responder. Así que olvidando por completo el enojo de la semana anterior, me acerqué a él y me agaché. En el momento que puse mi mano sobre su cabeza, se exaltó de golpe, levantando la mirada. Sendas lágrimas resbalaban por todo su rostro.

—¿Qué te pasa? —pregunté tomándolo del mentón—. ¿Por qué lloras?

Dos truenos más y de manera seguida, hicieron que él se me tirara a abrazarme con fuerza. Lo apreté contra mi cuerpo, mientras le besaba su rostro salado por las lásgrimas.

—¿Te dan miedo?

Pregunté y otro rayo inició una lluvia torrencial. Asintió con desesperación. Era menor que yo por tan sólo tres años, pero aún así no me parecía raro que tuviera brontofobia. De hecho, se me hizo lindo, pues dejaba ver lo tierno que era incluso en su etapa adulta.

Me acomodé hasta recostarme en la pared, y acaricé su cabeza, mientras veía como las gotas resbalaban por las ventanas, siendo iluminados tan sólo por el brillo de los relámpagos.

Entonces, para calmarlo, le susurré al oído:

—Tranquilo. Yo estoy aquí contigo, precioso.

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