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No sabía si emocionarme o asustarme. Sus palabras me indicaban que eran mejor no ponerlo celoso, pero... Ya lo había hecho en dos ocasiones y aún sin razón alguna.
—Eh... —aparté mi rostro evidentemente avergonzado.
—¿Te quedó claro? —me obligó a mirarlo de nuevo.
Vale, se podía decir que su lado posesivo me estaba gustando bastante; pues era el primero que verdaderamente me celaba.
—S-sí —respondí en un susurro.
—¿Sí qué? —me presionó las mejillas hasta estirarme los labios. Pero, me dolió bastante.
—Sí, se-señor.
Se dedicó a besarme de nuevo. Ah, lo que hubiera dado por haber podido enrollar mis piernas en su cintura; pero de inmediato, el dolor se extendió con rápidez por todo mi cuerpo.
Hizo el intento de acomodarme mejor. Sin embargo, me quejé cuando se recostó en mi brazo.
—¡Aah! Due-ele...
—¡Mierda, lo olvidé. Lo siento!
Opté por sonreír. Eso era un perfecto ejemplo de como las cosas cambiaban en cuestión de segundos, pues había dejado de comportarse autoritario, para comenzar a reír como una foca.
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—¡A ver, despiértense los dos! ¡Ya han dormido mucho! —entró mi madre gritando a mi habitación. Nos habíamos quedado dormidos sin darnos cuenta. Con la ayuda del castaño, me incorporé hasta sentarme—. La cena ya está lista —me sorprendió cuánto tiempo habíamos descansado—, ya después tendrán tiempo para follar.
Agarré una de mis almohadas y se la tiré inútilmente, cayó a mitad de camino, pues mi mano derecha no era la dominante.
—¡Me parece perfecto! —dijo él, refregándose el ojo izquierdo—. ¿Cuándo será? Estoy realmente interesado en esa propuesta —se balanceó hasta mí, para depositar un beso encima del espadrapo—. Aunque tú tendras que enseñarme cómo hacerlo.
¿Yo? ¿Qué no se daba cuenta que era más virgen que el aceite de oliva?
Como respuesta, le di un pequeño golpe en su hombro y sonrió. Más vergüenza me daba si decía esas cosas al frente de mi madre.
—Bueno, en fin. Te vas a quedar a cenar, corazón; no me vas a rechazar —oh, me hacía mucha ilusión que fuera ahora él quien cenara en mi casa. Lo miré y sonreí, esperando a que diera una respuesta.
—No pensaba hacerlo.
—¡Bien! Los esperamos afuera —esto me indicó que era un verdadero milagro que Schmetterling no entrara corriendo a mi habitación como todos los días.
Mi madre se dio media vuelta, cerrando la puerta detrás suyo.
—Creo que hacía mucho que no tenía una siesta un día lunes —bostezó. ¡Ay, se veía tan lindo!—. ¡Estaba tan cómodo! —estiró sus brazos.
Yo también lo estaba, porque se dormió abrazándome cual koala recién nacido y aprisionaba su agarre cada vez que soltaba un leve ronquido.
—Ven —me dijo poniéndose de pie—, te ayudo —me extendió su mano y la recibí.
Afuera, mi madre ya estaba poniendo la mesa y Schme corrió a abrazarme. Me abstuve de soltar una grosería, porque me había lastimado la cadera más de lo que estaba.
—¡Me alegra que no estés muerto, Ivooo! —exclamó, pegándose a mi pecho. Vaya consuelo por parte de mi hermanita. Sonreí y acaricié su cabello—. No entré a tu habitación porque tu daddy estaba aquí —el castaño sólo aclaró su gargante, incómodo—. Y mami me dijo que no los molestara.
—¿Huh? —añadió Derek.
—Eso me dijo Dietlinde —se dirigió a él—, que tú eres daddy —lo miré confundido— y que Ivo es tu baby —en realidad, no sabía a que se refería con eso. Lo miré, enarcando las cejas, esperando a que me diera una explicación.
—¡A mí ni me veas! ¡Yo no sé de qué rayos habla Dietlinde! —levantó los brazos, eliminando toda culpa en este asunto.
—¿Sí?
—Te lo juro. Está igual de loca que su tío.
—Ah —me reí—, ¿qué eso...? —me miró curioso—. ¿Qué, qué es? —pregunté cuando Schme se fue.
—¿De veras no sabes? —negué y él besó mi frente—. Vale, no te lo diré, algún día te lo mostraré.
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—¿Sabes? Como escapé de mis responsabilidades hoy... —ocultó su rostro en mi hombro y acarició mi nuca—, quizás se me sea difícil venir a verte.
Ahora, estábamos en la puerta, despidiéndonos, ya era tarde y obviamente él debía ir a atender a su hijo.
—No impota.
—Importa.
—Eso.
—Yo te llamaré temprano, ¿de acuerdo? Estarás solo, así que dime si necesitas algo y vendré enseguida —asentí con la cabeza a la vez que me ponía rojo—. Toma tus pastillas antes de dormir, ¿sí?
Vaya complejo de padre sobreprotector.
—Oye Derek... —ambos volteamos a ver a mi hermana—. ¿Tú dejarías venir a Dietlinde aquí mañana?
—¿Ta-tareas? —pregunté.
—Una chiquita —me respondió, haciendo un espacio diminuto entre sus dedos—. Pero la hacemos rápido y luego, vemos una peli... ¿Sí? Además, tú vas a estar en casa, nos puedes ayudar.
—Por mí no hay problema —contestó el castaño—. Le diré a Sylvio que las recoja y las traiga, porque supongo que Margot estará trabando, ¿no es así? —Schme asintió y se fue corriendo a tomar el teléfono, supuse que hablaría con ella—. Ivo —me miró con seriedad—, si esa mocosa llega a decir algo fuera de lugar, jálale las orejas por favor, tienes mi total permiso —se acarició el puente de la nariz mientras negaba—. Es tan indiscreta como la loca de mi prima... —rodó los ojos.
—Bu-bueno—dije, aunque era obvio que no lo haría.
—Tengo una pregunta —lo miré con curiosidad—. ¿En esta familia es costumbre que pongan ojitos de perrito para convencer a los demás? Porque Schmetterling sí que aprendió del mejor —me elogió, tocando la punta de mi nariz—. Vale, de lo que estoy seguro es que tú logras convencerme rápido. Eso será perfecto para ti.
—¿Po' qué?
—¿Por qué? Porque no voy a poder resistirme a nada con tus lindos ojos azules. Es obvio que voy a cumplir todo lo que me pidas —sonreí como verdadero tonto—. Ya te dije, iremos a Miami cuando me lo pidas.
—¡Mu-uchooo din... —puso su dedo sobre mis labios para evitar que continuara la frase.
—¡Qué no es nada, hombre! ¿Crees que cuando me muera me llevaré todo el dinero que tengo? Vine al mundo sin nada y así me iré —en eso sí que tenía razón—. Ahora... Parece que tengo más motivos para venir mañana.
—¿Eh? Pero ust-
—¿Qué más da? Soy el jefe —se encogió los hombros despreocupado. Romy se volvería loca con todo lo que tendría que arreglar—. Haré todo antes, para venir por mi sobrina y también poder verte. Además, quizás te traiga un poco de chocolate.
—¡Sí! —había olvidado que me estaba oponiendo.
—¿Está bien. ¿Qué prefieres? ¿Chocolate blanco, puro, con maní, de leche...? —podía jurar que faltaban segundos para que me pusiera a babear—. Mejor normal, la leche te la puedo dar yo.
Mis mejillas adquirieron rápidamente un calor tremendo ante sus palabras y su mirada de completo pervertido. Bajé la cabeza, avergonzado al extremo.
—¡Dásela en la boca, que se muere por eso! —gritó mi madre desde la cocina y Derek se carcajeó al instante.
—¡Yaaaaaaaa! —grité yo, en un intento inútil de que ambos pararan con ese tipo de comentarios.
Negué, mi madre siempre se comportaría así.
Sin embargo, cuando levanté la vista, me tomó por sorpresa, besándome con verdadera necesitad. Me había sujetado de la nuca para hacer el contacto más profundo y yo, con mucho esfuerzo y aunque me doliera todo el cuerpo, me puse de puntillas, para poder estar cerca de su altura y evitando no poder responder a mi acción, colocó su brazo en mi espalda, acercándome más hacia él.
Llegué a odiar en cantidades enormes la necesidad que nos estaba provocando el oxígeno. Siempre nos obligaba a separarnos aunque ninguno de los dos lo quisiera.
Me besó los labios por última vez, para luego regalarme un lindo beso de esquimal.
Me sentía orgulloso de mí mismo, por provocarle que tratara de regular su respiración, evidentemente alterada y por demás, estabilizar su mirada ebria y perdida.
—Creo que encontré un nuevo vicio. De ahora en adelante, necesitaré dosis diarias de tus besos.
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