Ardor (COMPLETA)

By karlee_dawa

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GANADORA WATTYS 2019 Año 56.694 Nuestro planeta ha cambiado y a las personas que han sobrevivido no les ha qu... More

Nota previa
Dedicatoria
Prefacio
Parte I
I. Sin retorno
II. Sin aire
III. Myah
IV. Incógnitas y rarezas
VI. Nuevas experiencias
VII. Oscuridad
VIII. El botón prohibido
IX. Sueños reveladores
X. La rebelión
XI. Puzle sin piezas
XII. La salida secreta
XIII. La cueva
XIV. El espectáculo lumínico
XV. Problemas, siempre problemas
XVI. El diario
XVII. Descontrol
XVIII. Peligro
XIX. La peor decisión
XX. Lo siento
Parte II.
XXI. La cura
XXII. El entrenamiento
XXIII. Secretos y confesiones
XXIV. Lejos de aquí
XXV. El anuncio
XXVI. El objetivo
XXVII. Intenciones ocultas
XXVIII. La aventura
XXIX. Traiciones
XXX. Prisma
XXXI. La gobernadora
XXXII. El regreso
XXXIII. Discusiones y tensiones
XXXIV. Misiones suicidas
XXXV. Malas decisiones
XXXVI. Infiltrada
XXXVII. Almas
XXXVIII. Dualidad
XXXIX. Padre
XL. Punto y final
Epílogo
¡Gracias!

V. Greenforce

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By karlee_dawa

En la enorme ciudad de Braern, concretamente en el edificio más alto e imponente del lugar, se asomaba por la gran ventana acristalada el líder del gobierno Greenforce. Mientras observaba con sus lentillas de contacto, previstas de un zoom especial, a los peatones que caminaban por la calle, su mano derecha se acercó a su lado con una sensación de inseguridad y miedo en el cuerpo, aunque tratara de ocultarlo en su rostro bajo una expresión seria.

Elya conocía perfectamente a su líder, amaba tenerlo todo bajo control. Pero hacía unos días había sucedido algo con lo que no contaban y había dejado al consejo completamente en shock.

Habían intentado solucionarlo por su cuenta pero no les había dado buen resultado, con lo cual ahora le tocaba cargar con el mea culpa y presentarse en la oficina de su jefe, consciente de la gran regañina que se iba a llevar, eso si era benevolente y no optaba por castigarla, como hizo con su madre.

Sin saber muy bien cómo empezar, sus dedos comenzaron a juguetear con las mangas de su nívea bata y no pudo evitar llevarse la lengua a sus labios, humedeciéndolos con delicadeza. Le resultaba una situación muy incómoda, no se la deseaba a nadie.

Justo cuando iba a suspirar profundamente para armarse de valor y hablar, su líder se giró, mirándola fijamente con extrañeza, sin entender nada, no era propio de ella llegar sin avisar y mucho menos quedarse a su lado inmóvil, como si fuera una estatua.

—¿Qué sucede? Odio los silencios sepulcrales, detrás de ellos siempre viene alguna noticia negativa.

—Verás...es que...

El líder de Greenforce se masajeó las sienes con fuerza, apretando los pliegues de su frente con tanta intensidad que por unos segundos le quedó la marca de sus dedos. Odiaba los titubeos, odiaba la debilidad de las personas, y más aún, odiaba que su mano derecha sintiera inseguridad, sobre todo porque se trataba de su hija. Aunque eso no importaba cuando pisaban la zona de trabajo, ahí solo era Elya Hakwdon, una mujer especializada en el ámbito de la bioquímica. La única a la que permitía asistir a las reuniones del Consejo.

—Al grano, Elya, por favor.

—Hace cinco días, recibimos una señal eléctrica intensa por el aparato rastreador. Al parecer el portal situado en la zona oeste de Braern se desplazó tres kilómetros a la derecha. Cuando llegamos hasta allí, ya no había ningún rastro del portal, el rastreador no identificaba ninguna señal y se había apagado, pero... un grupo de investigadores barrieron la zona y...

—¿Y? —la apuró su líder.

—No había ningún cuerpo, lo hemos perdido. Parece que ha... —respondió retrocediendo unos pasos al ver como su padre comenzaba a ponerse rojo—, desaparecido.

—¡¿Qué?! —bramó él, dando un golpe en la mesa que tenía al lado, haciendo vibrar los cuadros y papeles que tenía a su alrededor.

—Yo...yo lo-lo siento.

El suspiro que salió por su nariz hizo temblar a la joven, tenía adquirida la suficiente experiencia como para comprender que su líder, su padre, estaba perdiendo los estribos y eso siempre terminaba con un severo castigo, ella misma lo había tenido que presenciar delante de sus narices cuando era pequeña.

—Elya, cariño —dijo de manera pausada, alargando las palabras con un tono nada cariñoso, mientras la analizaba con una mirada glacial—. ¿Recuerdas lo que le pasó a tu madre por quebrantar la ley? ¿Esa ley que impusimos para garantizar la seguridad de la ciudad?

—Sí...

«Como para no hacerlo» pensó ella sumida en la más profunda tristeza. Su madre había sido la mano derecha del líder de Greenforce antes que ella. Al principio le había ido bien, no tenía trabajos muy complicados y duros pero acabó siendo desterrada al segundo piso de la torre Greenforce, uno de los pisos más bajos y pobres con los que contaban para controlarlos, al fallar en la misión que le habían encomendado. Le había resultado muy doloroso presenciar cómo vivían aquellas personas que habían decidido rebelarse ante su marido y habían sufrido un severo castigo.

Su padre siempre le recordaba a Elya que ser débil acarreaba problemas y que en Greenforce no había lugar para los débiles.

Elya lo miró con un atisbo de tristeza y rabia, era un hombre alto y robusto, con el pelo corto y oscuro, mezclándose ya con mechones canosos debido a su edad. Además, contaba con numerosas arrugas en la frente que se le acentuaban cada vez que se enfadaba, cada vez más a menudo. De él había heredado sus ojos turquesa y la nariz recta y alargada, además de los pómulos fuertes y marcados. Pero, exceptuando eso, todo lo demás lo había heredado de su madre, la misma que llevaba años pudriéndose en la zona baja de Greenforce, como si fuera una cualquiera, cuando gracias a emparejarse con ella y manipularla, su padre había logrado ascender a su cargo.

—Pues no me obligues a hacer lo mismo contigo, porque no me temblará la mano para dar la orden —sentenció.

—Sí, señor —musitó la joven mirando al suelo con las mejillas encendidas por la impotencia contenida en sus venas.

—Y cierra la puerta, no quiero saber nada de ti hasta que no me traigas buenas noticias, y rápido. La sociedad no debe enterarse de esto —añadió antes de darse la vuelta para volver a mirar por la ventana, dando por finalizada la conversación.

Elya cerró la gran puerta de madera con delicadeza, intentando contener su fuerza para no dar un portazo que lo alterase aún más. Preocupada, decidió caminar por el largo pasillo de paredes acristaladas, las cuales simulaban un inmenso acuario lleno de peces y otros seres marinos, muchos de ellos extintos al no estar vivos cuando hicieron Nutive. Al fondo se encontraba el ascensor más amplio y rápido que poseía el Gobierno, el cual en escasos dos minutos podías pasar de la planta cien, donde ella se encontraba, hasta la planta de la entrada principal.

Sin pensárselo dos veces, ordenó al ascensor abrirse con su voz y le indicó bajar hasta la segunda planta del edificio, justo después de sentarse en el mullido sofá rojizo que lo presidía.

Tres segundos más tarde se encontraba avanzando por la atestada y maloliente calle del segundo piso, dado que las treinta primeras plantas medían tres kilómetros de ancho y te llevaba un rato avanzar de un lado a otro. Su intención era dirigirse a las casas —si acaso se les podía llamar así— donde se refugiaban aquellas personas castigadas por el gobierno, aquellas que apenas tenían recursos ni economía para mantenerse.

A Elya le costaba entender como muchas personas deseaban vivir en la torre, muchas de ellas ahorraron durante largos años para poder costearse un piso, aunque fuera en la vigésima planta. Ella soñaba con irse, poder vivir a las afueras como habían decidido otras personas, pero de manera libre.

Así era la distribución: En la zona más alta de la torre vivía la élite, comúnmente conocida como Greenforce. En los quince siguientes vivían los trabajadores estrechamente unidos al gobierno, con sus familias. Los pisos del medio pertenecían a las familias más ricas que pudieron costeárselo y ganarse un lugar. Luego iban las oficinas, laboratorios y otras salas importantes de trabajo para finalizar con los pisos destinados a las personas castigadas por Greenforce y las salas secretas de investigación.

Alrededor de la torre, en el exterior, vivían aquellas personas diferentes a ellos, los cuales no tenían más remedio que acatar la norma impuesta por el gobierno de ingerir la pastilla verde en su decimosegundo cumpleaños para poder tener, según las propagandas, una vida mejor, sin problemas ni discusiones. Aunque lo que no sabían era que en la letra pequeña venía recogido que podrían controlarlos a su antojo, pues serían despojados de una parte de su identidad: sus emociones. De todas formas no podían negarse. Si no lo hacían por las buenas, bien sabían que el gobierno los buscaría y llevaría a rastras por las malas. Sus destinos estaban ya escritos y sellados.

Por el camino, Elya esquivó como pudo a los peatones que paseaban como almas en pena, arrastrados por la oleada de gente y sin un rumbo fijo. Le daba mucha pena verles y afrontar la realidad, aquella que habían decidido sus antepasados y, sobre todo, su padre.

Al llegar a la entrada de la pequeña casa cuyo número en la puerta era 2134, la joven Elya Hakwdon se peinó su dorado cabello con sus delicados y alargados dedos, atrapando diversos mechones con sus uñas de porcelana, temerosa por enfrentarse a aquellos sentimientos que le resultaban más dolorosos y complicados de controlar, los que le suscitaba ver a su madre en ese estado, inexpresiva, como si careciera de corazón.

Consciente de que estaba perdiendo minutos demasiado valiosos, se acomodó la ropa por unos instantes y golpeó la puerta tres veces, como había acordado con ella para que la pudiera identificar. Segundos más tarde, escuchó el sonido de unos pies arrastrándose por el suelo, seguidos de la puerta chirriando al abrirse.

—Elya —dijo la mujer a modo de saludo.

—Madre.

La joven observó a la mujer que había sido su madre y cómo está había envejecido debido a la precariedad en la que vivía desde hacía unos años, y todo por ser fiel a sus sentimientos, los cuales como castigo había perdido. «No es justo» pensaba la chica mientras la observaba abrir una antigua nevera que habían recuperado del vertedero que había a las afueras y en la cual apenas tenía comida para elegir.

—Te sacaré de aquí, te lo prometo.

La madre de Elya la observó sin ningún resquicio de emoción, ni siquiera la esperanza albergaba su corazón, pero le dio unos pequeños toques en el hombro a modo de respuesta. Tanto la una como la otra sabían que eso no iba a resultar posible, ambas conocían a la perfección al hombre que gobernaba la ciudad y prácticamente todo el mundo desde su oficina, situada en el último piso del edificio Greenforce, el más alto y extenso de todo el planeta Nutive.

—Sabes lo que pasaría si nos fugásemos y nos encontraran, Elya. Para mí no hay ninguna solución posible, pero tú aún la tienes. Conserva tu mayor tesoro, hija, tu identidad. No cometas el mismo error —susurró llevando su mano hasta la zona donde se escondía el corazón de la joven Hakwdon.

—¿De qué me sirve eso si no te puedo recuperar, mamá? —musitó ella desplomándose en la silla de madera, llevando sus manos a la cara para ocultar las lágrimas que comenzaban a descender por sus mejillas.

Ambas se quedaron en silencio, uno de esos silencios con los que, si escuchabas atentamente, podías escuchar sus pensamientos y los latidos de sus corazones, los cuales formaban una perfecta y sencilla armonía sincronizada. Una, pensando cómo salir de esa situación y recuperar la identidad de su madre y la otra recordando el momento en que su vida se desmoronó.

_____________________________________

¡Hola chicos/as! Espero que os esté gustando Ardor.

Como habréis podido notar, este capítulo está narrado en tercera persona y en cursiva, y es que cada cinco capítulos estarán narrados de esta manera, para que podáis descubrir otros personajes que tienen bastante importancia en la novela ;)

¿Qué os ha parecido? ¿Qué impresión tenéis de Elya? ¡Os leo!

Muchos besos ardientes

Karlee D.

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