A los veinte minutos, una mujer mayor y Duncan entraron por la puerta.
—¡Hola cielo! Soy Luisa, la ama de llaves y segunda madre de este muchacho.
Sus ojos eran azules y tenía una hermosa sonrisa. Su cabello era rubio y corto.
—Hola, soy Rosie, una compañera de trabajo de Duncan —dije sentándome despacio.
—No hagas esfuerzos, Rosie —habló Duncan. No me había fijado que él llevaba una bandeja con un plato de comida en los brazos y una botella de agua.
—¿Qué te pasó? —preguntó Luisa sentándose a mi lado y acariciando mi cabello.
—Mi novio me golpeó.
Ella jadeó sorprendida y miró a Duncan rápidamente. Él asintió y se acercó también.
—Anda Luisa, déjala descansar. Ve a la habitación, luego limpiaré yo la cocina —intervino Duncan al verme incómoda.
—¡Oh, claro! Buenas noches, Rosie. Si necesitas algo, llámame —Luisa besó mi mejilla con una sonrisa y se fue. Miré a Duncan y éste puso la bandeja en la cama. Se sentó a mi lado y echó mi cabello hacia atrás para que no se metiera en medio mientras comía.
—Aquí está la comida, después te daré las cláusulas de hierro y si quieres... te echó la crema de hematomas.
—Sin problema.
Sonreí y asintió. Esa sopa se veía jodidamente deliciosa. Él cogió con la cuchara un poco de sopa y la acercó a mi boca. La metí a mi boca y tragué.
—Deliciosa —susurré y asintió sonriendo. Repitió la acción hasta que el plato estuvo vacío y bebí un poco de agua con mi brazo bueno. Él apartó la bandeja y se acercó más a mí. Cogió una de las pastillas del hierro y me la dio. Me la metí a la lengua y bebí agua tragándomela.
—Tienes que tumbarte y decirme donde llevas los hematomas —dijo y asentí. Me tumbé despacio y levanté mi camiseta enseñando mi estómago. Él untó un poco de crema blanca en sus dedos y los puso en mi hematoma gigante del estómago. Me estremecí ante su contacto y él negó.
—¿Por qué aguantabas?
—Me amenazó con matar a mi hermana y a mi sobrina. Sus vidas valen mucho más que yo.
—No digas eso —dijo y no respondí. Seguí disfrutando de su toque en distintas partes de mi cuerpo hasta que terminó de aplicar la crema. Me tomé un analgésico para el dolor —que también lo había traído— y me tumbé mirándolo.
—Debo irme ya a dormir, Rosie.
Asentí mordiéndome el labio con nerviosismo y salió por la puerta. Las luces se apagaron y me tapé con las mantas. Cerré los ojos y por fin, pude dormir sin agobios.
(...)
—Déjala dormir, Duncan.
Oí voces a mi alrededor y fruncí el ceño. Abrí los ojos lentamente y vi que Duncan hablaba con Luisa en mi puerta. Ambos estaban en pijama y Duncan llevaba una bandeja con comida.
—Buenos días —hablé y ambos me miraron.
—Buenos días, Rosie —sonrió Luisa en mi dirección. Luisa miró a Duncan de una manera extraña y él entró a mi habitación.
—Buenos días, nena.
De nuevo me llamaba así.
—¿Cómo has dormido? —preguntó y me ayudó a sentarme en la cama.
—Bien. ¿Y tú?
—Muy bien, Rosie. Tengo que ir a trabajar en una hora pero te traeré aquí un portátil para que te entretengas. No te he despedido, estás de baja.
—Gracias, Duncan —lo abracé y él tardó en corresponder mi abrazo. Me separé de él y sonreí tímidamente. Este chico me intimidaba demasiado.
—De nada. Desayunaré contigo ahora y estaré un rato.
Asentí a sus palabras y me dio una tostada de las que había en el plato. Empezamos a desayunar en silencio hasta vaciar la bandeja. Dejó la bandeja en la mesita de noche y acarició mi cabello.
—¿Cómo estás?
Preguntó.
—Estoy mejor —sonreí forzada.
—¿Segura? Puedes confiar en mi.
—Estoy asustada —confesé.—Tengo miedo de que me busque y me encuentre. De volver a estar con él de la misma manera.
—No voy a dejar que te haga nada —dijo acariciando mi mejilla.
—¿Por qué haces esto por mi? Sólo soy tu secretaria, Duncan.
Su mandíbula se apretó debido a la fuerza que había ejercido él en ella. Miré mis manos por los nervios de su respuesta y cuando noté su mano en mi mejilla de nuevo, lo miré.
—No importa.
—¿Podría llamar a mi hermana, Chloe? Necesito que venga.
—Claro, llámala ya.
Cogí el móvil rápido y marqué el número de Chloe. Eran las 8:28 de la mañana pero necesitaba decírselo ya.
—¿Quien coño es a las 8:30 de la mañana?
—Soy Rosie, hermanita.
—Oh Rosie. ¡Me tenías preocupada!
—¿Puedes venir a...- me calle sin saber la calle. Duncan me quitó el móvil suavemente y se lo puso en el oído.
—Soy Duncan Hamilton. Señorita Chloe venga al 182 Street Hendrix. Verá una mansión de color blanco. Le recibirá Jason, el guardaespaldas de Rosie. Y Luisa, el ama de llaves, la acompañará a la habitación donde Rosie descansa.
¿Yo tenía un guardaespaldas?
—Perfecto, adiós.
Colgó y me entregó el teléfono.
—¿Tengo un guardaespaldas? —pregunté y él asintió.
—Debo ir a ducharme ya y a vestirme. Ten cuidado, nena.
—Está bien —sonreí y besó mi frente.
Él se levantó y caminó fuera de la habitación. Miré mi móvil y sonreí al ver una foto de Delia en mi pantalla principal. Mi sobrina era la niña más bonita de todas. La amaba con todo mi maldito corazón.
—Rosie, ¿quieres que te haga compañía?
Preguntó la voz de Luisa. La miré y asentí con una sonrisa.
—Si, por favor.
Ella pasó y se sentó en mi cama. Iba con un delantal puesto y con su ropa habitual. Parecía una mujer muy familiar y amable.
—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y usted? —pregunté.
—Bien. ¿De qué conoces a Duncan?
—Soy su secretaria —contesté nerviosa.
—Oh, vaya. Lo pregunto porque nunca ha traído a ninguna chica aquí. Sólo trajo a su hermana, a su madre, y bueno... su ex novia.
—¿Cómo es?
—¿Duncan? —preguntó confusa y asentí.— Oh, bueno. Es un chico muy bueno. Desde niño fue un amor, la vida le ha tratado bien. Siempre obtuvo lo que quería y lo que se proponía. Fue al mejor colegio junto a su hermano, Justin, y al mejor instituto. Sacó unas notas inmejorables y fue a la mejor universidad. Siempre fue un niño de envidiar, pero mi pequeño Duncan no era del todo feliz. Sus padres apenas estaban en casa y los tres niños se sentían solos. Hasta que Duncan se enteró de que sus padres se habían casado por negocios, por conveniencia, puro contrato. Entonces, no fue él mismo, se volvió cómo Justin, un hombre muy duro y sin sentimientos. Se enfadó muchísimo con sus padres y actualmente, la relación es complicada. Sus padres quieren que se case con Leila Green, su ex novia, dicen que es guapa y tiene dinero, es un buen partido. Pero sinceramente, esa chica no tiene una pizca de humildad y de respeto. ¿La has conocido? —asentí.—Entonces sabrás porque lo digo. Duncan es un buen hombre, le importas, sino no te hubiera traído aquí.
—¿Cuantos años tiene, Duncan?
—24, en una semana cumple 25. ¿Y tú?
—Tengo 23.
—Me voy ya, Rosie —la voz de Duncan se escuchó y nos miró a ambas.—Luisa, no pongas a Rosie en mi contra.
Él se acercó y besó la mejilla sonoramente de Luisa haciéndola reír.
—¡Oh cariño, todo menos eso! Estábamos hablando de cosas de chicas.
—Exacto —sonreí.
—Bueno, te creeré. El portátil está en el cajón segundo de la mesa de la oficina, Luisa. Debo irme, cuídate y si pasa algo, llámame a mi o a Jason, tienes su número apuntado. Adiós, nena —Duncan besó mi frente y sonreí sonrojada.
—Adiós, Duncan.
Él se fue por la puerta y me lo quedé mirando.
—¿Te gusta, Duncan? —preguntó Luisa con una sonrisa pícara.
—¿Qué? No, no, no.
—Puedes confiar en mi, Rosie. Sé que eres buena chica y que cuidarías muy a mi muchacho, igual que él a ti.
Sus palabras me reconfortaron mucho mi autoestima.
—No soy lo suficiente para alguien como él. Merece una chica mucho más segura de sí misma y mucho más atractiva.
—¿Más? ¡Pero te has visto, Rosie! ¡Eres muy bonita! Nada más hay que ver tus ojos azules, tu piel lisa, tu cabello castaño y tu cuerpo. Eres alguien muy atractiva, cariño. No pienses esas cosas de ti.
—No me considero así, Luisa.
—Pues deberías, porque apuesto que Duncan está loco por ti.
Sus palabras, no sé por qué, hicieron que mi corazón se acelerase de emoción y sonreí tontamente.