Capítulo 12

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Toda la gente se había ido tras el incidente con la madre de Duncan. Sólo quedábamos Luisa y yo. Duncan se había ido a su cuarto y se había encerrado con pestillo. Por mi parte, había subido a ponerme el pijama y a revisar mi móvil.

—¿Rosie, puedes ayudarme? —me giré oyendo la voz de Luisa y asentí. Me levanté de la cama y bajé con ella al salón. Cogí una de las bolsas de basura y salimos a la calle a tirarlas.

—Ahora hablaré con él —dije mientras entrábamos a la casa y Luisa cerraba todo con llave. Conectó la alarma y acto seguido, subimos a la parte de arriba.

—Bien, pero... lleva cuidado.

—Claro —sonreí. Luisa se fue a su habitación y miré la puerta de Duncan. Toqué con mis nudillos suavemente y el pestillo fue quitado. Duncan abrió la puerta con una mirada fría y temblé. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Me dejó pasar dentro y cerró la puerta.

—¿Qué quieres?

Preguntó fríamente.

—Quería saber cómo estabas —jugué con mis manos mientras hablaba.

—¿No me ves?

Bien, estaba enfadado pero no le daba el jodido derecho de hablarme de esa manera.

—Sí, por eso pregunto —suspiré.—Siento si ha sido mi culpa, no quiero causarte molestias, Duncan.

—Si me causases alguno ya estarías fuera de esta casa, ¿no te das cuenta?

—Deja de hablarme así —gruñí. Él me miró furioso y gritó.

—¡Te hablaré cómo quiera porque esta es mi maldita casa y mi maldita habitación!

Su rostro cada vez estaba más cerca del mío y mis demonios empezaban a aparecer.

—¡Nadie te da el derecho de gritarme!

—¡Necesitas que te repita las cosas, Rosie! ¡Gritaré cuando quiera! ¡Joder!

Sus gritos cada vez eran más fuertes.

—¡Para de hacerlo, maldita sea!

Grité ahora yo.

—¡ERES IDIOTA O NO ENTIENDES! ¡GRITARÉ CUANDO QUIERA! ¡ENTIÉNDELO!

Su mano izquierda se elevó y por inercia me tapé la cabeza.

—No me golpees, por favor —susurré al borde de las lágrimas. Tenía los ojos cerrados y mi cara estaba tapada por mis manos.

Todo quedó en silencio y rompí a llorar.

—Rosie... —susurró.—Ven aquí.

Sus brazos envolvieron mi cuerpo y sollocé. Mi cuerpo temblaba y mis lágrimas hacían que me escociera el maquillaje.

—Yo... —susurré cuando me separé.—Debo irme.

Me alejé de él rápidamente y su mirada dolida me dolió más a mi, que a él. Abrí la puerta corriendo y me metí a mi habitación cerrando la puerta. Me metí al baño y me quité todo el maquillaje corrido y el rastro de lágrimas. Había pensado que Duncan me golpearía. Larry había dejado una marca en mi difícil de borrar.

Me metí a la cama ignorando mis pensamientos y me dormí.

(...)

Los rayos del sol me hicieron abrir los ojos y me estiré en la cama. Gemí de sueño y suspiré. Me levanté despacio y fui al baño a asearme un poco. Entré y lavé mi cara con agua fresca. Me peiné e hice un moño en mi cabello desordenado. Salí del baño y acto seguido, de la habitación. Oí una puerta cerrarse y vi a Duncan mirarme desde su puerta. Unas enormes ojeras adornaban sus ojos, los cuáles estaban rojos.

—¿Estás bien? —pregunté y asintió. Se acercó lentamente a mi, cómo si tuviera miedo de mi reacción.

—¿Y tú? —su mano acarició la mía y me encogí de hombros.

—Bien, supongo.

Él asintió. Sus brazos me abrazaron y escondí mi rostro en su cuello.

—Lo siento, pequeña —susurró en mi oído y asentí.

—No importa —susurré besando la comisura de sus labios. Nos separamos del abrazo y sus ojos viajaron a mis labios.

—Bajemos a desayunar —dijo y asentí. Bajé delante de él hasta llegar al piso de abajo y miré a la cocina donde Luisa no estaba.

—Luisa hoy libra, va a ver a su familia y vuelve mañana en la mañana —informó Duncan. Asentí y empecé a hacer el desayuno. Leche con tostadas.

—¿Qué quieres para desayunar? —pregunté y él me miró sonriendo.

—Lo mismo que tú.

—Vale.

Me giré quedando de espaldas a él y empecé a sacar los ingredientes. Cogí dos vasos y dos platos pequeños. Cogí la tostadora del armario y la encendí. Corté cuatro rebanadas de pan y metí dos a la tostadora. Eché leche en los dos vasos y los metí al microondas. Unas manos me sorprendieron acariciando mi cintura y me sobresalté notando que era Duncan.

Este hombre me iba a volver loca.

—¿Te ayudo? —susurró en mi oído. Me estremecí al sentir su aliento caliente en mi cuello y me mordí el labio inferior inconscientemente.

—N-No, tranquilo —tartamudeé. Sus labios empezaron a dejar besos en mi cuello lentamente y gemí al sentir sus labios en mi punto débil.

—Duncan...—susurré.

—Sh, tranquila nena —susurró girándome para verlo de frente. Mis ojos fueron a él y me sonrió calmándome.

—Duncan...—susurré al notar sus manos bajar a mi trasero y alzarme hasta dejarme sentada en la mesa de la cocina.

—Quiero tener una cita contigo —soltó. Lo miré impresionada y él acarició mi cintura debajo del pijama.

—Sin problema —sonreí.

Sus labios esbozaron una sonrisa y se la devolví. Su nariz empezó a acariciar la mía suavemente y sus labios rozaron los míos. Quería a Duncan para mi. Para tenerlo siempre. Para quererlo siempre.

Capturé sus labios con los míos y él me atrajo a su cuerpo. Abrí la boca dándole paso a su lengua y él paso sus manos por mi trasero. Acaricié su cabello con mis manos y gimió cuando notó fricción en nuestra intimidad. Me separé lentamente al oír la tostadora lista y lo miré sonrojada.

—Mierda —susurré. Él sonrió y dejó un casto beso en mi cuello.

—Me ha encantado, Rosie —opinó. Me bajé de la mesa y sonreí nerviosa.

—A mi... también.

Él rió ante mi nerviosismo y me soltó. Terminé de hacer el desayuno de ambos y lo puse sobre la mesa. Él probó un bocado de la tostada y lo miré. No sabía si había salido buena. Su sonrisa me hizo comprobar qué, efectivamente, me habían salido ricas.

Maltratada Where stories live. Discover now