Perfecta ImperFecciÓn

By allison_porras

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• ° Usa guantes por una razón que desconozco. Su sonrisa es hermosa, y aunque tiene un problema de lenguaje... More

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By allison_porras


°

•  

°

Él no dijo nada, pero su rostro lo demostraba todo.
Suspiré de nuevo, luchando porque mis lágrimas no escaparan. Ya habían pasado dos largos años y seguía doliendo como aquel día.

—Por eso quiero separarme de ella de una buena vez —me quité la corbata, frustrado.

—¿Có-cómo paso? —sacudió la cabeza y dijo—: Pa-pasó...

—¿Quieres escuchar?

—Sip —exclamó acomodándose en su lugar.

Me rasqué la oreja.
Creía que todo estaba superado, pero me di cuenta que no. Aunque mi hijo haya muerto a días de nacer, me partió el corazón. Me había encariñado muchísimo.

—Habíamos contraído matrimonio dos años antes de que Vin naciera. Estábamos enamorados pero no al extremo, digo... No éramos de esas parejas que se prometen la luna y las estrellas —ese fue el principal error—. Ella era secretaria de mi abuelo, John Kellerman, el propietario original de Pub-Ke! En una de las visitas que hice a la empresa, me llamó la atención aquella mujer tatuada, rubia, de ojos celestes y esbelta. Vamos, toda una belleza. Comenzamos a hablar... nos llevábamos excelente y para cuando me di cuenta, ya estaba casado. Empecé a trabajar y le solicité a ella que renunciara, lo teníamos todo, no hacía falta que siguiera laborando. Entonces, mi abuelo murió —él era quien lucía como mi padre, fue un hombre íntregro a quien admiraba muchísimo—, dejándome todas las responsabilidades a mí, heredé la empresa y comencé a faltar más en casa, pero a Frieda no le molestaba. Ella salía seguido con sus «amigas», le di su espacio, aunque me estuviera muriendo de celos.

Bajé la cabeza y jugueteé con la corbata entre mis dedos. Decidí hacer una pausa. Recordarlo todo me ponía muy mal.

—Mi trabajo se volvió más riguroso, claro está. Reuniones, viajes, problemas... Sin embargo, yo aún quería tener familia, estar con mi esposa y gozar de los lujos que contaba. Le hablé sobre la idea de tener hijos, y pegó el grito al cielo, diciendo: «Tú nunca estás en casa, yo no pienso cambiar pañales sola».

Un feo recuerdo llegó...

—Por favor, mi amoooor.

—No, ya te dije que noooo —zapateó obstinada—. Tú nunca estás en casa, yo no pienso cambiar pañales sola. Además, llegas cansado, ¿tú vas a levantarte a dormirlo cuando llore a las dos de la mañana?

—¡Por supuesto que sí! ¡Sería mi hijo y haría lo fuera por él!

—Ajá —se cruzó de brazos—, ¿y tus viajes? ¿Qué le voy a responder al niño cuando pregunte por qué su papá nunca está Alemania?

—Me los llevo a los dos adónde sea. Mi amooor, ¡por faaaa! —deposité un beso en sus rojos y gruesos labios.

Ella sonrió, y se dejó besar más... Y más.

—Anda, preciosa... déjame hacerte el amor esta noche —dije, besando sus hombros.

No podía creer lo que hacía para convencerla.

—Ey —Ivo me tocó el hombro con suavidad.

—Perdón, me fui un momento.

—Y...

—Las discusiones llegaron, las peleas, los gritos, los enojos... ¿Qué de malo tenía querer hijos? Esa mujer se ponía a la defensiva, reclamádome el nunca estar en casa. Peleábamos más seguido. Y ella desaparecía más y más, incluso cuando yo llegaba a casa, ella no estaba. Se iba y llegaba tardísimo... Ya empecé a sospechar acerca de su infidelidad. Yo era bien idiota y me decía a mí mismo que era imposible, que ella me amaba. Él día llegó —sonreí con melancolía—, estando en una reunión, me llamó; avisándome que estaba en cinta. No se escuchaba muy contenta, pero a mí, me hizo el tipo más feliz de todos.

—¡Gracias, gracias, gracias! —exclamé, besándola por todo su rostro.

—Idiota, sólo espero que cumplas con tu palabra de atenderlos.

—Todo cambió. Empezamos a arreglar la habitación para los nuevos integrantes de la familia, compramos juguetes, las cunas... Tendríamos gemelos —Ivo me sonrió— Ya sabes, es de lo más lindo vestirlos igual y esas cosas. Compramos ropa... ropa adecuada para Frieda. Cada noche, me ponía en su estómago y les hablaba, ¡ja, ja, ja! Diciéndoles las cosas más hermosas del mundo, prometiendoles ser el mejor padre de todos. Sólo que ella seguía sin estar muy feliz...

Ivo escuchaba con atención, sin quitarme los ojos de encima.

—Los meses se pasaron volando. Ya le faltaba un mes y medio para dar a luz, y a mí... Me tocó viajar a Estados Unidos en ese entonces.

—¡Te lo dije! —gritó y seguí haciendo mi maleta a regañadientes— ¡Mira nada más cómo tengo esta panza, Derek! ¿Cómo voy a hacer esto sola?

—Lo siento, amor —dejé de arreglar todo para sostener sus manos y con un golpe, me lo impidió— ¡Esto es muy importante, entiéndelo! ¿Crees que me hace feliz dejarlos a los tres solos? ¡Nooo, maldición! Sólo serán tres semanas, por favor, compréndeme aunque sea una sóla vez en tu vida.

—Púdrete.

Salió de la habitación, bastante enojada.

—Ni siquiera quiso despedirse, me fui al otro lado del mundo sin un: «Adiós» de su parte.

—Uno no sa-sabe cuano última vez de ver alguien...

—Exacto, pero eso era algo que ella no comprendía —me mordí el labio y continué—. Y lo peor pasó cuando estuve ahí. Ilse me llamó, Frieda ya estaba en labor de parto y yo apenas llevaba tres días allá. Los bebés nacerían mucho antes de lo programado. ¡Todo estaba saliendo mal! No podía cancelar las reuniones y el clima no era el adecuado para viajar, debía esperarme unos días más.

—¡¿Cómo mierda piensas dejarme sola, imbécil?! ¡Aaah!

Me entraron los nervios. Escuchaba sus gritos al otro lado de la línea, las ruedas de la camilla rechinando contra la cerámica.

—¡Lo siento, nenaaaaa! ¡Yo quiero estar ahí pero no puedo! ¡Perdóname por favor!

Era mi sueño ver a mis hijos llegar al mundo. Escuchar sus primeros llantos, verlos en el primer segundo.

No sería posible.

La llamada se terminó, y nadie me respondió en los siguientes días.

—Parecía como si ninguno quisiera hablar conmigo, nadie me contestaba. Hasta que llegó la hora de partir, estando en el areopuerto, recibí una llamada; Frieda había desaparecido con ambos niños. Aprovechó que mi familia la dejó sóla una tarde y ella... Se fue. Me preocupé e imaginé que les había sucedido algo, a los niños... ¡Ni siquiera los conocía por foto! Llegué a Alemania y me hice loco buscándolos hasta por debajo de las piedras. Estaba mal, ya ni dormía o comía, la policía no me daba razones de nada —fue una de las peores etapas de mi vida—. A los días, llamó diciéndome que se iba y dónde estaban mis hijos.

—¿Entiendes? ¡No puedo pasar un segundo más cerca de un idiota que sólo piensa en tener hijos! ¡Nunca quise ser madre! ¡No puedo estar con un imbécil que cree que su vida es perfecta!

—Frieda, cariño... Cálmate, ¿dónde estás? ¿Dónde están los niños? —eran lo único que me importaba.

Que mi matrimonio se fuera a la mierda, no me interesaba; quería ver a mis hijos de una vez por todas.

—Ah, cierto, esos llorones están en mi antiguo departamento, lo había olvidado. Creo que ya se murieron de hambre.

Nunca se lo iba a perdonar.

—Llegué a su departameto y la puerta estaba abierta. El llanto de uno de ellos me aterraró —el ardor en mis ojos aumentó, y sin poderlo evitarlo, las lágrimas salieron—. Entré a una de las habitaciones vacías, y ahí estaban los dos, en el suelo con unas simples cobijas. Y uno de ellos no se movía, no respondía a mis llamados y sacudidas... No respiraba. Llamé a mi madre, a Sylvio e Ilse, a la ambulacia... ya no había nada que hacer. Ambos nacieron prematuros, muy pequeños, estaban a punto de desnutrición, sucios. Habían estado varios días sin comer, con frío...

Ivo se acercó a mí con mucha dificultad y con su mano derecha, me acarició las mejillas, limpiando las lágrimas y mojando su guante.

—Había un celular en el departamento. Ahí me di cuenta de que se casó conmigo por conveniencia. Ahí... encontré la evidencia de su infidelidad, ¿qué podían haber? ¿Unos treinta hombres tal vez? Las llamadas y mensajes eran obvios —era una perra legítima—. Me entraron las dudas acerca de que si yo era el padre de esos niños. Así que que hice las pruebas necesarias y afortunadamente dieron positivo.

Al menos, en algo había sido sincera.

Ivo se acomodó y volvió a apoyar su cabeza en mi hombro.

—Vin es lo más importante que tengo ahora, y sinceramente tengo miedo de que ella quiera quitármelo.

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