Mainland.

Da Binneh

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La tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que... Altro

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 27

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Da Binneh


A pesar de que la tormenta que nos había azotado durante toda la noche anterior había amainado a lo largo de las horas, el repiqueteo del agua aún continuaba escuchándose entre las copas de los árboles. Además, los nubarrones negros seguían revolviéndose amenazadoramente sobre nuestras cabezas como un amasijo de gusanos grises.

– Vaya. – Murmuré, sintiéndome extasiada por las vistas desde lo alto de aquel puente de piedra medio derruido. A pesar del frío, me saqué la tela de la cara y respiré profundo, notando cómo un fresco renovador me llenaba los pulmones.

Bajo nosotros se extendía una gran explanada de terreno que solo terminaba al impactar contra el océano, muy cerca del horizonte.

Grandes ciudades convertidas en una maraña de hormigón y vegetación.

Los pocos edificios que aún permanecían en pie parecían ramas fracturadas con las columnas y bigas sobresaliendo hacia el cielo como astillas de madera. El follaje verde, amarillo y naranja se mezclaba con el cemento creando una caótica pero bella imagen que se me incrustó en las retinas.

El río que circulaba iracundo muchos metros bajo nuestros pies había crecido tanto que ahora el agua inundaba lo que antes habían sido calles principales, dando la impresión de ser decenas de capilares saliendo de una vena principal de un modo cuadriculado y artificial. Los canales bañaban viejas carreteras y caminos que no habían sido colapsados del todo por coches oxidados, plantas o cascotes.

A lo lejos, en un punto de conexión entre mar y tierra, pude ver una monstruosa y oxidada estructura que se había quedado varada en la playa, pero no recordaba haber visto nada como aquello en las ciudades del cielo.

Una ráfaga de viento agitó las hojas de pinos y matorrales haciendo que el agua llegara a mi cara y devolviéndome a la realidad.

– Deberíamos estar buscando materiales como Zay nos ha pedido. – Dije sin ganas, nada motivada a abandonar aquellas vistas llenas de retorcida belleza.

Shiloh se frotó las manos enguantadas y se las guardó en uno de aquellos abrigos forrados de pelo animal que ahora los habitantes de la comunidad comenzaban a llevar con la llegada de la época fría.

Cuando sonrió, el aliento que salió de su boca formó nubes blancas que revolotearon a su alrededor justo antes de ascender y desaparecer.

– Creí que te gustaría ver esto. – Hizo una pausa y me miró de reojo. – ¿He acertado?

– De lleno. – Confesé, sin poder evitar devolverle la sonrisa.

La grandeza del panorama visto desde aquella altitud compensaba con creces el frío, la lluvia y el viento gélido. Si nuestras vidas no estuvieran a punto de estallar, no me importaría quedarme congelada durante días observando a la naturaleza devorando los pocos restos que aún perduraban de la humanidad.

– Siento mucho la discusión del otro día. – Sus palabras fueron lo único capaz de hacerme despegar las pupilas de lo que me rodeaba. Lo miré a hurtadillas y lo descubrí vuelto hacia el frente, aunque podría jurar, por el modo en el que sus ojos estaban fijos en un punto perdido, que no estaba realmente prestando atención a las ruinas.

– No pasa nada, con todo lo que ha estado pasando apenas he tenido tiempo de pensar en ello.

– Sigo creyendo que no estás preparada para todo lo que se nos viene encima. – Suspiré, carraspeé y él se giró hacia mí.

Un pinchazo de ira me sorprendió. Había jugado conmigo y con mi curiosidad para mantenerme satisfecha y aprovechar mi agradecimiento para atacarme con la guardia baja.

Le di la espalda al mundo apocalíptico y me centré en él. Nuestras miradas colisionaron brutalmente a pesar de la distancia que nos separaba. La leve llovizna seguía revoloteando a nuestro alrededor, mojándonos lentamente.

– No he cambiado de opinión, Shiloh, ni voy a hacerlo. – Concluí pacientemente, esperando poder zanjar de una vez aquel tema del que ya me había olvidado.

Seguía sintiendo sus pupilas estrellándose contra las mías como si fueran camiones.

– Tienes que entrar en razón. ¡Te van a matar! – Se movió unos pasos hacia mí y yo continué con los pies clavados en mi posición.

– No voy a esconderme como una rata, correré los mismos riesgos que los demás.

– No, tú apenas sabes defenderte por tu cuenta, ¿ya se te ha olvidado lo que pasó la última vez que te enfrentaste a Xena? Además, puedes ayudarnos aún sin ser blandiendo una espada.

– No soy tan mala como intentas hacerme creer. – Para mi trabajo ya había necesitado saber apañármelas antes las posibles alimañas que pudieran atacarme durante las exploraciones, y ahora que había pasado semanas estrenándome con él podía decir que estaba en mejor forma física que nunca.

– Pero tampoco eres lo suficientemente buena.

– Si no quieres seguir entrenándome le pediré ayuda a Rona. – Él resopló, exhausto, y yo me limité a observalo impasible mientras se revolvía incómodo entre sus ropas de invierno.

– No hay tiempo Lizzé, todo esto puede estallar mañana o dentro de una semana, pero no dentro de unos meses. – Se calló un momento y yo me mordí la lengua para no responder. – Por favor, hazlo por mí, por las noches que pasé tirado en el pasillo de tu habitación para que nadie te hiciera daño. – Entonces, al pronunciar aquellas palabras que me apuñalaron directamente la conciencia, rehuí la mirada, y él aprovechó para avanzar otro paso más y dejarnos a un palmo de distancia. – ¿De verdad quieres matar con tus propias manos? ¿Vas a poder dormir por las noches?

– Ya di ese paso hace tiempo. – Las palabras me salieron amargas y luché por volver a enfocarme en él. Las manos de Shiloh llegaron a mis hombros.

– ¿Y vas a poder darlo más veces? ¿Acaso no lo recuerdas?

Un flash de la piedra que salió volando de entre mis manos, los sesos desparramados vistos desde lo alto de una colina y la tierra tornada negra por la sangre de aquel hombre.

– ¡Claro que lo recuerdo! ¿Crees que puedo olvidarlo? – La voz empezó a salirme más alta de lo que yo tenía previsto. – Pero esto va más allá de lo que quiero o no quiero hacer, se trata de un deber personal. ¿Sabes lo que a mí me gustaría? Me gustaría borrar todos los problemas del mundo, volver a mi hogar y poder abrazar a mis seres queridos otra vez. Pero en la vida las cosas no son siempre como uno quiere.

– Digas lo que digas, aún puedes decidir sobre esto. – Noté que su cuerpo se acercaba más al mío, sus dedos sobre mí se hacían más presentes y que sus ojos me atravesaban incluso con más intensidad que antes.

– Y ya he decidido, lo que pasa es que tú no lo respetas. – Shiloh apretó la mandíbula y sus labios se sellaron formando una línea. – Hazme el favor de no volver a mencionar el tema, ¿vale?, tenemos mucho que hacer. – Antes de que él pudiera protestar y retenerme, me escabullí de entre sus manos y me sumergí en el bosque cercano.

Luego de aquella conversación transcurrieron horas en las que apenas nos dirigimos la palabra, no sabría decir exactamente si por la tensión que vibraba entre nosotros o por la necesidad de avanzar con sigilo entre las calles derrumbadas.

Escalamos paredes y muros, nos arriesgamos caminando entre zonas a punto de desplomarse, saltamos desniveles de varios metros de profundidad... hicimos todo lo posible por acceder a los restos de aquellas viviendas con el fin de encontrar algo de utilidad: cualquier cosa que pudiera despertarme una luz en la cabeza y alumbrar nuestras esperanzas de vencer a Xena cuando llegase el momento.

La mañana se difuminó con el paso del tiempo, al igual que lo hizo también el mediodía, y nuestras esperanzas empezaron a desaparecer ya cuando, a pesar del empeño y dedicación, lo único que conseguimos tener en las manos fueron arañazos y tierra.

– Aquí tampoco vamos a encontrar nada. – Sentencié exhausta, viendo cómo una nube de polvo se alzaba furibunda nada más abrir la puerta de madera podrida de aquella casa. Las partículas que revoloteaban a nuestro alrededor eran tan densas que ni siquiera los rayos del sol de media tarde eran capaces despejarnos el campo de visión. Tosí y me pasé los nudillos por los ojos cuando la fina arena se me metió entre las pestañas.– Ni siquiera hemos encontrado pilas para usar en linternas.

– ¿Para usar en qué? Bueno, mejor no me lo expliques. Si por aquí hubo algo aprovechable en algún momento, hace años ya que alguien lo tomó como suyo. – Se apoyó en la entrada y por fin volvió a mirarme a la cara.

– Vale. – Murmuré. – Supongo que hemos estado revisando los sitios fáciles. – Me froté la frente, como si así pudiera avivar las ideas. – Tenemos que buscar donde probablemente no haya ido nadie antes.

– Es difícil encontrar un sitio que nadie haya tocado en los últimos cien años, ¿tienes algo en mente?

– Supongo que ir registrando casa a casa ya lo han hecho muchos. ¿Qué hay de los sitios que todo el mundo evita? ¿O los que han quedado tan ocultos que nadie ha visto?

– Vale, bien. Tienes razón. Si quieres lugares peligrosos, por aquí de eso tenemos de sobra. – Entró en la vivienda y dio un par de pasos, meditando con la cabeza gacha y los ojos clavados en el suelo.

En ese momento, desde aquella perspectiva y moviéndose de espaldas a mí, un relámpago me cruzó el cerebro y me aplastó el esternón.

Las telas oscuras se rozaban con el movimiento. Los pies de un cazador que no emitían ruido al tocar el suelo. Un cuerpo oscuro, anónimo, enmarcado por sombras, polvo y ruinas.

Un pinchazo de pánico ante el recuerdo que me reverberó desde las neuronas hasta las venas.

El sonido de las grapas. El dolor agudo en la pierna. Un grito. Las lágrimas empapándome el rostro y el olor a sangre.

Flashes de luz. El sonido de la cinta aislante siendo desenrollada a toda prisa. Gruñidos de rabia. El estruendo de las puertas oxidadas abriéndose de golpe. El frío y la oscuridad.

– ¿Estás bien? – Al darse la vuelta me miró con el ceño fruncido y una mueca de preocupación en el rostro.

Los brazos me pendían a ambos lados del cuerpo, casi muertos. Noté mis hombros hundirse como si los huesos me fallaran bajo el peso de los órganos.

– Ya sé a dónde tenemos que ir. – Dije, sorprendiéndome por no haberme atragantado a pesar de sentir la presión de las palabras bloqueándome la garganta.


Describirle a Shiloh el lugar que buscábamos no sirvió de mucho teniendo en cuenta que se trataba un edificio abandonado como cualquier otro, medio carcomido por la vegetación y que se hallaba bastante lejos de allí, por lo que al final me decanté por pedirle que me llevara justo al sitio en el que ellos me habían encontrado.

De un modo inconsciente esperaba toparme de frente mi propia sangre manchando el suelo, la carne descompuesta del animal, o al menos el olor desagradable de la podredumbre, y tal vez a la bestia que me atacó dispuesta a derribarme en un segundo asalto. Sin embargo, aquel tramo de bosque parecía pasar tan desapercibido como el resto, como si yo no hubiera estado a punto de morir allí mismo.

A partir de aquel punto, y poniendo mucho empeño, pude recordar los trayectos que hacía por los alrededores de la casa que había acondicionado para mí. Cuando llegamos a los restos de aquel pueblo, aparentemente idéntico a todos los que habíamos dejado atrás, el sol empezaba ya a ocultarse y la noche amenazaba con engullirnos con su abrazo gélido.

Vagamos por la zona esperando encontrar cualquier cosa que provocara en mi cerebro una señal de reconocimiento, y al final, al ver el edificio medio oculto entre los matorrales y en lo alto de una colina, supe que aquel era el inconfundible lugar en el que todo había comenzado.


El grito agónico emitido por las puertas metálicas hizo que me resurgieran en la mente otra oleada de desagradables recuerdos que me mutilaron el alma.

No tardó en rodearnos el frío del lugar desierto, la neblina de partículas en suspensión y la oscuridad absoluta.

– ¿Tienes la antorcha? – Un segundo después de pedírselo, Shiloh hizo que las llamas lamieran aquel instrumento formado por madera, tela y aceite. No era tan efectiva como una linterna, pero al menos nos serviría para orientarnos en la oscuridad y para que, en caso de haber algo ahí dentro, no pudiera sorprendernos con tanta facilidad.

– ¿Fue aquí donde te atacaron, verdad? – Sabía que él había estado deseando hacerme aquella pregunta durante todo el trayecto, pero como me había estado mostrando reacia a mantener una conversación después de lo que había pasado aquella mañana, decidió guardar silencio, cosa que agradecí.

– Si. – Al final consideré que se merecía saber qué era aquel lugar al que yo lo había arrastrado.

El terror me arañó las entrañas. El cuerpo se me puso en tensión. Sentía ojos observándonos desde las sombras densas.

– ¿Qué viniste a buscar aquí? – Habló en un susurro mientras daba los primeros pasos hacia el interior, más alerta incluso que en las últimas horas.

– No estoy segura, algunos informes sobre medicamentos, probablemente. Se guardaban la información hasta el último momento. – Después de unos instantes en los que me sentí anclada al suelo por una fuerza superior a mí, decidí seguirle.

Las llamas cercanas me calentaron la piel de la cara y de algún modo lo interpreté como un impulso para seguir adelante.

Nos movimos con cuidado, luchando para que nuestros zapatos no coincidieran con la gravilla y pequeñas rocas que pudieran alejarse botando y tintineando.

Echamos una ojeada rápida al recibidor grisáceo lleno de cascotes, comprobando que por fortuna estaba libre de peligros, y le hice gestos silenciosos para señalarle las familiares escaleras de mármol que bajaban hacia los laboratorios.

No hice más que descender dos peldaños cuando de repente me vi asolada por otra imagen que me calcinó los nervios, al igual que muchas otras lo habían hecho aquel día.

– Espera. – Dije con un hilo de voz, y a pesar de lo leve que fue casi me bloqueó las vías respiratorias.

– ¿Qué pasa? – Shiloh, que hasta el momento se había estado mostrando más calmado que yo, se llevó la mano a la empuñadura de su arma ante mi advertencia.

– Aquí debería haber un cadáver.

– ¿Qué?

– Si. – Haciendo acopio de todas mis fuerzas de voluntad logré descender la tanda de escalones que quedaban, llegando de este modo al pasillo foco de la mayor parte de todas aquellas pesadillas diurnas. Entrecerré los ojos para ver mejor y para cerciorarme de que los sentidos no me estaban engañando. – Justo aquí. – Mi compañero se movió hacia adelante, todavía rígido y alerta ante la posibilidad de que algo proveniente de las tripas de aquel lugar pudiera asaltarnos. El haz de luz alumbró el suelo y nos mostró los restos de un gran charco de sangre seca y unas marcas longitudinales escarlatas que se extendían más allá, hasta lo más profundo de la viscosa negrura.

– Creí que habías estado sola.

– Central envió a alguien para supervisar mis habilidades físicas aquel día, pero eso yo no lo supe hasta más tarde.

– ¿Qué pasó? – Y noté que se arrepentía nada más pronunciar las palabras.

– El que intentó matarme lo atravesó con una espada.

– ¿Y luego se molestó en sacar el cuerpo de aquí? Eso es muy raro. – Extendió la antorcha a nuestro alrededor, como si estuviera buscando una respuesta entre las paredes y el techo.

– Lo sé. Central nunca se habría molestado en recuperar el cadáver para la familia, ¿pero por qué uno de los vuestros iba a preocuparse por deshacerse de los restos de una persona del cielo? ¿Y por qué no limpió la sangre si se ocupó de ocultar todo lo demás?

– Si fue alguien de nuestra comunidad quizás vio lo que a Zay le molestó que te atacaran y tuvo miedo de que tomara represalias si descubrían este cuerpo.

– Ya, puede ser. – Pero ambos sabíamos que aquello solo era una hipótesis poco convincente, nada meditada y basada en especulaciones.

– Lo que a mí más me intriga es saber por qué iba a estar alguien aquí. Estamos en tierra de nadie, fuera de los límites seguros del gobierno de Zay.

– Quizás me vio en el bosque y me siguió hasta poder acorralarme. – Él se limitó a encogerse de hombros y a adelantarse unos metros más, deteniéndose en un lateral y justo al lado de otra mancha negruzca y reseca.

– Aquí hay más sangre.

– Es mía. – Murmuré, tratando de no mirar demasiado las gotas salpicadas por el rodapiés.

El filo cortante de la estrella metálica hundiéndose en la parte inferior de mi pierna. El grito. El tajo abierto supurando rojo. Manos temblorosas teñidas de escarlata. Las grapas en la carne.

Shiloh intentó decir algo, pero las palabras se le murieron en la boca antes de poder salir y se quedó mirándome con los labios entreabiertos.

Desde allí, su cuerpo medio mezclado con las sombras semejaba más grande y fuerte. La barba incipiente parecía más densa y remarcaba mandíbula y pómulos.

– ¿Seguimos el rastro? – Preguntó, mirándome como si yo estuviera a punto de echar a correr y huir muy lejos. Sin embargo, me tragué el miedo y saqué el par de cuchillos hasta ahora ocultos en mis botas. Al verme hacer aquello habló de nuevo. – Quédate detrás de mí.

– Lo siento, pero no.

Avancé a lo largo del pasillo a su lado, siguiendo las marcas longitudinales que habían quedado trazadas en el suelo e ignorando los fragmentos de cinta aislante por allí esparcidos. Sin embargo, lo único que descubrimos fue que finalizaban en la puerta de emergencia hacia las escaleras por las que yo había logrado escapar. Después de eso solo había bosque sumido en la noche.

– Será mejor que nos aseguremos de que no hay nadie aquí. – Murmuró él, adentrándose con sigilo y lentitud en los huecos negros a los laterales del corredor. Las puertas podridas, si no estaban desplomadas, apenas podían sostenerse rectas ni abrirse sin emitir un chirrido amplificado por el eco del lugar.

En la sala en la que decidimos profundizar apenas había ventanales, las mesas eran rectángulos blancos, largos y perfectos que dividían transversalmente la habitación en varios trozos. Había aparatos electrónicos que me resultaban familiares, todavía enchufados al tendido eléctrico, tarros marrones etiquetados y colocados ordenadamente en estanterías, instrumentos típicos de un laboratorio y pósteres desteñidos de la tabla periódica.

– Tenemos que coger esas bombillas, están como nuevas y en la comunidad hay algunas que están empezando a fallar.

– Vale, pero primero tenemos que registrar toda la zona. – Shiloh caminaba casi como si fuera un niño curioso, observando y toqueteando aquellos aparatos que probablemente jamás había visto.

– No hay nada en el archivador. – El detalle me resultó curioso porque a pesar de que aquel lugar estaba abandonado, parecía que cada cosa estaba en el lugar que debería. No había muebles tumbados en el suelo ni cristales esparcidos de manera caótica. Todo estaba intacto salvo por la suciedad, la pintura descascarillada y algo de óxido.

– ¿Y?

Me acerqué más, sintiéndome atraída como un imán por el único cajón abierto.

– No hay polvo. – Dije, señalando las aristas y el interior vacío. – Alguien ha cogido algo de aquí hace poco. Shiloh abandonó su estado hipnótico y me miró apretando la mandíbula, como si no pudiera perdonarse el haber estado distraído y que se le hubiera escapado algo como aquello.

– ¿Crees que enviaron a alguien después de ti a buscar lo que no les pudiste conseguir?

Noté una semilla de aprensión que echaba raíces en mi pecho. Si yo fallaba, enviaban al siguiente. Lo que hubiera pasado conmigo ya era cosa de otro mundo.

– Debe ser eso. – Murmuré, poniendo de nuevo el cajón en su sitio. – ¿Qué es eso?

Al fondo de sala, en el borde de la luz proyectada a nuestro alrededor por la antorcha, había un bulto cubierto por una sábana blanca llena de polvo. No tardamos demasiado en decidirnos a tirar de la tela y descubrir cinco barriles oxidados llenos de iconos y etiquetas escritas.

– ¿Qué son esas líneas?

– Letras. – Lo miré de reojo, porque por algún motivo había asimilado que él y los demás miembros de la comunidad sabían leer. Decidí callarme, porque conociendo a Shiloh probablemente no le gustaría que lo atosigara con preguntas sobre el aprendizaje cultural de los ciudadanos.

– ¿Sabes lo que significan?

– Creo que sí. – Froté con la esquina de mi jersey la superficie impresa, tratando de quitar la costra que se había acumulado a lo largo de los años, afortunadamente, al haber estado tapadas por la lona, aún se podían apreciar algunas palabras. – Pone algo sobre... ¡Aleja el fuego de aquí!

– ¿Qué? ¿Por qué? – Obedeció rápidamente y retrocedió unos cuantos pasos.

– Es combustible, puede explotar.

– ¿Y por qué estás sonriendo?

– Porque se me acaba de ocurrir algo muy bueno.


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