Mainland.

Autorstwa Binneh

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La tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que... Więcej

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 25

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Autorstwa Binneh

Sentía los ojos lacerantes de Shiloh en la espalda y mis músculos reaccionaron agarrotándose casi de un modo doloroso. Me contraje intentando hacerme invisible ante su escrutinio, pero a pesar de ello no conseguí hacer que desviara su atención de mí.

Zay estaba frente a mí, con la capucha y el paño sobre el rostro, pero me miraba de ese modo en el que lo hacía cuando estábamos solos: dejándome ver más allá de la carcasa física y emocional que él mismo había creado. Sus ojos, enmarcados por manchas oscuras que eran una pequeña muestra de su agotamiento, se entrecerraron levemente en un amago de sonrisa y se hizo a un lado para que pudiera entrar.

– Shiloh está en el pasillo. Creí que no me seguía nadie pero... – Murmuré, como si desde el otro lado del corredor el otro chico pudiera llegar a escucharme. El líder frunció el ceño y su expresión se endureció. – Lo siento.

– No pasa nada. ¿Qué está haciendo? – Me asomé con discreción por encima de mi propio hombro y descubrí al muchacho rebuscando algo entre sus vestimentas. No nos miraba.

– Busca la llave de su habitación.

– Está esperando a ver qué haces. – Sentenció él en un susurro. – Sígueme la corriente. – Hizo una pausa, me miró con las cejas arqueadas y yo le dediqué un asentimiento casi imperceptible. – ¡Te he dicho que lo hablamos mañana! – Su voz sonó tan alta que se extendió como una ola por los alrededores y el eco del lugar me devolvió el grito como una bofetada. Sus palabras fueron tan severas y firmes que no pude evitar que mi cuerpo se hiciera todavía más pequeño por la repentina autoridad de suscitaba. Sin embargo, la mirada de Zay distaba mucho de ser enfurecida. – ¡Ahora voy a descansar y ya pensaré mañana en los problemas que me has causado! – Di un paso hacia atrás, fingiendo estar llena de pavor, queriendo retroceder y huir de allí. Acto seguido la puerta que tenía en frente se cerró con estrépito y escuché que más allá, al fondo de aquel oscuro pasillo, otra igual que aquella también lo hacía, pero con más sigilo.

Las palabras del líder habían sonado tan mordaces y sinceras que la culpabilidad y el arrepentimiento me mordieron el inicio del estómago.

Transcurrió un lento segundo. Dos. Tres.

Empecé a temer que lo que Zay había dicho no hubiera sido realmente una actuación.

Cuatro. Cinco.

Sus ojos marrones, con destellos naranjas debido a las toscas bombillas del techo, aparecieron de nuevo frente mí y su mano enguantada se encontró con mi muñeca para luego hacerme entrar en su habitación rápidamente.

Ya había estado en aquella estancia antes, cuando tuvo lugar el altercado en el lago, pero por aquel entonces las circunstancias no me habían dado la oportunidad de examinar con detenimiento el lugar.

Frente a mí había una gran mesa de madera llena de cachivaches y una silla destartalada a cada lado del mueble, siendo una de ellas más baja de lo normal. Zay recogió un puñado de folios que tenía esparcidos por dicha superficie y los arrojó al interior de uno de los cajones.

A continuación me fijé en la segunda parte de la habitación, de la que no me había dado cuenta en la ocasión anterior por no haber sido capaz de posar los ojos en otro lugar que no fuera el empedrado o el propio chico. Un conjunto de densas cortinas naranjas pendían del techo y caían pesadamente hasta tocar el suelo, dividiendo el cuarto en dos partes. Al otro lado de la rendija abierta entre las telas, entreví una cama de mantas y sábanas con un aspecto bastante más cálido y suave que las mías, un par de mesillas de noche de verdad, no como la simple caja que yo utilizaba, y una amplia cómoda que prácticamente ocupaba la mitad de la pared.

El sonido del pestillo a mi espalda hizo que volviera a prestar atención a la otra persona que estaba allí.

Peter, con movimientos que rezumaban dolor y cansancio, se sacó la capa y las telas que le cubrían la faz. Se frotó la frente y se pasó los dedos por el cabello oscuro antes de medio sentarse en la mesa de madera maciza que crujió bajo su peso.

– ¿Crees que se lo ha creído? – Hice un gesto con la cabeza hacia la puerta, refiriéndome a la escena que habíamos montado un minuto atrás. – No ha sonado al benévolo líder Zay de siempre. – Bromeé.

– Mejor que piense que soy excesivamente estricto que excesivamente amable. – De repente una mueca de dolor le recorrió el rostro y me fijé en que la manga izquierda de su jersey gris se había tornado roja alrededor del bíceps. Se la subió hasta asomar las vendas blancas que se habían teñido de escarlata. – Mierda. – Gruñó en un susurro, observando con el ceño fruncido el hilo de sangre que circulaba por su piel.

– La herida ha tenido que volver a abrirse cuando te has sacado la capucha. – Él se revolvió, intentando deshacerse la sudadera. – Espera, yo te ayudo.

Cuando mis dedos se deslizaron por su vientre para para facilitarle pasar la cabeza a través del cuello de la ropa, los músculos de su tronco se tensaron y se quedó quieto, permitiéndome tocar también sus brazos y finalmente liberarlo de la prenda ensangrentada. Sentí que el calor de su piel provocaba incendios en las yemas de mis dedos y de ahí se transmitió a todos los recovecos de mi organismo. La tensión se expandió por el cuarto al igual que las llamas lo harían por un reguero de gasolina.

Me obligué a centrarme en el corte de su brazo y a desviar la vista de los pectorales, tatuajes, lunares... Tenía la incontrolable necesidad conocer aquel cuerpo más allá de la vista, sino también al tacto.

Dejé que el aire frío de la habitación entrara de golpe en mis pulmones y eliminara la bruma cálida que tenía en la mente. Cogí la cantimplora de encima de su mesa, humedecí las partes aprovechables del jersey y limpié la carne irritada junto con la línea roja que había llegado hasta su muñeca.

– ¿Tienes medicina? – Pregunté, sin atreverme a alzar la vista, pero notando de todos modos sus pupilas en mi rostro.

– En la mesilla. – Murmuró. Me aparté de él a duras penas y me moví hasta la otra parte de la habitación para luego abrir cajones hasta encontrar un tarro con el ungüento ya familiar. Él caminó detrás de mí y se dejó caer pesadamente sobre el colchón, que liberó un quejido acorde con el agotamiento del chico. Me acuclillé frente a él e hice todo lo que pude hasta que la herida dejó de sangrar, y cuando terminé de vendarla de nuevo, Peter se dejó caer hacia atrás, ocupando todo lo ancho de la cama. Yo me limité a sentarme en la alfombra naranja, rodearme las rodillas con los brazos para evitar que el frío del subsuelo se me metiera en los huesos, y contemplé su rostro en calma.

Al cabo de unos segundos abrió un ojo y sonrió.

– ¿Qué? – Pregunté, sin poder evitar devolverle el mismo gesto. Se revolvió en la cama hasta que su cabeza quedó colocada sobre la almohada, se descalzó, se metió de mala manera entre las mantas y dio dos suaves palmadas al espacio que había a su lado.

– Yo no dejo dormir a mis invitados en el suelo, no como otros. – Solté una carcajada que salió de mi boca antes de que pudiera evitarlo. Sin embargo, a pesar de las ganas que tenía de acurrucarme a su lado, me mantuve en el mismo lugar, insegura de si acercarme a él de ese modo sería lo adecuado.

– ¿Quién te ha dicho que voy a dormir aquí?

– ¿No vas a cuidar a tu amigo enfermo? – Alzó las cejas y abrió mucho los ojos, fingiendo no poder creérselo. Me mordí el labio intentando dejar de sonreír. Peleé por mostrarme seria y que no pudiera ver mi deseo de abrazarlo y acariciarle el rostro hasta disipar su cansancio.

– Solo es un corte de nada, ¿tú me has visto la cara? – Esta vez fue él el que soltó una risa que me avivó el alma. Mis intentos por mantenerme firme estaban empezando a flaquear.

– Entonces cuidaré yo de ti. – Volvió a hacer el mismo gesto de antes, invitándome a tumbarme a su lado. Tragué saliva y desvié la mirada. Traté de ahogar aquellos pensamientos, pero cuando se inclinó hacia adelante, me cogió de la mano y tiró ligeramente de mí hacia él, ya no pude resistirme más. Puse los ojos en blanco, como si aquello me supusiera un gran esfuerzo. Me saqué los zapatos y me metí entre las suaves sábanas colocándome de medio lado hacia él, con escasos centímetros entre los dos. Su torso desnudo irradiaba calor a través de las mantas. – Por cierto, ¿estás bien? – Me limité a asentir con la cabeza justo antes de preguntar:

– ¿Qué ha sido de Xena?

– Rona quería matarla y a Shiloh tampoco le habría parecido mal... – Dijo con un tono leve. Hizo una pausa y dejó escapar un suspiro. – Pero eso supondría romper la tregua de los antiguos líderes y todos coincidimos en que eso haría que incluso nuestro propio pueblo se volviera en contra.

– Creí que el trato ya lo estaba rompiendo ella.

– No abiertamente. – Cerró los ojos pero continuó hablando. – La conozco lo suficiente para saber que la obsesión que tiene contigo va más allá de tu procedencia. Desde que sabe que no queremos deshacernos de ti, te utiliza para intentar iniciar una guerra... y también le resulta irritante que prefiramos empezar una pelea a matarte. Es un ciclo.

– Es retorcido. – Con el cuerpo relajado y el rostro sereno parecía un par de años más joven. Quería acariciarle el lunar de la sien, seguir la ruta de sus cejas, nariz, labios y mentón. Sin embargo, apreté los puños para evitar la tentación y me limité a memorizar los trazos en mi cabeza. 

– Y muy inteligente también. Al fin y al cabo, lo que está haciendo está bien visto por toda su comunidad y parte de la nuestra. 

– Lo sorprendente es que algunos de aquí no quieran matarme. – Él se encogió de hombros.

– Parte de ellos ya no te ven como una amenaza, pero a otros lo que les molesta es que Xena se crea con derecho a ejercer su mandato en mi territorio. Ella quería público en cada una de las ocasiones en las que se enfrentaba a ti y a mí, y muchos estaban de acuerdo con ella, pero a otros no les gustaron sus ansias de poder, y eso...

– Podría resquebrajar la comunidad.

– Y provocar una guerra civil. – A pesar del tono calmado, ahora lo conocía lo suficiente para saber que todo lo que aquella mujer estaba maquinando le robaba la tranquilidad. Estaba tan habituado a no ser él mismo que parecía resultarle sencillo ocultarme aquella agonía que le hervía por dentro y hablarme del tema con sencillez. Pero yo podía intuir lo que le bullía dentro de la cabeza.

– Lo siento muchísimo. – Le aparté uno de aquellos mechones ondulados que siempre le caían por la frente. Él respiró profundamente. – Yo... – La voz se me quebró y me ahogué por la repentina angustia.

– Lizzy. – Fue entonces cuando volvió a abrir los párpados. Su rostro se tornó más serio y clavó la mirada en mí. Sus dedos llegaron a mi mejilla y la piel me cosquilleó bajo su tacto. Mis células vibraron y las lágrimas se me agolparon en los ojos. La mezcla de emociones se me retorcía en el estómago y una oleada de escalofríos me barrió el cuerpo. – Si no hubieras sido tú, Xena habría recurrido a problemas territoriales, antiguas leyes, artimañas para hacerse la víctima ante los ciudadanos. Ella quiere esta comunidad más que cualquier otra cosa, y haría todo lo posible por conseguirlo. – Me limpió el agua que surcaba mi cara. – Tú no eres la responsable. – Sentenció. – Lo único que puedes hacer es seguir luchando a nuestro lado como hasta ahora.

– ¿Y la ciudades? Ahora saben que hay humanos aquí abajo. – Los vocablos me salieron resquebrajados por el esfuerzo de aguantar el llanto. Su pulgar me recorrió la parte alta del cuello, sus dedos me hicieron cosquillas entre el pelo de la nuca. – ¿Qué vamos a hacer?

– Esperar. – Murmuró. Cerró de nuevo los ojos y me acercó a él, rodeándome en un fuerte abrazo.

– ¿A qué? – Mi voz siguió su mismo tono.

– A la guerra. – Sus labios me rozaron la mejilla.

Los personajes en el capítulo de hoy:

Shiloh: ¿What is happening here?

Rona: Mecaguento'.

Peter: Primero déjame dormir, porque ya verás la que se me viene encima.

Lizzé: La que he liao'.

Xena: Se van a cagar.

¿Qué personaje eres tú? JAJAJA


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