RASSEN I

Da YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... Altro

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.36

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Da YolandaNavarro7

Luna intuía que debía haber muchos Hrithiks en Srinagar, pero estaba segura de que aquel moreno bajito, de cabello ensortijado y piel tostada, que acababa de sentarse en la mesa de Alexander, era el novio de Beth. Dispuesta a alargar la cena como si fuera la última que tomaría antes de llegar al patíbulo, pidió que le sirvieran un poco de té, sacó su cuaderno y algunos lápices del bolso, y se dispuso inmortalizar la escena, y a espiar a los dos hombres mientras hablaban de negocios.

Averiguar quiénes eran en realidad Beth y sus amigos bien merecía correr el riesgo de volver a sufrir alguna otra visión en público, ¿no?

En ese momento, los dos estaban ultimando los detalles de la fiesta a la que la había invitado su compañera de vuelo: el indio parecía obsesionado con conseguir un local llamado <<Pabellón Ananta>>, que era propiedad de los hermanos Aarush y Aashish Kapoor, los cuales también poseían el Gran Hotel de Kodagu. Al parecer, eran dos tipos tan ricos como prepotentes, presumidos, elitistas y difíciles de tratar.

—Los tengo comiendo de mi mano—presumió Alexander —. No podía arriesgarme a que el preludio del monzón espantase a nuestros invitados.

Hrithik se llevó las manos a la cabeza y saltó en su asiento.

—Es perfecto...Los muchachos no lo van a creer...Nos dijeron que hay que reservar con al menos un año de antelación. ¡Sé de buena tinta que jamás se lo alquilarían a nadie como yo! —se congratuló, obligando a su amigo a levantarse para darle un abrazo— ¡Oh!! ¡No sé cómo te lo voy a agradecer! ¡Eres el mejor amigo que un hombre puede aspirar a tener! ¡¿Qué digo amigo?! ¡Eres mi hermano!

Alexander respondió a tanta efusividad rígido como un palo y con una exagerada mueca de hastío, que hizo sonreír a Luna.

—¡No seas tan egocéntrico! Lo hago en nombre de mi padre y por el bien de los niños, no para cumplir tus fantasías de estrella frustrada de Bollywood—le aseguró al indio, antes de zafarse de él para poder volver a sentarse—. Poco más del diez por ciento de la gente joven de este país puede acceder a la universidad. Te prometo que, o amplio la cifra, o me aseguro de que nuestros chicos estén dentro de ese ridículo maldito porcentaje de aquí en adelante.

Hrithik asintió complacido.

—Lo conseguiremos juntos, ya lo creo que sí —apostó—. Pero primero tendré que pagarte todo el dinero que te debo, porque más que jefe y empleado, o amigos, parecemos amantes.

Ante aquella descabellada ocurrencia, Alexander soltó una enorme carcajada; cuando su familia le había alejado a propósito de Grecia, Rhithik le había ofrecido su amistad y el apoyo y el cariño incondicional de su familia, si alguien estaba en deuda era él.

—No te preocupes, <<mi amor>>, que ya encontraré la manera de cobrártelo... Aunque te aseguro que, por muy desesperado y solo que esté, no buscaré en ti favores románticos—se burló de sí mismo, a todas luces incómodo, frente a un nuevo despliegue de halagos por parte del indio.

<<Solo y desesperado>>. El corazón de Luna brincó en su pecho.

Como no podía ser de otro modo, dedujo que su objetivo besable tenía un mal historial amoroso y que no estaba acostumbrado a las muestras de afecto. No parecía tímido, pero era obvio que detestaba ese tipo de atenciones. Su actitud la intrigó hasta el punto de perder la poca buena educación que le quedaba, para quedarse mirándolo como Uri Geller miraba a sus cucharas.

Alexander sacó un sobre del bolsillo de su pantalón y se lo entregó a su amigo.

—Con esto tendrás suficiente para contratar a ese primo tuyo que canta en las bodas —le aseguró con un guiño.

— Mitr... —comenzó a decir Hrithik, con una vocecilla.

—¿Sí? —le preguntó el griego, con el ceño fruncido, intuyendo por el tono que las siguientes palabras del novio de Beth no le iban a gustar en absoluto.

—Deja de observar a la chica como si quieras remojar en ella tus pakoras o necesitarás de toda una vida sumergido en el Ganges para aliviar tu conciencia —le regañó el indio por lo bajo.

Alexander se atragantó con un último mordisco y sus ojos se clavaron en su vecina de mesa, sin que pudiera evitarlo. La musiquilla regresó a sus oídos y a sus labios: <<I need la la la la la la...>>.

—No sé qué me pasa: al mirarla no puedo dejar de pensar en nodrizas, dedos tántricos y jardines en flor—admitió.

Sus palabras hicieron que los ojos de Luna se abrieran como platos y que tuviera que ocultar una incipiente sonrisa tras su taza de té; no había más chicas en la sala, con lo cual se refería a ella. De forma inconsciente, se irguió en la silla, sacó pecho e intentó adoptar una pose elegante, pero distraída, apoyando un codo sobre la mesa y dejando caer la barbilla sobre el puño. ¿Una nodriza era una nave espacial?

En una muestra de vergüenza ajena, Hrithik se cubrió el rostro con las manos y farfulló una maldición, después invitó al griego a ser más discreto.

—Recuerda que desde que te sacudió el rayo sueles alzar la voz (sin darte cuenta) y que eso resulta bastante escalofriante cuando hablas como un carcamal desesperado por perpetuar su apellido antes de palmarla, mitr—le advirtió, en tono paternal.

No solo me atrae, me interesa, y eso no es normal, porque es el paso previo a que me importe, y no es algo que en este momento neces...—empezó a valorar el griego, en voz muy baja. Un grito agudo, terrorífico y femenino, le interrumpió y sacudió sus oídos como si hubiera brotado de ellos—. ¿Has oído eso? —le preguntó a su amigo, viendo que ni se había inmutado.

Hrithik, distraído, negó con la cabeza. Miraba a Luna de soslayo y farfullaba en hindi por lo bajo.

—Lo que vas a atraer, como no te andes con cuidado, es una bofetada. Y te la tendrás merecida, porque se supone que parte de tu trabajo es proteger a esa chica de los tipos que se comportan como tú ahora. ¿Se puede saber qué te pasa? No te reconozco. Sé que lo estás pasando muy mal por la pérdida de tu prima, pero eso de ningún modo justifica que dejes de comportarte con honor, tampoco que bebas más de lo que puedes soportar—le regañó ceñudo—. Mi tía Phritika y mis primos estaban muy preocupados por ti, les dije que no tenían razones, pero insistieron en que viniera y ahora yo también estoy preocupado. ¿Me estás escuchando?

Te oigo, pero de ahí a escucharte...

—¿De verdad, Alex? ¿Amor a primera vista? ¿A tus años?

—Si llamas amor a lo que sientes por las pakoras de tu prima Tanvi pues sí: debo estar enamorado.

Luna ya no podía escucharlos, pero había encontrado la forma de mirar a Alexander sin que él se diera cuenta: observándole a través de uno de los espejos decorativos de la pared. Disfrutó del espectáculo unos minutos, hasta que, perdida en sus pensamientos, se llevó un susto de muerte cuando la realidad se fundió con sus fantasías por un instante, envolviendo en llamas el reflejo de aquel hermoso rostro masculino.

Se estaba poniendo muy nerviosa y el calor, de repente sofocante, empezaba a marearla. Sentía la blusa oprimiéndole el pecho y el sudor descendiendo desde su cuello, por el canalillo, hasta su cintura. Tenía pegajosos los brazos y los muslos, y la humedad ambiental solo empeoraba las cosas. Agobiada, se recogió parte del pelo tras la nuca con una mano, e intentó agitar un poco el aire con la otra, evitando en todo momento dejar al descubierto sus cicatrices del cuello. El tercer botón de su escote cedió. ¿Olería mal? Aspiró y exhaló un par de veces, en profundidad, el olor de su desodorante aún podía percibirse. Mas tranquila, deslizó con discreción su botella de agua fría por las mejillas. Después, sacó un pañuelo de papel del bolso y se secó el sudor de la frente y del mentón con él, a base de suaves golpecitos.

Alexander observó el espectáculo en primera fila, sin parpadear y canturreando: <<I want to touch you. You're just made for love...>>. Sentía todos los músculos en tensión. Su corazón se había convertido en una pelotita de goma dentro de una coctelera y la voz de Hrithik en el zumbar de una mosca. Sin darse cuenta, se desparramó en su silla y tamborileó sobre la mesa con los dedos los compases de su banda sonora. Aunque la mayoría de las chicas que Aamir les enviaba desde la agencia de turismo del aeropuerto eran muy parecidas a la rubia triste, había algo en ella que fundía su instinto de protección con otros instintos menos nobles. No recordaba que eso le hubiera sucedido antes con nadie. ¿Tendría razón Hrithik y estaba más vulnerable de lo normal por haber perdido a su prima? ¿Acaso empezaba a tener miedo de quedarse solo? Ella se le parecía un poco y debía tener más o menos su misma edad... Aunque, por otro lado, era imposible que se sintiera atraído por dicho parecido, porque Iris había sido como una hermana para él, así que ese razonamiento era bastante monstruoso... ¿Qué era entonces? Ya no se sentía bajo los efectos de nada. ¿Estaría bien que le ofreciera tomar algo en el porche? ¿Debía esperar a que ella le buscara para llorar en su hombro, ebria de Pachwai? Tal vez, lo mejor que podía hacer (por su bien) era sacar al vago redomado de Pamic del bar y obligarle a llevarla a la residencia femenina de Magara road, junto con las demás estudiantes de intercambio. ¡Ese inepto y perezoso secretario nunca hacía bien su trabajo! ¿Lo sabrían en la embajada española? Seguro que no... No por el momento...

Aún bajo el peso de las pupilas de Alexander, Luna podía sentir su rostro encendido y su corazón palpitando descompasado. Quizá esa era la forma del joven de hacerle ver que se sentía observado y que no le agradaba.

—¿Está mal que me guste, Hrithik? Bueno, soy una persona normal: no creo en almas gemelas, ni lloro por pasar solo el día de los enamorados. Tampoco suelen pasarme estas cosas... ¿Cuántos años crees que tiene? —tanteó el griego.

—¿Qué importa su edad? Como tú mismo has dicho en otras ocasiones: <<Lleva la "L" de la vida pegada en la frente>>. ¿De veras quieres ser tú su primer gran accidente? ¿Acaso no te da vergüenza planteártelo? No te reconozco —resolvió su amigo—. Estoy seguro de que el alcohol y la nostalgia te empujan a buscar compañía esta noche, pero te arrepentirás de cualquier cosa que le hagas a esa cría en cuanto vuelvas a ser dueño de ti mismo. Los dos sabemos que solo necesitas una ducha fría y meterte en la cama para volver a ser tú.

—¿Eso último debo hacerlo solo? —inquirió el griego, solo para molestar al indio.

Alex siguió burlándose del novio de Beth durante unos minutos más, para intentar frenar un poco su sobreprotector (y soporífero) lado paternal, mientras, Luna se esforzaba por ser coherente.

<<Eros>>, pensó, su padre había utilizado al dios del deseo y el amor junto con metáforas políticas para prevenirla sobre los peligros de dejar a los sentidos en manos de los sentimientos: <<Imagina la perversión de un gobierno en el que el partido opositor es solo una herramienta del partido gobernante para reforzar su posición>>. Ella, que no entendía mucho de política ni de amor, comprendió a grandes rasgos que no podía supeditar la lógica a las emociones, ni viceversa. En teoría, había sabido combinar bien razón y corazón (en lo que a Gabriel se refería). Estaba por ver que tal manejaría ahora las dos cosas, cuando estaba decidida a correr riesgos y a vivir con intensidad el poco tiempo que le quedaba. Por el momento, al igual que ella por los nervios, la cosa tenía mal aspecto: aquel tipo la atraía de una forma que no alcanzaba a entender y que le provocaba sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía culpable, vulgar, insegura y superficial, por el otro, emocionada y expectante. <<Si vas a conjurar al diablo, procura asegurarte de que tienes una cama para que duerma>>, solía prevenirla Sor Constanza, <<Una vez haces un trato con él nunca terminas de pagar tu deuda >>. ¿Qué tipo de tratos podía ofrecerle un hombre como su objetivo besable? ¿Para quién trabajaban su corazón y sus emociones en ese momento? ¿Eros? ¿Satán? ¿un avatar de ambos? ¿Podrían ayudarla a averiguarlo las enseñanzas de Sor Constanza o de su padre? ¿Y Esteban Belmonte? No. No. ¡No! No quería ser la hija de... la pupila de... la víctima de... Quería ser solo Luna, y preocuparse más de no defraudarse a sí misma que de defraudar a otros. Quería deshacerse del miedo y obtener el control. Quería amarse. Quería sentirse amada de una forma limpia, para borrar de su mente y de su cuerpo el recuerdo, el olor y el tacto, del parásito. Quería olvidar su voz y sus ojos. Quería dejar de sentirse culpable y sucia. Creía que jamás iba a conseguirlo y, sin embargo, su objetivo besable había hecho que volviera a sentir su cuerpo como algo suyo. Eran su piel y su vida. ¿Quién tenía derecho a apropiarse de ellas? ¿Quién tenía derecho a juzgarla?

Se despidieron de manera formal: Alexander intentando no parecer ebrio, Luna intentando parecer segura de sí misma y Hrithik intentando disimular su obligada condición de carabina. Mientras que el griego terminaba de hablar con el indio, esforzándose por no confesarle su encuentro con Shuary y con la quimera de la alcantarilla, y la Sra. Phritika desconcertaba a los dos amigos mostrándoles el dibujo de la nave espacial que Luna se había dejado olvidado en su mesa, ella se instaló en su habitación con la ayuda de Tanvi.

Aquel nuevo escenario de su aventura y su inventario seguían siendo iguales de exóticos que la planta baja, pero algo más sencillos: tapices, alfombras, muebles de madera labrada con patas torneadas, un ventilador de techo, colcha y cortinas de algodón bordadas con motivos florales, algunos adornos de metal dorado, jarrones con rosas y un cesto con manzanas muy rojas. No podía negarse que aquel cuarto era mucho más bonito y acogedor que su propio dormitorio en Bruma.

—¿Le gusta, señorita? —le preguntó Tanvi, una vez terminó de ponerla al tanto de los horarios de comidas y del sistema de lavado de ropa.

—¡Me encanta! ¡Es mucho más bonita que mi propia habitación en España! —admitió ella, sin pensar—. El simple hecho de tener unas cortinas tan gruesas y coloridas ya me hace feliz. ¡Por no hablar de las flores, los cojines, el incienso y las velas!

Tanvi frunció el ceño.

—¿Ustedes no usan cortinas en España? —inquirió la india, alzando una ceja y rascándose la cabeza.

Sí, sí que las usamos, pero las mías están un poco viejas y deslucidas.

—Pues si desea tener unas iguales puedo pedirle a mi tío Ranjit que se las traiga de su tienda de Jaipur.

Luna iba a negar rotunda con la cabeza, pero una duda la hizo detenerse: no podía recordar cual había sido la última vez que había comprado algo para hacer su dormitorio más confortable. Tampoco había decidido si regresaría a la casa de Martín durante el tiempo que durara su convalecencia o si se instalaría en el campus (en caso de que pudiera costearse los estudios por su cuenta).

—No niego que me gusta la idea, porque sería un bonito recuerdo de este lugar... El caso es si puedo permitírmelas...

Tanvi esbozó una sonrisa confiada y asintió.

—Yo puedo hacer que le traigan casi cualquier cosa: solo ponga el precio, yo me encargaré.

La joven se marchó y dejó a Luna haciendo cálculos mentales; no quería tocar sus ahorros y tampoco la cuenta que Martín había abierto a su nombre, pero no le iba a quedar más remedio que <<profanar>> una de las dos cosas, algo que no le hacía especial ilusión.

Se había criado en la austeridad y en la sencillez, y tendía a sentirse culpable cuando recibía regalos, o cuando gastaba dinero en cosas superfluas, como chocolatinas y velas perfumadas. Se preguntó si el origen de su racanería residía en que Martín nunca la había alentado a invertir dinero en esos pequeños placeres, y concluyó que quizá ella había interpretado su desinterés como una especie de prohibición. De algún modo, había llegado a la errónea conclusión de que, si él no disfrutaba con algo, ella tampoco debía hacerlo. Pasando por alto que tenían gustos diferentes y que, aunque su padre no gastara dinero en las cosas que ella hubiera querido comprar para mimarse un poco, sí que lo invertía en algunos caprichos de su gusto, como un café orgánico de producción limitada (importado desde Jamaica) o nuevas piezas para su colección de fósiles.

En ese momento, frente a la cama con dosel, estuvo segura de que a él le hubiera traído sin cuidado que ella cambiara las viejas cortinas de gasa por unas más tupidas (que le dieran mayor privacidad), o que gastara esos cinco céntimos de más que costaba el yogur que no olía a plástico. Sí, sus sacrificios de hija ejemplar habían sido bastante tontos e innecesarios; tenía que cambiar eso. Tenía que cambiarlo todo, pues solo le habían bastado diez minutos en soledad para que sus pensamientos volvieran a derivar en Martín y en lo mala hija que había sido por olvidarle unos momentos para coquetear con un desconocido. Si pudiera verla... Si supiera lo que había ocurrido con Gabriel en el aeropuerto...

—Gabriel—suspiró, mientras extendía con delicadeza la vaporosa mosquitera-dosel alrededor de la cama. Enseguida, su mente voló hasta el pelo revuelto, la sonrisa carente de maldad, los hoyuelos y la mirada líquida del doctor. ¿Qué demonios le pasaba con él? ¿Por qué no le veía como antes? Tenía que arreglárselas para contactarle, aunque fuera a través de la web de su hospital.

No podía olvidar que la había hecho sentirse como una traidora, caprichosa e inmadura, por no haber reaccionado como esperaba a su tardía declaración de amor y a su beso. En parte podía entenderle, porque durante años le había adorado como a un dios pagano, y después, cuando se había dado cuenta de que no era ese oasis perfecto que necesitaba, le había arrojado de su pedestal con cajas destempladas. Sí, le había idealizado en función de sus necesidades, y cuando se había presentado ante ella, convertido en un hombre de carne y hueso, su fantasía de príncipe azul había muerto. Él mismo la había matado al reprocharle su infantilismo, sin sospechar que era la niña que vivía en su interior la que no quería renunciar a aquel ensueño. En cambio, la mujer deseaba estar al otro lado: sintiéndose la fantasía dulce de alguien, conociendo un tipo de amor puro, incondicional y completo, que no pudiera confundirse con dependencia o piedad. Al fin y al cabo, su amigo siempre había fingido no estar al tanto de sus sentimientos, llegando al punto de mortificarla contándole con pelos y señales sus escarceos amorosos. ¿Cómo iba a imaginar que empezaba a corresponderla? En el hospital percibió su interés en ella como compasión. No obstante, si algo le había dolido, era que él le hubiera hablado de lo que Belmonte le había hecho, con tanta frialdad y para victimizarse.

Tras asegurarse (una vez más) de que su teléfono había desaparecido, y de que no estaba oculto en algún rincón de su maleta, encontró sus pastillas para emergencias justo dónde las había puesto. Después de una ducha caliente se sintió tan relajada que incluso le cambió el humor. Empezó a estar más animada y a recuperar el optimismo con el que había salido de Bruma.

Cuando se secaba el pelo, la señora Phrithika le había subido un té delicioso, elaborado a base de cardamomo, azafrán y almendras. Su calidez y dulzor terminaron de eliminar la opresión que sentía en el pecho. Se lo bebió despacio, saboreando cada gota, aspirando su embriagador aroma, y mientras lo hacía, la amable mujercilla esparció lo que parecía ser sal en el suelo. Una línea gruesa, horizontal y perfecta, delante de la puerta de la terraza.

Ella frunció el ceño y calibró el dato. ¿Sería un truco casero para evitar la humedad? ¿Un remedio natural para mantener alejados a los insectos? Al ver su expresión confundida, la mujer se apresuró a darle las explicaciones pertinentes:

—Mantendrá alejados a los naga—le aseguró.

—¿Naga? —repitió ella.

La cincuentona sonrió y señaló la oscura silueta de las montañas a través de la puerta de cristal de la terraza.

—Cuando el agua desciende de las montañas, los naga se deslizan por las laderas y los valles. Después permanecen ocultos, bajo la superficie de los lagos y ríos, hasta que cae la noche. Entonces salen de su escondite para alimentarse y aparearse.

Luna sintió como un escalofrío le recorría la espalda. ¿Acaso sería un naga aquella cosa enorme que la había sorprendido en el embarcadero? Fuera lo que fuera, debía tener graves problemas de hipertensión, porque no había otro modo de explicar por qué habría de temerle a un puñadito de sal.

—Ellos sienten predilección por los niños pequeños y por las mujeres jóvenes —prosiguió advirtiéndole la Sra. Phrithika ante su mutismo, en tono siniestro, para mayor desconcierto.

— ¿Qué tipo de animal es un naga? —le preguntó intrigada, mientras metía la ropa sucia en un pequeño saquito de algodón blanco y se lo entregaba.

—¿Quién ha dicho que sea un animal? —le respondió la india con una sonrisa astuta y expresión audaz, antes de dar media vuelta y marcharse.

Luna meditó la escena unos segundos: una mirada al cielo nocturno siempre le aportaba serenidad y aquella noche ni siquiera los naga evitarían que saliese unos minutos a la terraza para contemplar las estrellas.

Se quitó el albornoz, que había encontrado en el baño y que parecía no haber sido usado antes, y se puso el camisón que le había regalado Sor Constanza el día de su dieciocho cumpleaños; de batista marfil, corte imperio y escote en <<V>>. Sin más adornos que dos pequeñas cintas de raso tornasolado, que salían de los costados y se anudaban en la espalda con un lazo. Una prenda tan cómoda, como casta, teniendo en cuenta que le llegaba hasta los tobillos.

Salió al balcón, y recorrió con la mirada las aguas oscuras y quietas del lago. Lejos de lo que pretendía, la asaltaron los recuerdos y el llanto. Buscó en las sombras de la noche un poco de luz, un poco de claridad para su alma ennegrecida por el sufrimiento, y entonces sus ojos se toparon con la esbelta silueta de Alexander, que intentaba arrancarle unos acordes a algo parecido a un gran laúd, en la terraza contigua. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y solo llevaba puesto un pantalón de pijama largo. Su melena oscura descendía como una cascada sobre su afilado perfil y el sudor perlaba su piel, dorada por la luz de los farolillos que colgaban de guirnaldas de plumas, en las barandillas y en el tejado. Una vez más, la cercanía de aquel hombre sacudió su corazón.

En gran medida, él representaba lo que ella hubiera querido ser: libre, misteriosa, desenvuelta... Como no podía emular a Kitty y Lydia Bennet, arrojando un pañuelo al suelo para hacer notar su presencia, recurrió al gran clásico para esos casos: fingir una tos, aunque, de haber podido actuar por cuenta propia sus hormonas, hubiera rugido, estaba segura.

En cuanto el griego se percató de que no estaba solo, apoyó el instrumento contra la pared y se incorporó de un salto. Le encantaban los abstemios que elegían el peor día para empezar a beber y todo lo español, y Luna le pareció una buena combinación de ambas debilidades.

—Perdona, se me había olvidado que tenía nueva vecina. Siento haberte despertado —se excusó, con una mueca pueril, al reparar en sus ojos hinchados de ella.

No sabía qué hacer con sus manos; se acomodó el pelo en las sienes, luego se acarició la barbilla y terminó por metérselas en los bolsillos. Se sentía muy torpe junto a aquella pobre criatura, recién salida del cascarón, y eso no era propio de él. No es que quisiera impresionarla, ni nada de eso, pero sentía ese tipo de presión guiando su comportamiento. ¿Acaso el brebaje de Shuary le había provocado daños cerebrales permanentes? ¿La estupidez acabaría por consumirle antes del amanecer? <<I need la la la la la la...>>.

—La verdad es que aún no me había acostado—admitió Luna—: aguardo impaciente una coreografía perfecta e improvisada por parte del personal del hotel—bromeó. Una vez más, estaba nerviosa y solo se le ocurría fanfarronear.

Alexander soltó una carcajada ante sus ocurrencias, a ella le pareció una risa sincera, pero no se confió.

—No creo que el seguro de la Sra. Phrithika cubra ese tipo de decepciones—le advirtió —. Espero que te sirvan como consuelo las pakoras extra en la cena. Tienes suerte de agradarle a Tanvi, porque el tamaño de sus raciones varía en función de sus simpatías.

—Gracias por la información. Me esforzaré para que lleguemos a ser las mejores amigas—aseguró la rubia, con una sonrisilla —. ¿Qué es eso que estabas tocando? Su sonido es exótico, aunque un poco triste. Recuerda a un llanto sofocado

—Es un viejo sitar—contestó el griego, antes de ir a buscarlo y acercárselo para que pudiera verlo mejor.

Ella volvió a tener la sensación de que Alexander era un viejo conocido. Todo en él le agradaba y le resultaba familiar; desde su voz de barítono, pasando por su agradable olor corporal, hasta su peculiar manera de caminar, balanceando los brazos al son de unos hombros firmes, que subían y bajaban al mismo ritmo de sus caderas.

—No sé bailar y canto regular, pero este chisme no se me da mal. ¿Quieres que te toque algo en especial? —se ofreció el griego, con una expresión que se prestaba a múltiples interpretaciones, algunas demasiado literales.

El estómago de ella se retorció. Tuvo que pasarse la lengua por los labios para ocultar un tic en la mejilla, eso atrajo la atención del griego hacia ellos.

—¿Debo interpretar esa risa mal disimulada como una falta de fe hacia mi talento? —preguntó, sin dejar de mirarlos.

—Estoy segura de que tocas muy bien—afirmó Luna, con un hilillo de voz, negando con la cabeza.

Recordando lo que Hrithik le había advertido, respecto a su nueva faceta de viejo pervertido, el griego decidió ser cauto y no dejarse llevar por sus pensamientos retorcidos. Tomó el sitar, se acercó a la escuálida barandilla que les separaba, y acarició con las yemas de los dedos las cuerdas de acero, luego le tomó la mano a ella para ayudarla a hacer lo mismo. La joven se dejó conducir por él y deslizó, bajo su atenta mirada, las yemas de los dedos por las finas cuerdas. Bajo su cálido tacto, el vello se le erizó en los brazos. El artefacto emitió una serie de sonidos rápidos y metálicos, que parecieron entremezclarse los unos con los otros.

—Ha sido precioso —reconoció en un suspiro.

—Increíble en lo que se puede convertir una calabaza ¿eh? —se burló Alexander, cerrando los ojos y aspirando con fuerza cerca de su cuello. <<I need la la la la la la...>>.

Luna miró su mano, que él aún sostenía; no tenía ganas de apartarla.

—Bueno, el hada de Cenicienta puso el listón muy alto—se burló y al instante se arrepintió, consciente de que su bochornoso sentido del humor resultaba demasiado infantil.

—¡Eso es cierto! —rio él, para su alivio— ¿Probaste el limón encurtido? La Sra. Phrithika lo hace traer desde la tienda más antigua de Jaipur, una que tiene alrededor de doscientos años.

Alexander dejó que el dorso de su mano acariciara los dedos de Luna de nuevo, antes de soltarla, y de soltar también el sitar en el suelo. Al retirarse, la luz tras su espalda se filtró a través del camisón de ella, dibujando a su paso cada oscura curva de su sinuosa anatomía sobre la fina tela. Sin que pudiera evitarlo, una sonrisa traviesa iluminó su rostro y le robó las palabras. Se preguntó si una imagen similar habría sido la fuente de inspiración de Hermann Rorschach para idear su test, y fantaseó sobre lo divertido que sería hacer abrirse a su voluntad, unas veces expectantes y otras escandalizados, aquellos sombríos ojos azules. Sería excitante averiguar si, sobria, ella sería capaz de llegar hasta el final y darle rienda suelta a esa fascinación que parecía sentir por él. Sería impagable ver su cara al amanecer, cuando ya no hubiera marcha atrás, y tuviera el cuerpo desnudo de un griego moreno y sudoroso, dormitando sobre el suyo. Soltó un gemido. Una extraña comezón en el estómago le hizo dar un paso atrás. Hacía mucho tiempo que no se sentía así cuando tenía cerca a una mujer. ¿Ocho años, tal vez? <<I want to touch you, you're just made for love. I need la la la la la la...>>.

La luz difusa de los farolillos no era lo suficiente potente como para que Luna pudiese identificar, a ciencia cierta, hacia dónde apuntaban las pupilas del griego, pero su cabeza inclinada y su silencio le dieron sendas pistas sobre qué le había hecho abandonar la conversación: transparencias en su camisón. Sintiéndose desnuda y abochornada, se apartó de la barandilla con discreción, caminando hacia atrás, hasta poder apoyar la espalda contra la pared. ¿Serían también visibles sus cicatrices en aquella penumbra?

—Será mejor que me meta en la cama. Buenas noches —tartamudeó.

Alexander se aproximó lo justo como para que ella pudiera deleitarse con el brillo de sus ojos y otra de sus sonrisas traviesas. Se puso roja, el calor acudió a su cara, como si la bañara el sol, y todo pensamiento responsable o lógico desapareció de su mente, para perderse de nuevo en una vorágine de pupilas dilatadas y feromonas. Martín tenía razón: aquel estúpido dogma biológico y primitivo, que mataba a los salmones y cercenaba la cabeza de la mantis macho, también convertía en peleles a las personas. Y por mucho que Sor Constanza estuviera en contra de dar pábulo a ese tipo de emociones estando soltera, ella estaba segura de que lo que sentía tendría mucho de antiguo, de físico, de programado, pero también debía de tener algo místico, porque solo la magia podía hacer que viera, como un ente perfecto, a un desconocido; bastaría que él le hiciera un gesto con la mano para que se dejara seducir por el resto de los placeres de la noche, al igual que hacían los naga, y no habría suficiente sal en el mundo para detenerla...

Mientras ella encontraba en sus hormonas las respuestas erróneas a todas las preguntas que hubiera querido hacerle a su profesor de ciencias, él se humedeció los labios, se pasó el pelo tras la oreja y volvió a sonreírle. Su pendiente parpadeó en la penumbra, como las invitadoras lucecitas de una pista de aterrizaje, cuando se agachó para recoger una pluma roja, que se había desprendido de las guirnaldas.

—Me voy a la cama —repitió con firmeza.

Shubh sandhya, agápi mou —correspondió el griego, muy solemne, sin apartar la vista de su escote, con los labios contraídos en una mueca pícara, deslizando la pluma por su mejilla, antes de ofrecérsela.

Luna la tomó entre dos dedos e intentó dominar sus piernas sin fuerza y encaminarlas hacia el interior de su habitación. Pero aún no había terminado de darle la espalda, cuando él volvió a reclamar su atención.

—¿Qué harás mañana? —le preguntó.

Ella sintió como se le paraba el corazón. ¿Acaso aquel tipo era tan osado como para pedirle una cita la misma noche en la que se habían conocido?

—He quedado con alguien—acertó a contestar.

—Oh, claro, la escuela.... ¿Necesitarás un sherpa durante tu visita a la ciudad? —inquirió Alexander.

—¿Un qué?

—Un guía que te ayude a cargar con tus bártulos...

El griego apretó los puños para disimular el modo inquietante en el que temblaban sus manos. Sabía que no estaba bien lo que se proponía, era consciente de que ella no era fuerte, de que no tenía mucha experiencia en la vida y de que él podría hacerle mucho, mucho daño. A pesar de ello, no podía resignarse a perderla de vista. Cuando ella le miraba se sentía poderoso, único, especial... La necesitaba. Incluso podía utilizarla para ganarse la confianza Olympia.

Luna dejó escapar un suspiro de alivio, al comprobar que el interés de él era comercial. Por un momento se había visto en una situación muy incómoda.

—Oh, no... Bueno, la verdad es que no lo había pensado —admitió, un tanto desencantada en el fondo. Tampoco hubiera estado tan mal que un chico como ese se interesara en su persona—. Lo cierto es que ya he quedado con un taxista para que me lleve hasta el Roza Bal, mientras hago tiempo para mi cita.

—Oh, claro. Si solo vas a ver eso, puedes hacerlo sola —reconoció Alexander, desolado —. Pero, si te apetece ver algo más... Estaré por aquí...—se ofreció en el tono más descaradamente obsceno que pudo utilizar, con pose de gladiador, sintiendo al tiempo como su dignidad se escurría por un sumidero.

<<Sí que me apetece>>, pensó Luna, sin poder evitarlo. Y nuevas preguntas sobre su renovada voz interior la asaltaron: ¿Acaso su comportamiento errático podía ser consecuencia del cambio de medicación? ¿Eso era el famoso síndrome de abstinencia del que le había hablado Gabriel? ¿Se debían a eso las náuseas, los dolores de cabeza, los sudores y que hubiera perdido completamente el dominio sobre sí misma frente a un tipo que hacía música con una calabaza?

—Lo tendré en cuenta, gracias—se escabulló y de nuevo se giró para marcharse.

—¡Espera! —volvió a reclamar Alexander, antes de entrar en su habitación, tomar un botecillo de piretrina de su maleta y tendérselo a la joven. El menor de los varones Blake no quería ver aquella piel transparente llena de círculos rojos.

—Te vendrá bien para evitar las picaduras de los mosquitos. Extiéndelo sobre la mosquitera de tu cama—le aconsejó.

Luna tomó el frasco a regañadientes, sin duda el muchacho sabía cómo captar clientes.

—Gracias, pero no era necesario—agradeció, un tanto incómoda.

—Tengo un arsenal: desde que enfermé de chikungunya, mi hermana pequeña no quiere que me infecte de algo que luego pueda contagiarle y me los manda por toneladas—bromeó Alexander.

Ella asintió y sonrió, aunque no tenía ni la menor idea de qué le estaba hablando; el simple hecho de imaginárselo enfermo, febril y empotrado en una cama, le reblandeció el corazón. Que su hermana le quisiera tanto era una buena señal ¿no?

—Lo aceptaré entonces...Gracias y buenas noches —se despidió al fin, y corrió hacia su habitación, cerrando tras de sí la puerta como si la persiguieran. Se tumbó bocarriba sobre la cama, puso la pluma bajo su almohada y se tapó la cara un cojín. <<Beth, Beth, Beth...>> pensó.

Aún en la terraza, Alexander hizo a un lado el sitar, el manual escrito por Shuary y retomó la lectura de los diarios de Luna, ignorando que la protagonista de aquellas desventuras que entretenían sus madrugadas se hallaba a pocos metros de él.

El Dal era espejo de los astros como tantas otras noches. Un gran búho cruzó la terraza, casi rozándole la mejilla con una de sus enormes y poderosas alas, para ir a perderse en la negra inmensidad del cielo. Los ojos melancólicos del griego le siguieron como si fuera el último destello de una estrella herida de muerte. Pidió un deseo en voz alta:

—Señor, no permitas que yo también me pierda en la oscuridad —le imploró. Y sus pensamientos se concentraron de nuevo en la nueva huésped, en su camisón y en que había olvidado preguntarle su nombre. <<Oh, child of Venus, you're just made for love...>>.


Sobrenombre con el que se conoce a la industria cinematográfica India, en referencia al Hollywood americano.

Ilusionista israelí.

Hindi: amigo.

Verdura rebozada en harina de garbanzos y frita.

En este caso: mujer que amamanta al hijo de otra.

Variedad india de cerveza de arroz.

En referencia al distintivo <<L>>, de <<learning>> (ingl.:aprendiendo) que suelen llevar en algunos países los vehículos de los conductores nóveles para identificarlos como tales.

Extracto de la canción <<Perfum>> de Marilyn Manson. Original en inglés: <<If you conjure the devil, you better make sure, you got a bed for him to sleep in>>.

Personajes ficticios de la novela "Orgullo y prejuicio" (Jane Austen).

Psiquiatra y psicoanalista de origen suizo.

Traduc. hindi: buenas noches.

Traduc. griego: mi amor.

Enfermedad vírica transmitida por la picadura de un mosquito.

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