Mainland.

By Binneh

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La tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que... More

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 15

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By Binneh

"Una meta es un sueño con fecha de entrega."

Napoleón Hill

***

Cuando cerré lentamente la puerta tras de mí, adentrándome en aquella habitación oscura, fría e impersonal, la insensibilidad que me había dominado durante horas fue dejando atrás mi cuerpo. Como una anestesia que poco a poco abandona al moribundo y el mortecino dolor se abre paso a dentelladas, como un animal rabioso y famélico, desgarrando los órganos y los huesos, arrasando con todo, incluso con el alma.

Con las piernas temblorosas, caí de rodillas, incapaz de sostenerme, y los ojos comenzaron a escocerme, como si en vez de lágrimas estuviera llorando un ácido que me derritiera las mejillas, abriendo surcos en la carne y mezclándose con mi sangre que comenzaba a bullir, dejando atrás el letargo.

Al principio quise controlarme, porque sabía que si estallaba de nuevo, al igual que lo había hecho horas atrás, no haría otra cosa durante la noche a parte de manifestar aquel dolor que me consumía por dentro. Al final, incapaz de detener aquel daño irracional e inhumano, clavé los dedos en el suelo y me arrastré como pude hasta la cama, incrustándome las pequeñas piedras en las manos, y ahogué en la almohada todos mis gritos. Vertí entre las mantas toda aquella frustración que sentía, vertí toda la esencia de mí, vertí hasta el último rastro de mis ganas de continuar respirando. Me deshice entera en llantos intentando autodestruirme, como si de ese modo pudiera desaparecer y hacer huir de mis entrañas aquel infierno que ardía, que me consumía, que me reducía a cenizas. Me deshice en llantos por rabia, por pena, por impotencia.

Voces desgarradoras que me hicieron trizas las vísceras y la garganta. Más que eso, me hicieron trizas a mí misma. Hicieron trizas a Lizzé, porque por unas horas dejé de verme como yo misma. Por un momento fui una carcasa que se estaba quedando vacía, rezumando sentimientos y emociones, expulsándolos de ella.

Lloré hasta que me quedé seca y hueca, como a un animal al que lo vacían por dentro para disecarlo, y por fin, cuando ya no quedaba nada más por lo que llorar, volví a dejar de sentir de nuevo. Pero aquella noche no dormí a pesar del cansancio, mis ojos se quedaron clavados en el techo, sin pensar, sin nada que invadiera mi mente ya.

Y a pesar de todo decidí que quería seguir viva.

Durante los siguientes días entrené hasta que, ahora que ya estaba acostumbrada al ejercicio, volví a sentir punzantes molestias incluso en los músculos ocultos en los recovecos del organismo. Tanto a Zay como a Shiloh pareció gustarles que incluso cuando estaba tumbada en el suelo, con las piernas temblorosas y el pecho dolorido por la respiración agitada, aún quisiera seguir en pie y volver a intentarlo una y otra vez. Rona se limitó a mirarme en silencio, pero con desconfianza. Shiloh se empeñaba cada vez más en ser un buen maestro, lo que hacía que cada encuentro fuera más difícil que el anterior. La situación se volvió todavía más seria la primera vez que me hizo sostener una pesada vara a modo de espada y defenderme con ella como si mi vida dependiera de aquel instante. No tuvo piedad contra mí e incluso varias veces sentí que las costillas se me partirían debido a los golpes, pero aún con el cuerpo lleno de moretones y los huesos hechos pedazos, continué luchando contra él.

- ¿Necesitas ayuda con algo? - La voz me sorprendió más por el significado de sus palabras que por el hecho de haber roto un silencio enfermizo propio de un cementerio abandonado. Me di la vuelta para observar a Shiloh justo al mismo tiempo que escasas pero grandes gotas comenzaban a golpear el techo sobre nuestras cabezas. Las sombras fantasmagóricas acentuaban y transformaban muchas de sus facciones: la barba de pocos días, parecía ahora más espesa entre la oscuridad, los ojos marrones se tornaron más negros y fríos aún, casi como los de Zay, y su cuerpo semejaba más imponente enmarcado por luces y sombras.

- No. - Contesté con simpleza, y volví a concentrarme en todos aquellos aparatos tecnológicos de aspecto primitivo que descansaban sobre mesa. Mi acompañante había conseguido volver a colocar sobre las bisagras oxidadas la puerta metálica de aquel antiguo garaje de las ciudades del exterior. Sin embargo, el agua y las fuertes rachas de viento del naciente invierno se abrían hueco de igual modo hasta nosotros. Los silbidos de las oleadas de aire sonaban agudos entre los guijarros de la pared, casi como un animal agonizante.

Mientras con una mano inspeccionaba lo que parecía haber sido una antigua radio, de antes de la última guerra mundial, con la otra sujetaba una vela para poder ver mejor los cables de su interior, y cuando las primeras gotas de cera me quemaron los dedos, el chico se acercó y se encargó de mantener en la posición correcta la llama titilante. Lo miré de reojo y murmuré un gracias que quizás en ningún momento llegó a salir de mi boca. La lluvia se intensificó de pronto y las pequeñas aberturas del tejado comenzaron a escupir agua hacia el interior

- ¿De verdad puedes hacerlo? - Hizo una pausa de medio segundo y yo intenté no mostrarme sorprendida ante el hecho de que intentara entablar una conversación más o menos amistosa conmigo. - ¿Puedes hablar con los que están ahí arriba? - No levanté la vista de lo que ya llevaba haciendo durante horas: intentar encontrarle sentido a la maraña de hilos de cobre y goma. Sin embargo, liberé un suspiro y llegué a la conclusión de que si yo respondía a sus preguntas, quizás él hiciera lo mismo con las mías.

- Si consigo descubrir cómo funciona esto, averiguar el modo de conectarlo a un micro por el que yo pueda hablar, encontrar una fuente de energía eléctrica e interrumpir una onda de radio muy concreta... entonces quizá pueda comunicarme con ellos. Pero todo lo que hay aquí es inservible, necesito otro tipo de material. - Me dejé caer sobre el respaldo, reconociendo en voz alta lo que ya llevaba pensando desde hacía un rato. Él volvió a dejar la vela sobre la mesa y cuando creía que se iba a rendir y volver a montar guardia en la otra punta de la estancia, recogió una caja de madera del suelo y se sentó a mi lado.

- ¿Y qué vas ha hacer?. - Se tocó la maraña de pelo oscuro y se deslizó en la silla también, más relajado de lo que nunca lo había visto.

- Sé que mis cosas están confiscadas, pero necesito el transmisor que traje conmigo, está roto, pero será mucho más fácil de arreglar que esto. - Obvié el hecho de mencionarle que ya había intentado reparar aquel aparato antes de que ellos me hicieran de su propiedad e hice un gesto hacia el desastre de chatarra ante el que nos encontrábamos. - Lo sé utilizar y ya está programado para llegar hasta quienes queremos.

- Si eso hace que te vayas, no creo que nadie se oponga. - Movió un par de piezas entre sus dedos enguantados y las volvió a dejar donde estaban. - ¿No se te ocurrió antes? - Ante eso me limité a guardar silencio, ya que él no era consciente de la idea que me bullía en el cerebro. Si Zay creía que debía hacer algo productivo para que no se deshicieran de mí, entonces yo iba a demostrar cómo de útil podía llegar a ser. Y para lo que tenía en mente, toda aquella tecnología primitiva sí que tenía cabida.

- ¿Cómo se supone que no nos estamos retorciendo de dolor ahora mismo? - Shiloh me miró algo confuso por un instante, pero luego comenzó a comprender. - ¿Te hechas una crema por la piel y te deshaces de la radiación de un plumazo? ¿Así de simple? No tiene sentido. - Él suspiró, con una mueca de agotamiento cruzándole el rostro.

Hubo esta vez algo en su expresión y en su forma de actuar que me hizo comprender que quizás en esta ocasión si fuera a responder a mi pregunta. A lo mejor lo que había sucedido la última vez que habíamos intando acceder a esos garajes: el asesinato y mi ataque de histeria; habían provocado en él una especie de remordimientos que convertían el estar tantas horas conmigo en un martirio. Me había tratado como a un trozo de carne putrefacta.

-¿No te rindes, verdad? ¿No puedes dejarlo estar? -Se frotó los ojos, que estaban enmarcados por medias lunas violáceas, y luego cruzó los brazos sobre el pecho.

-Saber por qué la humanidad sigue con vida me parece bastante importante.

-Confiar en ti... -Me miró de reojo y se humedeció los labios. -Es casi como ir en contra de todo lo que conozco.

- Yo dejo que me cubras las espaldas todos los días.

- Si Zay lo ordena, no tienes otra opción.

-Cierto. -De nuevo, la quietud se extendió entre nosotros y se propagó por la estancia como lo haría el fuego por un reguero de pólvora. Solo el temporal enfurecido, que clavaba los dientes de viento y agua en el exterior, hacía que el silencio no fuera del todo sepulcral.

-Si te lo cuento, nadie debe enterarse de que te he hablado de ello. -Me quedé callada unos segundos, sorprendida de que hubiera cedido a mi petición de una manera tan rápida. Lo ojeé un rato, sin fiarme del todo de aquella renovada amabilidad.

-Te lo prometo. -Él se limitó a expulsar aire por la boca.

- Todo lo que hay ahora mismo sobre la faz de la Tierra está impregnado de toxinas, pero las plantas van depurando aire y agua lentamente a lo largo de las décadas. Todas las especies de las que hay memoria han mutado, quizás unas más que otras, pero hay una que se ha manenido sobre el planeta inmune ante todo. Lo llamamos el árbol de Qax, y su capacidad de depuración es tan gigantesca que el aire de decenas de kilómetros alrededor de sus bosques es casi completamente puro.

>> Las comunidades están bajo estos grandes bosques. Las raíces de estos árboles son casi mágicas, y desprenden sustancias que limpian el agua y el suelo, de modo que el propio terreno también puede funcionar como un depurador. La ropa se lava con esta agua y la piel se impregna siempre de su savia cuando vamos a salir al exterior. Los alimentos y las bebidas contienen siempre grandes cantidades de su savia, por lo que sus propiedades pasan a la sangre y de ahí va a todas las partes del cuerpo.

-¿Me lo habéis estado dando sin que me diera cuenta? - Me sentí estúpida en cuento formulé la pregunta.

-Si no lo hubiéramos hecho, habrías muerto en poco tiempo.- Hizo un descanso, y al ver que yo no lo interrumpía, continuó. - Pero por mucho cuidado que se tenga, la radiación está en todas partes, incluso en nuestro ADN. Los niños siempre nacen enfermos, y en el mejor de los casos los daños solo afectan a la carcasa externa, lo peor es cuando vienen al mundo con los órganos destrozados por dentro. Muchos adultos mueren jóvenes, con apenas cuarenta años, es la muerte blanca. Afecta a casi a la mitad de la población y por lo que sabemos, es producido por consumir la savia del árbol de Qax durante toda la vida.

- Como una sobredosis. -Concluí.

-Exacto.

Me estremecí mientras procesaba todo aquello que no llegué a comprender del todo hasta que transcurrieron unos segundos en los que ninguno de los dos se atrevió a hablar de nuevo. Me sentí incómoda en la silla y me revolví sin ser capaz de mirarlo directamente a los ojos. Él se limitó a posar la vista sobre una de las goteras.

El temporal se intensificaba cada vez más, haciendo que el techo e incluso nosotros mismos nos agitáramos. Pero puede que nuestros temblores se debieran a otra cosa, porque yo sentía el estómago oprimido y el alma un poco más pesada.

Finalmente agradecí aquella confesión de oro, que no solo dejaba en calma mi cerebro efervescente y apaciguaba aquella curiosidad agónica que padecía, sino por la que muchos estarían dispuestos a matar. Fue entonces cuando me sentí más acorde con aquel lugar por primera vez, como si en cierto modo ser conocedora de aquello me hiciera pertenecer a él... y de manera sorprendente, ser una pieza más de aquella locura no me pareció una ensordecedora tristeza.

Le agradecí su sinceridad del único modo que yo sabía que él llegaría apreciar: asentí con la cabeza, dejé el resto de preguntas a un lado y le pedí que me pasara un alicates para empezar a trabajar en aquello que Zay me había pedido.

Una semana después del fatídico encuentro con Xena, la radio aún no estaba arreglada, pero cumplí con aquello que el líder me había recomendado. Perdí incontables horas de sueño, trabajé con cristal fundido hasta quemarme las manos y manejé cables pelados que desprendían chispas. Sin embargo, gracias a un simple sistema de turbinas movidas por el viento, filamentos de cobre y vainas de cristal, conseguí que la comunidad entera dejara atrás las velas y pasara a ser iluminada por el primer tendido eléctrico posterior a la tercera guerra mundial.

Y aún me quedaba mucho por hacer.


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