Como El Atardecer

By AdamKenner

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Hay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pud... More

Nota de autor
Prólogo
Capítulo 1: Emma
Capítulo 2: Caleb
Capítulo 3: Emma
Capítulo 4: Caleb
Capítulo 5: Emma
Capítulo 6: Caleb
Capítulo 7: Caleb
Capítulo 8: Emma
Capítulo 9: Caleb
Capítulo 10: Emma
Capítulo 11: Emma
Capítulo 12: Caleb
Capítulo 13: Emma
Capítulo 14: Caleb
Capítulo 15: Emma
Capítulo 16: Caleb
Capítulo 17: Caleb
Capítulo 18: Emma
Capítulo 19: Caleb
Capítulo 20: Emma
Capítulo 21: Caleb
Capítulo 22: Emma
Capítulo 23: Emma
Capítulo 24: Emma
Capítulo 25: Caleb
Capítulo 26: Emma
Capítulo 27: Emma
Capítulo 28: Caleb
Capítulo 29: Caleb
Capítulo 30: Emma
Capítulo 31: Caleb
Capítulo 32: Caleb
Capítulo 33: Emma
Capítulo 34: Caleb
Capítulo 35: Caleb
Capítulo 36: Emma
Capítulo 38: Caleb
Capítulo 39: Emma
NOTA DE AUTOR
Capítulo 40: Caleb
Capítulo 41: Emma
Capítulo 42: Caleb
Capítulo 43: Emma
Capítulo 44: Emma
Capítulo 45: Emma [Parte 1]
Capítulo 45: Emma [Parte 2]
Capítulo 46: Caleb
Capítulo 47: Emma
Capítulo 48: Caleb
Capítulo 49: Emma

Capítulo 37: Caleb

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By AdamKenner

Caleb revisaba su teléfono constantemente ante la espera de un mensaje de Emma donde le dijera que se había cancelado la invitación.

Rosy estaba acomodándose su enésima diadema, preguntándole a Caleb si allá a donde iban habría o no pastel.

―No lo sé ―fue honesto―. Pero si te apuras, lo averiguaremos.

No era que se estuvieran tardando por culpa de la niña, porque Caleb no hacía mucho esfuerzo en apurarla. Él estaba nervioso, a pesar de que se había comprado una camisa y unos zapatos nuevos para la ocasión.

―Te espero abajo ―le dijo a la niña cuando el móvil empezó a vibrar y el nombre de Louis aparecía en la pantalla.

―¿Qué pasó? ―se escuchó a Louis del otro lado―. ¿Ya estás allá?

Caleb guardó silencio unos momentos.

―Aún no salimos.

―¿Qué? Te queda menos de media hora. Es tu primera cita; debes llegar a tiempo.

Caleb sonrió.

―Solo es una comida, Louis. Cierra el pico.

―Una comida con su familia. De donde yo vengo, eso es una cita. Y muy seria.

Louis no estaba ayudando para nada.

Era lo que Caleb había estado pensando al respecto de comer con la familia de Emma.

―¿Te voy a ver? ―preguntó Louis.

―No, está. Vamos en taxi.

―Ah, bueno. Entonces mueve ese culo y apresúrate. ¡Dios! Qué estrés.

Caleb sonrió.

―Ojalá así te emocionaras si Penélope te invitara a lo mismo.

Hubo silencio. Luego se escuchó un suspiro. Louis seguía viendo a Penélope. Él tampoco la llamaba Penny. Le encantaba su nombre de pila.

―Pero ese no es el caso ―respondió Louis―. Luego te llamo. Y apúrate, cabrón.

Caleb se guardó el celular en el bolsillo, viendo por el rabillo del ojo a Rosy acercarse.

Antes de salir, miró a su alrededor. La casa estaba sola. Elías no había llegado del taller, y, basándose en que le habían dicho que irían a comer a casa de una amiga, Caleb dedujo que su padre no llegaría en toda la noche posiblemente. Ni siquiera puso muchos peros u objeciones cuando escuchó que su hija pequeña también iría.

El taxi fue rápido, a la misma velocidad que los nervios de Caleb aumentaron.

―¿Es aquí? ―preguntó la niña cuando se bajaron del auto.

―No ―Caleb señaló al frente; el taxi los había dejado del otro lado de la calle―. Allá.

Caminar hasta la puerta fue un paso decisivo que Caleb no hubiese tomado de no ser por Rosy halándolo de la mano.

El timbre estaba ahí. Él solo debía presionarlo.

Vamos, se dijo a sí mismo, solo es una comida.

Y entonces lo tocó.

Y entonces la puerta se abrió.

Y entonces él vio a Emma en un lindo vestido beige.

Y entonces él vio las luces hacer juego con la piel expuesta de Emma.

Y entonces la vio sonreír y él también sonrió.

Y entonces ella lo invitó a pasar, dos veces, porque la primera él no pudo reaccionar.

―Tú debes ser Rosy ―le dijo Emma a su hermanita.

La niña asintió.

―Pasen ―Emma se hizo a un lado.

Un regalo. ¡Rayos! Sabía que había olvidado algo. Nunca vas a una casa de invitado sin llevar un presente. O al menos eso pensaba Caleb.

―Pensé que te habías arrepentido ―le dijo Emma con voz bajita cuando cerró la puerta luego de que él pasara.

―No ―respondió Caleb rápidamente―. Es que... el tráfico, ya sabes ―mintió.

Una mentirita piadosa, pensó.

―¿Es tu amiguito? ―preguntó una voz femenina cuando llegaron a la sala.

Al voltearse, Caleb vio a la mamá de Emma igual de bien vestida que su hija. Venía secándose las manos con una toalla pequeña.

―Oh ―exclamó ella cuando lo vio―. Hola ―sonrió.

―Buenas noches, señora ―contestó, con toda la caballerosidad que pudo, de esa que le enseñó su mamá―. Se ve... muy bien.

La mamá de Emma estiró los labios y luego dejó ver su sonrisa, haciendo un gesto con las manos. De esos que dicen, en un tono modesto, "no, cómo crees...".

Caleb sonrió.

―Ella debe ser tu hermanita.

Caleb miró atrás y le indicó a Rosy que se acercara.

―Ella es Rosemary ―presentó, y en voz bajita le dijo a Rosy―: saluda.

La niña se acercó a la mamá de Emma, y tal como Caleb la había preparado en el auto ―solo por si acaso― le extendió la mano.

La mamá de Emma lució algo sorprendida.

―Qué educada, señorita ―respondió el gesto―. Mucho gusto. Yo me llamo Stella.

Caleb vio al hermano de Emma bajar por las escaleras terminándose de abotonar la camisa negra que llevaba puesta. ¿Cómo era que se llamaba? Jaime, Javier... ¡Jamie!

―¿Y a qué hora viene tu...?

Caleb volteó a ver a Emma, quien tenía una sonrisa nerviosa mientras miraba a su hermano. ¿Su qué?

―Hey ―le saludó Jamie.

―Bueno, bueno... ―habló la Señora Stella―. La comida ya casi está, les aviso. ―Indicó, apresurándose por el camino por el que había llegado.

―¡Jamie!

―Sí, voy.

Jamie hizo unos gestos extraños y luego se fue. Qué raro.

―¿Qué fue eso? ―le preguntó a Emma.

―Así son ―respondió ella, quitándole importancia.

Caleb se sintió casi ignorado los siguientes minutos, cuando Emma decidió entablar una conversación con Rosy. Él pensó que la niña se intimidaría con la presencia de Emma como pasaba con él, pero, por el contrario, Rosy se soltó.

La niña le contó prácticamente todo lo que había vivido en la escuela, en un resumen que mezclaba momentos antiguos y presentes en una mega anécdota que a Emma parecía agradarle escuchar. Sin embargo, escuchó algo que no había escuchado decir antes.

Rosy le contó de las dinámicas que solían realizar con sus compañeros, como bailes, o jugar a estar en la tele. Caleb nunca iba, siempre estaba ocupado. Sintió el peso de la culpa como un golpe al estómago. Era su responsabilidad.

―Yo también bailaba ―confesó Emma, captando su atención, y también la de su hermanita.

―¿Sí? ¿Y cómo era? ―preguntó Rosy.

―Muy... lindo.

―¿Bailabas ballet? ―insistió la niña.

Emma meneó la cabeza y Caleb la vio tragar saliva.

―Sí, sí... se podría decir.

―Nosotras vamos a bailar Ballet el sábado ―contó Rosy―. Ojalá mi mami fuera ―dijo la niña, bajando un poco el ánimo.

Era lo segundo que Caleb escuchaba de esa conversación y prácticamente, este le golpeó de nuevo, pero esta vez en el pecho.

―Si quieres... yo voy ―se ofreció Emma.

Caleb se sorprendió. ¿En serio?

―¿De verdad? ―preguntó Rosy.

Parecía emocionada. ¿Por qué? Recién la conocía. No debería. Pero Caleb podía casi entenderla; ¿Cómo no emocionarse con alguien con Emma?

―Sí ―contestó Emma, levantando la mirada y extendiendo una sonrisa―. Si tu hermano me quiere llevar, claro...

Rosy miró a Caleb, con una sonrisita que casi le derritió el corazón.

―Claro ―aceptó él. Y sí que lo haría. Tenía dos motivos, y esos dos motivos estaban sentados a su lado. Sonrió.

Caleb no entendió lo siguiente que le dijo Rosy a Emma porque se lo impidió el ruido proveniente de la cocina. Luego apareció la Señora Stella, indicándoles que la comida ya estaba, y que se acercaran a la mesa.

El pollo estaba delicioso, tal como le había dicho Sara que estaría, y ni qué decir de la ensalada, considerando que a Caleb no le gustaba la Col.

Rosy era muy callada siempre con desconocidos, pero había establecido una confianza con Emma que, parecían conocerse de hacía tiempo, y eso hacía que la niña como por efecto secundario, también hablara con el hermano de Emma y su mamá.

Caleb casi no hablaba más que para responder. Rosy les contó muchas cosas, y ellos parecían apreciarlo, porque le daban toda su atención cuando ella hablaba.

Él se quedó mirando a Emma mientras la veía sonreírle a Rosy, y estaba tan embobado y distraído con sus pensamientos que no se fijó cuando Emma lo miró también. En respuesta, bajó la mirada al plato de inmediato.

¿Le gustaba Emma?

Sí.

¿Era igual que con Dana?

No. Definitivamente no. Y en ese momento decidió dejar de compararlas.

Es decir, Dana apenas y se sabía el nombre de Rosy.

¿Qué iba a hacer ahora?

No lo sabía. Solo quería pasar más tiempo con Emma. ¿Y si ella era su destino o...?

Dios. Sonrió para sí mismo. Estaba siendo ridículo.

La risa de los miembros alrededor de la mesa lo tomó por sorpresa, pero también rio, aunque no entendía cuál era el chiste. Emma se veía aún más hermosa riendo.

Cuando llegó el postre, los temas fueron más serios. Incluso, se enteró que el papá de Emma se llamaba John y que un día decidió irse sin mirar atrás y también que la mamá de Emma trabajaba con un amigo que les tendió la mano y así se estaban manteniendo.

La mamá de Emma le preguntó por la universidad, por su trabajo, y si tenía planes para el futuro. Creyó que se sofocaría porque eran temas que casi no le gustaba analizar de más, pero esta vez solo fue honesto.

―Quizás entre el otro año a la Universidad.

Ese era su deseo, pero no tenía tanto peso como para cumplirlo.

―Espero que sí ―le dijo la Señora―. Podrías hacer mucho más con un título.

―Esa es la idea ―respondió.

Al terminar de comer, Emma lo invitó al patio trasero. Él miró a Rosy y le preguntó si quería ir, pero ella se negó. Al parecer, le iban a enseñar unos videos de Emma bailando.

Caleb al enterarse de eso quiso verlos también, pero Emma ya había emprendido su camino, así que la siguió.

Aunque estaban disponibles las sillas en la mesita, ambos caminaron directo hacia el asiento de piedra en el que habían estado la noche de la fiesta de Jamie.

―Entonces, ¿bailabas? ―preguntó Caleb. Emma asintió a su lado sin mirarlo―. Y, ¿por qué ya no?

Ella lo miró y levantó una ceja.

―Claro ―se sintió tonto―, tu pierna.

Emma sonrió casi con nostalgia. Apenas les daba la luz que estaba sobre la puerta por la que habían salido, pero los rasgos de Emma podían percibirse a la perfección.

―¿Qué pasó? ―preguntó él, temeroso de pisar muy fuerte el terreno.

―Un accidente ―respondió ella.

Caleb supo que ella quería hablar del tema. Simplemente lo supo, porque, ¿cómo es que entonces ella entendió la pregunta en ese sentido? Seguro ella quería confiar en él, y él no iba a negarse.

―¿Fue feo?

Emma meneó la cabeza mirando al frente.

―Se podría decir ―respondió ella.

―Dices mucho esa frase.

Emma sonrió y luego tomó aire.

―No sé, quizás es la respuesta más cómoda.

―Si no quieres hablar de ello...

―No, no te preocupes. Ya fue hace un par de meses más o menos.

―Yo también tuve uno ―confesó Caleb.

―¿En serio? ―Emma se vio realmente sorprendida.

―Sí. Te lo cuento, pero si me cuentas ―negoció, algo animado.

Él la vio sonreír. Había logrado su objetivo; quería alivianar la tensión antes que apareciera.

―Nada extraordinario ―contestó Emma―. Yo iba en un taxi y un loco en moto se estrelló contra mí.

Caleb se quedó frío. No podía... No. Se lo estaba imaginando. Pero... No. La chica era rubia. Emma no era rubia. Aunque, si la miraba mejor. Rayos, no había tanta luz. No podía ser la misma. Es que no podía. El mundo no podía ser tan pequeño.

De pronto se sintió algo asustado, como cuando haces algo malo y están por descubrirte y no sabes a dónde correr.

Ella lo miró, apretando una sonrisa y levantando ambas cejas.

―Y el tuyo, ¿cómo fue? ―le preguntó.

Y Caleb se olvidó de cómo, siquiera, se abría la boca.


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