El llanto de una Azucena© | A...

By Quentynne

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Un tipo con aires de héroe y una noche de pasión le enseñarán que los secretos pueden ser más dañinos que la... More

Sinopsis
Nota inicial
Déjame contarte...
Epígrafe
Intr.
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Inter. I
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Inter. II
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Inter. III
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Inter. IV
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46
47 - Parte 1
47 - Parte 2
48

32

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By Quentynne

En medio de la espera porque completen sus ejercicios, doy un suspiro largo y amargo. Con la cabeza gacha, observo mis pies inmóviles impacientemente sólo porque no sé dónde más posar mi atención para distraerme, porque no sé dónde hallar un poco de tranquilidad. Y es que puede haber mucho silencio en la sala, pero por más calmo que esté el ambiente, hay mucho barullo en mi mente y mucha ansiedad en mi corazón.

Con mamá en una sala de hospital realizándose una biopsia justo en este instante, es natural que no encuentre forma de sosegar mis nervios, después de todo se trata de un proceso complejo que además de comprometer un órgano importante, es la prueba que podría darnos paz de una vez por todas. La biopsia estereotáctica es la certidumbre que tanto necesitamos para poder respirar sin que hacerlo se sienta como un acto egoísta, la que nos permitirá mirar al futuro sin temerle, la que podría darnos la dicha de volver a contemplar una sonrisa auténtica y sincera de mamá.

No podíamos cantar victoria aún.

Luego de que mamá nos asegurara que, siendo cual fuese la realidad de su padecimiento, ella haría lo posible por salir adelante, no le quedó más remedio que comenzar a agendar las citas médicas pertinentes, mismas que, una vez llegó el día, suscitaron encuentros que de no ser por lo críticamente incierto que era su estado de salud no se habrían originado.

El oncólogo que se adjudicó el caso de mi madre es el mismo que siguió su enfermedad años atrás. El veterano especialista, en cuanto la vio pisar los dominios su consulta, la reconoció y recibió con un abrazo entrañable que poco duraría puesto que, segundos después, aquel hombre que denotaba todo su profesionalismo en cada arruga trazada en su piel, comenzó a reñirla como lo haría un padre decepcionado. Lo que más le reclamó fue el que ella no hubiese asistido a los controles posteriores a la supuesta erradicación del cáncer, y aunque para mi madre aquella situación pareció resultarle bochornosa, por el contrario, a mi padre y a mí nos inundó de una gustosa perplejidad pues se notó cuanta falta le había hecho la dureza de esas palabras sabias y expertas teñidas afecto y algo de reproche. Y claro que encontré razonable el enojo de aquel anciano. Lo más seguro es que él hubiese deducido, en cuanto leyó el nombre de mi madre dentro de su listado de pacientes, los motivos que la llevaron a visitarlo nuevamente luego de tantos años.

Y la sonrisa agotada y vacilante de mamá debió confirmárselo.

Aquella vez mi madre le hizo entrega de sus últimos exámenes y chequeos —los cuales eran nada recientes—, y él nos explicó lo que éstos arrojaron. Nos dijo que, efectivamente, había un tumor alojado en uno de los surcos de su cerebro, cosa que, muy a diferencia de mí, mis padres sabían de antemano. Nos informó también que, pese a desconocer la magnitud de su tamaño, podían predecirse sus dimensiones y crecimiento en el caso de que estuviese haciéndose notar al dificultar el correcto funcionamiento de sus facultades visuales puesto que comienza a ejercer presión sobre algunas fibras importantes debido a su ubicación. Mi madre se lo confirmó. Además, le preguntó si era víctima de jaquecas con frecuencia, ella asintió. Ese instante me abofeteé internamente por no haber descifrado las señales que los síntomas de mi madre estaban mostrando y que ella se esforzaba en esconder.

A pesar de las respuestas nada alentadoras que daba mi madre, no pude detectar rastro alguno de preocupación en el especialista, y aunque aquello me desconcertó un poco no me quedó más que atribuirle su aparente insensibilidad a su profesionalismo. Tras haber sido testigo de cuánto aprecio le guardaba a mi madre no podía pensar que el caso de mamá le fuera indiferente. No quedó duda ello cuando, al finalizar la consulta, el oncólogo se encargó de recalcarnos a todos que era sumamente importante que se mamá se realizara a la brevedad una resonancia magnética nuclear para conocer prontamente el actual estado del tumor y así poder actuar con mayor rapidez.

Salí totalmente angustiada de aquella sesión, y pude hallar una pizca del mismo sentimiento en el rostro de papá y que parecía intentar disimular, sin embargo, algo me decía que no debía perder las esperanzas, y en ese momento menos que nunca, pues mi madre se había despedido del anciano luciendo extremadamente tranquila, es más, hasta comenzó a verse más relajada luego de aquella visita. No estaba segura, pero creía que ella había logrado captar algo en el semblante del oncólogo que nosotros no, algo que pareció concederle la esperanza que ella se negaba a nutrir antes de ese reencuentro.

Los resultados de la resonancia los tuvimos una semana más tarde, y en cuanto el médico tratante nos compartió la interpretación radiológica del examen fue que entendí por qué, de un momento a otro, mamá sacó a relucir más fe de la que yo fingía tener.

La nueva resonancia, así como su comparación con la más antigua, mostró que el tumor cumplía con las características de uno benigno debido a la evidente lentitud en su crecimiento. Fue ahí cuando el oncólogo nos comentó que lo ya lo había sospechado, pues el tiempo decursado entre los resultados de última resonancia que mamá se había hecho y la nueva había sido demasiado extenso como para que el tumor fuera cancerígeno y que de haber sido así la situación de mi madre habría sido completamente diferente. La verdad que el tono severo con el que mencionó aquello me hizo comprender a qué se refería, y eso no logró más que instalar una fuerte presión en mi garganta. En seguida dejé de oír al veterano pues mi mente se trasladó a un mundo en donde veíamos cómo la salud de mi madre iba decadencia mientras nosotros íbamos hundiéndonos en miseria por no hallar forma alguna de acabar con su dolor.

De la que nos habíamos salvado.

Aquella ocasión el experto añadió que para descartar la existencia de un tumor maligno y poder dar un diagnóstico definitivo era necesaria una biopsia cerebral, sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes médicos de mi mamá.

Me puse a llorar de emoción cuando llegamos a casa porque ya no aguanté más. Pensar que mi madre evitó pasar por tanto de nuevo me llenó de un inmenso júbilo, tanto que no me pude resistir a abrazarla como si mi vida dependiera de ello. Bien sabía que aún no había un diagnóstico final, pero el 85% de probabilidades de que la biopsia arrojara un resultado negativo en favor de la confirmación de un tumor benigno era un indicio de que ya era tiempo de dejar el pesimismo de lado.

Hasta ahora. Y es que el nerviosismo y el miedo han comenzado a afectarme de la misma cruel forma que en el instante que supe que mamá tenía un tumor cerebral.

Y todo eso es sólo una parte...

Ya que, por otro lado, y aunque me cueste aceptar que él abarque una gran porción de mis preocupaciones, también mi tormento mental se debe a Matheo.

Theo... un personaje que no puedo arrancar de mi mente porque el muy maldito se ha enraizado a mi corazón sin mucho esfuerzo. Pero debo hacerlo, debo tratar de disminuir la intensidad con la que sus recuerdos se reproducen en mi cabeza, debo reprimir todo lo que él representa para mí, y si es posible, deshacerme de la pesada añoranza por su compañía que cargo antes de que sea tarde y mis sentimientos se vuelvan en mi contra una vez más. Eso, eso es justamente lo que debo evitar ya que, quiera o no, él aún sigue siendo un enigma para mí.

Y el tiempo transcurrido estas últimas semanas se ha encargado de restregármelo en la cara.

Es por eso que ahora, teniendo plena conciencia de ello, es que debo recuperar el privilegio de lastimarme que le otorgué sin mayores complicaciones por haber creído en su generosidad, en su manera tan suave de tratarme, en sus ojos que inspiran confianza y en su supuesto interés en mí.

Puede que esté equivocada y que esté exagerando, pero es que, ya no sé qué pensar de él.

Porque, realmente, ya no sé si... ¿Debería seguir creyendo que hemos iniciado algo?

¿Y si todo se ha ido por la borda sin que pudiese percatarme de ello, y sin que siquiera supiese que hubo un final para nosotros?

Mis dudas recaen directamente en que lo último que obtuve de él fueron palabras. Sólo tuve el dulce placer de oír su voz y nada más.

Y es que, no supe de él hasta una semana después de nuestro último encuentro, y nada desde aquella vez hasta el día de hoy.

Recibí una llamada por parte de un número privado en mi celular, exactamente una semana después de la última vez que nos vimos. En un principio dudé en contestar porque pensé que simplemente se trataba de una molesta propaganda de alguna compañía de servicios telefónicos, así que esperé a que desistiera. Segundos después, volvió a entrar una llamada a mi celular, y nuevamente de un número privado, así que contesté. Debo confesar que oír su voz me llenó de alivio de forma instantánea, pero también de intranquilidad, y es que ni siquiera me dio tiempo para preguntarle por él, sino que, una vez me dijo de forma acelerada que estaba cerca de obtener información importante sobre mis padres biológicos y que pronto nos veríamos, colgó. Simplemente colgó.

No esperaba de una llamada tan repentina un te extraño, tampoco palabras cursis, pero si surgió en medio de la brevedad de nuestra conversación, la necesidad de sentir que él compartía mi anhelo por reencontrarnos.

Y me quedé con las ganas, aunadas a una inquietud potente que se originó tras detectar el desespero filtrado en su voz y la premura denotada en sus tentativas por ser preciso y conciso.

No pude dormir en toda la noche tras su llamada, no sé si porque deseaba que ese ''pronto'' realmente lo fuera, o porque me causó extrañeza que me hubiese hablado como si el sólo acto de comunicarse conmigo fuera algo malo, o, más bien, como si temiera a ser descubierto. Sin embargo, y a pesar de la incertidumbre desatada dentro de mí, no quise sacar conclusiones que podían ser erróneas, y dañinas, así que no me quedó más que pasar la noche en vela tratando de acallar mi cabeza llena de dudas.

Batallando con la somnolencia y camuflando mis evidentes ojeras, al día siguiente me dispuse a tratar de obtener información adicional con respecto a mi origines, para poder distraer mis pensamientos y, además, saciar algunas preguntas que quedaron suspendidas en mi mente y que no pudieron ser resueltas en aquella necesaria conversación que había mantenido con mi madre aquel día en que me enteré que había padecido de cáncer en su juventud.

No logré demasiado hablando con mis padres ya que ellos no manejaban más allá de la información otorgada por el hogar de menores en el proceso de adopción mismo. No quise indagar más por el hecho de que no deseaba ni quiero que se enteren que busco saber de mis raíces pues temo que ellos se resientan conmigo, aunque no lo fuesen a admitir posiblemente.

En su momento, me sentí inútil por no tener nada que pudiese ayudarle a Matheo con la búsqueda, y por lo mismo es que también me pregunté muchas veces cómo es que él podría estar más cerca de esa información de la que habló que yo, pero ahora ya siento que la ilusión que el mismo me infundió comienza a extinguirse, y que ningún esfuerzo mayor por conseguir más de lo que sé vale la pena.

Porque al no saber de él se agotaron mis ansias.

Porque ya no sé si puedo confiar en él.

Y debo admitirlo, yo estaba segura de él y de sus intenciones, creí ciegamente en su preocupación y en sus bondadosas pretensiones, y en ese supuesto afán de cuidar de mí y, además, fui convencida por todas las caricias amables con las que me sumió en delirio nuestra última noche juntos. Puede que hayan sido las estrellas fulgurantes reflejadas en sus preciosos ojos azulinos las que me empujaron como también puede que hayan sido mis propias emociones suplicando ceder, pero sé muy bien que, bajo aquel cielo nocturno, tras el primer contacto de nuestros labios, volví a caer, esta vez en una profundidad desconocida, y lo peor de todo es que aún me hallo en un declive que no encuentra fin.

Él me dijo que parte de su subsistencia dependía de mi bienestar, y cuando le oí decir aquello pensé que era algo exagerado, más cuando llevábamos tan poco tiempo de conocernos. Pero ahora puedo decir que entiendo lo que eso significa, y es que no saber de él me inquieta hasta el punto en que desgasto mis esfuerzos pensando en lo que podría ser de él.

Y no lo creo justo, no quiero esto.

No quiero seguir maquinando que, tal vez, haya vuelto a ser víctima de falsedades, pero todo indica que eso es lo más probable, y no debería quedarme duda alguna luego de esa llamada tan extraña. Y pese a ello, aún guardo esperanzas, sólo espero que no vayan a ser las que terminen por despedazarme.

Lo que más me causa impotencia es que no puedo hacer nada para tratar de ubicarlo para que sea él mismo quien me saque de la encrucijada en que su desaparición me introdujo porque ni siquiera sabría por dónde empezar, tampoco tendría justificación para hacerlo, porque una vez más, me encuentro sin un lugar que pueda respaldar mis acciones. No somos nada.

No somos nada.

Nada.

Argh, hasta se me revuelve el estómago de tanto estrés.

Y menos mal que los trabajos de la universidad van bien, que si no...

—Azú, ¿estás escuchándome?

Parpadeo con rapidez para enfocar mejor a la persona que me dirigió la pregunta.

—Oh, lo siento, Ada, no estaba prestando atención.

Ella me observa manteniendo una expresión de clara preocupación.

—¿Estás bien?, la verdad no has esta...

—¿Te sientes mal, bella? —La interrumpe Edison—. Si quieres puedo llevarte a la enfermería, te cargo incluso si gustas.

Sonrío por la discusión infantil que aquello, probablemente, genere.

Miro a Ada, pero ella no parece interesada en pelear con Edison, por el contrario, continúa escrutándome como si estuviera tratando de detectar algo en mí.

Rayos, sí que debo verme mal.

—Chicos, no se preocupen, yo estoy bien. Es sólo que... ―Medito lo que podría decir―. Hay una materia con la que estoy teniendo problemas y eso me tiene distraída, no es nada más.

—¿Segura? —cuestiona Adabella con cara de que a mí no me engañas.

—Sí. —Vuelvo a reír—. Sólo es eso.

—Aun así, yo creo que debemos dejar la ayudantía hasta que estés más centrada, lo digo por ti y porque, la verdad, no entendí ninguna de tus explicaciones a diferencia de otras veces. —Admite ella.

—Oh, lo lamento...

—¿Viste, insensible? —Me interrumpe Ed—. Ya la hiciste sentir mal. —Al finalizar me regala un abrazo que sobrepasa lo fraterno.

Me separo un tanto incómoda, y decido terminar mi frase.

—No le creas a Ed, Ada —aclaro cuando me percato que en su rostro se dibuja una mueca de culpabilidad—. Además, tienes razón, lo más acertado es que dejemos esto para otro día porque en estos instantes no creo que les sea de mucha ayuda.

Ella me regala un vistazo aliviado y aquel gesto, inesperadamente, hace que me sienta más tranquila. Al parecer Ada tiene un don que desconoce.

Nos disponemos, entonces, a guardar nuestras pertenencias en nuestros respetivos bolsos para abandonar la sala de estudio.

Edison se separa de nosotras para irse por su cuenta por lo que desaparece rápidamente escaleras abajo. Nosotras tomamos el mismo camino que él, sólo que con más relajo. Afortunadamente ninguna tenía clases más tarde así que habíamos decido emprender juntas el camino rumbo al terminal de autobuses.

—Azucena, ¿puedo hacerte una pregunta? —inquiere mientras bajamos las escaleras.

—¡Claro!

—He visto que un chico viene a buscarte de vez en cuando, ¿es tu novio?

Trago duro tras su pregunta.

¿Por qué tenía que recordármelo, Dios?

—N-No, ¿por qué?

—Bueno, no es que ande de metiche así que no te pongas nerviosa. —Ríe—. Te pregunto porque se nota que son más que simples conocidos, por eso me gustaría saber si tú me puedes decir algo sobre él.

Supiera que sé menos de él que el presidente.

—¿Por qué quieres saber de él? —La pregunta se me escapa antes de que siquiera pueda meditarla.

—No es porque quiera quitártelo, así que tranquila. —¿La habré mirado mal?—. Es sólo que ese chico me genera curiosidad —declara ensimismada—. Desde que me lo topé tiempo atrás en la entrada de la universidad es que tengo la fuerte impresión de que lo he visto antes, pero por más que trato de hacer memoria no logro recordar dónde, y como no soy capaz de ir y preguntarle directamente pues lo consulto contigo, además, hace algún tiempo ya que no lo veo rondar por aquí.

Mi curiosidad despierta rápidamente a causa de la suya.

Me dispongo a continuar la conversación hasta que mi nombre siendo llamado a gritos me detiene, y con tan sólo oírlo es que un nerviosismo terriblemente desagradable me satura. Y es que malo de aquella situación no es que mi nombre esté siendo clamado en voz alta, sino que lo es la persona que está buscándome.

Ruedo los ojos, impaciente.

Y yo que pensé que lo había persuadido a desistir la última vez.

Continúo descendiendo el tramo de escaleras restante en compañía de Ada hasta que llegamos a la primera planta, y una vez aquí es que mis ojos encuentran los suyos.

Hace algunas semanas ya que Alan se ha estado encargado de avergonzarme con sus bochornosos espectáculos, según él, con el objetivo de convencerme de su supuesto arrepentimiento y hacer que vuelva con él. Le he dicho cada vez que no voy a hacerlo, y que se cese sus intentos porque no lo haré jamás, pero sigue insistiendo. Lo peor de todo es que, siempre que aparece frente a mí suplicando perdón, se muestra en un estado deplorable.

Y hoy no es diferente.

Las sustancias que lo dominan parecen estar causando estragos en él de forma alarmante. Sus ojos están completamente enrojecidos, sus labios resquebrajados y su piel se ve pálida, demasiado. Es evidente que se ha descuidado mucho para ser él; quien siempre estaba preocupado de su apariencia ahora exhibe una barba bastante crecida y su ropa... parece como si no se hubiera cambiado en días.

Luce terriblemente demacrado.

Pero hoy ha añadido algo más a su lastimoso show. Reconozco el cartel que sostiene puesto que con ese mismo trozo de paleógrafo me pidió perdón antes del viaje a la costa.

Se acerca raudamente a mí en cuanto parece... reconocerme.

—No vayas a tocarme —advierto al adivinar su intención.

—Azú, por favor, perdóname. No soporto... ¡No soportaré un día más sin ti!

Pero qué fue lo que pasó con su ego, y con su dignidad.

—Ya te he dicho que no, y muchas veces. ¡Déjame en paz de una vez!

De reojo noto cómo nuestra discusión empieza a hacerse pública. Los murmullos que se multiplican con rapidez a nuestro alrededor me enfurecen aún más.

Las veces pasadas Alan había sido más discreto. Me esperaba afuera de alguna sala o hasta del baño, pero al parecer hoy pensó que sería buena idea armar su teatro en el patio central de la universidad, justo en el receso general.

Siento ganas de llorar, sólo por la impotencia amarga que me produce que él me haga pasar por cosas como esta.

—No, no voy a dejar de buscarte hasta que me perdones. Yo te necesito, Azú, ¡por favor, regresa conmigo! Te dije que cambiaré y que no volveré a lastimarte, pero no me rechaces una vez más, por favor —dice suplicante—. No voy a soportarlo —reitera con aflicción.

—¡Ya te dije que no! —respondo más exaltada de lo que pretendo.

Los abucheos por parte de los presentes no se hacen esperar tras mi negativa, sumándose así a la bruma densa que parece dificultarme, de pronto, el razonamiento y la visión.

Necesito salir de aquí.

Avanzo hacia la salida con rapidez para huir de esta embarazosa situación, esperando que Ada esté siguiendo mis pasos, sin embargo, mi misión se ve malograda cuando una mano me atrapa y me sostiene por el codo con fuerza. Volteo para encontrarme directamente con la expresión iracunda de Alan.

—¿Cuánto más quieres que me humille, zorra?

Sabía que no era más que una farsa.

―¡Suéltala, idiota! ―Le ordena Ada jalándolo de su brazo libre.

—Alan, basta, déjala tranquila. —Escucho decir a Edison mientras se planta junto a él.

—No te entrometas, Ed, que no es asunto tuyo —farfulla Alan.

No alcanzo a meditar los por qué de que Alan le hable con tanta familiaridad a Ed ya que era mucho más urgente salir de ahí cuanto antes. Me zafo de su agarre cuando se distrae por la proximidad de Ed. Entonces sólo vuelvo a acercármele sólo para propinarle una bofetada impulsiva.

—Te dije que no me tocaras.

No sé si es a causa del agobio en que el momento y todos los pensamientos que he cargado hasta hoy se resumen, pero siento que mi suelo se tambalea levemente.

Cierro los ojos y tomo una larga inspiración que boto un rato después. Para cuando los vuelvo a abrir me topo con el rostro estupefacto de Alan, quien, por un instante, parece procesar lo ocurrido porque, segundos después, sus facciones empiezan a ser moldeadas por la ira.

Aún aterrada, siento que Adabella me abraza con delicadeza y me induce a alejarme de Alan y de toda la escena a la que me obligó a formar parte. Supongo, cuando nos hemos distanciado lo suficiente, que lo hizo para evitar que estuviera ahí en el momento en que él reaccionara a la manera en que le expresé mi repudio.

Me siento en el suelo, rendida, y me desmorono frente a Ada sin que pueda evitarlo.

Lloro, entonces, por el cúmulo de emociones y pensamientos que arrastro.

Lloro por la rabia que me produce el sólo recordar a Alan.

Lloro porque Adabella es quien me abraza ahora y no Theo.

Lloro... Lloro porque —exceptuando su lacónica llamada—, no he tenido noticias sobre él en tres malditas semanas.

Y lo necesito.

Lo necesito a él.



_____________________________

Ya ni me acordaba lo que se sentía actualizar xD

Hoy les traje un capítulo algo tedioso, pero necesario. Ya sólo quedan tres capítulos para comenzar a subir los nuevos.

Vengo a pedir mil perdones por no subir capítulo, pero todo es culpa de los trabajos de la universidad me han tenido bastante ocupada jajsj lo siento :c

¡Saludos a los que lleguen aquí!

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