Mainland.

Door Binneh

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La tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que... Meer

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 14

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Door Binneh


"Casi espero que los árboles inclinen sus ramas al pasar, que las estrellas nos entreguen parte de su luz. [...] Saboreo la dulzura del aire estival en mi lengua y solo quiero engullirlo y engullirlo y engullirlo dentro de mi cuerpo... de este cuerpo mío que vive, que respira, que tiene un corazón que late."

"El cielo está en cualquier lugar" Jandy Nelson.

***

Dos golpes secos contra la madera me despertaron del sueño poco profundo en el que por fin me había conseguido sumergir después de largas horas observando la negrura absoluta de mi habitación. Me quedé inmóvil entre las mantas ásperas, en tensión por cualquier suceso que pudiera tener lugar a continuación. Un silencio gélido inundó el lugar durante unos segundos y luego dos nuevos impactos resonaron como una gran alarma en mi cabeza. Me deslicé entre las sábanas notando cómo cada hilo me raspaba la piel de la cara. El suelo frío me agujereó los pies y tuve que apretar la mandíbula para que mis dientes no empezaran a castañetear. El corazón me palpitaba desbocado y mi cuerpo acortaba los pocos centímetros que me separaban de la entrada de manera pesada y sin ritmo.

- Lizzé, soy yo. - La voz de Shiloh fue un susurro que me llegó desde el exterior. Abrí la puerta unos centímetros, aún temerosa de lo que pudiera aguardar en el pasillo tenebroso, y por la estrecha rendija distinguí una cara conocida iluminada de manera espectral. - Déjame entrar. - Tardé un segundo más de la cuenta en reaccionar, lo que al chico no pareció gustarle, pero al final me hice a un lado y él se abrió paso sujetando entre sus manos un caja de madera sin tapa y una vela de llama temblorosa. - El desayuno. Échate esto por todo el cuerpo. - Señaló con cierta indiferencia un tarro de cristal que dejaba ver una sustancia transparente en su interior. - Ah, e intenta abrigarte todo lo que puedas. Diez minutos.

- ¿Por qué? ¿Qué pasa? - Unas sirenas imaginarias comenzaron a aullar, poniéndome alerta de nuevo.

- Órdenes de Zay, vas a salir al exterior.

- ¿Qué? - La voz me salió como un grito ahogado y agudo que no fui capaz de moderar.

- Si haces lo que te digo no te va a pasar nada. - Antes de que pudiera ser consciente de lo que estaba sucediendo y cuestionar sus palabras, Shiloh depositó la vela en un saliente de la pared y me dejó sola de nuevo. Un millar de dudas se me arremolinaron en el pensamiento, pero no pude hacer otra cosa a parte de obedecer.

El hambre me carcomía por dentro, por lo que no tardé demasiado en ingerir los alimentos: había un extraño pan, todavía tibio por haber sido hecho recientemente, con forma irregular y en el que se podían apreciar las semillas de un cereal que no supe distinguir. Había también un recipiente de lata con un líquido humeante en su interior, de aspecto aceitoso, denso y blanquecino. Me lo llevé a los labios de manera insegura y al principio el calor me abrasó los labios y la lengua, pero al acostumbrarme a la alta temperatura descubrí que el potente sabor no resultada desagradable del todo.

Luego tuve que enfrentarme al momento de extender por todo mi cuerpo la sustancia pringosa y transparente que tenía un olor similar al líquido que me acababa de beber, lo que me hizo desconfiar aún más. Creí que la ropa se quedaría adherida a mi piel, pero el pigmento se secó rápidamente, y a parte de cierta rigidez, casi resultaba como si no me hubiera aplicado nada.

Finalmente rebusqué en el interior de mi destartalado armario las prendas más calientes posibles. Encontré unos vaqueros que al sacudir levantaron una nube de polvo y que se me ceñían demasiado al cuerpo por ser un par de tallas más pequeños de lo debido. Había también un jersey ancho, grueso y pesado, que probablemente en un pasado hubiera sido blanco pero que por la acumulación de polvo a lo largo de los años se había vuelto gris. Cogí además un chubasquero oscuro y traté de ocultar la maraña de pelo sin peinar bajo la capucha. Embutí mis pies en varios pares de calcetines para evitar que las deportivas, demasiado grandes para mí, se me cayeran al caminar.

Cuando salí de la habitación Shiloh ya parecía estar empezando a impacientarse. Ojeó mi vestimenta durante un momento y me tendió una tela oscura justo antes de darse la vuelta y empezar a alejarse apresuradamente.

- Cúbrete la cara, así será más difícil que te reconozcan. - Aceleré el paso hasta ponerme a su altura y me até el paño alrededor de la boca y la nariz, al igual que lo hacían Zay y Rona.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué voy a salir al exterior? - De repente la curiosidad y la confusión se fue tornando en algo más tenebroso y primitivo. El miedo anidó en mis entrañas y comenzó a alimentarse de mí, congelándome el cuerpo todavía más. Quizás Zay había decidido dejar de lado nuestro plan y liberarme, dejarme libre a mi suerte, y aunque hace un par de días esa hubiera sido una gran noticia, ahora me sentía totalmente desolada. La idea de contar con la ayuda de alguien poderoso era mucho más alentadora que pasar el resto de mis días abandonada a mi suerte y siendo objeto de caza de todos los seres vivos sobre la faz de la Tierra.

Shiloh me miró por el rabillo con una expresión que parecía pedirme silencio, pero debió de ver algo en mi rostro que le hizo suspirar de manera profunda y poner los ojos en blanco.

- Para ponerte en contacto con las ciudades del cielo vas a necesitar materiales y objetos que bajo tierra no tenemos. Entre los restos de las ciudades quizás encuentres algo útil con lo que trabajar. - El chico habló sin mirarme. Subimos varios pisos de escaleras al trote y desfilamos hasta el final de un pasillo que estaba notablemente más iluminado que los demás.

De repente una nueva sensación se adueñó de mí. Tenía en el pecho un remolino de inquietudes intermitentes que me estaban destrozando los nervios. Después de más de un mes sin ser casi consciente del día o de la noche, sin ver la luz del sol, sin sentir la lluvia o el viento, iba a salir a la superficie. Me embargó la alegría y felicidad, pero solo transcurrió un instante hasta que me amedrenté ante el recuerdo de todo lo que me esperaba allí fuera. Traté de alejar el nubarrón negro que me ensombreció la mente y me concentré en la breve charla que estaba manteniendo.

- ¿Lo que me he echado por el cuerpo es para que no me afecte la contaminación, verdad?

- Entre otras cosas. - Contestó con simpleza. Quise hacer más preguntas, pero Shiloh parecía poco dispuesto a continuar con la conversación, por lo que decidí no arriesgarme a enfadarle y conformarme por el momento con la poca información que había conseguido sonsacarle.

Intuí, por lo amplio, iluminado y decorado que estaba el pasillo, que aquel era uno de los corredores principales de la comunidad subterránea. Por otra parte, al no haber todavía nadie por el lugar, llegué a la conclusión de que no había amanecido aún y que el exterior estaría inmerso en la densa oscuridad de la noche. Rona y Shiloh me acompañaban cada vez que tenía que cambiar de habitación, y siempre escogían meticulosamente las horas en las que menos habitantes nos podían complicar la situación.

Al final del corredor descubrí unos extraños mecanismos de hierro, madera y cuerdas junto a dos hombres fornidos que permanecían sentados y charlando distraídamente. Me echaron una ojeada rápida en la que parecieron no reconocerme y luego se levantaron al centrar su atención en mi acompañante.

- Buenos días, chicos. - La actitud de Shiloh cambió bruscamente. Los saludó con una sonrisa dibujada en los labios y le dio un par de palmadas en los hombros a cada uno. Ambos parecían bastante mayores a Shiloh, tenían los brazos tan fuertes que se le marcaban las venas y sus caras estaban surcadas por varias cicatrices blanquecinas. Uno de ellos, el más alto, calvo y de barba canosa, tenía un gran parche de tela rojiza que le cubría la ceja, el ojo y la mayor parte de la mejilla izquierda. El segundo, una cabeza más bajo pero igual de imponente, con el pelo corto y vello facial incipiente, tenía una serie de bultos rojizos que se avistaban detrás de las orejas y que parecían continuar más allá del cuello de su camiseta.

- Shiloh. - Dijo a modo de saludo el calvo. El otro se limitó a sonreír. - ¿Una aprendiz? Deberías darle más de comer, está en los huesos.

- Come lo mismo que todos los demás. - Él se adelantó un par de pasos y pareció supervisar el trabajo que los hombres estaban llevando a cabo. Se movían rápidos entre el amasijo metales, desplazando cuerdas de un lado a otro con un objetivo que no llegué a comprender.

- Pues deberías darle menos caña. - El más bajo se acercó a mí y yo retrocedí como un acto reflejo; esto pareció sorprenderle ya que frunció el ceño y entrecerró los ojos. - Mira esto. - Levantó su enorme dedo enguantado y apuntó hacia el corte que me cruzaba de lado a lado la ceja. - Tragué saliva y luché con todas mis fuerzas por no mostrar mi terror cuando el hombre apartó parte de mi capucha para poder ver mejor la herida que ya había comenzado a sanar.

- Es torpe y la mayoría de los golpes se los provoca ella misma. - Shiloh habló observando la situación muy próximo al hombre, dispuesto a intervenir si fuera necesario.

- Todo listo. - Anunció el otro trabajador. Él aferró un manojo de pesados barrotes enmarañados entre sí y con una simple mueca de esfuerzo los desplazó hacia un lado. Fue entonces cuando descubrí que lo que un principio parecía un montón de hierros sin sentido, era en realidad una verja de seguridad que ocultaba un extraño sistema de poleas.

Intenté enmascarar mi sorpresa y el temblor de mi cuerpo nervioso mientras caminaba detrás de Shiloh hacia el interior de la jaula. Bajo mis pies había ahora una plataforma de madera, sujeta por los laterales por un par de cuerdas que ascendían hacia una negrura insondable. A lo largo del túnel que ascendía pude divisar varios ejes que permitían el movimiento de la cuerda.

Desbordando curiosidad, le dediqué una mirada que Shiloh supo interpretar.

- Ya te lo explicaré. - Murmuró con un tono de voz aparentemente exhausto y lo suficientemente bajo para no ser escuchado por los demás presentes.

Un chirrido comenzó a retumbar en las paredes y el suelo empezó a elevarse con un rápido tirón. El repentino movimiento me hizo tambalear y golpeé a Shiloh con el hombro, que me sostuvo la espalda antes de que mis dientes golpearan las tablas. Los hombres, un par metros más abajo, tiraban de los gruesos cordeles a medida que los ataban a unos enganches de la pared a modo de seguridad; de esta manera, si uno de ellos soltaba la cuerda, el improvisado ascensor no se desplomaría ya que estaría anclado a las rocas. El grito de las poleas oxidadas llenaba el ambiente con un aire espectral que hizo que mis articulaciones se pusieran rígidas.

Unos minutos después, cuando apenas faltaba un metro para que nuestras cabezas tocaran el final del túnel, Shiloh golpeó un par de veces los barrotes del elevador con la empuñadura de uno de sus cuchillos.

- Dos golpes, te abren la puerta. Cuatro, te vuelven a bajar. Ya te lo explico antes de que lo preguntes. - Dicho esto, la placa que había sobre nuestras cabezas comenzó a moverse produciendo un sonido tan agrio que me dolieron los tímpanos.

Ante mis propios ojos apareció un cielo negro resquebrajado por las incontables ramas del bosque. Una potente oleada de aire gélido me hirió la cara sin piedad y creí que la contaminación me reduciría a cenizas más rápido de lo yo podría pestañear. Las lágrimas me dificultaron la vista y no supe decir si fue por lo abrumador de lo que estaba sucediendo o por el frío que se me clavaba en los ojos. A lo lejos se divisaba una neblina blanquecina que se acumulaba como si de nubes se trataran, deslizándose rápida hacia nosotros.

¿Cómo era posible que un simple pigmento pudiera evitar que en aquellos momentos mi cuerpo no pereciera ante la radiación? ¿Cómo mis órganos internos podían estar a salvo? Un millón de preguntas despertaban mi imaginación, pero una voz conocida me sacó del efecto de aquel hechizo.

- Habéis tardado. - Rona apareció en aquel mundo salvaje y ojeó a Shiloh con el ceño fruncido al descubrir que su mano todavía descansaba sobre mis costillas.

Con un chirrido la apertura por la que habíamos ascendido se cerró en un par de segundos, dejando a la vista una superficie lisa de piedra de unos pocos metros cuadrados.

- Es cierto. - Contestó él separándose de mí y arriesgándose a que me cayera de nuevo ante el remolino de emociones que me estaba causando todo aquello. - Vamos, es mejor llegar a las ciudades antes de que amanezca. - Dicho esto, ambos comenzaron a caminar de manera ágil y silenciosa, esquivando las zonas más resbaladizas y las ramas bajas, reconociendo la zona a la perfección.

Las copas de los árboles estaban separadas únicamente por un estrecho pedazo de cielo iluminado por estrellas llameantes. Tropecé ruidosamente en varias ocasiones por estar demasiado concentrada en encerrar en mis ojos toda aquella naturaleza viva que me rodeaba amenazadoramente. La tierra negra tenía una cobertura de hojas marrones y el ambiente estaba cargado de la típica humedad después de una tormenta de otoño.

Nos movimos sin hablar, poco dispuestos a llamar la atención de las bestias que durante la noche salían a alimentarse. Shiloh y Rona se hacían gestos e indicaciones, comprobando que el otro estaba de acuerdo con el camino que estábamos siguiendo. Caminamos durante tanto tiempo que mis piernas, ya bastante acostumbradas al ejercicio físico debido a los entrenamiento diarios, empezaron a dolerme tanto como si alguien clavara sus uñas en mis músculos, llegando hasta el hueso. Estuve pendiente de la aparición de manchas en mi piel, de dolores no relacionados con la dificultosa caminata, pero para mi inmensa sorpresa, mi organismo no experimentaba ningún cambio alarmante.

Después de horas, cuando el suelo se endureció y los primeros rayos de sol tímidos comenzaban a hacerse un hueco en la noche, supe que habíamos llegado a nuestro destino. Entre la maleza del bosque, descubrí ruinas de pequeños edificios y restos de cemento que en el pasado habían pertenecido aceras por las que transitaban los ciudadanos

Fue entonces cuando un silbido rápido y agudo cortó el aire toda velocidad y finalizó justo cuando un sonido sordo resonó entre los fragmentos de hormigón. Justo detrás de nosotros, una flecha se había incrustado en la corteza de un inmenso árbol.

- ¡A cubierto! - Shiloh me dio un par de empujones y me moví delante de él hasta que ambos quedamos ocultos tras varios troncos poco separados entre sí. Un par de proyectiles volaron por el lugar sin que pudiera llegar a verlos, pero pude visualizar a Rona, oculta en los matorrales del otro lado del pequeño claro. El chico desenvainó su espada y sus ojos indagaron todo lo que nos rodeaba. - Mantente todo lo oculta que puedas. - Yo me dediqué asentir porque mi garganta se había cerrado ya en una contracción dolorosa,

Imité las acciones de mi acompañante e intenté fijarme en cada detalle, por muy sutil que fuera, que pudiera delatar a nuestro agresor. Hice lo que Shiloh me había enseñado, buscar un punto débil. Pero el único rastro que podía observar de nuestro enemigo eran los instrumentos mortales con los que nos había atacado. Le dediqué toda mi atención a las flechas durante unos instantes, hasta que encontré el patrón.

- En los árboles. - Susurré, y esta vez Shiloh se giró hacia mí. - Las flechas vienen de arriba, están inclinadas. - Shiloh comprobó lo que estaba diciendo y apretó los labios, formando una delgada línea.

- Corre y zigzaguea todo lo que puedas. Ten siempre un árbol a tu espalda, que te proteja desde atrás. - Ordenó. - Rona y yo conseguiremos alcanzarte. - Hice amago de levantarme, él me detuvo. - Toma. - Depositó en mi mano una pequeña daga y me señaló la dirección hacia la que debía dirigirme. A pesar de que me creía incapaz de moverme, demasiado impactada por lo que estaba sucediendo, hice que mis piernas funcionaran lo más rápido que pude.

Las zarzas se me enredaban en las extremidades y me abrían heridas en los pocos fragmentos de piel que quedaban a la vista, pero aún así continué adelante haciendo caso omiso del dolor. Los pulmones se me hinchaban a toda velocidad, el corazón bombeaba vertiginosamente y el mundo pasaba a mi alrededor como manchas deformes de colores verdosos y marrones. Corrí hasta que lo único que escuché fueron mis pasos rompiendo ramas. Luego, me detuve. Demasiada calma en un mundo tan salvaje.

- Te voy a mandar de vuelta al cielo. - La voz grave me golpeó al igual que lo haría un tren a gran velocidad. Quise girarme en la dirección de la que provenía el sonido, pero antes de que pudiera ver a quién me enfrentaba, la figura se aplastó contra mi espalda y su brazo me rodeó la tráquea en un agarre que intenté aflojar clavando uñas y dando tirones. Aferrando el cuchillo con ímpetu, describí un arco hacia atrás y el filo se hundió en su pierna. El hombre me soltó y me lanzó un puñetazo que me arrojó hacia atrás. Con un leve quejido se arrancó de la carne el instrumento y yo recobré la posición. Quise moverme hacia atrás, pero me sujetó por el gaznate con una de sus manos y con la otra alzó el cuchillo de Shiloh. Pataleé, intentando golpearle los tobillos, a la vez que aferraba su brazo para mantenerlo en alto, pero estaba demasiado centrada en intentar respirar que no puse la atención suficiente en los golpes que asestaba con mis pies.

- Socorro. - Susurré con un hilo de voz, y estuve segura de que solo yo había escuchado la palabra.

Me revolví ferozmente cuando el arma avanzó unos centímetros más hacia abajo. Estaba consumiendo la poca energía que aún había en mi cuerpo, y fue en uno de esos momentos en los que me agité desesperadamente, cuando le asesté un tremendo impacto en la rodilla y la bestia que me estaba arrebatando la vida se tambaleó. El agarre se aflojó y de un tirón caí libre hacia adelante. Tosí a causa de la entrada brusca del aire en mi garganta y me puse de rodillas en un intento de levantarme. Él se volvió a acercar a mí y sus dedos se enredaron en mi pelo, dando un fuerte tirón para volver a ponerme a su altura. Antes de levantarme, mis manos recogieron un puñado de tierra y le estampé en la cara una nube de partículas que le hizo cerrar los ojos y retroceder. Se frotó los párpados en un intento de volver a ver. Aprovechando e tiempo, rebusqué en el suelo algo con lo que atacar, pero lo único que encontré fue una rama medio putrefacta que se partió a la mitad en cuanto le asesté un golpe en la cabeza. Con ahora dos trozos de madera en las manos, frené las manos que él extendía hacia mí en un intento de alcanzarme de nuevo. Abrí heridas en sus palmas, muñecas y nudillos. Retrocedía y avanzaba, peleando lo mejor que sabía. Poco a poco mi arma se fue deshaciendo por estar húmeda y vieja y eché a correr de nuevo con un enemigo medio ciego siguiendo mis pasos más rápido de lo que cabría esperar.

Continué avanzando en zig-zag, con la esperanza de que los movimientos alternos y su aturdimiento hicieran que se desorientara, pero consiguió seguirme el ritmo incluso cuando nos enfrentamos a una cuesta arriba muy empinada.

- ¡Socorro! - Chillé, aún con la garganta dolorida, pero esta vez mi grito resonó en el bosque. Sabía que no podía continuar así durante mucho más tiempo, ya que las piernas comenzaban a fallarme y el enemigo, en cambio, parecía estar recobrando la compostura. Fue entonces cuando me frené al ver algo que me hizo tener una idea que me revolvió el estómago, pero mis instintos más primitivos ya habían tomado el control de la situación. Cogí una gran piedra del suelo, tan pesada y grande que se me clavó en los dedos. Desde la cima de la cuesta, me asomé hacia abajo, y al ver al hombre que ascendía esquivando raíces y árboles, levanté los brazos y apunté. Quise cerrar los ojos, pero al mismo tiempo tenía que comprobar que funcionaba. La piedra cayó rápidamente debido a su peso. Un crujido y un lamento. Un par de sonidos sordos de la roca que rebotaba y luego rodaba pendiente abajo. La piedra había alcanzado el cráneo del oponente, que había caído con los ojos abiertos de par en par. La frente aplastada, sangrante. Un amasijo de huesos y sesos.

Soporté las arcadas a duras penas y continué mi camino. Me moví porque tenía la necesidad de alejarme de aquel lugar, de dejar atrás el cadáver de la persona a la que acababa de asesinar. No sabía a dónde iba, ni si seguía la dirección que Shiloh me había indicado. El sol lo iluminaba todo ya, como si no hubiera tenido lugar uno de los momentos más grotescos de mi vida. Sin fuerzas, solo me detuve cuando encontré un lugar de fácil acceso en el que podía resguardarme. Las puertas habían sido arrancadas de las bisagras, pero entré de todos modos y me dejé caer en el cemento resquebrajado del que parecía ser el antiguo garaje de una casa particular.

No fui consciente del avance de los minutos ni de lo que tenía lugar a mi alrededor hasta que unas pisadas me arrancaron de aquel estado de insensibilidad.

- Vámonos. - Shiloh me hizo un gesto impaciente. No se acercó a ver si estaba bien, ni a preguntarme qué había sucedido. Solo me llamó al igual que llamaría a un perro callejero.

- ¡No tenéis derecho a tratarme así! - Estallé, notando cómo el corazón se me aceleraba cada vez más. El órgano me golpeaba de manera frenética el pecho y el aire semejaba insuficiente para continuar inflando mis pulmones durante más tiempo. Shiloh se quedó callado e inmóvil, impresionado por mi explosión de lágrimas y gritos histéricos, lo que hizo que las palabras salieran sin bloqueos ni interrupciones de mi boca. - ¡Entiendo el origen de vuestro odio, pero yo no soy la culpable de vuestra situación! En cambio, uno de vosotros es el que me ha hecho esto.- Bramé, recordando al intruso de los laboratorios. De repente me vi sin las fuerzas suficientes para controlar la ansiedad que parecía estar a punto de romperme el esternón. Me levanté y caminé de un lado a otro, porque ya no era capaz de mantenerme quieta y calmada - ¡Sé que estáis condenados a vivir bajo tierra, que tenéis que convivir con lesiones dolorosas!

- Lizzé. - Dijo, en un tono autoritario y de advertencia. Sin embargo, aunque yo misma me ordenara que me detuviera, no tenía la voluntad suficiente para frenarme.

- Sé que he tenido la suerte de nacer en la parte buena de un mundo enfrentado.

- Cállate, tú no entiendes nada. - Las palabras salieron agrias y duras de entre sus labios. Su expresión había cambiado de la neutralidad a una mueca que casi se podría describir como animal.

- ¿Crees que soy estúpida? Sé que mi gente abandonó a tus antepasados a sabiendas de que probablemente no sobrevivirían. Soy consciente de que eso es lo más cruel y rastrero que se puede llegar a hacer. He visto durante toda mi vida el mundo desde la lejanía y desde el otro lado de un cristal, y lo he mirado con pena, no con indiferencia. - Las lágrimas formaban ríos en mis mejillas. Shiloh pareció cerrar los ojos para intentar calmarse. - Pero sois vosotros los que no me comprendéis a mí. Me habéis arrebatado a mi familia, a mis amigos. ¡Habéis acabado con mi vida! ¡He matado a una persona! Pero no os basta, tenéis la imperiosa necesidad de destrozarme el cuerpo y de tratarme de manera inferior a vosotros como si yo fuera la causante de todo lo que os ha sucedido, como si matarme fuera a reparar todos los males del mundo. - Sin darme cuenta, había avanzado hasta estar a menos de un metro de Shiloh, que había vuelto a abrir los párpados y no despegaba su mirada de mí. - ¿Qué harías tú si estuvieras encerrado en mis ciudades, solo y sin apoyos, con una población entera deseando rajarte el cuello por algo del que no eres culpable y que jamás podrás reparar? - El silencio fue su única respuesta, pero mi cólera no dejó que la calma se prolongara mucho más. - ¿Intentarías sobrevivir o dejarías que acabaran con tu sufrimiento de una vez por todas? - Tomé aire de manera entrecortada e hiriente.- Porque yo ya he intentado la primera opción durante demasiado tiempo.

Me separé de él con lentitud, ya sin miedo a darle la espalda o a mostrarme totalmente indefensa y vulnerable. Tenía el cuerpo tan magullado que el dolor parecía alcanzar lo más profundo de mi alma. Permanecí con la cabeza gacha. El agua continuaba empapándome la cara y tuve que sorberme la nariz un par de veces antes de volver a hablar.

- Deberías matarme ahora que tienes una buena escusa. - Murmuré, con un hilo de voz.



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