SIE-D

By LiliaSolisRamirez

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Síndrome de Estocolmo... Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y... More

SIE-D
Cómo empezó
Condicionamiento-resignación
Acercamiento emocional-conexión emotiva
Contacto emotivo profundo
REAFIRMACIÓN EMOCIONAL - REFORZAMIENTOS POSITIVOS ESTABLECIDOS
VÍNCULO FÍSICO - EL AFECTO SE DESARROLLA EN EL OBJETO CONTRARIO: EL CUERPO.
FINALIZACIÓN DEL TRATAMIENTO: SASUKE ESTÁ CURADO

Síndrome de Estocolmo

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By LiliaSolisRamirez


Le entregó una caja de pañuelos, él solo la miró confundido y luego la rechazó con una mano.

-Bien, Sasuke... ¿puedo llamarte así? –Le preguntó mientras escribía en una libreta pequeñita algunas cosas que al adolescente no le importaron en absoluto, recibió inclusive una mirada de desprecio.-Vamos a hablar sobre lo que sucedió, siempre que necesites, podemos detener la charla y podrás ser muy honesto ¿de acuerdo? –la misma respuesta, el chico de cabello negro desvió la mirada hacia esa ventanilla oscura, frunció el seño.

-Sácame de aquí. –ordenó y claramente no se refería al psicólogo.

-¿Podemos empezar con... lo que te hizo? –intentó tomar atención.

-Usted quiere que diga cosas malas de él. –interrumpió con mirada cortante y tono altivo. –No se esfuerce, no diré nada que lo perjudique. –aseveró con poca paciencia y miró de nuevo hacia esa ventana. –No me hizo nada que yo no quisiera.

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Síndrome de Estocolmo: Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.

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Terminó la sesión como las otras cuatro con otros psicólogos expertos en el tema. La misma respuesta de Sasuke, la misma mirada de desprecio, el mismo sudor en las manos de los profesionales cuando se despedía de esos hombres.

Fugaku le miró reprobatoriamente mientras éste caminaba tranquilo hasta uno de los sofás de la sala de espera, abrió su mochila y sacó su celular, miraba las notificaciones esperando el mensaje que tanto añoraba ver. Suspiró decepcionado cuando vio el buzón vacío.

-Creo que... podrían intentar con otro terapeuta que...

-¡No me diga eso! ¡Usted es el tercero! –le gritó el padre.

-Cuarto. –dijo Sasuke pero fue ignorado tanto por sus padres como por su hermano mayor.

Vaya, estaba bendecido, supuso, pues hace tanto que no veía a Itachi.

Tenía hambre, desde que pasó esas semanas con ese idiota, sus hábitos alimenticios habían cambiado... aunque a su juicio personal, habían cambiado para bien. Ahora ya no era tan delgaducho que parecía enfermizo, en verdad se veía bien, ya no había mareos, ni nauseas ni sensación de pesadez, era cierto lo que le había dicho una vez, todo se resumía en las veces en que comemos y cuantas porciones.

Por eso no entendía cómo es que insistían que ese chico le había hecho daño, estaba mejor que nunca. En muchas áreas de su vida.

Si no fuera por ese trío de Uchihas que estaban prácticamente destrozando la carrera del pobre licenciado, se sentiría feliz. Su familia necesitaba verlo un momento, escucharlo. Pero no, preferían gastar millones y millones de dólares en expertos y test psicométricos y clínicos para comprobar un daño que ya se hartaba de negar una y otra vez.

Síndrome de Estocolmo. Se lo dijo uno de los policías a su madre mientras apresaban al hombre que logró hacer feliz a Sasuke. Síndrome de Estocolmo. Se lo dijo un psicólogo a Itachi cuando Sasuke se negó a identificar al mismo hombre como culpable de un secuestro. Síndrome de Estocolmo. Se lo dijeron a su padre mientras corría a colgarse al cuello de ese mismo ángel perdido que estaba encerrado en una prisión provisional mientras se hacían las averiguaciones.

"Síndrome de Estocolmo, jodidos idiotas". Pensó.

Él sabía cómo se llamaba esa sensación en su pecho y estómago. Él sabía qué era ese ímpetu por pensar en esa persona especial. Él sabía lo que sentía... y no era un trastorno. Todo el mundo lo sentía alguna vez en su vida.

De camino a casa, siguió con la mirada perdida en su celular hasta que Itachi se lo arrebató con clara furia contenida, no lo destrozó quizá por mero autocontrol. Fugaku le mandaba miradas de enojo mientras conducía, Mikoto ni siquiera le dirigía la palabra.

Tenía apenas cuatro días de haber cumplido los ansiados dieciocho años. Recargó su espalda en el asiento e incluso se deslizó un poco hacia abajo, como tantas veces le prohibieron. Esperó todo el camino con los brazos cruzados y mirándolos. No les temía, no había hecho nada malo.

Su padre dejó el auto encendido y lo recibió uno de los trabajadores para estacionarlo. Todos salieron y la atmósfera pesada era casi compartida por los mismos sirvientes y trabajadores. Bostezó, lo habían despertado desde muy temprano y ahora necesitaba su ansiada siesta de las cinco de la tarde, común incluso desde antes de todo este embrollo.

Cerró la puerta de la antesala y los vio a los tres sentados pidiendo bebidas a la señora de la cocina. Resopló logrando mover parte de su cabello. Él le había regalado libertad, su familia le estaba exigiendo esclavitud en virtud de su amor. Lo más triste del asunto es que ya se lo esperaba, no por nada, había estado quejándose de estas consecuencias desde el primer día.

Decidió dormir, hasta los párpados le rogaban pestañear más lento. Rodeó un sofá y subió el primer escalón antes de escuchar la voz de su padre:

-¿De verdad crees que esto ya terminó? –le dijo sin mirarlo. Fugaku estaba enojado, se le notaba en esa manera de dilatar sus fosas nasales y como palpitaban sus músculos de la mandíbula. El autocontrol tan nefasto que caracterizaba a la familia Uchiha le estaba molestando inclusive a Itachi ahora.

Siempre tenían que aparentar, hasta cuando no tenían público que los admirara. Sasuke aprendió muchas, muchas cosas en esos días. Sobre todo, ser honesto.

-No. Supe que apenas empezaba cuando amenazaste a Naruto con asesinarlo. –le dijo tranquilo, se medio giró, esperando indicaciones pero sin rebajarse. Se sentía independiente, no por trabajar, no por pagarse una casa, no por tener una profesión, se sentía independiente porque por primera vez, estaba dispuesto a hacer lo que él quería. No Fugaku, no Mikoto, no Itachi. Él.

-Ven y siéntate. –le indicó aun sin mirarle. Sasuke miró a su madre, ella mantenía la mirada baja, haciendo lo posible por tener esa expresión dura. Se sentó a su lado con un poco de sadismo, sabía que ella era muy dulce, que estaba dando mucho de sí para mostrarse así, ella sería su arma secreta. Además, estaba listo para vivir, en toda la extensión de la palabra y eso implicaba afrontar miedos.

Su mayor miedo era la mirada de su padre.

Así, sentado a lado de Mikoto, Fugaku estaba frente a él y su hermano mayor le secundaba en un costado. Las bebidas llegaron pero solo quedaron en la mesita central tallada en cristal y mármol oscuro, protegida por unos mantelitos para cada taza.

Con Fugaku, antes no se discutía, así que Sasuke y él estaban en las mismas. ¿Cómo empezar? ¿Qué hacer? No necesitó jamás de algún castigo o plática. Lo que decía, se hacía. Listo.

Pasaron quizá unos minutos en los que Sasuke se preguntó por qué a él no le llevaron una bebida. Además, miró como el cabello de Itachi estaba levemente, minúsculamente, casi imperceptiblemente, esponjado. Miró la falda de su madre, tenía una arruga. Miró la frente de su padre, notó una curva en sus cejas, hacia arriba.

Cambió entonces su expresión. No necesitaba sino esos detalles para darse cuenta que a pesar de que estuvieran retacados de defectos, estaban así porque estaban aterrados de un posible daño. Estaban preocupados.

-Escuchen, Naruto en verdad...

-¡No te di permiso para hablar!

Sasuke detuvo sus palabras, le miró. Fugaku sacaba aire por la nariz, se contenía. Sasuke encorvó la espalda para recargar sus brazos en sus piernas, así terminó por acercarse más al cuerpo de su padre, como si le analizara, como si observara cada detalle de su psique.

-... ¿Por qué siempre eres tan agresivo conmigo? –preguntó, no necesitaba una respuesta, muy dentro de él sabía que esa actitud frívola y alejada era porque uno así crece, así aprende. Sasuke sabía que su padre lo amaba pero necesitaba recalcarlo si quería tener una oportunidad para hablar.

Y así fue, Fugaku no esperaba eso. Incluso se hizo unos centímetros hacia atrás mientras lo miraba sin palabras para responderle. Sasuke no sonrió, quería hacerlo, pero no lo hizo.

-De ti... casi siempre recibo órdenes y regaños. He sido un buen hijo, no pueden negarlo. –su tono de voz era tranquilo más no susceptible a cambios, relajado como ahora estaba siempre o casi siempre. –Obedecí cada orden, no pregunté y saben que... me he quedado con muchos deseos truncados, a pesar de que el dinero para nosotros no sea un problema. –supo que se sentían algo atacados pero supuso que Itachi sintió empatía por él cuando mencionó lo que él mismo sufrió.

-No estamos para hablar de ese tema.

-¿Tú no estás? Porque yo sí.

-¡Vas a acusar a ese imbécil y después te irás a un instituto para...! –detuvo la charla cuando Sasuke le sonrió con pena, como si tuviera piedad de él. Luego lo vio negar lentamente con la cabeza.

-Ya no. –algo hubo ahí que les aseguró que eso era definitivo. Sintió el temblor en Mikoto y se acomodó mejor en el sillón para verla. –Si en algún momento quieren escuchar a su hijo, si una tarde están dispuestos a entender, yo hablaré. Les diré todo.

Luego de eso, tomó su mochila y no subió las escaleras, salió de esa enorme casa que ya no sentía como suya.

Salió.

Siguió adelante con un mundo abierto y amenazador.

-¡Sasuke! –su arma secreta relució, corriendo hasta abrazarle por la espalda, llorando. –No, hijo, no... no.

-Madre, tranquila. –estaba aliviado, no debía mentirse a sí mismo, pero algo en su pecho latió cuando los vio también ahí, en el marco de la puerta.

Naruto tenía razón. Siempre la tuvo.


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