Para quien quiera abrir los o...

By MPOberto

20.5K 1.7K 124

"Esta historia no es para cualquiera, sólo para aquellos que sean tolerantes, comprensivos, abiertos de mente... More

Capítulo 1 "Siempre"
Capítulo 2 "No tengo nada que esconder"
Capítulo 3 "Si a él no le podés decir que no, ¿por qué a mí sí?"
Capítulo 4 "Qué lindo es volver a verte"
Capítulo 5 "El último trago en su vaso de campari"
Capítulo 6 "Espero que no te arrepientas"
Capítulo 7 "Decime ya dónde carajo está"
Capítulo 8 "La peor decepción que tuve en mi vida"
Capítulo 10 "Como sumar dos más dos"
Capítulo 11 "No siente que ha sido en vano"
Capítulo 12 "¿Te acordás qué secreto estábamos guardando?"
Capítulo 13 "Son fotos, cientos de fotos"
Capítulo 14 "Es el único indicio de que se ha ido"
Capítulo 15 "¿Sara estuvo acá?"
Capítulo 16 "Comando equivocado"
Capítulo 17 "Alfa y Noviembre"
Capítulo 18 "Buen intento"
Capítulo 19 "¿Y ustedes? ¿De qué lado están?"
Capítulo 20 "Tengo un buen presentimiento"
Capítulo 21 "Francia"
Capítulo 22 "David Luque 321"
Capítulo 23 "A esa dirección, obviamente"
Capítulo 24 "Sobre las sábanas de fina seda"
Capítulo 25 "¿No la estamos espiando?"
Capítulo 26 "Turletti, Luis"
Capítulo 27 "Siempre la delatarán sus ojos"
Capítulo 28 "Primeras tareas"
Capítulo 29 "Pero en sus labios, los besos de otra"
Capítulo 30 "Es solamente una camisa"
Capítulo 31 "Casa, es donde está el corazón"
Capítulo 32 "¿Dónde debería empezar a buscar?"
Capítulo 33 "Las miradas se encuentran..."
Capítulo 34 "Entre líneas, está todo dicho"
Capítulo 35 "Detrás de lo aparente, un secreto bien guardado"
Capítulo 36 "¿Acá son las clases de golf?"
Capítulo 37 "¿Y vos? ¿Cuál es tu excusa?"
Capítulo 38 "Sobre todas las cosas, no está de acuerdo"
Capítulo 39 "de Segovia"
Capítulo 40 "¿Y si no vuelve?"
Capítulo 41 "Candelabro"
Capítulo 42 "Calibre .22"
Capítulo 43 "Por las noches, se llama Libertad"
Capítulo 44 "No te dije toda la verdad"
Capítulo 45 "Siempre hay alguien más"
Capítulo 46 "Envido"
Capítulo 47 "Empezar de nuevo..."
Capítulo 48 "I'm sorry"
Capítulo 49 "Estás muerto"
Capítulo 50 "El último de sus días"
Capítulo 51 "Flash, y falsas sonrisas"
Capítulo 52 "Tiren ideas"
Capítulo 53 "Una explicación y un abrazo"
Capítulo 55 "Trece minutos"
Capítulo 56 "Ana Marina Turletti"
Capítulo 54 "Negativo"
Capítulo 57 "Viernes, 16 de Agosto"
Capítulo 58 "¿Por qué?"
Capítulo 59 "Azúcar, flores, y muchos colores"
-60-
Capítulo 60 "Parte dos"
Capítulo 60 "Parte tres"
Capítulo 60 "Parte cuatro"
Capítulo 60 "Parte cinco"
Capítulo 60 "Parte seis"
Capítulo 60 "Parte siete"
Capítulo 60 "Parte ocho"
Capítulo 60 "Parte nueve"
Capítulo 60 "Parte diez"
Capítulo 61 "Ojalá seas libre y feliz"

Capítulo 9 "Me voy a asegurar de que me obedezcan cuando estoy cerca"

326 30 0
By MPOberto

 Ocho y media de la mañana, marca el reloj de la cocina. El tictac es el único sonido que puede oírse en la abrumadora tensión del departamento. Zóe está preparando un café para Pablo, y separa un analgésico con un vaso de agua que deja en la mesa para que lo tome. Él lo hace, bebiendo un largo trago que vacía el vaso en segundos.

 Sara está sentada frente a su papá, del otro lado de la mesa, clavando sus uñas en diferentes partes de su mano, un extraño hábito que adquirió hace poco tiempo y tiende a hacer cuando está nerviosa. Si bien ella nunca se había percatado de las marcas en forma de medialuna que perduran en su piel los minutos posteriores, Fernando sí lo había notado, haciendo preguntas y siendo exagerado, como si ella hubiese estado ocultándoselo, como si fuese una cuestión importante; hasta el punto en que tuvo que prometerle que no volvería a hacerlo. En este momento, no puede resistirse a romper su promesa, y, de todas formas, no es como si él fuese a regañarla pronto. Puede o no estar presionando más fuerte ante ese pensamiento.

 El café es preparado y puesto sobre la mesa pocos minutos después. Sara prefiere ignorar el pulso tembloroso con el que Pablo toma la taza y la lleva a su boca. Con apenas un sorbo a la bebida humeante, él deja la taza en el elegante apoya vasos que Zóe trajo para él.

—No puedo creer que me hayas hecho esto, Sara.

 "Esto" es la alusión más cercana del tema que hará frente a ella, con el inconsciente afán de que no pronunciar palabras exactas lo vuelva menos real, le afecte en menor medida, no apuñale tanto su corazón, porque si bien el ser traicionado por dos de las personas más importantes de su vida no quiere decir que va a llorar, sí amerita las pocas lágrimas frustradas que están cayendo de sus ojos.

—Después de todo lo que hago por vos, después de lo mucho que me esfuerzo para que tengas todo lo que querés, y todavía más. ¿Es así cómo me agradecés? ¿Es esto lo que crees que merezco?

 Sara suspira, su papá nunca va a entender que, por única vez en la vida, no se trata de él. Jamás comprenderá que en ninguno de ellos estaba la genuina intención de lastimarlo, no se interesará en escuchar la historia detrás de los hechos que el tachará de deslealtad, ingratitud y traición. No sabrá lo mucho que ella ha llorado, preguntándose por qué se siente mal respondiendo al palpitar de su corazón, por qué su corazón late por las razones incorrectas, por qué las razones incorrectas la hacen sentir viva, satisfecha; encontrándose frente al dilema de decidir si renunciar a su felicidad y salir lastimada, o animarse a ser feliz, pero sabiendo que podría lastimar a los demás. Por más egoísta que pueda resultar, Sara pensó que ya había resignado demasiadas cosas para contentar a alguien más, y lo cierto es que no se arrepiente. 

—No entiendo cómo hiciste para esconderlo todo este tiempo, cómo te las ingeniaste para que ni siquiera se me ocurriera sospechar que me estaba perdiendo de algo.

 El hecho de que no esté gritándole habla más sobre su temple que sus propias palabras. La luz de un nuevo día parece haber desterrado la ira irracional que arrancó de su boca los peores insultos dirigidos hacia su hija. En contraste, el parsimonioso tono de su hablar denota una profunda angustia, teñida por las frases que demuestran su amargura en cada palabra, en cada sílaba que pronuncia con pesar.

 El estrepitoso ruido que el acero de la olla provoca al caer al suelo es ensordecedor. Zóe intenta acomodarla con disimulo, pretendiendo que su curiosa presencia pase desapercibida. Sara frunce el ceño, preguntándose qué tanto sabe ella. Juzgando por la forma en que a Pablo no le incomoda que escuche nada de lo que tiene para decir, asume que mucho más de lo que piensa.

—Pero es que ¿cómo podría haberme dado cuenta? Casi no pasabas tiempo casa, apenas te veía una vez por semana, de casualidad podíamos tener una charla juntos.

 Él respira hondo y toma otro trago de su café. Desde que lo supo, sólo ha intentado convencerse de que no es su culpa, de que, aún si hubiese estado atento, si hubiese buscado señales, no las habría encontrado. Aun así, no puede no sentir el peso sobre sus hombros.

—Sin embargo, yo fui el ingenuo. Fue mi error creer que podía confiar en vos, que el tener que preocuparme por asegurarme de que no estabas mintiendo había quedado en el pasado.

 Ella se estremece ante la mención de sus rebeldes años de adolescencia. Tenía apenas quince años, y una notable inmadurez, cuando empezó a salir con Martín, un chico de la escuela que era por dos cursos más grande. Al no conseguir la aprobación de su papá —según él, por ser demasiado mayor—, los encuentros con su entonces novio solían ser a escondidas y con mentiras de por medio. Sus papás lo supieron más tarde por la intervención de la mamá de una de sus, por razones obvias, ya no tan amigas, y fue caótico. Sin embargo, Pablo quedó satisfecho con un castigo de un par de meses en el que supuso que ella había asimilado la gravedad de sus actos. Lo cierto es que no ha cambiado demasiado desde entonces, sólo aprendió a ocultarlo mucho mejor.

—Lo bueno es que tampoco voy a tener que hacerlo ahora —dice, con una incipiente sonrisa que ella no puede comprender.

 Pablo se pone de pie y se acerca hacia las enormes cajas que dejó apiladas junto a la puerta al llegar. Una de ellas es de un lavavajillas, la otra, de una cocina, sin embargo, duda que su contenido tenga que ver con esos electrodomésticos. Él no está de humor para darle regalos, ella supone que no los merece, tampoco.

 Al verlo levantar y acomodar las cajas sin esfuerzo en frente suyo asume que, lo que sea que contengan, es mucho más liviano de lo que suponía, lo que alimenta su curiosidad por descubrirlo. No lo hará sola, se da cuenta cuando él le pide a Zóe, —quien, por supuesto, estaba mirando con atención—, que se acerque también, alegando que lo que tiene que mostrar es importante para ambas. Luego, le indica a cada una que elija una de ellas, y, por último, les da la orden de que abran sus respectivas cajas. Ni cintas de embalaje ni ataduras de hilos les impiden abrirlas con facilidad, sólo les toma desplegar las solapas para develar el enigmático interior. Ellas se miran la una a la otra, desconcertadas.

—¿Qué hay adentro?

—Nada —contestan al unísono.

—Perfecto. Tienen dos horas para llenar esas cajas con todas las cosas que quieran llevar —ordena, y hace una pequeña pausa para examinar sus confundidas expresiones antes de dar la noticia—, porque, a partir de hoy, se vuelven a vivir a casa.

—¿Qué? —Zóe es quien reacciona primero, cruzándose de brazos en un gesto que demuestra su desconformidad— ¿Por qué?

—Las puse a prueba y ambas me demostraron que no puedo fiarme de ustedes. Si no aprendieron a respetarme cuando estoy lejos, me voy a asegurar de que me obedezcan cuando estoy cerca.

—Pero, ¿yo qué tengo que ver? Fue ella la que estaba con Fernando a escondidas.

 Si no la conociera tanto, Sara estaría indignada ante el egoísmo de su hermana. Sin embargo, siempre ha sido de la misma manera; le basta con sólo salvarse ella, y si para lograrlo tiene que hundir a su melliza todavía más, como si no tuviera ya suficientes problemas, lo hará con aparente gusto. Recordarle a su papá la infracción que ella ha cometido debería hacerlo reconsiderar su decisión de castigarlas a ambas, siendo que, al reflexionar sobre lo que Sara hizo, no hay nada que Zóe haya hecho en su vida entera que pueda comparársele. Pablo no está tan de acuerdo.

—Sé lo que hizo tu hermana, pero también sé lo que hiciste vos. Anoche te pedí que volvieras urgente a casa y no me hiciste caso. Por más de que lo que me dijiste me fue útil, si no podés seguir una orden tan simple como esa, ¿qué puedo esperar de vos?

 Ella voltea a ver a Zóe con ojos desconfiados, preguntándose qué clase de información útil, que no tuviese absolutamente nada que ver con ella o Fernando, podría haberle dado la noche anterior. Las respuestas lógicas se reducen a sólo una, repitiéndose en su cabeza como la evidente realidad que no quiso ver. Zóe lo sabía, Zóe lo dijo. Ella fue quien la delató, quien divulgó el único secreto que deseaba mantener a salvo, y al intentar visualizar la escena en su mente, puede imaginarlo con una vividez casi perfecta. Puede imaginar la agresiva reacción inicial de su papá, con insultos colmando su garganta y algún objeto valioso viendo su fin al ser estrellado contra el suelo. Puede imaginar la expresión, entre asombro y espanto, de su mamá, con los ojos abiertos en exageración como gesto preponderante en su rostro, el resto de sus facciones ocultas detrás de sus manos. Puede imaginarla, sobre todo, a ella, contando historias sobre las conversaciones que oyó a través de las delgadas paredes del departamento, sobre las dudosas salidas con amigas a medianoche, sobre aquellas pocas veces en que bajó la guardia y le permitió ver más allá, confirmar sus sospechas. Porque, si no la había delatado aún, si esperó hasta esa noche, quizás necesitaba estar más segura, tener pruebas concretas, incriminarla de manera contundente. La imagina entonces observándola al subir al auto de Fernando hace unas horas, incluso capturando el momento en una foto como prueba infalible. Imagina también, como un sonido lejano, el llanto solitario de Alina, en medio de una situación que no comprende, ni puede comprenderla.

 Cuando Zóe vuelve a hablar, ella está mirándola con otros ojos.

—Pero... —intenta protestar, para ser interrumpida con rapidez.

—Pero nada, Zóe, sé muy bien lo que hago.

 Sara levanta la vista al mismo tiempo que su papá lo hace, encontrando sus ojos por primera vez desde la noche anterior. Hay oscuras manchas debajo de ellos, remarcando las arrugas que el paso del tiempo ha salpicado sobre su rostro, el cansancio presente en la lentitud de su parpadear.

—Y vos, Sara —dice, su mirada clavada en ella de una forma que logra intimidarla—, portate bien, que todavía tengo otra sorpresa que darte.

 Ambas oyen el sonido de la llave al girar en la cerradura cuando Pablo cierra la puerta, imposibilitándoles la salida. Al verse forzadas a permanecer adentro, Zóe le dirige una mirada acusadora, echándole en cara con mudas palabras que es a causa suya que están pasando por esto. Sara no va a permitirlo.

—No me mires como si fuese todo mi culpa.

 El portazo que da al entrar a su dormitorio retumba en el silencio del departamento.

Continue Reading

You'll Also Like

1K 92 62
En la poesía tenés la posibilidad de identificarte e interpretar a tu manera , nunca hay una respuesta correcta , solo personas que se reflejan en si...
21.2K 2K 29
Evil † Su mirada me da escalofríos, miedo, como si leyera mis pensamientos. Algo oscuro esconde en su mirada algo que no quiero saber. Ese hermoso h...
117K 16.6K 50
Los Jeongsin poseen cada uno una cualidad sin igual. El Fuego, el viento, la tierra y el agua, son los espíritus encargados de mantener el equilibrio...
382 57 8
Era el año de 1980 en la ciudad de Acapulco, Guerrero, donde el machismo aún predomina. Eleanor Ruiz se preparaba para salir de la universidad, pero...