El llanto de una Azucena© | A...

נכתב על ידי Quentynne

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Un tipo con aires de héroe y una noche de pasión le enseñarán que los secretos pueden ser más dañinos que la... עוד

Sinopsis
Nota inicial
Déjame contarte...
Epígrafe
Intr.
1
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Inter. I
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Inter. II
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Inter. III
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Inter. IV
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47 - Parte 1
47 - Parte 2
48

20

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נכתב על ידי Quentynne


—No Edison, así no fue como te lo expliqué. ¿Acaso no has estado oyéndome? —Lo observo de forma reprobatoria.

Su rostro gesticulando perezosamente sólo es capaz de regalarme una sonrisa de medio lado. Me mira fijamente con aquellos grandes ojos pardos que posee, apoyando su cabeza en la extremidad superior que descansaba sobre el mesón. Con la posición que mantiene es muy probable que se haya dormido durante mi charla expositiva, he ahí el porqué de sus constantes dudas, las mismas que no varían demasiado cada vez que las formula.

Adabella le propina una mirada sulfurada, y, en realidad, por lo que he notado en este corto tiempo juntos, las pocas veces que se ha dignado a verle le muestra su desprecio por cada una de sus facciones, las cuales lastimosamente, para ser tan delicadas, se agrían con sus gestos malhumorados, unos que sólo Edison o sus oraciones sin sentido producen en ella.

Y yo en medio, simulando que todo va viento en popa.

Recién lunes y yo estresándome.

—Es que no puedo concentrarme con tu bello rostro. —Me dice casi en un susurro.

Me sonrojé sin poder evitarlo y no precisamente por su coqueteo descarado, sino que debido a que sus palabras evocaron, en un instante, un recuerdo bochornoso. Ya había escuchado una frase similar antes.

—Lo que pasa es que eres un retrasado que no va a aprender nada si antes no vuelve a cursar la primaria. —Escupe frenética Adabella.

—Pues prefiero ser un retrasado que una loca amargada como tú. —Contraataca enfurecido, dedicándole toda su atención a la chica desafiante―. Acéptalo, así como vas ya estarás toda arrugada antes de los veinticinco, o espera. ―Se acerca peligrosamente a su rostro. Ella parece sorprendida―. Creo que será antes ―asevera dándole un suave toque en el entrecejo con el dedo índice.

Ella aparta su mano osada bruscamente.

—Oh, pero si esa es la conjetura más inteligente que he escuchado salir de tu boca. Déjame decirte que tal vez me he equivocado contigo. —Edison parece sonreír satisfecho por lo que ella acababa de anunciar la chica—. Deberías pensar en cursar el jardín de niños, la universidad sin duda te quedará demasiado grande. —Él no tarda en transformar ese gesto victorioso en uno molesto.

Ruedo los ojos frente a la pelea de niños que se lleva a cabo frente a mis ojos. De seguro estos chicos terminarán llenándome de canas antes de que siquiera roce la vejez.

No esperaba que cosas como esta sucedieran cuando, esta mañana fui interceptada por un, hasta ese momento, desconocido Edison, el cual me solicitó una reunión urgente puesto que, según me dio a entender, su primera prueba del semestre sería realizada dentro de pocos días. Supuse que él era el ''ahijado'' que me habían asignado para guiarle cuando no le fuese suficiente las explicaciones de algún docente o simplemente le surgieran dudas, por lo que, al verlo agitado y suplicante, accedí sin mayores complicaciones a darle una mini clase por la tarde, al finalizar nuestra jornada académica.

Adabella, por otro lado, no estaba contemplada en esos planes por la simple razón de que ella es la chica que le asignaron a Dylan, pero tuve que incluirla cuando, en medio de la clase de Indicadores Sociales, comenzaron a llegarme mensajes vía Facebook, red social que por lo demás suelo utilizar poco, pero que la incesante llegada de notificaciones me orilló a revisar. Uno de los emisores era Dylan, quien me pedía que le hiciera el favor de reunirme con la chica que le habían dejado a cargo puesto que él no podía hacerlo hoy y al parecer ella lo necesitaba con urgencia, el otro emisor era justamente Adabella, preguntando si no sería mucho problema que acudiera a mí por la tarde ya que su ''padrino'' no podía atenderla hoy mismo, recalcando que él le había señalado que, para remendar su falta, se acercara a mí por el momento. En vista de que ya había acordado una hora con Edison, le propuse unirse a la reunión que sería realizada en uno de los pequeños salones apartados para el uso de los estudiantes.

Y creo que no fue la mejor de las ideas. Pero qué podía saber yo.

Claramente, ellos no habrían estado de acuerdo de haber sabido que compartirían espacio de estudio, lo sé porque esa rivalidad que alborota la calma del ambiente de vez en cuando se asomó en cuanto asumieron que debían tolerar de la presencia del otro en el mismo sitio.

Su discusión infantil continuaba y cada vez fluía con mayor intensidad, y yo, sin saber cómo frenarlos, me limitaba a juguetear con el dije de la nueva adquisición sujeta a mi muñeca. Las palabras disparadas, de un segundo a otro, comenzaron a ser demasiado ofensivas y el tono de sus voces iba en incremento en su búsqueda por acallar al contrincante.

Se salieron de control en minutos, y la verdad, se habían escabullido del mío desde el inicio.

—Chicos... —digo carente de vehemencia. Ellos, por su parte, no dan señales de haber oído o lo que es peor aún, de querer detenerse.

Palabras molestas que exigían que respetáramos el silencio resonaban del otro lado de las paredes. Me abochorné, después de todo, una de los requisitos básicos para poder ocupar los salones de estudio sin restricciones es la sumisión al silencio.

—¡NIÑOS! —grité infringiendo las normas, sólo porque la situación lo ameritaba. Ellos se callaron de inmediato, con el desconcierto inundándoles el rostro.

—¡No somos niños! —Me reprochan al unísono, afortunadamente, un poco más calmados.

—Pues discuten como si lo fueran. —Expulso el aire que había contenido en un suspiro alargado—. ¿No han escuchado ese dicho que dice que los que pelean se aman? —inquiero melancólica, recordando mi niñez y esperando, con ello, sacar a flote la sensatez que la presencia del otro les hace reprimir. Sin duda escuchar una insinuación como esa hará que no vuelvan a dirigirse la palabra.

—¡Que idiotez!, ¿qué ese no es un juego de niños? —Destaca Adabella.

—Sí, Azucena, ¿a tu edad diciendo cosas como esa? ―Niega con la cabeza―. Me sorprendes, eh. —Le respalda Edison.

Resoplo en señal de rendición. Realmente no comprendo la bipolaridad de estos dos.

—Bien, bien, como digan. Lo único que les pido es que controlen sus impulsos o me veré en la obligación de no prestarles mi ayuda, y sin ella no les quedará más remedio que vérselas por sí solos. ―Les reprendo. Ellos me miran con culpa—. Chicos, sé que tal vez es difícil para ustedes tratar de llevarse bien, pero piensen que esto es ocasional, además su prueba se acerca y no creo que les agraden las consecuencias que su inmadurez pueda traerles.

Cabizbajos asienten y dirigen su atención a los apuntes que tienen en sus cuadernos. Debo contener la risa que de pronto quiso escapar de mí al ver las nuevas actitudes adquiridas luego de lo que mi derroche de palabras en un intento de amenaza, generaron.

La sesión transcurrió rápidamente y, para mi fortuna, con los novatos respetando la tranquilidad del ambiente y aprovechando al máximo mi tutoría. Felizmente terminaron accediendo a mi sugerencia de establecer una tregua temporal, aunque no en plan amistoso porque únicamente trataron de ignorarse mutuamente el resto del tiempo que nos quedó, sin embargo, el que no se dirigieran la palabra no significó que Edison se negara a dedicarme una que otra sonrisa coqueta o que Adabella no le regalara vistazos llenos de desagrado a él cada vez que tenía la oportunidad.

La tranquilidad sólo duró hasta el final de la reunión, puesto que, en cuanto nos alejamos de los salones de estudio para regresar a nuestros hogares, las ganas que insultar al otro, que aparentemente estuvieron conteniendo, estallaron sin mayores impedimentos en el exterior. Afortunadamente Edison tomó un camino alterno mientras que Adabella prefirió caminar conmigo ya que, coincidentemente, ambas debíamos dirigirnos al mismo sitio, además, Dylan y Sophie no habían asistido a clases y Alan se había marchado hace unas horas por lo que no parecía mala idea hacernos compañía en el camino hasta el terminal de buses.

En nuestra travesía, bastante amena por lo demás, Ada —como me dejó llamarle—, me contó los motivos por los que le sería imposible simpatizar con Edison argumentando que él era un inmaduro que desde el primer día desempeñó el papel del típico chico problemático que a veces interrumpía las clases o fastidiaba a quienes le parecían insignificantes, entre ellos, ella misma, sólo que desde un inicio le dejó claro que no se iba a dejar pisotear por él. De todas formas ella me dio a entender que tiende a rechazar a personas como él desde que se enteró que un familiar suyo había sufrido de acoso escolar, y que su aversión hacia él incrementó en cuanto comenzó a jactarse de sus amistades insanas y de sus adicciones frente a todos así que sería difícil que ellos pudiesen congeniar.

Engreído, estúpido e insoportable fueron los adjetivos que más utilizó para referirse a él, bueno, al menos de los menos ofensivos que usó para hacerlo.

En realidad, estuve de acuerdo con sus razones pero de igual manera le recomendé que no intentara ponerse a su nivel sólo para tratar de hacerle ver que su comportamiento es inadecuado ya que eso podría suponer un gasto de esfuerzos en vano. Yo no sé nada de la vida de Edison, pero, según lo que ha dicho Ada, pienso que tal vez su personalidad es el producto de un cúmulo de malas experiencias, casi siempre es así, por eso es que creo que sería infructuoso insistir en contraponérsele, a no ser que seas un especialista o algo por el estilo. Y no podría opinar mucho más puesto que no conozco al chico ni su mundo, pero si hay algo de lo que estoy segura es que no voy a negarle mi ayuda si es que volviese a solicitarla, a ninguno. Ella me había agradado bastante.

Nuestra conversación acabo cuando el minibús arribó y me monté en él.

Durante el trayecto a casa no pude evitar reparar en que Ada se parece a mí en algunos aspectos, no exactamente en ese carácter algo hosco con el que se te presenta por vez primera, sino que en cuanto esconde detrás de aquel semblante. Pude deducirlo cuando, en los instantes en que quise ahondar un poco más en su vida, ella evadió mis preguntas con respuestas sagaces, nada groseras. Tal vez aquello se debió a que le generaba poca confianza o a que recién estamos conociéndonos, pero dejando de lado su renuencia a hablar de sí misma, sólo espero que, si en algo nos parecemos, no sea en ser buenas para reprimir nuestros propios tormentos.

No pienses en cosas negativas.

Los chicos peleadores, contra todo pronóstico, se robaron toda mi atención durante la tarde y eso no es algo que me disguste, al contrario, agradezco tener una nueva vía de ventilación que me ayude a despejar mi mente de vez en cuando. He de admitir que necesitaba distraerme, realmente los buenos y malos recuerdos creados el fin de semana recién consumado, la pasada noche, me arrebataron del todo la somnolencia. Sí, supuestamente había decidido esclarecer mis sentimientos, sin embargo y como siempre, mis divagues se salieron de control, por lo que me resulto dificultoso fundirme en el sueño, uno que espero poder conciliar en cuanto llegue a casa y resuelva las dudas que, por otro lado, he acarreado desde esa llamada que recibí estando aún en la playa.

Noto, de momento, que gracias a mis cavilaciones incesantes me he pasado unas cuantas cuadras de la parada en que debía bajarme. Desciendo del microbús una vez le indico, algo agitada debido a mi despiste, la parada alternativa al chofer.

Camino un resto insignificante hasta mi casa y en cuanto traspaso el umbral de la puerta, me dispongo a buscar al diablillo para someterlo a un intenso interrogatorio. Ya no soportaba la angustia que despertó mi hermano en mí con su llamada clandestina.

El interior de mi casa se encontraba, extrañamente, sumido en silencio. Normalmente, a estas horas, Ian aprovecha para ensayar alguna melodía en ese teclado cuya existencia está en pleno desconocimiento de mi padre, pero que mi madre no dudó en regalarle en el momento en que se enteró de la pasión que fluía en ese enano mañoso. Inusual era que no estuviese practicando ahora que mi papá aún no llegaba de su trabajo.

Llego a la entrada de su habitación esperando encontrarlo estudiando, o en el remoto de los casos, durmiendo. Su abstención a ensayar con su instrumento debía ser por algún motivo. Cuando abro la puerta, sin embargo, no lo encuentro haciendo ninguna de las actividades que imaginé porque en realidad, y para mi pesar, no estaba allí.

—Ian no está cariño, fue a casa de un amiguito —informa mi madre a mis espaldas, espantándome. Al voltearme me reencuentro con sus gestos suaves y dulces, una vez más, opacados por un agotamiento inusitado.

—¿A qué hora volverá?

—Tu padre lo recogerá de camino hacia acá —responde. Maldigo para mis adentros—. ¿Se puede saber para qué lo necesitas? —inquiere elevando las cejas.

—Para nada importante, sólo quería reclamarle por algo que hizo —miento—. Tú sabes, cosas de hermanos.

—Azucena, Ian es un pequeño y tú, una viejota así que no te exasperes por cada travesura que haga, amorcito, que no será un niño por siempre —aconseja de manera afectuosa. Acto seguido, pellizca uno de mis cachetes.

Empieza a alejarse cuando concluyo que, en realidad, si tengo dudas a ella también podría preguntarle, después de todo, de ella quería hablarme Ian.

Me giro para detenerla, por eso es que, justo en ese momento es que presencio cuando choca fuertemente contra el muro al que está a un costado de las escaleras.

Me acerco a auxiliarla de inmediato.

—¡Mamá! —Me alarmo—. ¡¿Te encuentras bien?! —cuestiono insepccionando la zona afectada por el golpe.

—Sí. —Ríe por lo que le pareció un simple chascarro. —No te preocupes que no fue nada, sólo un pequeño incidente.

Me limito a examinar su frente. Dirijo mi visión hacia sus ojos, la observo con sospecha para después exponerle—: ¿Qué no fue nada?, pues a mí me parece que ''ese pequeño incidente'' amerita una cita con el oftalmólogo.

—Ay, querida —dice desdeñosa—. No exageres.

Mantengo mi mirada en la suya, incrédula, evocando el recuerdo de la llamada desautorizada de mi hermano.

—Oye má... —Comienzo a plantear, en un intento por simular desinterés—. ¿Sucedió algo mientras yo no estaba? —Finalizo. Inexplicablemente, parece asombrada con mi interrogante.

—No, bella, ¿por qué lo preguntas? —Parece tensa. Un deje de nerviosismo se dejó apreciar en sus palabras.

—Por nada mamá, tranquila, sólo quería saber si hubo alguna novedad mientras no estaba, es todo —De inmediato su cuerpo se relaja.

—Oh, bebé, el fin de semana transcurrió como de costumbre.

—Entonces no me perdí de algo importante —Insinúo.

—¡Para nada! —exclama con excesivo entusiasmo.

—Y tú. —Decido probar con otra pregunta—. ¿Te has sentido bien?, últimamente te he notado algo decaída... —Ahí la percibo, la tensión en sus gestos nuevamente.

—Sí, cariño pero es sólo es la vejez que me está comenzando a pesar, nada más —dice restándole importancia al asunto.

No puedo evitar sentirme intranquila con su respuesta.

—Si tú lo dices... —Me rindo—. Pero si te sientes mal, ya sabes que debes decirnos para ir directo al doctor.

—Sí, bebé, lo sé.

A pesar de extender una sonrisa en su rostro, la melancolía se encargó de desgastar su voz en aquella aseveración y a decir verdad, no me agrada la sensación que oírla me generó.

—Por lo que, en el caso...

—¡La cena! —Interrumpe—. ¡Ya es tarde y debo comenzar a prepararla!

Empieza a descender por la escalera pero algo la detiene. De pie en uno de los peldaños, nuevamente se dirige a mí.

—Invita a tu novio, cariño, hace rato que no se ha aparecido por aquí. ¡Ya se me está empezando a olvidar su rostro! —Resalta para luego voltearse y reanudar su bajada sin darme tiempo de negarme.

Río tras su exageración, pero más de su suposición. Ella cree que Alan y yo ya somos novios, algo que, como vamos, sé que está lejos de suceder.

Me encierro en mi cuarto para descansar unos instantes.

Realmente no esperaba que mi mamá me propusiera invitar a Alan y por un momento quise negarme porque no quería tener que verme en la obligación de exponerle excusas vanas para explicar el porqué del ''caballeroso'' rechazo del moreno. Él siempre dice que tiene algo que hacer cuando lo invito a casa, y la verdad es que yo solía creerle cada vez así que no le insistía, sin embargo, ahora es diferente, de hecho dudo mucho de la veracidad de todos los pretextos a los que alguna vez recurrió para no venir.

Le envío un mensaje sin entusiasmo, intentando adivinar lo que en me diría respuesta, pero, a pesar de los esfuerzos de mi imaginación no le atiné.

Él sí aceptó.



—Oh, lindo. ¡Pero si eres todo un héroe!

Mamá le revela una admiración exagerada Alan, quién, por su parte, mantiene un semblante de suficiencia con cada cumplido recibido por parte de mi padre, de mi madre, ¡incluso del mismo Ian!, de ese niño revoltoso que rebosa de recelo cada vez que un desconocido se le acerca.

Yo también estoy admirando algo, pero no precisamente a él, sino que a su increíble falta de creatividad puesto que, luego de disculparse por su retraso y de comer el platillo que mi madre le sirvió, comenzó a narrar la historia de un pobre felino que en la copa de un altísimo árbol aullaba desgarradoramente y de una chica que desesperada rogaba por ayuda. Afortunadamente para ella, un chico llegó para escalar las ramificaciones del árbol astutamente y rescatar al indefenso animal. Se trataba de nuevo héroe en la ciudad, él.

¿Es normal no sentirme cautivada por sus palabras, o por él mismo como mi familia?

—Vuelvo a disculparme una vez más por mi retraso. No volverá a suceder.

—Tranquilo joven, nosotros entendemos —responde mi padre casi al borde de las lágrimas.

No sé qué me ha sorprendido más de todo lo que ha dicho en el rato que lleva aquí, si su historia o todo lo que confesó antes de contarla. Estoy segura de haber oído bien aquellos comentarios en los que enunciaba en frente de mi familia el amor tan grande que me guarda y todo lo que ama de mí. Esas fueron palabras que no tuve el privilegio de escuchar antes, o al menos, no recuerdo haber sido testigo de tantos «te amo» ni haber oído de él las tantas e incontables cualidades que poseo.

Me abrumó ser apreciada con tanta intensidad.

Tengo la convicción de que poco tiempo atrás, luego de oír las sensaciones que, según él, le provoco con mi cercanía, me habría derretido y habría sido víctima de un ataque injustificado de suspiros. Pero ahora no logro identificar las emociones que su presencia generan en mí es que noto cuánto se han visto afectados mis sentimientos por él debido a los últimos acontecimientos, aquellos que han desgastado de sobre manera nuestra relación.

Lo miro recordando su fervor por demostrarle a mis seres queridos cuanto me valora. Empiezo a desear con mi alma que todo lo que reveló sea verdad, aun cuando la culpa por no estar correspondiéndole del todo empiece a causar estragos dentro de mí.

Quiero poder revivir todo aquello que su ser era capaz de infundir en mí. Eso que se está desvaneciendo tristemente frente a mis ojos.

Me gustaría retroceder el tiempo y atascarnos en nuestros mejores momentos.

Sin embargo, el presente es crudo. Otras personas han llegado a mi vida, otros sucesos son los que se han empeñado en alejarnos y deteriorar ese lazo que aún no era lo suficientemente fuerte.

Y me siento terrible de pronto, no es correcto que a mi mente regresen las memorias del día de ayer, específicamente, del beso que no fue y que no ha querido ser. No representa una buena señal el estarme preguntando cuándo se llegará a dar.

Es erróneo desear que Theo ocupe el lugar que Alan tiene ahora a frente a los ojos de mis padres.

Me deshago de pensamientos que finalmente no tienen rumbo fijo y que por lo mismo se vuelven irrelevantes, más cuando siento el calor de Alan alterar la temperatura de mi mano.

Estaba guiándome a mi habitación en un pestañeo, subiendo las escalinatas a paso seguro, bajo la supervisión y el permiso de mis padres.

—¿Ahora es elmo? —comenta con sorna cuando llega al umbral de la puerta de mi cuarto.

Sin dejarme contestar, me jala dentro.

En cuanto cierra la puerta de mi habitación y nadie más que nosotros es testigo de las acciones del otro, se deja caer sobre mí en la comodidad de mi cama y me besa desesperado desde el inicio. En poco tiempo, puntadas colmadas de alerta aceleran mis pulsaciones pero éstas disminuyen cuando logro asimilar, en medio de su muestra afectiva, que sus manos se mantienen en mi rostro y no parecen querer despegarse de allí.

Sé que mis latidos se han vuelto frenéticos pero ya no tengo la plena convicción de que se deba a nuestra unión brava, o a él mismo.

Es entonces que, con lágrimas desbordándose de las comisuras de mis ojos, intento seguir el ritmo despiadado de sus labios esperando, con ello, recuperar todas esas cálidas y llenadoras sensaciones que su sólo recuerdo despertaban en mí y todos esos intensos sentimientos que alguna vez fluyeron dentro de mí y que afloraban y me sometían sólo con el poder de sus manos, de su fragancia, de su voz, de toda su persona.

Con mis brazos lo envuelvo, con mis piernas lo acorralo y continúo besándolo, esperando que al menos una chispa convierta en fuego mi ser, anhelando que las llamas del deseo me hagan presa de su masculinidad y de él. Pero no lo consigo. Nada, no siento nada. Mis intentos se ven frustrados, completamente fallidos, tanto que termino convocando la repulsión que subyuga a mi ser cada vez que su toque se prolonga y se profundiza demasiado.

Todo se siente diferente, la situación, sus caricias, un simple beso, nosotros y yo misma.

A mi alma le duele terriblemente al descubrirlo, nuestra relación se había quebrado, se había derrumbado hace mucho y simplemente no me había permitido aceptarlo. Ahora que soy capaz de dilucidar la situación en la que nos encontramos no sé si debería intentar recoger las ruinas y reconstruir lo nuestro a partir de ellas, tampoco sé si pondría todo mi empeño en ello.

Y lo comprendí; tal vez aún no había llegado a amarlo. Ya ni siquiera sé si pueda llegar a hacerlo algún día.

Ralentiza el ritmo del beso y en segundos separa su rostro del mío, acaricia mi rostro justo en donde las lágrimas habían marcado su paso. Muerde su hinchado y enrojecido labio inferior para luego esbozar una sonrisa.

—Aquí no, traviesa —susurra, sin darle importancia a mi rostro humedecido.

Se separa de mí para recostarse a mi lado y me obliga a posar mi cabeza sobre su agitado pecho. Yo, sin fuerzas para oponerme, lo hago, alejándome de a poco de la realidad, con mis divagues nuevamente saliéndose de mi control, iniciando su despegue para deleitarse en el espacio paradisíaco que representa para mí la figura de aquel chico de ojos turquesa.

Inconscientemente y contradiciendo los pensamientos que debieran domarme por la reciente experiencia vivida, mi ser evoca las pocas y vastas memorias que poseo de Matheo. El recuerdo de esa noche, sin quererlo, me asalta en forma de flashes fugaces. Espero por la culpa, pero ésta, luego de unos segundos, nunca llega, y eso sólo ayuda a que mi anhelo, mi deseo de ver a Theo una vez más, aumente de forma desmedida.

No, no... no está bien.

—Azú... —Irrumpe en mi extravío débilmente—. ¿Quieres... ser mi novia? —pronuncia en un tono inseguro, sumamente dubitativo.

Para ese momento mi conciencia se había vuelto inestable y lo que alguna vez no fue más que un sueño me comenzaba a sumir en uno real. Sus palabras las oí lejanas, demasiado.

—Lo pensaré.

Fue lo último que la somnolencia me permitió articular.


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