Tengo vértigo a cruzar la calle
cuando no pasa nadie,
cuando no pasa nada.
Pasar en verde,
pesar de más,
pensar de menos,
pensar en plata,
pensar en una segunda plaza.
Tengo vértigo a mirar abajo.
Cabecear y mirar al suelo,
mirarme los pies
y ver el techo.
Tengo vértigo a quedarme dormido,
a ser puntual,
a hablar de usted
y al filo de las cucharas.
Vertiginoso el andar despacio
y correr deprisa.
El caer de un escalón
que me he inventado.
Vértigo a sentarme en un banco.
Me asusta apoyar la barbilla
en un hombro cualquiera.
Los besos, los versos,
los viejos, los viajes.
Me asusta apoyar la barbilla
en un hombro que duela.
Que importe, que brille,
que mude, que mate.
Que deje la puerta abierta y entre.
Que cierre a cal y canto
y no deje pasar el aire.
Me asusta apoyar la barbilla
en un corazón que entienda.
Que escuche, que sienta,
que opine, que hable.
Que diga que yo le dije
y que deje que yo le diga.
Que sepa más de la cuenta
y mande como un auriga.
Te tengo vértigo a ti,
me asustan las despedidas.