Reina de corazones.

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Qué mujer de la que os voy a hablar ahora. Qué mujer.

Capaz de rozar el metro setenta y ser inmensa, como mirar el océano desde una peña. Qué tranquilidad el estar de pie en aquella roca, con los ojos cerrados, frente al olor salado del agua. Con qué suavidad se abre la espuma al encontrarse con los dedos de los pies.

Pero la misma ternura marítima teñida de blanco que te acaricia, de pronto, te agarra los tobillos pidiéndote que entres al mar, exigiéndote que bajes de la piedra.

Qué mujer de la que os hablo. Qué mujer.

Capaz de rozar en su peso el sesenta y arrastrarte como una corriente, al centro de todos los océanos. Y dejarte allí, flotando. Y al hacerse de noche las luces se cubren de negro, no sabes hacia dónde nadar, no hay nada donde agarrarse, ella no contesta y tú estás situado en la línea que separa el vasto cielo del ancho mar, flotando.

Entonces tu idea más optimista es confiar en que ahogarse no duela, y desesperado le gritas que te conceda un pedazo de tierra donde descansar. Para tu sorpresa ella te escucha, y todo lo que antes era océano ahora es desierto. Y no te queda otra cosa que llorar, porque sabes que tus lágrimas son todo el agua que encontrarás.

Qué mujer de la que os hablo. Qué mujer.

Capaz de enterrarte en arena, cuando te acariciaba los pies.

Pinceladas de felicidadWhere stories live. Discover now