el Poeta, el Diablo y Margari...

By MarianaDiAcqua

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En la cotidianeidad del Buenos Aires de 2002 sucede un hecho extraordinario: el poeta conoce a Margarita y se... More

el Poeta - I
II
III
IV
V
el Diablo - VI
el Poeta - VII
VIII
el Diablo - IX
el Poeta - X
XI
XII
XIII
XIV
Caleidoscopio - XV
el Poeta - XVI
el Diablo - XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
el Poeta - XXIV
Margarita - XXV
Epílogo

Margarita - XXIII

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By MarianaDiAcqua

Margarita

XXIII

Margarita volvió a la casona acompañada por Santiago. Después del show de magia, ninguno de los dos había regresado.

Hoy, un mes después, una carta muy esperada había llegado para ella. Lo llamó a Santiago y le pidió que la acompañara. Quería llevarse sus cosas de ese lugar maldito. Y no volver nunca más. Lógicamente, temía ir sola.

Tantas precauciones parecieron vanas cuando llegaron y encontraron la puerta abierta. Tocaron el timbre pero nadie les contestó. Intercambiaron una mirada de preocupación. Tomando una decisión, Santiago la apremió a entrar y caminaron rápido hasta la habitación que había compartido con el poeta. Ambos sabían que aunque no se hubiesen cruzado con nadie no estaban solos. Prácticamente, sentían sobre la piel el aliento de quienes los observaban.

Ella estaba cerrando la última maleta cuando se escucharon los gritos alegres del poeta. Irrumpió en el cuarto, abrazó a su amigo, tomó en brazos a Margarita y la hizo girar en el aire.

–¡Lo logramos! ¡Al fin, lo conseguimos! –gritaba en medio de los besos que hacía llover sobre su amada, a la que no veía desde hacía tanto tiempo.

Santiago le sonrió.

–Veo que ya volviste al mundo de los vivos.

–Temprano esta mañana –anunció el poeta, feliz–. Recién ahora me dejaron solo. Entre las declaraciones a la policía y a la prensa no tuve tiempo de venir antes. ¡Por Dios! ¡El bochinche que están armando! Ya no quedan dudas. Tuvieron que hacer otra tirada más de mi Libro. ¡Ya se agotaron las primeras dos ediciones! Y las ventas siguen duplicándose, triplicándose ¡centuplicándose! ¡No más humillaciones! ¡Marga, recorreremos el mundo juntos y lo reescribiré por completo!

–¡Felicitaciones! –Santiago en verdad estaba contento por su amigo.

–Marga, ¿cómo sabías lo del viaje? –le preguntó el poeta, notando por primera vez las valijas cerradas.

–¿Qué viaje? –inquirió ella, serena, sin participar de la algarabía del poeta.

–A España –le contestó él como si fuera una obviedad–. Nos vamos a publicitar mi Libro. Santiago –se volvió hacia su amigo –de más está decir que estás invitado. Que cualquier lugar del mundo en el que yo esté es tu casa y en que si necesitás algo... ¡Pedime lo que quieras! ¡Lo que sea! ¡Somos millonarios! ¡No más penurias! ¡Nunca más! ¡Marga te voy a comprar el anillo más hermoso del mundo y nos casaremos en Europa!

–No voy a ir a España –le informó ella con tranquilidad–. Me voy a Nueva York.

–Los dejo solos –Santiago se apresuró a salir del medio–. Margarita, te espero en la puerta, por las dudas que quieras que te acompañe de vuelta a tu casa.

Ella le agradeció con una sonrisa y él se fue.

–No entiendo –dijo el poeta, dejándose caer en la cama–. ¿Cómo que te vas a Nueva York? ¿Qué tiene que ver Santiago con todo esto?

–Santiago no tiene nada que ver. Es un buen amigo, nada más.

–Veo que se hicieron bastante íntimos en este mes en que no estuve –comentó el poeta, con la furia de celos mordiendo sus entrañas.

–Te equivocás –le respondió ella–. Nos hicimos amigos antes de la sesión de magia.

–¿A mis espaldas?

–No –contestó ella y se sentó en el marco de la ventana abierta–. Él me acompañó durante todo este tiempo en el que vos no estuviste, ocupado con los detalles de la publicación.

–Ya veo.

–No. No ves –se rabió ella–. No veías en su momento y no ves ahora. No pasa nada entre Santiago y yo. Simplemente, él me protegió del Diablo.

–¿Qué? ¿Por qué, qué pasó? ¿Intentó... propasarse? ¡Me lo tendrías que haber dicho!

–No fue eso. Pasaron muchas cosas. Demasiadas. Que vos no fuiste capaz de ver y Santiago sí.

–Lo lamento –se disculpó el poeta–. Pero te recuerdo que fuiste vos la que trajo al Diablo en primer lugar y que me instaste a aceptar su propuesta.

–No era yo –se defendió ella–. Me tuvo bajo su influjo desde el primer momento. Y no fuiste capaz de darte cuenta, enceguecido al ver que tu sueño se hacía realidad.

–Tampoco me dijiste nada. Podrías haberme dicho algo. No podés pretender que de la nada me dé cuenta de lo que estaba pasando. Vos lo ocultaste bien y las artimañas del Diablo son famosas...

–No hizo falta que le pidiese ayuda a Santiago. Él se dio cuenta solo.

–¿Qué puedo decirte, Marga? Lo lamento mucho. Pero ya está, se terminó. No tiene nada más que hacer acá y ahora nuestro sueño se hizo realidad. Podemos ser felices para siempre.

–Vos tenés lo que querías. Y a partir de hoy, yo también. Sólo que no son las mismas cosas –declaró ella.– Y te equivocás respecto a que Lucifer ha terminado con vos o conmigo, que para el caso es lo mismo. Vino a nuestro mundo y no se irá así nomás.

–¿Qué quieres decir con eso de que no queremos las mismas cosas?

–Gané el certamen de pintura –por primera vez desde que entrara en la habitación, Margarita sonrió radiante de alegría–. Esta mañana me llegó una carta de la Galería de Arte de Nueva York, quieren que vaya cuanto antes para exponer mi trabajo.

–¡Felicitaciones! –le concedió él, con poco entusiasmo–. ¿Podés posponerlo? ¿Para cuándo sería?

–No voy a posponerlo y me marcho la semana que viene –fue la respuesta.

–Pero... pero... ¿y España? –preguntó él.

–A España te vas vos, si querés. Ya te seguí durante demasiado tiempo. Y, recién ahora, me doy cuenta de hasta qué punto pospuse mi vida para darle prioridad a tu sueño, en lugar de al mío. Es hora de que me ocupe de mí.

–No te entiendo. ¿Por qué estás encaprichándote? Era el sueño de los dos. Ahora no puedo ir con vos a Nueva York, tengo que ocuparme de promocionar mi Libro. No puedo dejar pasar esta oportunidad.

–Y yo no puedo dejar pasar la mía –le respondió ella–. No era el sueño de los dos. Era el tuyo. Nada más que el tuyo. En todo este tiempo, no te preocupaste por preguntarme qué era lo que yo quería.

–¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

–Sí –contestó ella–. El que no se da cuenta sos vos. No me prestaste atención. No te preocupaste por quién soy en realidad. Y la culpa es mía por haberlo permitido. Sabía que este momento iba a llegar y, no sé por qué, tenía la esperanza de que fuese diferente.

–¿Qué estás haciendo, Margarita? –se alarmó él.

–Algo que debí haber hecho hace mucho tiempo. Decime ¿cuántos cuadros míos viste? ¿Cuántas veces me alentaste para que pintara, para que siguiera perfeccionándome, para que participara de otros certámenes, para que expusiera? ¿Cuándo me apoyaste vos a mí, para que yo realizara mi sueño?

–Si eso es lo que pensás, no hay nada que pueda hacer para arreglar esto. No estoy de acuerdo con todo lo que estás diciendo. Si pudiera, viajaría con vos. ¡Claro que quiero que te vaya bien y que cumplas tus sueños! ¿Cómo no voy a querer? Pero esto no es algo que pueda posponer, tengo que agarrar el tren antes de que se me vaya. No creo que en tu caso sea lo mismo, si es una exposición tenés más facilidades que yo, pero está bien. Ya tomaste tu decisión. No voy a cuestionarla. Lamento que las cosas terminen de esta manera.

Con lágrimas en los ojos, de tristeza y de rabia, Margarita le replicó:

–No estás tratando de ponerte en mi lugar. Ni siquiera intentás entenderme. Ya decidiste que soy yo la equivocada y no pensás en la posibilidad de cambiar de opinión.

–No veo qué es lo que hay que entender. Estás demostrándome lo que esta pareja significa para vos, al disolverla con tanta facilidad. Me pregunto si alguna vez me amaste.

–No voy a rebajarme a contestar eso. Me voy, quiero tener un lindo recuerdo tuyo, no la sensación de haber estado perdiendo el tiempo.

Se separó de la ventana, tomó sus dos valijas y, en el vano de la puerta, se volvió para despedirse:

–Fuiste mi príncipe azul, mi caballero encantado. Pero necesito un hombre real al lado mío y vos no pasas de ser una mera fantasía.


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