el Poeta - VII

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el Poeta

VII

Dos horas después de haber conocido a la mujer de su vida, el poeta logró llegar a su hogar. Pensar que sobre Ulises y sus travesías se escribió un gran libro que perduró en la Historia. Sin desdeñarlo, mucho menos a Homero, una verdadera Odisea fue por la que pasó nuestro protagonista en esa noche cerrada, perdido en pleno Buenos Aires, intentando regresar. Si bien el material es suficiente para escribir varios libros al respecto, será mejor atenerse al argumento trazado para éste (sin olvidar apuntar detenidamente los detalles de lo ocurrido para una posible secuela) y no detenerse más tiempo en esas aventuras nocturnas. Baste decir que logró llegar a su humilde morada rengueando y con un zapato menos. Considerando estos aspectos, es admirable el buen humor que hasta lo hacía tararear.

Entró en la casa sin hacer ruido, se dirigió al primer piso, donde dormía su amigo y lo sacudió sin miramientos hasta que logró que abriera los ojos.

–¿Qué pasa? ¿Qué hora es? –le preguntó, confundido, sentándose en la cama.

El poeta encendió la pequeña lámpara que había en la mesita de luz y se sentó a su lado.

–Lamento despertarte pero ha sucedido algo demasiado importante, que no podía esperar hasta mañana.

Su amigo se restregó los ojos mientras suspiraba entre abatido y resignado, la endiablada lucidez había vuelto. Le preguntó qué era lo que había pasado. El poeta, demasiado excitado como para permanecer sentado, se levantó de un tirón mientras le contaba la feliz novedad: había encontrado a la mujer que durante tantos años había estado buscando inútilmente.

Su amigo no disimuló en el rostro la falta de interés, mucho menos el deseo de volver a conciliar el sueño y, de mala manera para dejar en claro su opinión, le preguntó si estaba seguro.

–¡Pues claro que estoy seguro! –exclamó el poeta, ofendido–. ¿O es que acaso me paso la vida enamorándome de las mujeres bonitas que conozco en los días de lluvia? He encontrado a mi musa inspiradora, a mi bella Beatriz.

–No me digas más –le dijo su amigo, fingiendo horror–. Acabás de regresar de un nuevo viaje por el Infierno, en donde quisieron declararte alcalde del nuevo anillo recién creado, específicamente, para los que no dejan dormir a los demás.

–No seas cínico –le respondió haciendo una mueca.

Su amigo lo miró enarcando una ceja, transluciendo la opinión que le merecía toda la situación.

–Bueno, sí. Está bien –reconoció el poeta–. Pero has de saber que jamás me sentí de esta manera. El mismo cielo cambió su color cuando caminó debajo de él y por entre las nubes surgió un rayo de sol que me la señaló. "¡Es el Oriente y Julieta, el sol!" –exclamó Romeo.

Su interlocutor pestañeó, aburrido. Shakespeare de madrugada, lo único que le faltaba. Volvió a acostarse y, pese al calor, se tapó con las apolilladas sábanas hasta cubrirse la cabeza. El poeta lanzó una alegre carcajada, ignorando la súplica que se translució en las suaves palabras "por favor, dejame descansar" y le pidió:

–Vamos, amigo mío. No es momento de dormir, tenés que ayudarme a encontrarla.

A regañadientes, su amigo volvió a sentarse, sintiendo que la vida no era en absoluto justa.

–¿Cómo que "encontrarla"? –preguntó, suspicaz, temeroso de confirmar las sospechas que ya sabía ciertas de antemano.

–Pues claro –le contestó el poeta–. Ella se marchó sin decirme adónde vive. ¿Cómo voy a hacer para verla de nuevo y declararle mi amor? Primero tengo que encontrarla.

el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora