XI

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XI

Aprovechando el feriado largo, Margarita se había ido a pasar unos días a la casa que unos amigos tenían en Córdoba. Cuando volvió, se encontró con una sorpresa aguardándola en su habitación. Había flores por doquier: en el suelo, en su escritorio, en la silla y hasta colgaban de los pilares de la cama. Rosas de todos los colores, jazmines que perfumaban el ambiente, lilas. Y también margaritas, por supuesto... En el centro de la cama, colocada con amorosa precisión había una orquídea, rodeada de hojas verdes que la coronaban. Papeles escritos con tinta negra pendían de muchas de las flores desparramadas por la habitación.

Margarita, que se había inmovilizado en la puerta por la sorpresa, reaccionó de pronto y llamó a los gritos a su tía antes de entrar, sospechando el origen de tamaño colorido.

Dejó caer su bolso y se acercó al primer sobre cerrado, en el que leyó:

                      "Querida Marga:

                                                              Siendo tu belleza mi Venus inspiradora no he podido resistir la tentación de escribirte. He aquí las palabras de un joven enamorado que postrado ante la inmensidad de tu alma, pretende acercar tu lejanía a través de la humildad de sus escritos.

                                                               He intentado, en un esfuerzo vano, componer un romance, una oda, una elegía; pero los misterios de la métrica han resultado ser demasiado para mis fútiles intenciones. Convencido de la inutilidad de la tarea emprendida tuve de rendirme ante lo inevitable, esperando que estos versos libres produzcan en ti un sentimiento similar al que habría logrado si las palabras se hubiesen amoldado a mis deseos.

                                                                 Siempre tuyo

                                                                                                       el poeta"

Su tía llegó junto a ella y leyó por sobre su hombro la carta introductoria a aquel desparramo literario. Margarita la encaró:

–¿Qué es esto, tía? –preguntó, simulando una serenidad que estaba muy lejos de sentir.

–Mmmm... yo diría que ese loco admirador tuyo logró infiltrarse en la casa. Me pregunto hasta dónde será capaz de llegar.

–¿Y, cómo hizo para "infiltrarse", para dejar todo esto en mi cuarto y volver a salir sin que nadie se diera cuenta?

–A verrrrrr... Sí, habrá sido eso: esta mañana escuchamos ruidos extraños pero creímos que se trataba de un gato que había entrado por el tragaluz del pasillo.

Margarita se la quedó mirando entre atónita e indignada por la respuesta desfachatada.

–¿Me estás tratando de tonta?

Su tía la miró con la risa bailándole en los labios y, luego, se sentó en un espacio de la cama que no estaba ocupado por las flores mientras se encogía de hombros.

–No hagas preguntas cuya respuesta conocés, querida, es una pérdida de tiempo.

–¿Cómo pudiste...? –no pudo terminar, la furia ahogaba sus palabras.

–Es que dijo que si no lo ayudaba iba a entrar por la ventana. ¿Te podés imaginar lo que hubiese pasado si lo hacía y se metía en mi habitación por error? A mi edad, esa no es una situación que esté dispuesta a tolerar. ¿Qué dirían los vecinos, las amistades?

el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora