Margarita - XXIII

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Margarita

XXIII

Margarita volvió a la casona acompañada por Santiago. Después del show de magia, ninguno de los dos había regresado.

Hoy, un mes después, una carta muy esperada había llegado para ella. Lo llamó a Santiago y le pidió que la acompañara. Quería llevarse sus cosas de ese lugar maldito. Y no volver nunca más. Lógicamente, temía ir sola.

Tantas precauciones parecieron vanas cuando llegaron y encontraron la puerta abierta. Tocaron el timbre pero nadie les contestó. Intercambiaron una mirada de preocupación. Tomando una decisión, Santiago la apremió a entrar y caminaron rápido hasta la habitación que había compartido con el poeta. Ambos sabían que aunque no se hubiesen cruzado con nadie no estaban solos. Prácticamente, sentían sobre la piel el aliento de quienes los observaban.

Ella estaba cerrando la última maleta cuando se escucharon los gritos alegres del poeta. Irrumpió en el cuarto, abrazó a su amigo, tomó en brazos a Margarita y la hizo girar en el aire.

–¡Lo logramos! ¡Al fin, lo conseguimos! –gritaba en medio de los besos que hacía llover sobre su amada, a la que no veía desde hacía tanto tiempo.

Santiago le sonrió.

–Veo que ya volviste al mundo de los vivos.

–Temprano esta mañana –anunció el poeta, feliz–. Recién ahora me dejaron solo. Entre las declaraciones a la policía y a la prensa no tuve tiempo de venir antes. ¡Por Dios! ¡El bochinche que están armando! Ya no quedan dudas. Tuvieron que hacer otra tirada más de mi Libro. ¡Ya se agotaron las primeras dos ediciones! Y las ventas siguen duplicándose, triplicándose ¡centuplicándose! ¡No más humillaciones! ¡Marga, recorreremos el mundo juntos y lo reescribiré por completo!

–¡Felicitaciones! –Santiago en verdad estaba contento por su amigo.

–Marga, ¿cómo sabías lo del viaje? –le preguntó el poeta, notando por primera vez las valijas cerradas.

–¿Qué viaje? –inquirió ella, serena, sin participar de la algarabía del poeta.

–A España –le contestó él como si fuera una obviedad–. Nos vamos a publicitar mi Libro. Santiago –se volvió hacia su amigo –de más está decir que estás invitado. Que cualquier lugar del mundo en el que yo esté es tu casa y en que si necesitás algo... ¡Pedime lo que quieras! ¡Lo que sea! ¡Somos millonarios! ¡No más penurias! ¡Nunca más! ¡Marga te voy a comprar el anillo más hermoso del mundo y nos casaremos en Europa!

–No voy a ir a España –le informó ella con tranquilidad–. Me voy a Nueva York.

–Los dejo solos –Santiago se apresuró a salir del medio–. Margarita, te espero en la puerta, por las dudas que quieras que te acompañe de vuelta a tu casa.

Ella le agradeció con una sonrisa y él se fue.

–No entiendo –dijo el poeta, dejándose caer en la cama–. ¿Cómo que te vas a Nueva York? ¿Qué tiene que ver Santiago con todo esto?

–Santiago no tiene nada que ver. Es un buen amigo, nada más.

–Veo que se hicieron bastante íntimos en este mes en que no estuve –comentó el poeta, con la furia de celos mordiendo sus entrañas.

–Te equivocás –le respondió ella–. Nos hicimos amigos antes de la sesión de magia.

–¿A mis espaldas?

el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora