el Diablo - XVII

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el Diablo

XVII

La puerta de la buhardilla se abrió muy despacio, quejándose por la humedad de sus años. Margarita se paralizó en la puerta. El poeta estaba sentado junto a la mesa. Una vela encendida chorreaba sus lágrimas sobre un plato de loza iluminando los anillos de humo que él creaba con los labios mientras la ceniza del cigarrillo caía sobre el suelo de madera.

–Son las dos de la mañana –señaló el poeta, enarcando una ceja al notar sus cabellos revueltos y que el camisón otrora blanco se había tornado de un sospechoso color marrón.

–¿Tan tarde ya? –se asombró ella, entrando cohibida bajo su mirada penetrante–. No sabía que fumabas –comentó como al pasar, cerrando la puerta de la habitación.

–Lo había dejado hasta esta noche. ¿Dónde estabas?

La voz gangosa del poeta denunciaba que no estaba del todo sobrio.

–¿Estás borracho? –preguntó ella con algo de alarma.

Era la primera vez que Margarita lo veía alcoholizado.

Él soltó una risa áspera y contestó:

–No. Sólo tomé un poco, lo suficiente para acompañarme mientras esperaba que volvieras a casa. ¿Dónde estabas? –volvió a preguntar.

–No importa dónde estaba. Hay algo que tengo que decirte.

–¿Vas a dejarme? ¿Volviste por tus cosas o para despedirte?

Ignorándolo, Margarita respiró hondo y se acercó a él con pasos seguros para anunciarle:

–Tenés una visita, por favor cambiá esa cara de enojo, no es conveniente ser irrespetuoso con Él.

El poeta parpadeó varias veces con rapidez para contener su furia y así tener la calma necesaria para poder contestarle con mordacidad.

–¿Así que tengo una visita? ¡Qué bueno! ¡Hay que festejarlo! –vociferó–. Mientras me visto, andá a despertar a Santiago y decile que ponga el agua a calentar para preparar mate. Aunque por la hora quizás sea mejor hacer bastante café ¿no te parece? ¡Vamos! ¿Qué hacés ahí parada? ¡Corre rápido a la panadería, a ver si ya abrieron, a exigirles que te den las mejores facturas que vayan saliendo del horno!

Con la mirada asesina el poeta se puso de pie algo tambaleante y se peinó con gestos exagerados, desordenándose el pelo todavía más. Después, se arregló la camisa de dormir metiéndola adentro de los pantalones del pijama.

–¿Así está mejor? –preguntó. Y apagó el cigarrillo en el platito de loza.

Ella meneó la cabeza, intentando contener su rabia.

–Supongo que no importará, dada la hora. Al menos, eso espero. Ahora, cambiá esa cara que voy a presentártelo. Me da miedo que se ofenda si lo sigo haciendo esperar.

–Pero, entonces... ¡hay que suspender el desayuno! Habrá que descorchar pronto una botella de champaña para recibir a tu nuevo amante.

Margarita arrugó el ceño, igualándolo en su ira.

–¿Que tengo un amante? ¿Cómo te atrevés, siquiera, a pensarlo? ¡Ya veo la confianza que me tenés!

El poeta caminó hacia ella fuera de sí.

–¿Dónde estuviste? ¿Ibas a dejarme como una traidora cobarde en el medio de la noche? ¿Lo trajiste para burlarte de mí?

el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora