La Reina Perdida [SC #1]

By larablackbones

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Hola, soy Odette Thunderbolt, y esta es mi historia. La historia de la chica que veía cosas que los demás no... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25

Capítulo 6

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By larablackbones

Noté la mano de mi amigo sacudiéndome, como había hecho la mañana anterior.

-Son las siete.

Paré el tiempo y me quedé más rato adormilada. Después, lo accioné de nuevo, me duché y me puse la ropa que utilizábamos para el entreno. Ar y Jake habían pedido tostadas y zumos. En cuanto hubimos terminado de desayunar, Ray nos encaminó hacia la sala en la que íbamos a entrenar con los príncipes. Cuando llegamos, me fijé en que en el gimnasio en el que habíamos entrenado el día anterior era una mota de polvo comparado con este. Había unos veinticinco metros desde el suelo hasta el techo y era muchísimo más amplio. El que parecía el entrenador nos esperaba en el centro de la sala, junto a los príncipes. Eran cuatro: el que parecía el mayor, de unos diecinueve años, era castaño, alto y fornido, al igual que el que se encontraba a su lado, de unos dieciséis. Había dos niños pequeños: de unos seis años, ambos rubios. Cuando nos vieron empezaron a juguetear con sus dedos. Yo sabía que aquella era una especie de maniobra de distracción. Si aquellos dos gemelos enanos estaban allí era porque eran igual de letales que los demás. Los dos más mayores, en cambio, nos miraban desafiantes. Tenían los ojos claros, al contrario que los dos pequeños, que los tenían profundamente oscuro.

-Pasad - nos invitó el entrenador –. Me llamo Régis, Régis Bernabel.

Puso su mano enfrente de mí para estrechármela, pero rechacé su cordialidad. Seguramente era igual de inútil que Joel. En cambio, mis dos amigos le dieron la mano sin pensarlo, con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Después, Régis fijó su mirada curiosa en mí.

-Tú – dijo señalándome –, Desconfiada, posiciónate junto a los príncipes.

Desconfiada. No habían pasado ni cinco minutos y yo ya tenía un mote, qué ilusión. Fui hacia ellos, que me miraron extrañados. Segundos después, mis amigos también se encontraban a mi lado y el entrenador ya había empezado a presentarnos.

-Desconfiada, ven aquí.

Me indicó que fuese a su lado.

-Odette Thunderbolt. Control sobre el fuego y el agua en todos sus estados, voladora y paradora de tiempo.

-¿Por qué la llamas Desconfiada? – dijo uno de los pequeños, que todavía retorcía sus pequeños deditos.

Él me miró, y después al pequeñín.

-¿Por qué crees tú que la llamo así?

El niño me miró y sonrió. La sensación de que me examinaban era horrible.

-Perdonad que os interrumpa, pero soy la única a la que has presentado, di quiénes son los demás.

-Lo lamento, pero no te diré quienes son. Pelearás contra ellos ahora.

Me miró triunfante. Seguramente estaba esperando ansioso a que le formulase aquella pregunta. Además, ¿quién se creía que era para darme a mí órdenes? Vale, era el entrenador, tenía todo el derecho de darme órdenes, pero aquel enfrentamiento sí que no era justo.

-¿Perdona? ¿Qué haré qué? No. Yo juego con desventaja porque no sé qué habilidades tienen – señalé a los seis chicos a los que tenía en frente – y ellos sí que saben que habilidades tengo yo.

-Entonces, busca la manera de ganarles, de que la ventaja pase a ser tuya.

Bufé. Claro, como si eso fuese tan fácil, pensé.

-¿Preparada, señorita Thunderbolt?

-No.

-¡Adelante! – dijo ignorándme.

Los príncipes me miraron, y se posicionaron defensivamente. El mayor de todos fue el primero en cambiar: en sus manos aparecieron marcas dibujadas de lo que parecían ondas. Las yemas de los dedos del segundo más mayor se volvieron color púrpura. En cambio, a los dos pequeños le pasó algo extraño: su cuerpo iba y venía. ¿Qué demonios significaba aquello? Mis amigos, al no saber cómo actuar, les imitaron y cambiaron también. Los más pequeños de todos, que empuñaban un cuchillo en cada mano, cerraron los ojos e, instantes después, desaparecieron. Paré el tiempo, congelé el suelo e hice que mis manos prendieran. Cuando lo accioné de nuevo oí un quejido. Los dos chiquitines habían resbalado y habían caído al suelo. Congelé el tiempo, cogí a aquellos dos patosos, los situé en una esquina e hice aparecer una gruesa capa de hielo a su alrededor, de tal manera que quedasen totalmente encerrados e inmovilizados. Descongelé el tiempo de nuevo. Dos menos, pensé. Sequé todas las plantas que había en la sala y miré a Jacob. Una sonrisa burlona de satisfacción inundó mis labios. De repente, apareció a mi lado. Hice lo mismo he había hecho con los otros dos críos. Sólo quedaban Arlem y los príncipes más mayores. A Arlem ya le conocía, por lo que ataqué y le encerré en hielo como había hecho con los demás. En menos de diez segundos me había deshecho de todos excepto de aquellos dos muchachos. No quería hacer nada antes de saber que habilidades tenían. Entonces, me percaté de que el de las yemas púrpuras husmeaba entre unos robots rotos que había a la derecha de la sala. Este gimnasio tiene de todo, pensé. En cuanto los tocó, cobraron vida y arremetieron contra mí. Me aparté de un salto y le miré. Cada cosa que tocaba cobraba vida. Repentinamente, un ruido ensordecedor inundó mi mente.

-Pero... ¿qué...?

No me dejaba pensar con claridad. Puse la mano sobre el hielo e hice que una sarta de afilados cuchillos y punzones saltasen contra los príncipes. Ambos quedaron mínimamente heridos. Pero aquel sonido seguía ahí, y el único en pié era el heredero al trono. El sonido variaba. Pasaba de ser agudo a ser grave; de ser intenso a ser un simple pitido. Aquel chico manipulaba el sonido. Ya sabía las cualidades de cada uno de ellos, por lo que encerré a todos en un mismo capullo helado y miré al entrenador.

-He ganado – dije exhausta –. Fin de la partida.

Él me miró y sonrió.

-Bien hecho. Dominas perfectamente tus habilidades – me dijo –. Pero... ¿qué serías sin ellas? Tienes que entrenar físicamente y aprender a pelear. Libéralos.

Hice lo que Régis me había ordenado, en apenas un segundo, y los coloqué al igual que en el comienzo del entreno. Todos parecían muy confusos, por mucho que la mayoría de los muchachos intentasen disimularlo como podían.

-Sigamos con las presentaciones. Benjamin y Kiran – los dos niños pequeños fueron a su lado mientras yo me apartaba – tienen poder sobre la invisibilidad. Aiden – el segundo más mayor de los príncipes ocupó el sitio de sus dos hermanos menores – trae a la vida objetos inanimados y los manipula para que obedezcan sus órdenes. Y Edrik – el mayor se colocó donde antes habían estado sus otros hermanos – controla el sonido.

¡No fastidies! ¿En serio? No tenía ni idea, quise decir irónicamente. Aiden y Edrik no paraban de mirarme rabiosos, y durante el resto del entreno no cesaron de intentar superarme en todo, saliendo todo el tiempo victoriosos. En el cuerpo a cuerpo me tumbaron siempre que pudieron y, después, me miraron satisfechos. Aquel entreno fue horrible. A la salida, ambos chicos me dieron un golpe en cada hombro, arrollándome.

-¿Qué demonios os pasa? – Exclamé dirigiéndome a ellos – ¿Podéis dejar de comportaros así conmigo, o es que no os han enseñado a respetar a la gente?

Se giraron para tenerme en frente y abrieron mucho los ojos, ofendidos.

-¿Qué? ¿Nunca nadie os ha hablado así? – me tenían harta – Habéis estado superándome todo el rato. ¡Es mi primer entreno y ya intentáis que sea para mí imposible!

El entrenador estaba en su silla, observándonos, al igual que Arlem, Jacob y los dos pequeñajos.

-¿No vais a decir nada? ¿Se os ha comido la lengua el gato o qué? ¿Estáis fastidiados porque os he ganado? ¡Y yo que pensaba que el futuro del reino se encontraba en buenas manos!

-¿Cómo te...?

-¿Cómo me atrevo? – interrumpí – ¿Me vas a preguntar que cómo me atrevo? ¿En serio? ¡Me sacáis, al menos, dos años! ¡Qué caballeroso es por vuestra parte meteros conmigo, principitos!

Arlem y Jacob parecían atónitos ante mi comportamiento.

-¡Eh! – gritaron Benjamin y Kiran.

Me giré hacia ellos.

-¡No te metas con ellos! – dijo Kiran.

-¡Son nuestros hermanos! – exclamó Bejamin.

Una sarta de recuerdos de Nick, Lukas y Jules recorrieron mi cabeza. Ellos, a pesar de todas las peleas que teníamos, siempre me defendían. Cam también era como un hermano, al igual que Gabriel y Kim. Me reí ante el hecho de que, probablemente, no los volvería a ver. Yo también tengo hermanos, quise decir. Pero no podía dejar que la nostalgia me invadiese.

-Pues decidle a vuestros hermanos que mañana se comporten un poquito mejor.

Me di la vuelta y eché a andar hacia mi habitación. Arlem y Jacob salieron disparados detrás de mí, con Ray en cabeza.

-No tengo hambre – les dije –. Me voy a quedar en la habitación. Nos vemos luego.

Antes de irse a comer, Arlem me preguntó:

-¿Por qué te has enfadado tanto?

-¿Bromeas? ¡Han estado molestándome todo el entreno! No me iba a quedar de brazos cruzados.

-Qué genio tienes – dijo Jacob.

Me encogí de hombros y me encerré en la habitación para echarme una siesta.

***

Abrí los ojos y miré el reloj. Me quedé petrificada, ¡eran las tres! ¡La clase empezaba a las dos y media! Paré el tiempo y me aseé. Salí hacia aquella sala con una gran pizarra y en cuanto llegué, descongelé el tiempo y llamé a la puerta.

-Entra – dijo el profesor desde dentro de la sala.

Cuando lo hice, dijo el profesor McAbel:

-¿Ha tenido un entreno muy duro, señorita Thunderbolt? Me han contado sus compañeros que ha tenido una pequeña disputa con mis ahijados. Espero que haya puesto en su sitio a esos granujas.

Me quedé callada. ¿Se refería a los príncipes?

-¿Los príncipes son sus ahijados?

-Sí, señorita.

Estaba en la puerta de pie, totalmente petrificada. Me sentí verdaderamente tonta. El ambiente se había vuelto muy tenso de repente y yo seguía pareciendo una boba en el maro de la puerta, por lo que intenté cambiar de tema.

-Perdone por mi retraso... Me he quedado dormida y...

-No pasa nada. Siéntese.

El profesor McAbel era agradable. No sabía por qué, pero me infundía respeto.

-Hoy vamos a hablar de las guerras. Cuéntenos, señorita Thunderbolt, ¿por qué ha perdido la paciencia con los príncipes?

Dudé, ¿debía contárselo o no? Opté por hacerlo, ya que no me apetecía pelear otra vez, ni con el profesor ni con nadie.

-Al principio del entreno, el entrenador Régis me mandó combatir contra ellos – señalé a Arlem y a Jacob – y contra los cuatro príncipes, aunque ellos jugaban con ventaja.

-¿Por qué?

-Porque sabían cuales eran mis habilidades y, en cambio, yo desconocía las suyas.

-¿Y eso es jugar con desventaja?

¡¿Por qué todos me preguntaban lo mismo?! Era obvio que yo jugaba con desventaja, ¿en aquel sitio todos eran ciegos y cortos de mentalidad o qué?

-Ellos podían estudiarme y hacer hipótesis sobre mis puntos débiles, en cambio, yo no.

Él asintió.

-El caso, es que yo les gané... A todos.

-Nos ganó con mucha diferencia – dijo Jacob.

-Muchísima – añadió Arlem.

Reí.

-Aiden y Edrik se enfadaron e hicieron que el resto del entreno fuese una tortura. Intentaron superarme en todo y lo consiguieron. No paraban de mirarme mal y fastidiarme, hasta que me cansé y... Bueno supongo que ya sabe el resto.

-Lo sé, eso es cierto, pero cuéntemelo usted.

-Les planté cara. Por la expresión que pusieron parecía que nadie le hubiese hablado así, entonces me enfadé más. Seguro que esos tontos eran los típicos niños de mami y papi.

Puse los ojos en blanco ante esa idea.

-Deles una oportunidad, señorita Thunderbolt. No son como usted piensa.

-Con todos mis respetos, profesor, eso ya se verá.

Él me miró, sonrió y siguió impartiendo clase. Pasó por encima de todas las guerras que había habido, la mayoría de ellas causadas por cambiatonos con diferentes opiniones. Todas las guerras de sucesión que había habido a lo largo de la historia en nuestro reino habían sido por el mismo motivo. Todos los reyes y reinas de aquel largo linaje habían sido cambiatonos muy poderosos. De repente, alguien llamó a la puerta. Aiden apareció en el marco de la puerta. No daba crédito a lo que veían mis ojos.

-Eh, Desconfiada, ven conmigo.

-¿Qué te hace pensar que voy a obedecer tus órdenes, príncipe?

-Que no son mis órdenes, son las del rey.

No se me ocurrió nada que contestar. Miré al profesor McAbel que asintió. Me levanté de mi silla a regañadientes y murmuré:

-Qué ilusión.

Me llevó hasta la estación de aerodeslizadores y monté con él en el que llevaba el escudo del reino, junto con varios guardias. Fui en silencio junto al príncipe durante todo aquel corto trayecto. Una vez hubimos llegado hasta nuestro destino, llegamos a pie con una gran escolta hasta un gran palacio, dónde se me condujo hasta una enorme sala. Había un gran salón, y, colocado dónde pudiese resaltar, estaba el trono. Parecía de oro, acolchado y majestuoso. El rey estaba sentado en él, mirándome al igual que habían hecho sus hijos al comienzo del entreno esta misma mañana. De tal palo tal astilla, pensé.

-Arrodíllate.

Reí. ¿Qué hiciese qué? El rey estaba haciéndose demasiadas ilusiones sobre mi comportamiento. Si pensaba que iba a someterme a sus órdenes con aquella facilidad lo llevaba claro.

-Deme un motivo.

-Soy tu rey, y me debes respeto y lealtad.

-Yo soy una cría de catorce años que descubrió que no era normal, a la que obligaron a venir hasta una ciudad oculta de una manera extraña, la pusieron a entrenar y dar clase y que ahora está frente a un señor sentado en una silla. Ahora que ya sabemos quienes somos, podemos continuar.

El rey puso la misma cara que Arlem y Jacob al final del entreno.

-No había conocido a ninguna niña tan maleducada como tú.

-Gracias.

Después de inhalar y exhalar aire varias veces, el rey me preguntó:

-¿Sabes dónde estás?

Una de dos, o el rey era tonto o se creía que yo era analfabeta.

-En un palacio, en la capital del reino.

-¿Cómo se llama la capital?

-Somolhar.

-¿Eres consciente de que eres una amenaza grandísima para mí y para mi reino?

El rumbo que aquella conversación estaba tomando no me gustaba nada. Después de aquello venía la muerte. Lo distinto se aniquila por ser una amenaza desconocida, como había hablado con mi madre, y no creía que aquel caso fuese a ser diferente.

-Vaya al grano, su majestad – le pedí.

-Vas a vivir con mi familia en palacio.

Casi me dio un infarto.

-Se te ha asignado una habitación y tus objetos personales con tu ropa ya están en ella. Necesito tenerte controlada, y no hay mejor manera que ésta.

¡Qué bien! Vi como mi libertad se iba volando y salía por la ventana, al igual que mi felicidad, mi intimidad y todo lo demás. ¡Maldita sea, no quiero esta vida!, quise gritarle a mi queridísimo rey, pero me contuve.

-Querida, enseña a esta niña nuestro palacio.

Su esposa, la reina, una mujer de mediana edad, vino hacia mí con una sonrisa en sus labios perfilados.

-Ven conmigo, cariño.

Me cogió del brazo y me sacó de la sala. Llevaba un vestido largo y aparatoso acompañado de unos zapatos de tacón que parecía de cristal. Era una mujer atractiva que llevaba kilos y kilos de perfume encima.

-Perdona el comportamiento de mi marido – me dijo con dulzura –, últimamente está teniendo algunos problemas con los humanos y eso le hace estar malhumorado y brusco, pero no siempre es así. Además, no le gustó como fue tu comportamiento con los príncipes. Les quiere mucho, ¿sabes?

-No lo dudo. Supongo que a usted tampoco le agradó mi conducta, ¿o sí?

-No me agradó, pero a veces es bueno que alguien les frene los pies a esos críos. No pueden creerse que el mundo gira en torno a ellos ni que todo es tan fácil como aquí en palacio.

Tan fugaz como lo dijo me di cuenta de que había dicho, con otras palabras lo mismo que mi profesor hace apenas una hora.

-Perdone mi curiosidad, ¿conoce usted al señor McAbel?

Ella asintió. Llegamos hasta un ventanal enorme y nos situamos frente a él. Unos jardines grandiosos y bellos se encontraban bajo nosotras. Desde nuestra posición se podían admirar todos los tipos de plantas y las diferentes formas que tenían los setos y árboles. Habían animalillos pululando entre las flores. Era como un jardín de ensueño.

-Lo que estás viendo son los jardines de palacio. Puedes ir allí siempre que quieras.

Su cordialidad me resultaba agradable, pero a la vez sospechosa. Durante el resto del tour su actitud no cambió. Había muchas salas, y, más o menos, logré acordarme de todas. Las últimas que me enseñó fueron las más bonitas. Estaban conectadas por una gran puerta de madera.

-Ésta es la sala de música – me informó al llegar a una de ellas.

Cuando estaba en mi casa me encantaba tocar y escuchar música. Aprendí a tocar con propiedad la flauta travesera, el piano y el violonchelo. Me había gustado desde muy pequeña. Aquella sala contenía todos los instrumentos musicales. Vi oboes, violines, trompetas, trombones, tambores, flautines, contrabajos... Era increíble. Cruzamos la puerta de madera, y nos encontramos con una biblioteca inmensa. La reina me contó que había libros de toda clase. Desde libros infantiles hasta libros de historia. Libros de todos los géneros y tamaños. Cuando, finalmente, la reina me enseñó mi habitación, me dijo:

-Te entiendo. Yo también he sido nueva aquí. Te haré un pequeño regalo.

Me tendió un pequeño papelito en el que se leía: LA REINA CONCEDE EL PERMISO A ODETTE THUNDERBOLT PARA ENTRAR EN LA BIBLIOTECA Y COGER TODO LIBRO QUE SE LE ANTOJE (SIEMPRE QUE SEA DEVUELTO EN BUEN ESTADO) Y ENTRAR EN LA SALA DE MÚSICA, DÓNDE UTILIZARÁ LOS INSTRUMENTOS QUE QUIERA (SIEMPRE QUE SEA CON CUIDADO Y NO SUFRAN DAÑOS GRAVES E IRREPARABLES). Levanté la vista para mirarla. Me guiñó un ojo y salió del que era ahora mi nuevo cuarto. Me quedé muda y, después, pegué un gritito de ilusión. Guardé aquella tarjetita como si fuese mi vida y comencé a ordenar todo. Tenía una cama doble con dosel y unas grandes ventanas con cortinas blancas. Había una puerta que daba a un gran cuarto de baño. Mi habitación era similar a la que tenía en la ciudadela, solo que allí no había nadie conmigo. Comencé a organizar todo, pero aquella vez, no congelé el tiempo. Quería que llegase la hora de cenar para que pudiese irme a dormir. Coloqué la ropa en un armario inmenso y organicé los zapatos. Antes de que yo me hubiera dado cuenta, ya estaba cenando junto a la agradable reina, sus hijos y su marido.

-¿Ha estado todo a tu gusto? – me preguntó ella.

-Sí.

Corté un trozo del pollo que había en mi plato y me lo metí en la boca. Aquel era el mejor pollo que jamás había probado, pero no dije nada al respecto.

-¿Seguiré entrenando en aquella ciudadela?

-Aquella ciudadela se llama Redclaw – dijo Edrik.

Puse los ojos en blanco. Los príncipes eran realmente insoportables. La reina me miró y asintió.

-Solo que tendrás que madrugar más. Salimos a las siete y media de la mañana para llegar allí a las ocho. Si quieres estar puntual, tendrás que levantarte a las seis y media, y la puntualidad aquí es lo más importante.

-Te lo advierto, niña, como llegues tarde...

El rey también era arrogante.

-Howard, por favor.

Él miró con cariño a su esposa y luego me miró a mí. Me lanzaba una advertencia. Supuse que ya hablaría conmigo sin que la reina estuviese de por medio.

-Lo he entendido. Nada de retrasos.

-Benjamin y Kiran, es tarde. ¡A dormir! – dijo la reina, cambiando de tema – Aiden y Edrik, acompañad a la dama a su habitación.

Me levanté y, acompañada de aquella agradable escolta y fui hacia donde se me había indicado.


***

Lamento muchísimo no haber publicado nadaa. Estaba muy liada... Lo siento. Ahí va un nuevo capítulo :)

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