La Reina Perdida [SC #1]

Da larablackbones

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Hola, soy Odette Thunderbolt, y esta es mi historia. La historia de la chica que veía cosas que los demás no... Altro

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25

Capítulo 5

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Da larablackbones

Me despertó una mano sacudiéndome.

-Déjame en paz, Nick – dije creyendo que estaba en mi casa.

-¿Nick? ¿Quién es Nick? Son las siete. Más vale que empieces a prepararte o si no llegaremos tarde. Hemos pedido tostadas y leche.

-Nick es... era... Bueno, mi hermano mayor – le dije a Arlem.

-Seguro que le ves pronto. Pero tienes que despertarte ya, dormilona.

Resoplé. Odiaba las mañanas. Odiaba tener que madrugar. Era tan horrible. Paré el tiempo y me quedé en la cama un largo rato, hasta que me encontré con suficiente fuerza para levantarme. Descongelé el tiempo y me duché, al igual que Jacob y Arlem. Después, cogí aquella extraña ropa negra y me la puse. Era muy ajustada y cómoda a la vez. No me sorprendía que fuese para entrenar. Cuando llegué a la cocina, solo quedaban mi tostada y mi vaso de leche. Me comí la tostada rápidamente y me bebí el vaso de leche en apenas un trago. Sonó el timbre, y mis amigos y yo fuimos a abrir la puerta.

-Soy Ray Graveyard, el guardia de seguridad que os va a guiar por el edificio. Seguidme. Ahora tenéis que entrenar.

Le seguimos por largos pasillos y grandes jardines. Todo allí era increíble. Vimos el despacho del Señor Barns a lo lejos y un pequeño lago. Finalmente, llegamos a una gran sala parecida a un gimnasio, pero mucho más equipada. Ray nos dejó en la puerta y una voz desde el interior nos ordenó entrar de inmediato.

Un chico de unos veinticinco años que parecía ser nuestro entrenador nos esperaba dentro.

-Habéis llegado un minuto tarde.

Arlem, Jacob y yo nos miramos perplejos. Aquel entrenador me había comenzado a sacar de quicio en menos de un minuto. Nuevo récord.

-Comencemos. Yo soy Joel, vuestro entrenador.

Nos miró y examinó a todos. Sus ojos se posaban lentamente en cada uno de nosotros. Se notaba que se creía muy superior a los demás.

-Cambiad. Enseñadme lo que podéis hacer.

Instantáneamente, hice que mi pelo, mis ojos y mis labios cambiasen de color y unas enormes alas blancas salieron de mi espalda. Miré a Arlem. Sus ojos se volvieron profundamente negros y su pelo blanco como la nieve. De su boca sobresalieron unos afilados colmillos, con los cuales parecía un vampiro, y su piel había palidecido mucho. Jacob también estaba rarísimo. Parecía más ligero que antes y su piel era ahora verdosa. Sus orejas eran picudas, como las de un elfo, y sus manos parecían translúcidas.

Empecé a reírme.

-¿De qué se ríe, señorita Thunderbolt?

-Parece un vampiro – dije señalando a Arlem –, y él un elfo – señalé a mi otro amigo intentando aguantar la risa.

Me miró con desprecio.

-Pues yo no le veo la gracia.

-A mi usted me es igual, señor. Si a mí algo me hace gracia, me río.

Me miró con odio. Me planteé comenzar a ser más agradable con los demás, pero rechacé esa idea con rapidez. El entrenador era horriblemente estúpido y yo esperaba no tener que soportarle mucho más de una semana, y haría lo que fuese para no tener que lidiar con él.

-Es usted muy impertinente.

Reí con ganas.

-No lo niego – dije.

De repente, me percaté de que había más gente en aquel extraño gimnasio. Prendí mis manos, en señal de que estaba a la defensiva. Había aprendido a controlar, prácticamente, todas mis habilidades. Volar era fácil, pero no podía hacerlo con frecuencia. Me imaginé a los niños pequeños gritándoles a sus familiares: ¡Mami, mami! ¡Es un ángel! o cosas por el estilo. En cambio, lo de parar el tiempo... Bueno había descubierto que podía hacerlo poco tiempo antes y todavía no sabía que secretos tenía escondidos aquella extraña habilidad. La famosa habilidad heredada. Estaba aprendiendo a utilizarla en mi vida cotidiana para poder aprovecharme de ella de vez en cuando.

-Señorita Thunderbolt, tiene que luchar contra ellos.

-Las venganzas no están bien vistas y yo continuaré siendo impertinente. Pero esto me parece una locura. Ellos – señalé al pequeño grupo de gente en el que, obviamente, Arlem y Jacob no se encontraban – son siete y seguramente estén muy bien entrenados, y yo soy solo una.

-A mí usted me es igual, señorita – dijo imitándome –. Luche.

Indignada, levanté una enorme pared de fuego y la lancé contra aquellas personas. Todas ellas la esquivaron de una manera u otra. Congelé en suelo. Nada. Lo volvieron a esquivar. Entonces, paré el tiempo. Aquello era jugar con mucha ventaja. Todos los cuerpos de la sala se paralizaron. Introduje agua en la boca de todos los sujetos y cogí a mi entrenador por la camiseta. Todavía tenía esa sonrisa tan horrible de satisfacción. Alcé el vuelo con él en un brazo. En cuanto accioné el tiempo, la estúpida cara de mi entrenador cambió por completo, al igual que la de los chicos y chicas a los que estaba ahogando. Estábamos, al menos, a diez metros de altura. Aquel entreno me estaba empezando a gustar.

-¡Bájeme, Thunderbolt! ¡Ahora!

Reí.

-Es usted muy impertinente y maleducado. ¿Cómo se pide?

Él no me contestó.

-Mire, está a una altura considerable, ¿qué pasaría si le suelto? ¿Qué poder tiene usted para remediar el dolor del golpe si le dejo caer? Además, esos chicos se están ahogando.

-Por favor – dijo fastidiado.

Paré el tiempo e hice que todos volviesen a estar a salvo como al principio. Lo accioné de nuevo.

-En mi defensa diré que no pensaba matar a nadie, sólo dar un pequeño susto. Y lo he conseguido. Además, he ganado. Les he vencido a todos.

-Está bien – dijo el entrenador, que todavía sudaba –. Tres vueltas al recinto.

Cuando hubimos hecho lo que nos había ordenado Joel, les tocó a mis amigos demostrar lo que podían hacer. Ambos hicieron demostraciones tan increíbles como la mía. Al final del entreno, Joel estaba empapado en sudor y avergonzado, lo que me encantó. Nos encontramos con Ray a la salida del gimnasio, que nos escoltó hasta nuestra habitación. Antes de llegar, el señor Barns se cruzó en nuestro camino, y parecía un poco angustiado.

-Buenos días - saludó -. Se me ha informado de que el entreno que se os había asignado no tiene el suficiente nivel. Lamento decirles que no hay nadie que tenga un poder tan grande como el vuestro, niños. Nadie, excepto, obviamente, la familia real. No podemos dejaros sin entreno. Si lo hiciéramos, acabaríais por descontrolaros. Está todo hablado y comunicado, por lo que mañana, a la misma hora, comenzará vuestro nuevo entreno con los príncipes.

-¡¿Con los príncipes?! – exclamamos mis amigos y yo.

-Sí. Que pasen un buen día.

Echó a andar hacia el ascensor, dejándonos a todos perplejos. Hasta Ray parecía confundido. Al menos, yo había conseguido lo que quería y, además, habíamos dejado en ridículo al estúpido del entrenador.

-No tengo hambre – dije –. Me voy a quedar en la habitación.

-Yo también – dijeron mis amigos.

Después de estar descansando al medio día, Ray nos llevó hasta otra sala grande. Esta se parecía a la sala en la que el señor Greenbay daba clase. Tenía una gran pizarra en una de las paredes y tres grandes y espaciosos pupitres. La sala no tenía ninguna decoración y estaba pintada de un color azul muy claro. Cerca de la pizarra, se encontraba una mesa de madera con una silla en la que se sentaba un hombre de mediana edad.

-Buenas tarde. Soy el profesor McAbel.

Así es como empezó la mejor clase de toda mi vida, aunque Jacob y Arlem no opinaban lo mismo que yo. A parte de dar materias básicas, aprendimos sobre nuestros poderes. El cuidado que debíamos tener, cómo sacarle provecho... Además, el señor McAbel nos contaba curiosidades sobre su habilidad y cómo había sabido controlarla. Él controlaba el viento. Disfrutaba impartiendonos clase, y, al menos a mí, me contagiaba su entusiasmo. En sólo una clase, aquel profesor había conseguido cautivarme.

Cuando hubimos terminado la clase, fuimos directos a la habitación. Estábamos todos agotados. Entré, y lo primero que hice fue cambiar. Cuando no lo hacía, me sentía como un ratón atrapado. No era algo cómodo. Me tiré en el sofá y lo ocupé entero.

-¿No vas a compartir? – rió mi amigo de pelo negro.

-Ar, querido, creo que ya sabes cuál va a ser mi respuesta.

Él me miró como si hubiese dicho algo malo.

-Lo siento... Si no quieres que te llame así me lo puedes decir, ¿eh?

-No, no. Está bien.

Sonrió con nostalgia y, después, todos reímos. Recordé la cantidad de risas que me sacaban Cam, Gabriel, Kim... Apenas dos meses antes yo era una chica normal. Cuanto había cambiado todo.

-Me voy a dormir. Acordaos de despertarme mañana. No quiero llegar tarde a nuestro primer con sus majestades, los príncipes – dije con sorna.

-Buenas noches – me dijeron mis nuevos amigos.

-Lo mismo os digo.

Sonreí y me fui a mi cuarto. Me puse la ropa de noche y me metí en la cama. A los pocos segundos de haberlo hecho, caí rendida ante el sueño.

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