RASSEN I

YolandaNavarro7 tarafından

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... Daha Fazla

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.23
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.35

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YolandaNavarro7 tarafından

Cuartel de la Guardia Civil

Bruma

Reyes necesitó un par de cafés descafeinados y algunas barritas de regaliz para calmar la ansiedad, que se reflejaba en sus músculos y en su estómago. No recordaba haber pasado tanto tiempo encerrado en una oficina y cada vez llevaba peor esa condena. Dos horas después de que se cerrasen las puertas del cuartel y de que la mayoría del personal se marchase a casa, él seguía recluido junto con Erika en su despacho, rodeado de montañas de documentación, esperando a que dos agentes de la H1 de interpol fueran a requisarla. A pesar del cansancio y del hambre, ambos se mostraban animados. Actitud que contrastaba bastante con la de Mendoza, que después de horas de reproches y miradas acusadoras, les había augurado una muerte profesional inminente <<por culpa del maldito e inconsciente francés>>, antes de irse a casa.

El sargento miró con admiración a la forense, sentada frente a él; tenía todo el pelo alborotado y la camisa de algodón blanco manchada de café y arremolinada en la cinturilla de sus vaqueros, a pesar de ello, le seguía pareciendo muy atractiva. Un repiqueteo en la puerta y un penetrante olor a perfume masculino de buena calidad, sacaron al agente de su momentánea abstracción y antecedieron a Guillet que, para su extrañeza e indignación, se coló en la habitación sin haber sido invitado a hacerlo.

—¿Qué hace usted aquí a estas horas? —le preguntó en un gruñido, cuando aún no había terminado de entrar el francés — ¿No dijo que iba a cenar, a autoflagelarse por su indiscreción y a dormir un poco, mientras sus amigos saqueaban esta oficina?

Ante semejante recibimiento, Guillet, tan comedido y refinado como siempre, solo pudo esbozar una media sonrisa irónica.

—Estaba cenando en mi restaurante favorito <<Les plaisirs du palais>>, que casualmente es el mismo que el de la doctora, y pensé que, después de estar encerrados aquí durante tantas horas, ella tendría hambre —contestó el francés sin mirarle, al tiempo que extendía a la forense una pequeña bolsa dorada de la que brotaba un hilillo de oloroso humo blanco —. Me he tomado la libertad de traerle algo, ya que esta mañana ella tuvo la deferencia de pagar nuestros cafés en ese mugroso bar de carretera al que usted nos llevó.

Ajena al duelo de titanes, la aludida se puso de pie de un brinco, dispuesta a hacer buen uso del obsequio del francés.

—¡Oh! ¡Sr. Guillet! ¡Muchas gracias! ¡Solo era café! ¡No tenía que haberse molestado! ¡El <<Plaisirs>> es un restaurante muy caro!

Reyes, mucho menos conmovido que su exmujer, apretó los puños hasta que le crujieron los nudillos y después se posicionó justo delante de ella, en un arcaico gesto posesivo.

—No seas desagradecida, Erika. Y acepta la ofrenda—resopló en tono cínico—. De todos modos, es solo comida para llevar.

—¿Comida para llevar? Oh, no, no. <<Les plaisirs du palais>> no presta ese servicio, Sr. Reyes—aclaró Guillet, de aparente buen grado —. Lo cierto, es que ha sido un favor personal.

El sargento miró al francés de arriba abajo, con absoluto desprecio, y se encogió de hombros.

—Sea como sea, gracias, pero no era necesario. Pedí unos bocadillos hace rato—rechazó —. De hecho, estarán al llegar.

—¿Los pediste? —inquirió Erika, con una mueca escéptica.

Reyes asintió sin dudar. Estaba enfadado, muy enfadado, y mentir le resultaba relativamente fácil en ese estado. Por suerte para el francés, en lugar de seguir sus impulsos y echarle de allí a patadas, hizo gala de un gran dominio de sí mismo: se limitó a quitarle la pequeña bolsa que llevaba entre las manos y a dejarla descuidadamente en una esquina de su abarrotado escritorio.

—Está bien—aceptó, en tono áspero—; estoy seguro de los agentes que están de patrulla esta noche agradecerán sus atenciones.

Lejos de ceder a las provocaciones del sargento, Guillet guiñó un ojo con malicia a Erika. Esta, tras dedicarle la mejor de sus sonrisas, agarró la bolsa de un rápido tirón, y se dispuso a dar buena cuenta del minisoufflé de espinacas con queso de cabra y las ostras gratinadas al horno de <<Les plaisirs du palais>>.

—Los de la patrulla no pasarán por aquí hasta dentro de seis horas. Para entonces esta deliciosa comida se habrá estropeado. Podrás darles tus bocadillos, si es que llegan a tiempo—le dijo al sargento, metiéndose al tiempo un suculento trozo de soufflé en la boca—. ¡Esto está delicioso Lucien! ¡Ha sido todo un detalle por su parte!

El francés asintió y sus ojos chispearon con la misma intensidad con la que rechinaron los dientes de Reyes.

—Lamento haberles involucrado aún más en todo esto—afirmó solemne—. Cuando su jefe les dijo que debían ser abiertos conmigo di por hecho que se trataba de algo recíproco. Jamás pensé que mencionarles el vínculo de la familia Blake con los naga pudiera acarrearles tantos problemas.

—Oh, no se sienta mal, Lucien. Es mejor así—aseguró Erika en tono relajado—; apestaba tanto secretismo.

Ante el inusual despliegue de humildad de Guillet, el sargento, que bien podría haberse sentido satisfecho, no fue tan comprensivo como Erika. Por el contrario, un súbito presentimiento hizo que su hostilidad hacia el francés creciese hasta el punto de sentir la necesidad de enfrentarse a él.

—Déjese de hipocresías—le instó, con una sonrisita mordaz, al tiempo que saltaba de un brinco de su asiento —; usted no ha venido aquí por la comida, y mucho menos para pedir disculpas. Puede que la engañe a ella, pero a mí no me impresionan ni sus modales ni sus contactos en restaurantes de lujo. ¿Va a actuar de frente de una maldita vez? ¿O debo seguir fingiendo que no me entero de nada?

Erika, indignada y asustada, corrió a interponerse entre los dos hombres, segura de que de un momento a otro pasarían de los gritos a las manos.

—¿Qué te pasa Daniel? ¿Es que te has vuelto loco? —gritó, agarrando al sargento de un antebrazo para obligarle a sentarse.

El francés intercedió por el él.

—Tranquila, Erika—llamó a la calma, con su habitual parsimonia —: tiene razón. Si estoy aquí es porque me preocupa algo mucho más importante que su estómago...

Bastó una mirada airada de Reyes para que el francés también tomara asiento. Erika, pálida y temblorosa, aún sin recuperarse del inesperado ataque de ira de su exmarido, se sentó junto a él. Guillet le regaló un amago de sonrisa a la forense y, por primera vez, desde que se conociesen, fue directo al grano:

—En realidad, no fue un desliz; compartí lo que sabía con ustedes de forma deliberada —reconoció—. Estoy acostumbrado a ser mi propio jefe, no me limito a aceptar órdenes sin más y creí que tenían derecho a saber dónde andaban metidos. Entre otras razones, porque les necesito alerta si vamos a seguir exponiéndonos juntos.

—Le agradecemos mucho que se haya arriesgado por nosotros—comenzó a decir Erika.

—¿Y dónde andamos metidos, exactamente? —farfulló Reyes.

Guillet sacó un pequeño trozo de papel del bolsillo de su chaqueta y lo dejó sobre el escritorio: <<Treinta y dos millones>> podía leerse sin dificultad. Los agentes cruzaron una mirada interrogante antes de intentar adivinar qué significaba aquella cifra escrita a lápiz.

— ¿Qué significa ese número del papel, Lucien? —quiso saber la forense.

—Es la cifra estimada que Nico Delaras, el padre adoptivo de Electra, ayudó a estafar a los Blake con la ayuda de su amigo Steven Rud, actual codirector de TSC—les informo Guillet con semblante preocupado.

—¿Steven Rud? —inquirió la expareja al unísono.

—¡Oh! Es cierto—exclamó el francés, con una mueca de disgusto—; aún no habíamos llegado a ese punto. Bien, ¿por dónde íbamos? Sí, ya recuerdo: Delamara fue capturada por los nazis.

Intuyendo que lo que se avecinaba no sería breve, Erika y Reyes, acomodaron sus respectivas anatomías a sus asientos mientras Guillet hacía lo mismo en uno de los sillones con ruedas de la oficina.

—Como hija bastarda de un extranjero, Delamara fue repudiada y expulsada de comunidad nada más nacer. Su única posibilidad de volver a ser aceptada sería con un matrimonio arreglado que no aceptó. Su madre no pudo perdonárselo y viéndose sola, la mestiza decidió ir a buscar a su padre a Londres. Él pertenecía a la nobleza inglesa, y había vivido en Cachemira, junto con sus padres, hasta que por motivos políticos tuvieron que marcharse. Heinrich Himmler, un comandante en jefe de la SS, se topó con ella de forma casual, cuando intentaba cruzar un paso de las montañas metida en la parte trasera de una camioneta, se prendó de su belleza y decidió llevársela como subvenir.

—¿Se la llevó? ¿Sin más? —preguntó Reyes, escéptico.

Guillet asintió, dejando patente con una maldición que no le gustaba ser interrumpido.

—A petición de Hitler, Himmler había ideado dos proyectos distintos para hacer frente al bajo índice de natalidad en el país, que representaba un gran obstáculo para el objetivo de millares de perfectos soldados arios, que buscaban. El primero de estos proyectos incluía el secuestro; los nazis se encargaron de sustraer y <<reeducar>> a cientos de niños polacos para convertirlos en perfectos arios y poder así reasignarlos a <<buenas>> familias arias. El segundo de los proyectos para aumentar el censo fue el llamado <<y estaba basado en una organización que disponía de maternidades y orfanatos. En estos centros, se asistía tanto a las esposas embarazadas de los soldados de la SS como a sus descendientes ilegítimos, siempre y cuando estos fueran fruto de sus relaciones con mujeres arias. El proyecto también contaba con polémicos hogares para mujeres, y fue en uno de ellos dónde acabó cautiva la joven Delamara...

—¿Casas para mujeres? —repitió Erika — ¿Qué tipo de casas?

—Casas con decenas de habitaciones que daban cobijo a todas aquellas jóvenes que, tras pasar un riguroso examen sobre su pureza racial, accedían a tener relaciones íntimas con los soldados. La finalidad era quedarse en cinta y contribuir así a la causa —aclaró Guillet en tono desdeñoso.

—¿Eran prostíbulos? —afirmó más que inquirió la forense, indignada.

—Bueno, yo no los llamaría así, doctora, pero tampoco se me ocurre una comparativa más cercana—farfulló Guillet—. El caso es que, durante las ineludibles pruebas médicas a las que sometían a las chicas, descubrieron que

—¿Por qué un uróboros y una hélice? —quiso saber Reyes.

—No sé si alguien lo sepa, sargento—farfulló Guillet. —Lo único que he averiguado es que

El sargento apoyó los codos en los muslos y se cubrió el rostro con las manos. Se sentía extraño, derrotado. Toda aquella información extraordinaria nublaba sus sentidos y le desproveían de su faceta más crítica y perspicaz. ¿Cómo era posible que se viera indirectamente implicado en un asunto tan remoto y terrorífico? No sabía cómo encajar los datos. No sabía cómo ordenarlos y no sabía por qué tenía el presentimiento de que lo peor estaba por llegar.

—Podría decirse entonces que Sofía Blake prácticamente ha heredado a los enemigos de su suegra Delamara—pensó Erika, en voz alta—. ¿Quién es Steven Rud?

— Operación Paperclip. También es el amante favorito de Electra y socio de su padre en TSC. Se hizo un nombre trabajando para la división de tecnología militar de Estados Unidos, siendo uno de los principales colaboradores del 'Defense Advanced Research Projects Agency' (DARPA) del Pentágono. Su trabajo consistía en investigar la manera de modificar ciertos genes para crear supersoldados y en desarrollar un proyecto de conversación silenciosa. Hay sospechas de que robó parte del material derivado de sus investigaciones, pero, como sus acusadores carecían de pruebas de ello, acabaron expulsándole por sus vínculos con un grupo paramilitar de ideas neofascistas— les aseguró el francés.

—¿Conversación silenciosa? —escupió Reyes, con cara de circunstancias.

—¿Hablamos de telepatía? —inquirió Erika, con expresión incrédula.

Guillet, muy serio, asintió rotundo con la cabeza.

—Sí, doctora, por muy loco que suene, pretenden implantar en los soldados dispositivos cerebrales capaces de detectar e interpretar sus señales eléctricas —explicó francés—. El objetivo es que las órdenes de los militares superiores se difundan en las mentes de los soldados, sin darles tiempo si quiera a discernir si se trata de una idea o decisión propia. Lo curioso de todo esto, que es lo que me ha quitado el sueño durante estos días, es que esta portentosa cualidad del pensamiento de grupo es algo que se les atribuye a los naga, cuya capacidad empática iría mucho más allá de lo que cualquiera de nosotros podría experimentar, llegando a contagiarse unos de las emociones de los otros y creando una especie de <<alma>> de grupo.

Viendo que sus palabras no causaban en sus interlocutores el efecto que pretendía, decidió ponérselo más fácil compartiendo con ellos sus deducciones:

—Me preguntaba el porqué de ese acoso de los Delaras y de Rud hacia los Blake, después de haberlos despojado de todo. También, el porqué de su obsesión insana con la leyenda y el origen familiar... Y creo que encontré la respuesta al conocer lo que les he contado. ¿Ustedes no?

Tras revelar sus más íntimas preocupaciones, el francés centró toda su atención en Erika, esperando que la brillante forense hubiera podido apreciar la importancia del tema que se traían entre manos.

—Dios mío—balbuceó la mujer, con una mueca de espanto—, pretenden convertirlos en simples peones...Quieren utilizar a los naga para crear un ejército formado estúpidos kamikazes incapaces de cuestionar nada de lo que se les ordene. ¿Estoy en lo cierto, Sr. Guillet?

—Llámeme Lucien, por favor, doctora —rogó el francés coqueto—. No sé si será cierto o no, pero es lo que creo. De hecho, en su ambiente, Rud es conocido por el sobrenombre de <<Doctor Cordyceps>> después de que su casco de control mental fuera rechazado y comenzase a hacer fallidas pruebas de laboratorio con hongos.

—¿Cordyceps? —inquirió Reyes.

—Vulgarmente conocido como <<zombificador>>, el Cordyceps es un hongo parásito capaz de controlar las acciones de su hospedador para favorecer sus propios intereses—les informó Erika con la mirada perdida—. Lo logra en animales como las hormigas, pero se ve que no causa el mismo efecto en humanos, por eso Rud ha decidido ir algunos pasos más lejos y comprobar si es cierto que en las montañas de Cachemira se ocultan hombres con la capacidad de manipular a otros con el poder de la mente.

—¡Están todos locos! —sentenció Reyes, justo antes de abandonar la habitación—. ¡Locos de atar!


Tras finalizar la II Guerra Mundial, el gobierno de EEUU creó este proyecto para reclutar a científicos nazis, así como también requisar el fruto de todos sus avances tecnológicos, armamentísticos y médicos logrados bajo el mando de Hitler.

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