RASSEN I

By YolandaNavarro7

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Luna no recuerda nada de su pasado, aún así, terribles pesadillas nocturnas la ayudan cada noche a hacerse un... More

RASSEN ARGUMENTO TRAMA PRINCIPAL TRILOGÍA
RASSEN ARGUMENTO <<LUNA>> Vol.1
Árbol genealógico (Relaciones entre los personajes)
INTRODUCCIÓN
CAP.1
CAP.2
CAP.3
CAP.4
CAP.5
CAP.6
CAP.7
CAP.8
CAP.9
CAP.10
CAP.11
CAP.12
CAP.13
CAP.14
CAP.15
CAP.16
CAP.17
CAP.18
CAP.19
CAP.20
CAP.21
CAP.22
CAP.24
CAP.25
CAP.26
CAP.27
CAP.28
CAP.29
CAP.30
CAP.31
CAP.32
CAP.33
CAP.34
CAP.35
CAP.36
CAP.37
CAP.38
CAP.39
CAP.40
CAP.41
CAP.42
CAP.43
CAP.44
CAP.45
CAP.46
CAP.47
CAP.48
CAP.49
CAP.50
CAP.51
CAP.52
CAP.53
CAP.54
CAP.55
CAP.56
CAP. 57
CAP.58
CAP.59
EPÍLOGO
LA NOVELA ESTÁ SIENDO REEDITADA Y CORREGIDA
IMPORTANTE: LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA. POR FAVOR, ÉCHALE UN VISTAZO.

CAP.23

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By YolandaNavarro7


La lluvia había cesado, la niebla había descendido desde las montañas y cubría Bruma con el manto lechoso que solía protegerla de la luz del sol la mayoría del año. Las calles, desiertas y húmedas, resplandecían bajo la luz dorada de las farolas, y el viento traía consigo murmullos y quejidos del bosque. Erika, sentada sobre el capó del coche de Reyes, sintió como se le erizaba la piel; nunca se había sentido cómoda en aquel lugar tan frío y lúgubre.

—Te los habías dejado en el asiento de atrás... ¿Te encuentras bien? —le preguntó el sargento, tendiéndole su bolso y su maletín del trabajo. Habían aparcado en el patio del cuartel, y ella tenía la vista clavada en el muro trasero del edificio, el cual solo estaba separado del bosque por una antigua y estrecha carretera comarcal.

—Mmm... ¿Sí? Gracias. Estoy bien. Solo es que, bueno... Estaba pensando que—comenzó a decir ella—, ya sea infundado o justificado, en la niñez el miedo forma parte de nuestro aprendizaje, porque nos enseña a ser precavidos y cautelosos. Sin embargo, creo que mi miedo hacia ese bosque siempre ha sido irracional. ¿Me creerías si te digo que nunca he entrado en él?

Reyes frunció el ceño, se quitó la gorra del uniforme y se rascó la coronilla, mientras intentaba ligar fechas y sucesos.

—Tal vez no sea tan irracional: eras poco muy joven cuando asesinaron a Kimmy Blake y a su familia, en su casa de la fraga de Salomón—dijo—. Recuerdo que me comentaste algo sobre ello cuando nos conocimos.

Erika asintió lentamente y señaló un punto lejano y perdido, por encima del muro y en mitad de la niebla.

—Estaba sentada en este patio, leyendo una de esas revistas para chicas. Recuerdo que los críos más pequeños corrían de un lado a otro. No sé a qué estaban jugando... De repente, un pájaro grande y negro salió del bosque, directo hacia nosotros, y dejó caer sobre nuestras cabezas un zapatito ensangrentado. Yo me quedé paralizada, pero todos se pusieron a gritar—narró, sin apartar la vista del lugar—. Supongo que debía pertenecerle a Iris; a las pocas horas la trajeron al cuartel empapada y medio desnuda.

No era la primera vez que Reyes escuchaba aquella historia, pero sí la primera vez que podía sentir algo parecido a lo que debía haber sentido su exmujer al vivirla.

—Y unos cuántos años después de eso, estamos aquí, en el mismo lugar, y con los archivos repletos de fotos de su cadáver... —resumió con amargura.

Atravesaron el patio del cuartel en silencio. Un par de agentes recogían las pancartas con mensajes de odio que algunos detractores del cuerpo militar habían lanzado desde la calle; corrían malos tiempos para la justicia, y eso se traducía en más presión para ellos. El ambiente en el interior del edificio no era mucho más reconfortante que en el exterior: en sus esfuerzos por atrapar al asesino, Mendoza y sus hombres debían recabar pruebas y borrar cualquier rastro que pudieran dejar atrás sus nuevos <<amigos>> de Interpol, todo bajo la supervisión de estos, y sin delatarse ni acercarse demasiado a sospechosos y testigos. Para colmo de males, los datos que iban conociéndose sobre el asesinato de Iris Blake eran cada vez más alarmantes e inverosímiles, y parecían conducir a múltiples y contradictorias vías de investigación. La prioridad de los agentes, en ese momento, sería descartar todas aquellas que no tuvieran bases sólidas en las que sustentarse. Una labor nada sencilla.

Con sumo cuidado, como si fuera la primera vez que iban a observarlas, Erika dispuso sobre el viejo escritorio del capitán Mendoza fotografías de la mano y del cuello de Iris, junto con otras del interior y el exterior de la sala de fiestas, y algunas de la escena del crimen, que incluían instantáneas del polémico ventanal por el que se decía había escapado el principal sospechoso.

Aún no he concluido mi trabajo, estoy pendiente de que mi mentor nos aporte una segunda opinión, pero puedo adelantar, sin miedo a equivocarme, que, gracias a la particularidad del veneno, contamos con información novedosa y muy relevante respecto al móvil y a la identidad del asesino— anunció.

La expresión de Mendoza dejó claro que no iba a conformarse con ese pequeño avance de lo que ella se traía entre manos, porque él ya estaba al tanto de casi todo, y tenía otras inquietudes.

—Eso está muy bien, pero ¿alguna idea de por qué le cortaron el cuello después de envenenarla? —inquirió, con la mirada ceñuda clavada en la de la mujer.

Los dedos de Erika empezaron a agarrotarse y los latidos de su corazón a acelerarse, mientras fingía buscar un documento imaginario entre todo el papeleo que le habían proporcionado sus colegas. Sabía de sobra que no podía eludir la pregunta, por muchas complicaciones que la respuesta pudiera ocasionarle. Les espiaban, y no quería dar ningún paso en falso, pues no sabía hasta qué punto podría afectar a su carrera lo que dijera en aquel despacho.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué tengo la impresión de que trata de ocultarme algo, doctora? —insistió Mendoza—¿Sabe? Uno de los agentes que intentó reanimar a esa joven cree que aún estaba viva cuando la encontró, y que murió porque él no hizo lo suficiente. Estoy seguro de que una sola palabra de usted podría ayudarle a conciliar el sueño de nuevo.

La aludida alzó una ceja y fingió no estar conmovida frente al relato con una mueca de indiferencia.

—Lamento lo de ese agente, y le aseguro que no trato de ocultarle nada a nadie—comenzó a justificarse—. Solo trato de no guiarles a través del camino equivocado; comprendo que ustedes trabajen contra reloj, pero mi eficiencia depende en gran medida de la paciencia y de la constancia. Así es como he conseguido hacerme un nombre en la profesión, y no quisiera echarlo todo a perder anticipándome, y ofreciéndoles sospechas infundadas, en lugar de hechos comprobados.

Mendoza, algo enervado, le recordó sin titubeos que, mientras su cliente permanecería esperándola en una cámara frigorífica hasta la próxima jornada, el de él podría estar comprando un billete de avión con una identidad falsa, o peor aún, podría estar cometiendo otro crimen. Reyes apoyó las palabras de su jefe asintiendo a cada golpe de su voz.

—Los signos hemorrágicos confirmaron que los cortes fueron realizados post mortem—soltó a bocajarro la forense, sin detenerse a pensar—; las convulsiones de la víctima eran solo espasmos involuntarios, derivados del efecto del veneno en su sistema nervioso, que seguía enviando señales a su médula espinal. Le aseguro que, en tales circunstancias, nadie hubiera podido hacer nada por ella, capitán.

—¿Crees que el hecho de que aparentara seguir con vida pudo propiciar que intentaran rematarla con la daga que usó para defenderse? —sopesó Reyes.

Erika se irguió y alzó el mentón, antes de contestarle. Un ligero temblor en sus labios desveló que lo que venía era aún más impactante:

—¿Defenderse? No hay prueba alguna de que la víctima usara el arma en su defensa. De hecho, nadie utilizó la daga para herir a nadie: el corte en la garganta resultó ser una pequeña y precisa incisión en la parte anterior al hueco entre el cartílago tiroides y el cricoides —aseguró, sin dudar—; una traqueotomía perfecta, que solo alguien con amplios conocimientos en medicina y anatomía podría realizar en circunstancias tan precarias.

¿Un asesino apiadándose de su víctima en el último momento? El sargento y su jefe intercambiaron una mueca escéptica, antes de que este último le pidiera a Erika que arrojara un poco más de luz respecto a esa posibilidad.

No creo que el culpable se arrepintiera. No, a menos que desconociera el poder del veneno, y que su única intención fuera hacer que la chica enfermase, y no matarla—opinó ella—; una teoría demasiado benevolente, según mi experiencia, porque alguien capaz de abrir un cuello así sabría que una dosis tan elevada de una sustancia tan sofisticada y tóxica mataría a cualquiera, de forma irremediable.

El capitán soltó un bufido. Tomó el retrato robot del sospechoso principal, del interior de uno de los dosieres que había sobre la mesa, y dibujó un número dos y una interrogación en su reverso.

—Si el culpable no se arrepintió, los cortes debió hacérselos una segunda persona—apuntó, con cara de fastidio.

—Alguien más en la escena del crimen...—murmuró el sargento, tomando el retrato y mostrándoselo a Erika—. ¿Algo nuevo sobre el sospechoso?

—Que es sospechosa—se apresuró a rectificarle ella—; según nuestro experto en perfiles criminales, se trataría de una mujer del entorno más cercano de la víctima, que habría actuado movida por celos o por deseos de venganza. Alguien con gran poder adquisitivo y contactos, que disfrutaría de cierta impunidad a la hora de saltarse las normas...

<<Electra>> pensó Reyes, ¿qué otra mujer tenía amigos tan peligrosos y acceso a Nanonoichi? Su madre solía leerle en voz alta a su abuela las noticias de la prensa rosa durante el desayuno. Él, que solía visitarlas los fines de semana, nunca había prestado demasiada atención a lo que decían, pero sabía que aquella morena altiva había ocupado el papel de Iris en la familia Blake, y que los periodistas hablaban sin cesar de una fuerte rivalidad entre ellas, tanto en amoríos, como en popularidad y belleza. No cabía duda de que Electra había ganado el pulso. Mientras intentaba hacer memoria, sobre con cuál de los jóvenes hermanos Blake mantenía un romance, dejó por un instante que sentimientos olvidados le arrancaran de la frialdad de aquella habitación y de la crueldad de la muerte de una chica inocente, para deleitarse con las serenas facciones de la que fuera su esposa, y con esa mirada pícara, que hacía resaltar sus ojos cuando estaba orgullosa de sí misma.

—¿Daniel? ¿Va todo bien? —le sacó de su ensimismamiento Mendoza

El sargento, que se había quedado obnubilado mirando a su ex, se vio obligado a improvisar:

— Ahora que la sospechosa es una mujer, me preguntaba si el héroe anónimo que intentó salvar a la chica podría ser el tipo que vieron saltar por el ventanal—dijo, señalando el retrato robot del susodicho, que se asemejaba más a una caricatura japonesa, que a una persona real—. ¿De veras tus colegas han averiguado todo eso solo a través de las fotos y del atestado, Erika?

— Y de mi informe—se congratuló ella, con una nueva mirada chispeante.

El sargento estaba cautivado, pero Mendoza había enmudecido y parecía decepcionado. Su actitud llamó la atención de sus subordinados, que aguardaron en silencio, y con cierto temor, que compartiera con ellos sus pensamientos.

—Es posible que los dos implicados se viesen las caras— masculló en un momento dado el capitán, con la mirada perdida —. Tal vez nuestro héroe frustrado huyó tras enfrentarse a esa mujer...

—Sería una explicación más lógica, pero no creo que sea el caso —se apresuró a corregirle Erika—; la asesina pudo adulterar la bebida de la víctima mucho antes de que esta entrara en el baño, pues las manifestaciones clínicas de ese veneno aparecen de 10 a 30 minutos después de haber sido ingerido. En ese intervalo de tiempo, cualquiera podría escapar por la puerta principal de esa sala de fiestas sin levantar sospechas.

Reyes tomó la fotografía de la daga de Iris y la observó durante unos segundos, después revolvió entre el papeleo, hasta encontrar el nombre de la persona que había confirmado que le pertenecía: <<Electra>>. Todo parecía tener sentido...

— Está demostrado que Leander Blake y Electra Delaras estuvieron con la chica, hasta a pocos minutos antes de que la encontraran muerta — se vio obligado a recordarles a sus interlocutores —. Ella es un mal bicho y tenía muy mala relación con la víctima. A él, sin ir más lejos, le vieron subir a la segunda planta del edificio, en compañía de esta. ¿No deberíamos hacerles una nueva visita?

Mendoza, con cara de fastidio, negó rotundo con la cabeza.

—Como ya les advertí en su momento, Leander es testigo protegido en la investigación principal de Interpol, que gira en torno al tráfico de objetos arqueológicos, por lo cual no podemos acercarnos a él sin petición previa, ni supervisión. Con Electra y su familia ocurre casi lo mismo, solo que, en su caso, ellos son los sospechosos—refunfuñó —. Confórmense con haber confirmado que la daga era de la víctima e intenten buscarle una explicación al hecho de que se la llevara de fiesta; Electra no pudo o no quiso hacerlo cuando le preguntaron.

Reyes, que había estado pensando en ello desde que Luna Munt le hablara del origen de las dagas, aprovechó para compartir sus deducciones, fruto de la meditación y del insomnio:

—Tal vez yo si pueda—apostó—: la explicación más sencilla es que la chica sabía que estaba en peligro y que (aunque no llegara a usarla) llevaba el arma consigo para sentirse más segura. Poniéndonos en que ese fuera el caso, y que se sintiera amenazada por alguien que solía rondarla (alguien que reúna el perfil que los expertos han elaborado), podríamos decir que Electra es nuestra principal sospechosa—se atrevió a elucubrar.

El capitán se levantó, y empezó a caminar de un lado a otro, alrededor de su sillón. Asomó la cabeza por la ventana que había tras él, para aspirar profundo, y farfulló algo inteligible antes de volver a tomar asiento. Viendo que no se pronunciaba, sino que prefería quedarse mirándolos a ella y a Reyes con cara de circunstancias, Erika dedujo que, quizá porque les estaban observando y escuchando desde otra sala, no se atrevía a confirmárselo.

—Electra encaja en el perfil a la perfección, para qué negarlo, y supongo que no somos los únicos que hemos llegado a esa conclusión—opinó, creyendo hablar en nombre de Mendoza—. Y, el hecho de que no podamos acercarnos a ella, no tiene por qué estancarnos, ni hacer más difícil la tarea de demostrar su culpabilidad o la de descubrir la identidad de nuestro héroe frustrado; por lo pronto, ya sabemos que la marca de la esvástica en la mano no está relacionada, oficialmente, con rituales de ajustes de cuentas de la Ndrangheta, pero sí con la daga, que cuenta con una igual grabada en su empuñadura. Quitándole al arma su naturaleza belicosa, es fácil deducir que esas esvásticas deben tener algún significado especial, tanto para la familia de Iris, como para la persona que intentó salvarla.

—¿Se refiere a que debemos interpretar esa cruz aspada como cualquier otra cruz o símbolo místico? —se interesó el capitán.

—En este escenario, me parece lo más adecuado—afirmó la forense, con total convencimiento, mientras ponía en orden todo el material que debía entregarle.

Reyes escupió una maldición y se tapó la cara con las manos en señal de derrota. Si algo odiaba, más que nada en el mundo, era aquello que no pudiera interpretarse de manera racional y que se prestara a lo macabro... Por desgracia, todo apuntaba a que se estaban metiendo en uno de esos horribles casos en los que la gente acababa llevando balas de plata encima.

—Hay rumores de que Electra organiza fiestas exotéricas en su casa de la Fraga de Salomón los fines de semana—le recordó a su jefe, entre dientes.

Erika se detuvo a penas un segundo para analizar el dato, antes de continuar ordenando sus cosas.

Si eso es cierto, alguien debería averiguar si esa mujer hace uso de este tipo de esvástica en sus rituales. Porque, de hacerlo, es posible que el tipo que saltó por el ventanal tenga algo que ver con ellos—opinó, entregándole al tiempo todo el papeleo al capitán.

Mendoza fingió revisarlo, mientras miraba a Reyes con el rabillo del ojo. Esbozó una sonrisa maliciosa cuando este soltó un bufido, se dejó caer sobre la mesa y agarró de forma inconsciente una de las múltiples piedras <<mágicas>> que él había ido acumulando en un cenicero de cristal, gracias a su suscripción semanal a *El Lapidario por fascículos. Adoraba verle así, sin su habitual pose inquebrantable. El talón de Aquiles de su subordinado resultaba de lo más peculiar y divertido.

—El tipo del ventanal podría ser un amigo común de la presunta asesina y de la víctima—sopesó el sargento, sin mucho ánimo—. Eso explicaría que conociese las intenciones de la primera y que intentase salvar a la segunda. También, no esperase a las autoridades...

—¿Demasiadas preguntas incómodas que contestar? —apostó Erika.

Reyes asintió, y de inmediato buscó con la mirada la aprobación de su jefe, aunque esta nunca llegó. Era obvio que formaba un buen tándem con su ex, y que sus teorías tenían mucho sentido, pero Mendoza, que tenía la vista clavada en el montoncito de documentos en los que, de momento, podía resumirse el caso, no parecía apreciarlo.

— No puedo dejar que se vaya, Erika— aseguró, sin venir a cuento, devolviéndole sus informes a la forense—. A Interpol le saldrá más rentable su colaboración que su deceso.

Reyes sintió como se le paraba el corazón: Mendoza no bromeaba. Sin duda, no se refería a una muerte literal, se refería a una muerte profesional, que para su ex podría ser incluso más trágica que la primera.

—¿Por qué? —balbuceó ella, atravesando al capitán con una mirada acusadora.

—No ha sido idea mía—se apresuró a aclararle este—: el comandante Domínguez confía en que ustedes dos puedan seguir dándoles soporte a nuestros agentes de PJ, ya que pueden moverse por los alrededores sin levantar sospechas.

Reyes sintió como un súbito dolor de cabeza empezaba a extenderse desde su nuca hasta sus oídos; sabían demasiado, esa era la única razón por la que los de Interpol los querían cerca. No era que no estuviera acostumbrado a recibir órdenes con las que no estaba del todo de acuerdo, y cuándo eso sucedía solía encajarlo relativamente rápido y bien. Pero en aquella ocasión todo era distinto; no era cuestión de diferencias de criterio a la hora de priorizar entre casos, de establecer un dispositivo de control aquí o allá, o de hacerse cargo de papeleo que no le correspondía; se trataba de ocultar la actividad de esa misteriosa sección de Interpol y de cualquier sospechoso, frente a testigos inocentes. Se trataba de involucrarse en la desarticulación de toda una red mafiosa, que sembraba cadáveres a su paso, lo bastante resbaladiza y peligrosa, como para que las autoridades llevasen años intentando cesar su actividad sin éxito.

—Nos piden que hagamos de señuelo, que les encubramos y que ni siquiera preguntemos los riesgos que corremos al hacerlo. ¿Y usted está de acuerdo? —intentó disuadir el sargento a su jefe —. ¡Dios santo! Erika se pasa el día encerrada en un edificio. Yo debo compartir el chaleco antibalas con otra media docena de tipos y mi única arma tiene dos mil años. ¿Se supone que debemos combatir a algún *<< ¿Al Capone>> y su banda, en semejante inferioridad de condiciones? Han masacrado a los Blake, una familia poderosa y rica, con total impunidad, a lo largo de los años. ¿Qué no dudarían en hacernos a nosotros?

—¿Armas? Hace siglos que solo ejerzo como forense. Dependo de mi equipo para trabajar, y de un montón de asesores, ni siquiera puedo asegurar confidencialidad...—comenzó a excusarse Erika, espantada.

Mendoza se arrellanó en su sillón y negó con la cabeza. Ni siquiera se paró a sopesar los pros y los contras de aquella decisión, o los ruegos de los agentes, dejando claro que ni había sido idea suya, ni tenía autoridad alguna para revocarla.

—Les prometo que haré todo lo que pueda por conseguirles el material adecuado para su protección, pero, por desgracia, no están en disposición de poder escoger si desean formar parte de esto o no; Bruma no necesita tragedias como ésta ahora—advirtió.

—¿Ahora? Creía que un asesinato nunca era algo conveniente, capitán —le reprochó la forense, levantándose de su silla de un salto.

No me malinterprete, Erika... —empezó a justificarse el hombre, con cara de cordero degollado —. Tras la cancelación de las obras del cementerio nuclear, los Belmonte han estado financiando a todo tipo de agitadores, para que acosen y agredan al equipo de gobierno local y a todos aquellos que se negaban a la construcción del edificio. Entre estos últimos, está el Dr. Munt, al que no dudaron en desacreditar y acosar, y estas instalaciones; los agentes y sus familias vienen sufriendo las agresiones de esa gentuza desde que lográsemos boicotear su intento de incendiar el bosque. Y eso no es lo peor; como con ninguna de sus artimañas lograron amedrentarnos, están intentando que sean los propios ciudadanos los que nos inviten a marcharnos.

—Su ingenuidad debe estar al nivel de su capacidad intelectual: ninguna persona en su sano juicio se pondría en contra de quien ha evitado que todo lo que aprecia se reduzca a cenizas—aseguró la forense, en tono desdeñoso.

Reyes le pasó el brazo a su ex por encima de los hombros, ladeó la cabeza y buscó sus ojos antes de replicar:

—Se nota que estás metida todo el tiempo entre cuatro paredes y que desconoces el poder de las redes sociales—criticó—; les ha bastado con hacer circular unas fotografías falsas, algunos vídeos convenientemente editados y el rumor de que los heridos fueron <<inocentes>>campistas que paseaban <<inocentemente>> por la zona (en lugar de agentes), para conseguir que nuestros compañeros y sus seres queridos no puedan salir a la calle sin ser agredidos por alguna turba alienada.

—¿Y qué hace el equipo de gobierno local? Porque algo harán al respecto...—quiso saber ella.

—¿Los políticos? Nos piden que les protejamos, y que actuemos con total contundencia, a pesar de la falta de medios y efectivos, para luego abandonarnos a nuestra suerte cuando surge algún problema, reforzando en los ignorantes la idea de que actuamos por iniciativa propia, y no siguiendo las órdenes de aquellos a los que eligieron para dirigirnos—aseguró Mendoza, en tono caustico—. ¿Me entienden ahora? Estamos a un paso de que cada cual empiece a tomarse la justicia por su mano, y no quiero ni pensar qué ocurriría cuando ese caos fuera de nuestros límites se sume al que ya nos domina. ¿De veras quieren sentarse los dos a esperar, sin hacer nada?

La forense y el sargento mantuvieron una de sus breves conversaciones silenciosas a base de miradas. Cuando llegaron a un acuerdo, igual de silencioso, enfrentaron la mirada cansada del capitán y asintieron.

—No esperaba menos de ambos—aseguró Mendoza, con semblante taciturno—. Cambiando de tema, mientras nuestros socios revisan el nuevo material derivado del caso, ¿qué les parece ir de visita al acuario?

—¿Al acuario? —inquirieron Erika y Reyes al unísono, con la misma cara de póker.

—El director del Mare Nostrum necesita que vayamos a echar un vistazo; algún gamberro ha herido a uno de los animales de la exposición de reptiles. Sé que esa es una afición que los dos tienen en común, y pensé que igual les ayudaba un poco a despejar la mente visitar las instalaciones.

La expareja cruzó una mirada de estupefacción antes de que el capitán, hastiado, asegurase que de entre todos los animales del local el pez luna era su favorito....


Después de la muerte.


El Lapidario, tratado mineralógico de Alfonso X El Sabio.



Gánster estadounidense, años 20.


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