Lo que desata un beso (Saga l...

De sofiadbaca

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Elizabeth es una joven acostumbrada a hacer su voluntad, juguetona y coqueta, sabía del poder que tenía sobre... Mais

1. Comencemos el juego (EDITADO)
-NOTA DE LA AUTORA-
2. Una tonada del arpa (EDITADO)
3. Una fiesta de campo (EDITADO)
4. La caravana de Gregory (EDITADO)
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

Capítulo 7

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De sofiadbaca

Robert despertó a su hora acostumbrada, a pesar de haberse desvelado anoche, siempre se levantaba más tardar a las siete, normalmente a las seis para poder ir a montar antes del desayuno.

Pero no era un día como cualquiera, el primer indicio estaba en que su mujer aún estaba dormida entre sus brazos. Su cabello rubio comenzaba a deslumbrar con el sol que se colaba por la ventana, su pequeño cuerpo estaba pegado al suyo como si de alguna forma buscara protección, su mano había conseguido entrelazarse sobre la suya y sus labios plegaban una sonrisa placentera.

Se regocijo al darse cuenta de que era suya por completo, ese cuerpo desnudo que se presionaba contra el suyo estaba marcado por sus besos y sus caricias, el hacerle el amor había sido una experiencia nueva para él, prácticamente era la primera vez que tomaba a una virgen, debido a que se negaba a hacerlo con jóvenes que deseaban iniciar la mala vida de ser cortesanas, el que su esposa le brindara tal beneficio, lo hacía sentirse viril y extrañamente posesivo con ella.

Pero no la podía engañar, sus sentimientos hacia ella no habían cambiado, seguía pensando que el amor era algo tan difícil de encontrar que muchas personas nunca lo hacían, podía decir que por lo menos había desarrollado un especial sentido de fidelidad hacia ella, y las ganas inmensurables de protegerla, pero no la amaba.

Con esa resolución en mente. Se separó de ella con cuidado de no despertarla y se introdujo al baño para comenzar su día.

Elizabeth despertó por el frió que anteriormente no sentía, se movió sobre la cama solo para comprobar que estaba sola, no sabía cómo reaccionar ante eso, ella no sabía nada sobre las relaciones matrimoniales y menos las amatorias, probablemente era algo normal... pero algo dentro de ella le decía que no, aun así, sabía que él no la amaba... pero y ella, ¿Pensaba lo mismo? Debía admitir que después de esa noche se sentía un poco... cambiada, incluso sintió en momentos que de verdad lo amaba.

Se levantó de la cama y se colocó la bata. Apenas había hecho eso cuando Colette tocaba la puerta para ayudarla a lavarse y cambiarse para el desayuno.

- Señora, debe estar lista en cuarenta minutos- la apuro la joven -El desayuno es a las ocho y media.

- Tranquila no importara que llegue un poco tarde- la miro con extrañeza, su cuerpo reaccionaba en algunas partes de las cuales no tenía conocimiento con anterioridad - además, no tardo tanto en estar lista.

La joven sonrió y entro en el baño, pensando que esa punzada de dolor se quitaría con un baño caliento, el cual aparentemente estaba listo para ella.

Después de unos cuantos minutos, que terminaron solo siendo treinta, Elizabeth estaba lista para bajar a desayunar, con diez minutos de sobra, la joven le sonrió a Colette con suficiencia y asintió.

- ¿Ves? Te dije que no tardo mucho.

- Es porque usted es hermosa señora- asintió la joven.

- Gracias, bueno me voy- se despido con la mano de la doncella quien quitaba las sabanas.

Estaba saliendo distraídamente de la habitación al notar que las blancas sabanas de seda estaban manchadas de sangre, consternada ante esa visión, no noto cuando chocaba contra alguien.

- ¿Por qué no te fijas por donde vas?- dijo groseramente la voz de una mujer.

- Lo siento- se disculpó la rubia azorada por el momento incomodo que acababa de ocasionar.

- Bueno, pues ya que- Elizabeth apenas iba a intentar enmendar su error, pero solo pudo contemplar que la joven continua avanzando por el pasillo hasta llegar a las escaleras y bajarlas con presura.

La dejo preguntándose quien sería aquella dama, que a su ver no era una persona del servicio, no creía que alguien de la servidumbre se atreviera a hablarle de esa forma, más bien era una joven de buena educación, pero Robert jamás le habia hablado de su familia y no habia visto a nadie de ella en la boda.

Se quitó eso de la cabeza y se apresuró a seguir los pasos de la mujer desconocida, llegaría tarde al desayuno, sería terrible el que su primer día en la mesa de su marido llegara tarde.

Estaba recorriendo el último tramo de las escaleras, las cuales iba bajando casi a trote por el retraso que llevaba, en el último momento, un cuerpo se atravesó en su camino, chocando precisamente con Robert, quien por suerte logro atraparla antes de que cayera.

- ¿Qué haces? -dijo algo molesto por la forma en la que la joven bajaba las escaleras.

- Aparentemente te asesino mientras llego tarde al desayuno- sonrió la joven con ángel.

- ¿Tarde?- le preguntó.

- Colette me dijo que iba tarde...

- No vas tarde a ningún lado- informo -Se sirve a las nueve.

Elizabeth recostó su frente en el pecho de Robert, exhausta por todos los sucesos acontecidos.

- ¿Sabes el susto que pasé?- levantó la cabeza mientras se separaba de su cuerpo.

- Bueno no es para tanto- comenzó a caminar a su lado.

- Claro, cambiando de tema, hay una jovencita aquí- lo miró de soslayo - ¿Quién es?

Robert tensó la mandíbula ante la mención de la mujer y la miró con detenimiento, intentando indagar en que tanto sabría su mujer de aquella "dama".

- Se llama Valentina.

- ¿Valentina? Qué lindo nombre-asintió con una sonrisa- ¿Que es de ti?

-Nada.

-¿Nada?

-Es... amiga de mi hermana.

-¿Hermana? -lo detuvo poniéndole una manos sobre el brazo-. No me dijiste que tenías hermanas.

- Si bueno...

- No la vi en la boda- lo interrumpió distraídamente, sin darse cuenta de que el asunto era un poco más complicado de lo que ella lo veía.

- Se sentía mal- mintió.

- Ah ya, entiendo -Robert la miró, no podía ser tan sencillo engañarla ¿O sí?- ¿Ya está mejor?

- Emm sí. - al parecer si era fácil engañarla.

- Robert no me digas que no la has ido a ver- le reprochó con una cara tierna.

- Sí, fui anoche en cuanto llegamos.

- Ah...- asintió conforme - entonces está bien.

Robert dio un giro inesperado, descolocando a la joven al percibir que se separaba de ella, dirigiéndose hacía su despacho, donde pasaba la mayor parte del tiempo, sino es que estaba fuera, atendiendo asuntos importantes.

- ¿A dónde vas? - le preguntó, intentando entender por qué se separaba de ella constantemente.

- Tengo trabajo que hacer- se detuvo en su caminar para mirarla, no estaba acostumbrado a que alguien le preguntara lo que hacía o dejaba de hacer, era algo a lo que se tendría que acostumbrar, probablemente.

- ¿No desayunaras? - casi le gritó cuando lo vio volver a caminar.

- Ya lo hice- contestó sin volverse y siguió caminando.

Elizabeth suspiró con tristeza, ¿en serio serian así las cosas?, comenzó a caminar sin un rumbo aparente. Dentro de todos sus sueños esto no tenía lugar, Elizabeth planeaba tener un esposo que deseara estar a su lado, que la mimara y la besara cada que tuviera oportunidad. Pero la suerte no estaba de su lado, le habían dado como marido al hombre más frío del mundo y nada lo cambiaría. No se dirigió al comedor, sería una tontería que los sirvientes se dieran cuenta de que comería sola, prefería que pensarán que no tenía hambre o simplemente que no deseaba asistir. Además, ni siquiera sabía dónde estaba el dichoso comedor, nadie le había indicado el camino.

Después de unos minutos en los que se la paso perdida, se dejó caer sobre el piso, como tantas veces lo hacía en casa de Bermont. Siempre que algo la atosigaba o estaba desesperada, se dejaba caer donde fuera. Normalmente era encontrada por alguno de sus primos quienes después de burlarse de ella, la ponían en pie y se la llevaban a cometer alguna atrocidad que volvía loca a la abuela.

- ¡Su excelencia! -dijo una muchacha que por casualidad pasaba- ¿Qué hace ahí?

- ¿Me canse? -dijo con duda hasta para ella misma.

Intentó que su acción no fuera tan desfavorable como aparentemente lo era, o eso es lo que la mirada de aquella doncella le indicaba.

- ¡No excelencia! ¡Póngase de pie! - indicó en seguida, alargando la mano para ayudarla a ponerse en pie.

Elizabeth aceptó aquella única dulce intromisión y dejó que la ayudara a ponerse en pie, incluso, la doncella se agachó y quito el polvo de su falda, o al menos hizo el amago, porque manchada no estaba.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó enternecida por aquella acción.

- Me llamo Saya, su señoría.

- Me puedes decir Lizzy- dijo la joven, riéndose de la forma tan formal en la que se dirigía a ella.

La doncella negó varias veces.

- No se puede- dijo con rotundidad y una seriedad aplastante.

- ¿Quién dice eso? - se extrañó la joven.

- Las normas de cortesía, decencia y clase- el tono de voz hizo que se le helara la sangre, podría haberlo confundido con el timbre de su esposo ya que él tenía esa facultad especial de matar con heladas, pero la voz era de mujer.

Elizabeth se giró, dándole la espalda a la doncella con la que se presentaba, encontrándose con su esposo, bueno, no él, en realidad era su esposo en su forma femenina. La mujer tenía los mismos cabellos cafés claro, ojos azules intenso, pero era más grade que Robert, eso lo podía asegurar, tendría unos, veintiocho, una solterona al parecer. Aunque eran parecidos, la mujer era más baja y de facciones más bruscas, acentuando aquella faz blanca con una mueca de repulsión. Era su hermana, era obvio.

- Siempre me han podido llamar Lizzy, este donde este- le dijo tranquilamente, pero la mujer lo tomó como una irreverencia de su parte.

- Entendible, eres una condesa de otro país -la rebajó- nada importate en Londres, pero ahora eres, por desgracias, la mujer de mi hermano.

Elizabeth tardo en comprender ese desplante, más bien, todos esos insultos. ¿De verdad había pasado? ¿O solo se lo imaginó?

- ¿Qué pasa Helena? -dijo otra voz venenosa- ¿Conociendo a tus visitas?

La joven con la que se había topado en la mañana se posicionó junto a la Robert mujer, aparentemente llamada Helena.

- No durará mucho Valentina- levantó una ceja divertida - No te preocupes.

A como Elizabeth lo interpretaba, Valentina era mucho más joven que Helena, tal vez sería de la edad de Katherine. Debía aceptar que era bonita, tenía unos ojos verde intenso sin ser tan bonitos como los de Annabella, era verdad que ella se burlaba del color de ojos de su prima, y los comparaba con los gatos, pero ahora que veía los de esa joven, estaba seguirá que se los arrebato al animal a la fuerza. Tenía una cabellera café parecida a la de Helena y Robert. Pero lo que más resaltaba, era su cuerpo esbelto, de caderas anchas y senos voluptuosos, más que los de Annabella o Marinett y eso era decir mucho.

- ¿Disculpen? - Elizabeth no entendía a que venía ese recibimiento, pero no lo toleraría - No entiendo nada, un matrimonio no es provisional.

- En tu caso así será- dijo Valentina - Yo soy la que debería estar casada con Robert, sé manejar un marquesado mejor que tú.

- ¿Y tu eres? - le preguntó Elizabeth en forma despectiva.

- Valentina Lander- dijo en medio de un sonrojo.

- Tu título, quise decir - sonrió la joven rubia al notar que no hacia galantería del título que tendría que llevar, justo su cuñada acababa de recriminarle su título extranjero, pero era peor no tenerlo de nada.

- Marquesa de York- dijo ponzoñosa Helena, atribuyéndole con eso, el título de Robert.

- No- negó Elizabeth con una sonrisa - Ese es el mío.

- Ella querida -dijo con tranquilidad- fue su mujer mucho antes que tú.

Eso la dejó momentáneamente paralizada, le había dolido, su orgullo había sido herido. No podía creer que fuera capaz de decirle semejantes cosas. Pero ahora, también estaba la situación de que ella estaba en su casa, ¡Dónde ella vivía también!, era imperdonable, no, era demasiado, ¿Cómo era posible que la amante y la esposa vivieran bajo el mismo techo?

-¿Consternada?

-Para nada -mintió la joven- No me importan las mujeres que se tienen que arrastrar por el suelo de los nobles.

- ¡Como te atreves!- atreves!- alzó la voz Valentina.

- ¡No me dirijas la palabra! - Se mostró molesta la rubia - No tienes derecho a hacerlo. Ahora yo soy la dueña de todo esto, así que por favor, mantente alejada de mi todo lo posible.

Sin más que decir, la joven dio media vuelta y comenzó a alejarse sin mediar palabra o dejar que ellas hablaran.

- ¡Vuelve aquí! - le gritó Helena llamando la atención de algunos sirvientes.

¿Cómo era posible que esa niña quisiera decirle que ahora era la dueña? ¡A ella! ¡Que habia vivido ahí toda su vida!, ¡que cuido a Robert desde temprana edad!, ¡que había dirigido el lugar durante años!

Elizabeth la miro con desinterés y siguió caminando, lastimosamente no sabía a dónde, no conocía nada, lo único que conocía eran sus habitaciones, y no sabía volver a ellas. Continuó segura, como si supiera exactamente lo que hacía.

- Tranquila Helena- le colocó una mano en el hombro - No vale la pena que te alteres.

- Si, lo sé, es solo que no puedo creer que esa...- suspiró para contener el impropio que pensaba decir - Tipa, lleve el apellido de mi familia.

En cuanto Elizabeth se perdió del campo de visión de las mujeres, comenzó a correr desesperadamente, como cuando era una niña pequeña que huía de algún regaño. Su corazón deseaba que nada fuera real, quería despertar en su cama, siendo acosada por sus primas, salir a los jardines de Bermont, jugar entre la hierba con Annabella, dejar que Kate le leyera, pelear con Marinett.

Seria aun infierno, lo sabía desde el momento en el que despertó sola en la mañana, no era normal y lo sabía, sus padres dormían siempre juntos, ella tenía una habitación separada. Sí, era normal en Londres el tener esos lujos, era un placer de las damas disponer de sus aposentos, pero para ella no era así, deseaba que su esposo la amara tanto que no deseara separarse de ella, que su familia política la adorara como si se tratara de la misma sangre y repentinamente todo eso se hundía y ahora hasta tenía que sobrellevar a una amante ¡El primer día de casada!

"Lizzy, Lizzy" escucho la voz de Kate en su cabeza "¿Que te dije del positivismo y el valor?, solo es importante cuando estas en momentos difíciles"

- ¡No es fácil!- soltó la joven entre lágrimas - No es fácil cuando no hay de qué sostenerse- se recostó en una puerta de madera y cerró los ojos tratando de calmarse.

- ¿A dónde fue? - Elizabeth abrió los ojos, era la voz de su cuñada.

Sin pensarlo dos veces, se puso en pie y abrió la puerta en la que estaba recostada y la cerró rápidamente en cuanto ingresó a la habitación. Posicionó su oído sobre la madera para poder oír, pero la madera era de una consistencia espesa, por lo cual desechó la ida de poder espiar el exterior.

- Me parece extraordinaria tu forma de repetir las circunstancias- Elizabeth dio un grito de impresión. Recordando de pronto que era verdad, la situación era la misma que en otro momento.

Se volvió para encontrarse con su marido, el cual estaba sentado en una cómoda silla acolchonada de cuero bastante elegante, frente a él, un escritorio hecho de caoba donde había muchos papeles esparcidos, tinteros, plumas, un portarretrato del cual no veía el contenido, una que otra decoración ocasional y una montaña de libros en una esquina.

- ¡Yo no sabía que era tu despacho! - dijo a la defensiva.

- Si, y la vez pasada, ¿Cómo podías saber que era mi habitación? - levantó la ceja dándose cuenta de que su esposa no conservaba el mismo humor que cuando la dejo en la mañana.

- Me alegra que lo comprendas- dijo seriamente, mientras observaba el resto de la espaciosa habitación.

Tenía muchos libreros atestados hasta el tope con volúmenes que seguramente volverían loca a Katherine, nunca había estado en un lugar en el que hubiera tantos libros. Tenía también, una cómoda salita de cuero al igual que el sillón donde su esposo estaba sentado, posada estratégicamente cerca del fuego que crispaba cálidamente, alejado de todo eso, un pequeño bar, dotado de los mejores vinos y sus respectivos vasos.

- ¿De qué te escondes esta vez? - preguntó al ver que ella seguía admirando la estancia.

- Tu hermana se encuentra mucho mejor- dijo sarcásticamente.

Robert levantó la vista rápidamente, enfocándose en el desastre de cara que tenía Elizabeth.

- ¿Has llorado? - le preguntó al ver el rastro en sus mejillas.

- Extraño mi casa- dijo débilmente, no era una mentira en su totalidad, en verdad extrañaba sentirse tranquila, con gente que la amaba y la protegía.

Robert sopesaba la posibilidad de que en realidad llorara por eso, y llegó a la conclusión de que, aunque era posible que extrañara su casa, había dicho que se escondía de su hermana, por lo tanto Helena seria la causante.

- Esta es tu casa.

- ¿En serio? - levantó la ceja y negó sonriente.

- ¿No eres acaso mi mujer? -la miró con seriedad- ¿No llevas acaso mi apellido?

- Si- respondió jugueteando con los anillos que rodeaban su dedo, cómo si dudara del matrimonio.

- ¿Qué es eso con lo que jugueteas?

Elizabeth bajo la cabeza para ver los tres anillos que hacía rodar sobre su dedo inconscientemente. Todo lo que le decía Robert era verdad, eso no significaba que se sintiera de ese modo, era una extraña, caminando en una casa en la que no era recibida.

- ¿Por qué no me dijiste la verdad? -se soltó las manos.

- ¿Cuál?

- Tu hermana no está feliz con la unión -Robert la miraba impenetrable- de hecho tiene una mejor candidata en casa.

- Helena no irrumpe en mis asuntos -puntualizó el hombre con frialdad.

- Creo que lo intenta.

- No importa si lo intenta o no. Las cosas están hechas, no soy de los que se retractan de lo que hacen, no te preocupes, eres mi mujer y punto.

- No soy la única que afirma ser tu mujer -susurró pero Robert lo escuchó a la perfección.

-Soy un hombre -le recordó-, es burdo y torpe lo que te tengo que decir, pero todos somos iguales en ese sentido. Pero lo lamento.

Elizabeth bajó la cabeza, no se refería a eso, sabía que no era la primera mujer que pasaba por la vida de Robert, quizá ni siquiera Valentina fuera la única, pero ella no veía a ninguna de las amantes desfilando por las casas de los nobles, como si le perteneciera.

- No me refería en tu vida de libertino -dijo con enojo- sino a tu invitada de honor en la casa.

Robert la miró con detenimiento, no entendía del todo a lo que se refería, pero podía hacerse una idea.

- Es una invitada de mi hermana.

- Y tú has de estar agradecido -dijo sarcástica.

- ¿Qué insinúas? -levantó la ceja con advertencia-: ¿Qué es mi amante?

Elizabeth presionó con fuerza sus dientes, casi creyó que se le romperían del esfuerzo que hacía por no llorar y explotar. Robert se inclinó sobre el escritorio y subió sus codos sobre el instrumento de madera, esperando la reacción de su esposa.

­- ¡Como te atreves! -le gritó- Soy tu esposa y no te importa humillarme en traer a tu amante aquí ¡Y qué me lo restregué en la cara! Un día, ¡Un día de casados! ¡Y no pudiste hacerme el favor de mantearla a raya!

Robert se puso en pie y fue hacía ella con una mirada de ira.

- ¿Quién te dijo eso? -la tomó de los hombros.

- ¡Suéltame! -le gritó intentando zafarse de su agarre.

- ¡Elizabeth, quién te lo dijo!

- ¡Ella! ¡Tú hermana! -soltó entre llanto- ¡Suéltame!

- ¡Es mentira! ¡Escúchame!

Elizabeth negaba con la cabeza repetidas veces, era humillante, se sentía denigrada, era horrible, quería regresar a su casa.

- Quiero irme a casa -suplicó.

- Esta es tu casa.

Robert inesperadamente la abrazó. Justo esa mañana había sentido la necesidad de protegerla y ahora la veía llorar como una niña por una mentira. Ante el cariño, Elizabeth quedó momentáneamente callada y con ojos abiertos.

- Nunca he tenido ningún tipo de relación íntima con ella, aunque Valentina diga lo que diga.

- Tu hermana lo dice también.

- Puedo traerla y que te enfrente para que diga la verdad -sugirió seguro ante sus palabras.

- Lo que quiero es que no me encuentre -le recordó.

- ¿Entonces?

- Son asuntos tuyos -dijo con una calma pasmosa separándose de él-, pero que sepas que no me pienso aguantar otro insulto, tú mejor que nadie sabes que soy buena lanzándolos.

- ¿Es una amenaza? -levantó la ceja.

-Una advertencia.

La mirada de Robert se iluminó y caminó con lentitud hacia ella, Elizabeth dio algunos pasos hacía atrás, pero no quitó la fiera mirada de su esposo.

- Con que una advertencia -le tomó la cintura atrayendola hacía él.

- Robert, suéltame...- dijo poco segura de la petición.

Su marido soltó una pequeña risa que no llego a salir de su boca, ante la resistencia poco efectiva de su esposa, inclinó la cabeza lentamente y la besó con fuerza, tomando su comisura inferior con agresividad que le sacó un gemido de dolor a la joven, dándole a Robert el indicio para separarse y volver a besarla, esta vez en un acompasado ritmo que la deleitaba, una de sus fuertes manos voló hasta su nuca para ayudarla a seguir la demanda del beso embriagante.

Prontamente fueron interrumpidos.

- ¿Te atreviste a molestarlo? - era la voz de Helena quién hablaba con sorpresa y reproche.

Robert cortó el beso pero mantuvo sus manos sobre la cintura de su esposa.

- No me molesta -indicó Robert asestándole un último beso a Elizabeth, antes de regresar a su silla.

- Tú nunca permites que te molesten, menos a estas horas- entrecerró los ojos hacia su hermano y después a su cuñada - Es el momento en el que está más ocupado linda.

- Como te dije, puede venir si lo desea -en realidad ya no les prestaba demasiada atención, había tomado unos papeles y parecía absorto en su tarea.

Elizabeth sonrió al notar que estaba siendo defendida por su marido, no era que lo necesitara, pero dadas las circunstancias, era mejor que él la pusiera en su lugar o probablemente tendrían más problemas de los que ya comenzaban a tener. Helena le lanzó una mirada altiva y furiosa a su hermano antes de azotar la puerta con vehemencia. Elizabeth casi cae en el error de reír.

- Tiene razón -apuntó con la mirada el lugar por dónde acababa de salir su hermana- Ahora estoy ocupado.

- No me interesa, no era mi intención encontrarme contigo- le hizo una mueca y rodó los ojos - ¿Y que fue ese beso?

Robert dejó los papeles y la miró.

- Una advertencia.

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