Lo que desata un beso (Saga l...

De sofiadbaca

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Elizabeth es una joven acostumbrada a hacer su voluntad, juguetona y coqueta, sabía del poder que tenía sobre... Mais

1. Comencemos el juego (EDITADO)
-NOTA DE LA AUTORA-
2. Una tonada del arpa (EDITADO)
3. Una fiesta de campo (EDITADO)
4. La caravana de Gregory (EDITADO)
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

Capítulo 6

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De sofiadbaca


Elizabeth apenas era consciente de que había contestado en la iglesia y del beso que habían compartido al final de la ceremonia. Esencialmente no rememoraba nada sobre lo que comieron, las personas que asistieron, ni siquiera su primer baile junto al que desde ese momento, era su esposo.

Siempre pensó que recordaría su boda con una gran dicha, pero dado el hecho de que su madre decidió contarle sobre... esa noche, su cabeza no se había podido despegar del hecho de que justo en ese momento, estaba sola en una carroza con él, viajando hacia su casa, hacia donde sería su casa.

Los nervios iban en aumento mientras se daba cuenta de lo lejos que estaba de la casa Bermont, de su familia. Se había despedido calurosamente de cada uno, con especial énfasis en sus primas y hermana, su madre le había deseado suerte y su padre... le había dado un beso en la mejilla.

Su madre intento excusarlo al decirle que era su orgullo de alemán el que lo obligaba a actuar así, pero Elizabeth temía que fuera más que eso y en verdad la repudiara.

- ¿Estás bien?- hablo de pronto Robert, sacándola de sus pensamientos.

- ¿Eh? Oh, si- sus manos la contradecían, se frotaba nerviosamente una contra otra y giraba constantemente los anillos que enroscaban su mano izquierda - ¿Le gusto la fiesta?

Elizabeth decidió que era mejor hablar, de esa forma no tenía que quedarse sumida en sus pensamientos, incrementando el miedo que ya sentía.

- Sí, estuvo bien.

Él tampoco le dejaba muchas opciones, parecía cansado, tal vez era solo que Robert no era muy aficionado de las reuniones sociales, sería el primer problema que tendrían, a ella le encantaba estar en fiestas, pero eso no era todo.
Aquel hombre habia decretado no amar, ¿Podría vivir con eso?

Al no encontrar otro tema de conversación el silencio se mantuvo nuevamente y fue así por el resto del camino. A Elizabeth casi le da una taquicardia al ver el importante castillo que abría sus puertas hacia ella, se manifestaba imponente, fría y hermosa. Intimidante.
Cerró los ojos al comprender que tendría que bajar de la seguridad de la carroza en cuestión de segundos.

- Elizabeth- la llamo Robert, ella en realidad aún no se acostumbraba a eso.

- ¿Mande?- dijo confundida.

- Te están intentando ayudar.

Elizabeth volvió su mirada en ese momento, dándose cuenta de que, como le habían indicado, una mano enguantada estaba tendida hacia ella. La rubia, un poco ofuscada, miro a su marido primero, antes de tomar la mano.

El hombre que le ayudo no le dirigió ni una mirada, permaneció recto y con las manos en sus espaldas, esperando a que el dueño de la casa bajara para cerrar la puerta de la carroza.

Robert se puso junto a ella y colocando una mano en su pequeña cintura la incito a caminar hacia la casa. Elizabeth apenas logro decirle gracias al hombre por su amabilidad de ayudarla a bajar. El mozo se mostró sorprendido por ese acto, cosa que Lizzy no notó en ese momento, estaba mucho más enfocada en el castillo de Drácula que parecía querer devorarla.

- Elizabeth, él mayordomo Jeffrey- presento Robert con parquedad.

- Hola es un gusto- saludo la joven con una sonrisa amigable.

El mayordomo atinó a dar un asentimiento de cabeza antes de cerrar la puerta de entrada e intentar ayudar a la joven a pasar su hermoso vestido de bodas sin estropearlo.

En ese momento entraba al salón todo un sequito de servidumbre que esperaba conocerla. Todos se mostraban con un semblante serio y mirada perdida en una lejanía.

Elizabeth se adelantó a su esposo quien estaba a punto de dar la orden de que mañana los conocería con detenimiento.

- Es un placer, me llamo Elizabeth, Lizzy si gustan- se presentó ella misma, instantáneamente sintiéndose acogida por esa gente, a pesar de su semblante. Ella podía apreciar el hecho de que la esperaran despiertos, serían las dos de la mañana y ellos seguramente se despertarían a la misma hora de siempre. -Puede que no me aprenda todos sus nombres en seguida, pero lo intentare.

Uno que otro se atrevió a soltar una sonrisa cariñosa ante la joven, pero al ver al señor de la casa detrás de la joven la borraron al instante.

- Gracias señora, yo soy la ama de llaves- se adelantó la mujer de mayor edad y cara de pocos amigos -Estaremos bajo su servicio, pero por ahora creo que debería descansar.

- Oh pero me gustaría...

- Elizabeth, mañana harás eso- Robert la interrumpió suavemente, posando una mano sobre su hombro.

- Bien- bajo la mirada.

- Excelencia, Colette la llevara a sus aposentos- el ama de llaves señalo a una joven solo un poco más grande que ella.

- Excelencia- se reverencio ante ella -Por aquí.

Elizabeth la siguió sin rechistar, dando una ojeada a sus espaldas para encontrarse con la mirada de su esposo que solo dio un asentimiento de cabeza. Cuando Elizabeth se perdió de vista, Robert regreso la mirada hacia el ama de llaves con una pasmosa seriedad.

- ¿Dónde está?- preguntó secamente.

- En su habitación Excelencia- se inclinó - ¿Desea que le diga que ya llego?

- No. Iré yo mismo a verla.

- Como usted ordene.

Robert se perdió en la oscuridad de uno de los pasillos de la casa, con un paso firme y seguro que aseguraba su posición y confianza para con la casa y sus habitantes.

- Se ve que es muy agradable- dijo una de las sirvientas en relación a la nueva señora.

- Si...- suspiro la mujer mayor -Esperemos que no la destruyan.

- Usted cree que el señor...

- No nos incumbe- la detuvo en seco -A dormir- despidió a todos.

Colette le abrió la puerta después de mostrarle con detalle el camino hacia la habitación, el lugar era terriblemente enorme, y aunque estaba sumido en la oscuridad, Elizabeth podía asegurar que todo estaba hermosamente decorado.

- Señora esta es su habitación- la dejó pasar primero, dándole la oportunidad a Elizabeth para admirar la hermosa recamara de la que sería dueña.

Estaba decorada en tonalidades beige, los muebles eran de un tono claro y los sillones de la pequeña salita tenían tonos pasteles. Había flores de los mismos tonos agradables sobre casi cualquier superficie plana. Su cama era espaciosa y con doseles que se alzaban altos en cuatro pilares, de donde colgaba una tela para que la cama quedara cubierta, si se deseaba.

- Es hermosa.

- Se redecoro para usted señora- sonrió la joven.

- Pues esta perfecta.

- ¿Quiere que la ayude a desvestirse?

- Oh, sí gracias.

Colette hizo rápidamente su trabajo, no se explayaba con las respuestas que daba a las ocasionales preguntas de Elizabeth, parecía como si le temiera a algo o alguien.
En cuestión de minutos estuvo lista, con un hermoso camisón de seda rosa palo, su cabello había sido desenredado y posteriormente trenzado, se había lavado y Colette había desaparecido.

Al estar sola, fue presa del nerviosismo nuevamente. Rápidamente se puso una bata sobre su camisón que no era muy funcional en el arte de cubrirla. En el momento en que terminaba de abrochar el lazo de la bata, su puerta cedió.

Elizabeth estaba de espaldas, respiraba con fuerza, sentía que le faltaba aire y su corazón estaba justo en su garganta, sentía con precisión sus latidos y sus oídos emitían un sonido sordo y escalofriante.

Robert la miro desde lejos, parecía asustada y con claras intenciones de esconderse en algún lugar, no podía evitar pensar que la joven que él conocía no era para nada así, Elizabeth normalmente era vivaz, segura y despampanante.

- ¿Te gusta tu habitación?- optó por comenzar una conversación para relajarla.

-...Si- dijo en un susurro que le costó hacer audible.

- ¿Quieres cambiar algo?

-...No.

Robert comenzó a quitarse su saco y chaleco, aventándolos sobre uno de los sillones, miro el cuerpo trémulo de su esposa y se acercó a ella, dándose cuenta de que cada paso que daba en su dirección, provocaba un nuevo temblor a su joven esposa.

- ¿Tienes miedo?- le dijo desde sus espaldas, muy cerca de ella. Tan cerca que su aliento hizo que su piel se erizara.

Elizabeth cerró los ojos fuertemente.

- Sí.

Robert la tomó de los hombros con delicadeza, en un movimiento suave la volvió hacia él. Elizabeth rápidamente bajo la mirada, momentáneamente entusiasmada por sus nuevas zapatillas de noche.

- Mírame Elizabeth- le ordenó, pero ella simplemente no lo hizo - Elizabeth.

La llamó nuevamente mientras colaba su mano bajo su barbilla, obligándola a levantarla y que lo mirara a los ojos.

- Escúchame Elizabeth, no te haré daño. - acaricio la zona alta de su cuello.

- ¿No?- dijo con una voz tan pequeña que Robert sonrió.

- No- dijo firme mientras la pegaba a su pecho, fundiéndola en un abrazo protector, con el fin de acogerla y quitarle el miedo que la embargaba, le parecía extraño una acción tan dulce de su parte, disfrutaba de la inocencia de su esposa.

Elizabeth se permitió relajarse contra él, incluso correspondió el abrazo, respiraba con lentitud para calmarse, intentaba colmarse del perfume varonil del caballero que la mantenía prisionera entre sus brazos, aprendiendo a reconocer los fuertes músculos de su espalda, y la fortaleza de sus brazos la mantenerla en el agarre.

De un momento a otro, se separó de ella sin perder el agarre, tratando de no despegar sus ojos azules de aquellos orbes mieles, sonrió de lado y besó su frente en un acto dulce y delicado que provoco un suspiro en la joven al no saber qué iba a cometer esa acción.

- ¿Me dejarías besarte?- le susurró al oído, causándole un escalofrió en todo el cuerpo, ella simplemente asintió contra su pecho donde se había vuelo a esconder por el escrutinio de la persistente mirada de su esposo.

Robert se alejó un poco de ella, solo para contemplar su rostro sonrojado, volvió a sonreír al ver sus anillos posicionados en el dedo correspondiente de aquellas pequeñas y blancas manos, recordándose que era suya, al momento que tomaba sus manos entre las suyas en el acto seductor de subirlas y colocarlas sobre sus hombros.

Elizabeth lo miraba como quien observa a un maestro, simplemente se dejaba hacer, no sintiéndose segura en hacer ningún movimiento propio, se dejaba instruir. Robert la abrazo fuertemente, con un roce de dedos, recorrió lo largo de su espalda hasta tomar su cintura entre sus manos y lentamente la atrajo hacia él, pegándola lo máximo posible a su cuerpo, sintiendo como todo su ser estaba en sintonía.

Inclino la cabeza hasta rozar los labios de la mujer en una insinuante caricia, repitiendo esos fugaces besos unas cuantas veces para que su esposa se acostumbrara a su cercanía, hasta que en una inclinación en la que Elizabeth se esperaba otro beso como los anteriores, Robert había tomado posesión completa de sus labios, tomando su labio inferior con fuerza, provocando que Elizabeth se sostuviera con fuerza del cuello de su esposo, sintiendo la extraña sensación volar, no sabía qué hacer para responderle.

Los besos se intensificaban poco a poco, aparentemente a lo largo de la travesía él le había enseñado a responderle, ella apenas se dio cuenta cuando había enroscando sus brazos alrededor del cuello de Robert, desesperada por sentirlo más cerca, si era posible. Robert la incito a abrir la boca para dejarlo introducir su lengua y explorarla en lo que le fuera posible, rozaba su espalda de arriba hasta abajo, en una caricia insinuante mientras sin que se diera cuenta, se deshacía de la bata que se había puesto sobre la fina tela de su camisón, propiciándole sonoros suspiros.

De un momento a otro, Robert la alzo en brazos, sacando un chillido por parte de su esposa por la sorpresa, se recuperó rápidamente al recibir nuevamente los labios de su esposo sobre los suyos mientras caminaba con ella en brazos.

Con cuidado, la dejo en la cama, mientras él se deshacía de su camisa, la cual aún conservaba hasta ese momento. Elizabeth admiro cada moldura poderosa de su cuerpo con detenimiento, sin atreverse a hacer otra cosa, aunque deseaba alargar la mano y tocarle, era demasiado vergonzoso si quiera imaginarlo. Robert se acercó a ella cual felino y se tumbó sobre ella con cuidado de no aplastarla mientras la seguía besando, Lizzy se permitió tocar la fuerte espalda de su esposo, brindándole un escalofrió puesto que sus manos estaban frías a comparación de la espalda enardecida de él.

De manera imperceptible para la joven, Robert abandono sus labios para dejar una línea de besos a lo largo de todo su blanco cuello, extasiándose con la suavidad y olor que de ella emanaban; Elizabeth por su parte, flexionaba su cuello para darle más acceso y de su boca salían sonidos que no podía controlar a pesar de que mordiera con constancia sus labios.

Robert continúo hasta depositar besos en el inicio de sus senos, deteniéndose momentáneamente por el impedimento que aun había entre ellos. Con un movimiento rápido quito el camisón de su camino, permitiéndole admirar a la mujer que ahora era su esposa. Instintivamente Elizabeth había intentado cubrir su desnudez, pero las manos de Robert habían sido mucho más rápidas y logro inmovilizarla a tiempo, poniendo sus manos sobre el colchón junto a su cabeza.

- Robert...- susurro la joven avergonzada -Por favor- rogaba que la dejara cubrirse, pero él negó varias veces mientras se acercaba a su oído para susurrarle.

- No te avergüences conmigo- como para finalizar su negativa, bajo su cabeza hasta su boca, sellando cualquier suplica que quisiera salir, al tiempo que dejaba caer su pecho contra el de ella, conectándolos.

Continuaron en ese remolineo de sentimientos, mientras el besaba cada centímetro disponible de su cuerpo, marcándolo como si fuera territorio que nade más podía tocar. Elizabeth únicamente participaba dándole toques ligeros con sus manos, o enredando sus dedos entre su cabello, sentía que su cuerpo estaba siendo consumido por una fuerza extraña, necesitaba más, pero no sabía de qué.

- Elizabeth- la llamo con voz entrecortada casi en un gruñido -Escúchame...- se acercó a su oído, depositando suaves besos en la zona -Va a ser solo un momento, ¿Entiendes?

Ella asintió, le decía eso, pero... ¿Qué cosa? No lo sabía, pero confiaba en Robert, por alguna extraña razón lo hacía.

Robert se deshizo de la ropa que le faltaba y se acomodó sobre ella nuevamente, Elizabeth al sentir la presión desconocida sintió temor nuevamente y busco a su marido con ojos nerviosos.

- Mírame- levanto su barbilla -Veme a los ojos.

Ella lo hizo, elevo las manos hasta su barbilla y lo atrajo en un beso, mientras él aprovechaba para introducirse lentamente en ella, sintió la barrera que justificaba su pureza y tiro de ella. Elizabeth soltó los labios de Robert para dar un gritito de dolor, de sus ojos salían unas pequeñas lagrimas que él atrapaba con sus labios, se mantuvo quieto por un tiempo mientras ella se acostumbraba a él.

- Elizabeth- le susurro con pesadez - Está bien, tranquila- intento calmarla dando besos sobre su rostro - va a pasarse, abrázame.

Ella envolvió sus brazos sobre el cuello de Robert, dejando que presionara su cabeza en su cuello. Sin poderlo resistir más, Robert comenzó a moverse, primero lentamente, para después volverse en un frenesí desesperado. Lo que en un principio amenazaba con matarla de dolor, se transformó en una dulce sensación placentera que amenazaba con consumirla. Grito su nombre con desesperación hasta que se sintió liberada y él planto su semilla en su interior.

Elizabeth se sentía totalmente extraña, de alguna manera consideraba que su cuerpo ya no le pertenecía. Miro a un lado, observando como su esposo luchaba con normalizar su respiración al igual que ella. Pero no la miraba, mantenía los ojos cerrados con un brazo cubriéndolos. No sabía qué hacer, no entendía que seguía, ¿simplemente debía quedarse dormida? Sus ojos le pesaban tanto que temía que se cerrarían antes de cavilar una resolución ¿Tal vez se marcharía? La idea le pareció de lo más desconsolante, deseo que no fuera así, quería que se quedara con ella, y si era posible, que jamás se fuera.

Robert noto la incomodidad en su mujer por el movimiento en la cama, entendía que era demasiado inocente para saber algo de esto, inesperadamente se sentó, notando por supuesto la apesadumbrada mirada de su esposa, pensando que se marcharía, para su consternación y alivio, Robert simplemente estiro la mano y apago la vela que los iluminaba, se inclinó a los pies de la cama y subió las cobijas que se encontraban dobladas para cubrirlos. Se acercó a ella y la ayudo a colocarse de espaldas a él, paso un brazo por debajo de su cuello para que lo usara como una almohada y dejo caer el otro con desasosiego sobre su cintura.

A Elizabeth le ardía la cara al sentir el cuerpo de su esposo a sus espaldas. Volvió la cabeza solo para ver que él ya se había dormido, su respiración acompasada caía sobre su cara, sus facciones parecían relajadas y sus parpados cubrían sus penetrantes ojos azules que en algún momento la había hipnotizado, sonrió y se acomodó nuevamente, acercándose todo lo posible a él, embriagándose con la sensación acogedora que él le proporcionaba, Robert inconscientemente apretó el agarre y continuo en su sueño. Rápidamente y totalmente satisfecha también cayó dormida.

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